¿POSVERDAD O POSMENTIRA?
Por Paco Fernández Mengual
La palabra posverdad está de moda, circula por las redes sociales, por los medios de comunicación impresos y es objeto de reflexión y sesudos análisis por parte de filósofos, economistas, publicistas, periodistas, etc. Aunque su lugar específico es el discurso y la praxis políticas, ha trascendido dicho ámbito y se extiende a otras esferas de la sociedad contemporánea, tales como la económica o la publicitaria, hasta el punto de que hay quien afirma que vivimos en la era de la posverdad.[1] Actualmente, es un neologismo ligado íntimamente a palabras relacionadas con las tácticas o estrategias de manipulación de los individuos: propaganda, mentira, medias verdades, distorsión de la realidad, etc. Dada la extensión y diseminación del término, quisiera plantear, a modo de ejemplo, algunas cuestiones que ayuden a orientarnos en el maremágnum de documentos, digitales e impresos, que abordan el problema: ¿qué es la posverdad? ¿Qué indica exactamente el prefijo “pos”? ¿Significa que la verdad es ignorada o el prefijo apunta a un eclipse de la misma?
El panorama que dibuja la literatura crítica que ha tomado como objeto de análisis el término posverdad presenta tres posiciones claramente diferenciadas: 1) La posverdad es un fenómeno nuevo, singular y específico que no debe confundirse con la mentira, la propaganda, etc. Es la posición –ubicada en la izquierda sociopolítica- que adopta Leo McIntyre en su libro Posverdad.[2] 2) La posverdad es una nueva forma de manipulación, pero no presenta ninguna diferencia cualitativa con respecto a los clásicos intentos de dirigir las conciencias y las prácticas de los individuos. Manuel Bermúdez Vázquez[3] defiende que más que de posverdad habría que hablar de “mecanismos posverdaderos” o “recursos posverdaderos” que privilegian la apelación emotiva frente al razonamiento. 3) La discusión sobre la posverdad es una estrategia del poder para desviar la atención de la sociedad civil con respecto a los verdaderos problemas que afectan al mundo. Pilar Carrera sostiene que la posverdad es una “estratagema retórica con una fuerte carga ideológica y vinculada a formas de pensamiento conservadoras o regresivas, tanto en lo teórico como en los social, lo político o lo cultural”. [4]
¿Es la posverdad una nueva versión de la mentira, una nueva manera de manipular la mente de los individuos, o un fenómeno nuevo que difiere cualitativamente de las estrategias anteriores de influir en las masas y que no cabe reducir a la problemática filosófica clásica en torno a la verdad? La tesis de McIntyre (2020) es clara al respecto: la posverdad es un fenómeno nuevo del cual cabe establecer su origen y sus condiciones de posibilidad, así como sus consecuencias. Tan novedoso que no se debe reducir a una variante de las posiciones filosóficas que han estructurado la cuestión de la verdad desde los sofistas hasta la actualidad: dogmatismo, relativismo, escepticismo, criticismo, perspectivismo, etc. ¿Cuáles son los eventos históricos y socioculturales que posibilitan la aparición de la posverdad en la sociedad contemporánea? McIntyre refiere dos: a) la posición de la industria tabaquera en los años cincuenta del pasado siglo –como paradigma del posterior negacionismo científico- b) la emergencia y consolidación del paradigma posmoderno y sus derivas ontológicas y epistemológicas. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad que generan el marco en el que prolifera la posverdad? McIntyre nombra tres: a) El declive de los medios de comunicación tradicionales y la relevancia de las redes sociales como instrumentos de información; b) La pérdida de credibilidad de los “expertos” y el aumento del negacionismo científico; c) Los sesgos cognitivos inherentes a la condición humana que abren un abismo entre nuestros deseos y la realidad, entre lo que hay y lo que queremos creer que hay, es decir aquellos vinculados directamente al sesgo de confirmación.
Así, la cuestión de la posverdad no puede entenderse cabalmente si solo se la considera como el epílogo de las polémicas filosóficas tradicionales en torno a la verdad –relativismo (Protágoras), perspectivismo (Nietzsche), pragmatismo (W. James), etc.– o como una gestión más eficaz de la mentira? Por tanto, ¿En qué sentido la posverdad es cualitativamente diferente de la mentira? La respuesta la proporciona Harry Frankfurt en Sobre la charlatanería o sobre la manipulación de la verdad (2005)[5]: El mentiroso sabe que falta a la verdad, sabe que hay unos hechos y que los presenta de una forma incorrecta o falaz (manipulándolo, tergiversándolo, negándolos u ocultándolos). Es decir, asume que hay una verdad. El que dice la verdad y el que miente comparten unas reglas, la diferencia es que uno las respeta y otro las incumple. En el ámbito de la posverdad no importa la verdad, al que dice algo le son absolutamente indiferentes los hechos, lo único que importa es que lo que dice funcione, es decir, consiga su objetivo de convencer a los destinatarios. El que utiliza la posverdad no asume las reglas ni siquiera de una concepción minimalista de la verdad. Y todo esto en una época paradójica en la hay un gran interés por la veracidad (la sospecha de que nos engañan, la exigencia de que nos digan la verdad) y, al mismo tiempo, una desconfianza hacia la propia idea de “verdad”.
Crítico con la posición expuesta, Manuel Bermúdez Vázquez defiende, apelando a la traducción del término inglés post-truth –un adjetivo- que más que de posverdad –un sustantivo- habría que hablar de “mecanismos posverdaderos” o “recursos posverdaderos”, es decir, “mecanismos espurios en las democracias contemporáneas” que consiste en sustituir los razonamientos por las apelaciones emotivas, lo cual significa “la defunción del logos y afianzamiento del pathos”.[6] Para Bermúdez, los esquemas perversos que han adquirido relevancia en las democracias contemporáneas son la demagogia y el populismo, el aumento de las noticias falsas cuya herramienta es internet, el auge de los mecanismos posverdaderos -que conducen a pensar que algo es verdad porque encaja con el sistema de creencias y sentimientos antes que con la realidad- y la ausencia de contenidos vinculados al pensamiento crítico en el sistema educativo.
Juan A. Nicolás plantea que la posverdad no es la clásica mentira, pero tampoco supone una nueva era, ni un fenómeno novedoso: “[…] ambos diagnósticos resultan inadecuados, no por erróneos, sino por unilaterales”.[7] Por una parte, no se trata de la mentira de toda la vida pues los bulos o mentiras ya no se ocultan sino que se defienden sin tapujos mediante la apelación a recursos tales como la noción de “hecho alternativo”. Por otra parte, No estamos en una nueva era ya que siguen existiendo instancias “en las que la verdad sigue siendo explícitamente irrenunciable”.[8]
Por su parte, Ana Belén Hernández Sánchez afirma que
[…] la falsedad, el engaño, se ha convertido en algo habitual, en una característica casi intrínseca de la vida actual, y es tan ubicua que nos encontramos insensibilizados a sus implicaciones […] la posverdad no es más que una elongación de una larga tradición de engaños políticos, manipulaciones mediáticas y propaganda. No hay novedad, tan solo nuevas formas de injerencia social.[9]
La posverdad sería la mentira de toda la vida pero con nuevos instrumentos o herramientas de difusión. Para Guillermo Herrera es un eufemismo o una mentira encubierta:
Lo que viene después de la verdad no puede ser otra cosa que la mentira dulcificada. Es la pérdida de los principios éticos del periodismo actual y su sometimiento a intereses particulares […] La posverdad es sencillamente mentira o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de posverdad, que ocultaría la tradicional propaganda política y el eufemismo de las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda. [10]
Ante la afirmación de Herrera, la pregunta insoslayable es: ¿cuándo existió ese momento inmaculado en el que reinaba la verdad, en que los medios de comunicación eran transparentes, imparciales y desideologizados, en el que se regían por principios éticos de honestidad y veracidad?
Por último, encontramos la posición que ve en la posverdad una estratagema retórica vinculada a posiciones conservadoras y regresivas y con una fuerte carga ideológica que tiene un doble objetivo: a) Justificar que hubo un estado previo a la posverdad en el que la verdad era la norma y b) Legitimar determinados procedimientos ligados más a la esfera del poder que a la de la verdad.
¿Hubo o ha habido un tiempo previo a la posverdad en el que la verdad era la norma? No. La mentira o la manipulación de la información forman parte esencial de cualquier dispositivo retórico comunicativo en cualquier época. La discusión sobre la posverdad establece que hay un espacio discursivo –posverdadero- perverso y otro benéfico o bondadoso –medios de comunicación tradicionales-: que hay formas de discurso falsas y verdaderas. Así, el término posverdad remite a una ficción que pretende desviar “[…] la atención de la lógica del propio sistema de comunicación y de los vínculos estructurales entre verdad y mentira, para centrarla en supuestos reductos de mentira que, por oposición, determinan espacios discursivos intachables y puros”.[11] Al determinar que las redes sociales son el espacio propio de la posverdad, se sugiere que existen espacios de mediación comunicativa libres de intereses y libres de manipulación. De lo cual se extrae la conclusión de que el concepto de posverdad presupone la existencia de reductos discursivos o comunicativos despolitizados, veraces, transparentes y honestos, de tal modo que la mejor manera de combatirlo es una vuelta a un tiempo pasado en el que los mass media operaban bajo el imperativo de la verdad y la objetividad.
¿Qué tipo de sociedad necesita la posverdad –entendida desde cualquiera de las posiciones expuestas- para extenderse? Pascal Bruckner publicó La tentation de l’innoncence en 1995, libro en el que analiza una enfermedad contemporánea a la que, como el título indica, denomina “tentación de inocencia”: “Llamo inocencia a esa enfermedad del individualismo que consiste en tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos, a ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes”. [12]
Vivimos pues en la época de la des-responsabilidad, una época en la que el individuo difícilmente se presenta como responsable de las consecuencias de sus actos, sino que apela a instancias externas, tales como la sociedad, la educación o el carácter para justificarlos. Para Bruckner la inocencia autoproclamada se obedece a dos estrategias: el infantilismo y la victimización. La primera produce la figura del “inmaduro perpetuo”, la segunda, “el mártir autoproclamado”.
El infantilismo dota al adulto de los privilegios del niño. Estos privilegios se concretan en la pretensión de ser sustentado sin ser sometido, en la exigencia de seguridad sin límites a su libertad, en el derecho al paternalismo estatal sin asumir los deberes que exige vivir en sociedad. El infantilismo produce una insatisfacción constante que solo se reduce provisionalmente con el consumismo y la diversión.
El victimismo es tendencia del individuo a concebirse según el modelo de los pueblos perseguidos. Cualquier persona –o pueblo o comunidad- puede considerarse víctima de un atropello actual o del que sufrieron sus ascendientes. La victimización se hereda, así como la culpa. La victimización no es sino otro aspecto de la des-responsabilidad.
Así, nos encontramos instalados en un tipo de sociedad en la que la desvaloración-liberación de la tradición y de la autoridad y la relativización de las creencias, generan un tipo de individuos acríticos, irresponsables e intelectualmente perezosos que buscan refugio en las conductas y creencias mágicas o en los sustitutos irracionales como instrumentos para reducir la insatisfacción perpetua que los define. Es esta sociedad un terreno fértil para que germine la posverdad, entendida como un nuevo fenómeno o como una nueva versión de la vieja manipulación.
¿Qué tienen en común la mentira, la distorsión de la realidad y la posverdad? El objetivo: la intención de manipular a alguien para que crea algo que no es verdad. El mentiroso pasa de la interpretación a la falsificación. Sin embargo, desde un punto de vista cuantitativo –no cualitativo- la posverdad va más allá. No se falsifican los hechos porque estos han pasado a ser irrelevantes (hechos alternativos), así pues no hay nada que interpretar y mucho menos que falsificar (no hay hechos, hay interpretaciones –Nietzsche y el posmodernismo-). La posverdad inventa ficciones que pasan por ser “realidades”. Dice McIntyre: “[…] lo que parece nuevo en la era de la posverdad es un desafío no solo a la idea de conocer la realidad sino a la existencia de la realidad misma”.[13] En definitiva, la posverdad solo acepta aquellos hechos que justifiquen sus afirmaciones y si no hay hechos a favor, entonces se generan los “hechos alternativos”. Es el caso del negacionismo científico que cuestionan la evidencia científica para después acudir a la ciencia en búsqueda de aquello que encaje en sus planteamientos. La posverdad explota estrategias que ya se encontraban en los procedimientos habituales de manipulación de la realidad. Para la posverdad, los hechos se subordinan a nuestro punto de vista, la verdad de una afirmación no es independiente de cómo alguien o algo –un individuo o un colectivo- se sienten con respecto a ella. El mentiroso afirma lo contrario a lo hechos, a la verdad, frente a engañados involuntarios[14], la posverdad es un intento de manipulación de la realidad y supone crédulos voluntarios. La política siempre ha sido mentirosa, lo que ha cambiado es la estrategia manipuladora: ahora, la mentira ya no se disimula porque impera la desvergüenza, los mecanismos posverdaderos son ajenos a la idea de que la mentira es reprobable.
notas
[1] Martín Montoya. “La era de la posverdad, la posveracidad y la charlatanería”. Recuperado de https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/la-era-de-la-posverdad-la-posveracidad-y-la-charlataneria
[2] Lee McIntyre (2020). Posverdad, Cátedra, Madrid.
[3] Manuel Bermúdez. “Posverdad y noticias falsas: esquemas perversos de interferencia democrática”. Monograma. Revista Iberoamericana de Cultura y Pensamiento, nº 8, pp. 17-38. Recuperado de https://revista.proeditio.com/revistamonograma/article/download/3778/4247/10022
[4] Pilar Carrera. “Estratagemas de la posverdad”. Revista Latina de Comunicación Social, 73, pp. Recuperado de 1469-1481. http://www.revistalatinacs.org/073paper/1317/76es.html
[5] Citado por Lee McIntyre, op. cit., p. 84.
[6] Manuel Bermúdez, op. cit.
[7] Recuperado de https://www.ideal.es/opinion/posverdad-alla-bulos-20200329183932-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F
[8] Ibid.
[10] https://almeria.fape.es/que-es-la-posverdad-post-truth/
[11] Pilar Carrera, op. cit.
[12] Pascal Bruckner (2002). La tentación de la inocencia, Anagrama, Barcelona, p. 14.
[13] Lee McIntyre, op. cit., p. 39.
[14] Francesc Arroyo en https://elpais.com/cultura/2018/06/08/babelia/1528468426_618564.html
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Paco Fernández Mengual. Profesor de filosofía. Ensayista. Dirige la revista Individualia (Revista Sin Ideas), fundada en 2013. Anteriormente fue redactor de la prestigiosa revista de ensayo Malleus. Es colaborador habitual también en la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático.
Es autor del libro inédito Albert Camus. Acordes y desacuerdos.
Y ha publicado los libros de ensayo filosófico: ¿Para qué sirve la filosofía? (Editorial Regional de Murcia, Textos centrales, Ensayo)
https://www.casadellibro.com/libro-para-que-sirve-la-filosofia/9788475643007/1036696
y Café y humo en el laberinto. Imposturas y desvaríos aforemáticos (Diego Marín Editor, Murcia).
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