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domingo, 12 de junio de 2022

UNA NOVELA DE HUMOR ("EL BABOSO"). Comentario de Fulgencio Martínez a una novela de Jesús Cánovas/ Revista Ágora digital /Bibliotheca Grammatica/Junio 2022/ Avance de Ágora N. 12

 


 

 

UNA NOVELA DE HUMOR (“El Baboso”)

 

Da gusto abrir un libro y empezar a disfrutar con su lectura desde el primer momento. Así le ha ocurrido a este lector con El Baboso, la última novela de Jesús Cánovas Martínez, publicada en la editorial almeriense Círculo Rojo.

El Baboso es una novela de humor, sin complejo en presentarse dentro de este género narrativo tan inusual hoy en día; esto es ya un dato significativo y revelador de la independencia respecto a las modas y de la autonomía literaria de que hace gala este autor, nacido en Hellín, Albacete (1956) pero que podría haber nacido en Galicia, como Wenceslao Fernández Flores o como Alvaro Cunqueiro, por recordar a dos insignes antecedentes de este prosista de raza, dotado de nervio y gracia que es Jesús Cánovas, quien ya hizo disfrutar a sus lectores con su maestría de juglar narrador en los cuentos que componen la serie de Aires del Sur.

Jesús Cánovas ha escrito un relato donde tienen curso legal, natural, la ironía, la exageración humorística, lo alegórico y el plano más realista, junto con la elocuencia culta, el distanciamiento, lo metaliterario y, a su modo oblicuo, irónico, la autoficción, hoy tan de moda, o sea, lo que casi todos los novelistas han hecho toda la vida: novelar su mundo propio, con un grado más o un grado menos de distancia y creación metafórica. El autor en este libro ha apostado por el humor para no recaer en la pedantería de la novela poética de uno mismo.

El humor a menudo burlón e inocente, rabelesiano, otras ácido y moralmente censor como el de Quevedo, y siempre festivo y chispeante, está perfectamente encajado en una sátira de la subliteratura, y en especial, de la caterva de los poetas.

Para un satírico como el citado Francisco de Quevedo, el autor de Los sueños, los poetas daban mucho juego como objeto de sátira, tanto por sí mismos, como seres humanos desventurados, como por su parentesco si no semejanza más que formal con los locos. Platón y cierta tradición neoplatónica, recogida en el Renacimiento por Marsilio Ficino, relacionó las distintas especies o formas de locura, o manía: en todas, el poeta proporciona un cabal ejemplo.

Es verdad que se puede entender la sátira a los poetas que desarrolla el relato de Jesús Cánovas (él mismo, un excelente poeta, autor de poemarios como Convocada soledad, entre otros títulos poéticos) como en el fondo la sátira de los pedantes; la pedantería andante en literatura está muy extendida -y aquí, se incluirían también a los críticos o simples reseñadores como servidor- pero, tanto o más se cierne el infierno pedante en la política, en la ciencia, en el ecologismo, en los toros, en el fútbol, en la curia, en la Universidad, y paro por no aburrir… Se me olvidaban “las redes”: ahí pupula más la pedantesca condenada grey). Quién no se cree dueño de razones o conocimientos que han de revelarse al público vengan o no a cuento y sin que nadie lo demande (en el doble sentido de este verbo). Porque el pedante no necesita discípulos ni tampoco se siente responsable de lo que comunica. El poeta puede matar a uno o a lo sumo a unos pocos oyentes, con un pliego de malos versos; pero el político, la cantante de moda, la influencer, el periodista de grandes audiencias matan a muchos. El Papa de Roma y Putin el Nerón de Rusia, también. Metafóricamente, se entiende; salvo en el último caso.

Vivimos épocas donde la retórica ya no sigue a la filosofía, tampoco a la ciencia, ni siquiera a la economía. Se habla por hablar, para tener “likes”, para hacer, no discípulos, sino bancos de zombis.

¿Entonces, me pregunto, porqué centrar la carga de la sátira en el poeta, como hace este relato? Pienso que por un segundo tema, del cual la sátira es metáfora, y que también a su modo se encuentra en el poeta, o, para ser más exactos, da con el poeta como figura paradigmática y por ende más propicia al estilete satírico que, como suele, exagera y focaliza aquello que de partida ya es risible para un “sentido común”. Ocurría ya en la comedia de Aristófanes, con el personaje Sócrates (en aquella sociedad ateniense eran objeto de burla los filósofos y buscadores de la verdad). Los poetas, estos otros buscadores, pero de la belleza, incurren muy a menudo en la ficción, o peor aún, en el autoengaño (en su pesquisa ideal se les nubla a menudo el juicio; pero, incluso, cuerdos son vanidosos como niños o como catedráticos, que diría Baroja).

Una caricatura del filósofo es, a su manera, el pedante omnipresente de hoy, al que nos hemos referido arriba. Una caricatura del poeta la proporciona el propio poeta, o subpoeta, como diría el autor de este libro que comentamos. El subpoeta, verdadero objeto de la sátira, es aquel que a los rasgos fantásticos (por decirlo en positivo) del poeta añade la mala calidad moral; o sea, el ser un mal tipo. Y aquí encallamos, finalmente, en el trasfondo de la sátira. Sátira sin moraleja, es verdad. La fábula del libro nos presenta el mundo risible, ridículo, del brujuleo pululante del mal, la mezquindad y la falta de empatía que vienen a esconderse entre las flores bellas de los poetas, pues de siempre al mal le ha gustado pervertir a los ángeles o sublevar a estos, para mejor camuflarse.

El personaje central del libro, Clemente Domínguez, poeta y profesor de Química, es una especie de Fausto continuamente tentado a pasar al bando oscuro para alcanzar la gloria poética. Dos “fuerzas”, aliadas, sin embargo, le ayudan a mantenerse en su humanidad y rectitud. La de su esposa, Tecla, quien primero le apoda con el adjetivo "baboso" (del título del libro), por estar siempre a la sombra del juicio de la secta subliteraria (una de las escenas más hilarantes, se da en los primeros capítulos donde juega la antítesis de ambos caracteres en un diálogo sapiencial, matrimonial, precioso y muy divertido, a lo Conde Lucanor, donde aquí el consejero es Tecla). Y el otro aliado es el narrador, un auténtico canalla delicioso, que emplea un lenguaje desinhibido y, cuando se requiere, culto, incluso erudito y latinoparlante.

Uno de los máximos hallazgos en una novela es la sorpresa -cuando no es fácilmente traída-. Es así que en este relato una de las sorpresas con la que hemos topado sea este rasgo cómico cervantino de que los personajes, sobre todo, los personajes secundarios -que dan mejor esta nota por contraste con su importancia en la acción- se saben dentro de la locura del personaje central (creerse perseguido y a la vez rechazado por la mafia subliteraria); por lo que esos personajes secundarios (una chica de un taller literario, Margarita Follasnovas, o la presidenta de una Asociación de Mujeres convocantes de un premio literario ganado por Clemente) comentan con su mismo lenguaje las obsesiones de este. La suspensión de la verosimilitud que impone la premisa de que todos los personajes participan de un mismo mundo ficcional y reaccionan a los mismos valores y contravalores, es muy sugestiva literariamente (cinematográficamente, la maneja como nadie otro gran humorista, Woody Allen).

Finalmente, el relato, por el canalla de la voz narradora, tiende humorísticamente al género de relato de santos, de hechos de santidad y superación de la acción del demonio. El protagonista se reconoce ante el espejo, reconociéndose a sí mismo, con sus virtudes y defectos, más allá (o tal vez nunca llegue ese más allá) de las burlas y las veras.

 

Fulgencio Martínez

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