LA ESTAFETA ROMÁNTICA
(GABINETE DE CURIOSIDADES ANTROPOLÓGICAS)
"Tú, joven inteligente y lleno de vida, archivarás este como otros sucesos que te he contado, para que los perpetúes si quieres, dedicándote a la enseñanza de gentes y a la extirpación de la ignorancia, el más grande mal que hay sobre la tierra". Así dice un personaje de Galdós, en uno de sus "episodios nacionales", La estafeta romántica, cuya acción se sitúa hacia 1836-37 en plena guerra civil entre carlistas y liberales.
En otros artículos os he hablado ya de algún momento destacado de estos Episodios galdosianos, que voy leyendo a ritmo de tren lento, tren de los de antes: aquellos que te dejaban observar bien el paisaje. Os recomiendo mucho su lectura, sobre todo a aquellos que amáis la lengua castellana. También a los curiosos de las cosas antropológicas de la Historia moderna de España.
Así, en este Episodio, La estafeta romántica, que hace el número 26 (III Serie), encuentro la más viva y dramática recreación de la muerte de Mariano José de Larra, uno de los mayores genios de nuestra literatura, que se suicidó con apenas 28 años.
"Era una lástima ver aquel ingenio prodigioso caído para siempre (...) No podía vivir, no. Demasiado había vivido; moría de viejo, a los veintiocho años, caduco ya de la voluntad, decrépito, agotado. Eso pensaba yo, y salí, como te digo. suspirando, y me fui a ver a Pepe Espronceda, que estaba en cama con reúma articular, que le tenía en un grito (...) el cual, de improviso, dio un fuerte golpe en el brazo del sillón, diciendo: "¡Qué demonio! Ha hecho bien"."
Qué superior estuvo ahí el diestro Espronceda. Antes había una solidaridad, una camaradería de este y del otro lado de la muerte, entre los escritores. Quizá porque escribir en España era estar ya muerto en vida (me refiero a la escritura independiente, no sujeta al dictamen de los partidos ni a los caprichos del público).
En el famoso pasaje del entierro de Larra, en el cementerio civil de Madrid, como saben, se reveló al mundo literario un joven: José Zorrilla, el futuro autor de Don Juan Tenorio.
Pero lo más impresionante de esa escena, para un lector de hoy, es sin duda el detalle antropológico de la despedida del amigo muerto, que tenía lugar unos momentos antes de entregar a la huesa los restos fúnebres. Para ello se destapa durante unos momentos el féretro:
"...la emoción que nos embargó al descubrir el ataúd y ver las ya macilentas facciones del gran satírico, próximas a desaparecer para siempre en la tierra. Aún nos parecía mentira que del primer ingenio de nuestra época no quedase más que aquel despojo miserable. ¡Veintiocho años, Señor, la edad de vivir!..."
Son cosas curiosas para el mundo actual, y pertenecen ya al archivo antropológico: una, la idea del profesor como médico (pediatra) que extirpa el mal de la ignorancia, se supone que a menudo con suavidad, y otras con anestesia o sin ella; dos, la costumbre de mirar a la cara del muerto antes de bajarlo a la tierra, para despedirse de él o de ella, y entender aquello de la seriedad de la muerte.
Seguro que tú, lector, aprovecharías más la novela para añadir otras mil noticias a tu hipotético gabinete de curiosidades sociales, históricas o antropológicas, como, por ejemplo, la forma natural que tenían los románticos de entender el suicidio, la estimación por la educación de la mujer, en vanguardia de la nueva sensibilidad romántica y promotora en su condición de lectora, asimiladora y en algunos casos excelsos, impulsora y pionera de la literatura romántica en España, y, en general, en Europa. Mientras los hombres, los maridos, siguen más "la inercia social" y el clasicismo, o la cartilla vulgar, ojo, hasta que un giro sentimental les saca de su interior, una sensibilidad heroica escondida. No son tan mulos ellos, solo les faltaba el despertador romántico de una contrariedad a la imagen de sí mismos. Ni ellas (ahora, me refiero a las que tenían acceso a la cultura) tan muñecas de trapo; aunque hacia fuera aún tengan que adoptar una pose de "tontería artificial" para protegerse (de los varones y de otras mujeres, metidos y metidas en religión, sensibilidad y costumbres encorsetadas y murmurantes contra las mujeres sabias o las mujeres románticas). Dice un personaje femenino en la narración que comento:
"No solo nos es forzoso disimular nuestras faltas, sino también nuestro talento...la que lo tenga...(...) Es forzoso proporcionarse una tontería artificial. Yo he sido y soy una tonta de trapo; y aunque sé muchas cosas que he aprendido en mis lecturas (y otras que he cursado en mis desgracias) me revisto de una ignorancia deliciosa, que es el encanto de mis amigas. No soy la única que adopta este sistema (...) Rara es la que no se ha creado una representación falaz de su persona para poder vivir; pero en mí el histrionismo es más meritorio que en ninguna, por la enorme distancia entre lo que soy y lo que represento, entre mi ingenio secreto y mi estolidez pública".
La escisión, en el alma romántica, entre el anhelo infinito y la realidad tiene en la mujer una brecha mayor, que tiene que ver con esa necesidad nueva, alimentada por el romanticismo, de ganar por ella misma una imagen pública coherente con la imagen valiosa de sí misma que le han proporcionado su educación y capacidad de asimilación de las experiencias tanto como de la cultura de su época.
Una cierta semejanza y una enorme diferencia, en esta actitud, respecto a las reivindicaciones colegiadas, colectivas y aborregadas de nuestra época, en cualquier ámbito, no sólo en el de la mujer. La abstracción, en este y en otros casos, puede secar el impulso romántico y desenfocar el mérito individual. Se ha acuñado, incluso, el término meritocracia, como denuesto lanzado contra todo aquel o aquella que lucha por que se le reconozca por sí mismo o por sí misma. No me interesa, como lector, nada que venga precedido del marchamo de "feminista", "homosexual" o de un colectivo xy o xx, o xxxy. Sinceramente, me pone un obstáculo innecesario a mi provecho y valoración. Ni Carmen Conde, ni la Nobel Gabriela Mistral, ni Alejandra Pizarnik, la gran escritora argentina de raíces ucranianas, necesitan más motivos que su literatura para ser leídas y valoradas. Ellas como ellos (Miguel Hernández, Neruda, Ezra Pound, Eliot, Céline) tienen igual derecho a ser leídos, y a quedar con el tiempo, en el valor de escritores sin que les ayude a unos el sectarismo imperante ni la etiqueta de comunista, fascista, machista o antisemita, ni a otros u otras sus etiquetas supuestamente contrarias, de feminista, ecologista o de cualquier rasgo "positivo". Almudena Grandes está ahora en las llamas del sectarismo, de doble lengua, de izquierdas y feminista, esperemos que pase pronto al otro lado, y ocupe el lugar que la literatura le otorgue, junto a Rosa Chacel, esta escritora ya considerada entre los mejores novelistas españoles del siglo XX sin que importe mucho su condición sexual ni su ideología.
Murcia, 5 de junio 2022
Fulgencio Martínez
Profesor jubilado, escritor y editor de Ágora
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