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martes, 14 de junio de 2022

EVOCACIÓN DEL INFANTE DON JUAN MANUEL. POR FULGENCIO MARTÍNEZ. DIARIO POLÍTICO Y LITERARIO DE FM/ JUNIO 2022

 


EVOCACIÓN DEL INFANTE DON JUAN MANUEL


Un 13 de junio, pero de 1348, moría en Córdoba el autor del Conde Lucanor, es decir, el primer prosista literario en lengua castellana. Juan Manuel tiene en los albores del siglo XIV la conciencia de ser un autor individual, que escribe, en romance castellano, por vocación de escritor y con la finalidad de que los más que no dominan las letras latinas puedan aprovechar y disfrutar sus libros.

Su tío fue el gran rey Alfonso el Sabio, quien siguiendo la estela de Fernando III y la Escuela de Traductores de Toledo, amplió el proyecto de cooperación de las lenguas de cultura; las clásicas, el latín y el griego, más las lenguas de cultura medievales, además del latín, el hebreo y el árabe, añadiendo a esta suma de perfecciones el humilde romance castellano. Alfonso dispuso una revolución lingüística: que la lengua destino fuera el castellano, no el latín; incluso, más adelante, los textos en árabe, siriaco o hebreo se traducían a veces oralmente por sabios de esas culturas y se escribían, mejorando su literariedad, en cuidada prosa castellana. La lengua castellana, pues, surge, ya desde estos ensayos alfonsíes, como una lengua de cuidada vocación literaria, estética. Eso en cuanto a la prosa, que independientemente de que fuera o no didáctica, debía estar escrita de forma literariamente cuidada y atractiva para el lector. Pero, además: la poesía, por medio de la adopción propia de los modelos de la poesía gallega, provenzal y árabe-andalusí, convertirá a la lengua castellana del siglo XIII y XIV en una maravillosa "fábrica" de belleza y musicalidad. 

Así que, en resumen, la labor literaria que Alfonso X de forma personal desarrolló en poesía con las cantigas, adoptando el aire poético galaicoportugués al castellano, tiene su paralelo en cuanto a la prosa literaria de ficción en la labor de su sobrino don Juan Manuel.

Afrontó don Juan Manuel un destino difícil, pues había de atender a su condición de pleitador y conquistador como caballero, batallador sin tregua contra los moros, contra los otros nobles y contra sus reyes de Castilla y de Aragón, y a la vez sentía fuertemente la llamada de las letras. En ambos mundos destacó y tuvo enemigos animosos y cosechó tantos éxitos como padeció sinsabores e incomprensiones. Aunque en ambos su principal enemigo fuera él mismo; en la vida del guerrero, su propia animosidad exacerbada por la conciencia de su valía; en las letras, su rigor autocrítico, que le hacía cuestionar el decir llano, que era su mejor gala, y aproximarse a otro estilo más oscuro.

Decía de sí mismo que él era hijo de infante. Pues lo fue su padre el infante Manuel, hijo menor del rey Fernando, y hermano de Alfonso. Que su padre estuviera en la línea de sucesión al reino de Castilla y León otorgaba al padre, al infante, y también a sus hijos, un estatus especial dentro de la nobleza. No eran unos nobles más, pero tampoco la monarquía. No podían, pues, transigir con los nobles más avanzados, que pactaban con la burguesía y las villas para llevar adelante el comercio, la Mesta y otras actividades dinerarias. Tampoco podían openerse abiertamente a la monarquía, aunque disintieran de ella. Es así que tanto los infantes como los propios reyes fraguaban pactos de matrimonio entre los infantes y las hijas de los reyes, o viceversa, entre las hijas de los poderosos infantes y los hijos de los reyes, porque no se fiaban estos de la belicosidad de esa clase de la nobleza ni de sus convicciones feudales asentadas, más reacias a cualquier novedad que otros elementos de la aristocracia y que el propio rey y su círculo de poder.

Siempre la contraparte, bien fuera hijo o hija, de rey o de poderoso infante, era menor de edad, en lo que se estilaba por menor de edad en aquel siglo XIII para el XIV. El futuro esposo niño o la futura esposa niña tenía seis años. 

Don Juan Manuel casó en segundas nupcias con la hija del rey Jaime II de Aragón, Constanza, cuando esta contaba con doce años; anteriormente se habían prometido cuando la futura tenía seis añitos y el futuro novio veintiuno. Aquellos matrimonios se forjaban en pro de mantener unidas las nobles genealogías.

La honra de ser hijo de infante era una carga pesada, así la sentía Juan Manuel, porque obligaba a defender el modo de vida feudal, el viso guerrero y la tradición escolástica (Juan Manuel fue protector de las órdenes mendicantes, en especial, de una nueva y potente en el siglo XIII, la de santo Domingo. Su autor preferido en filosofía no fue Avicena ni Platón, sino santo Tomás de Aquino, el genial teólogo y filósofo de la orden de los predicadores, o sea de los dominicos que, como veremos más adelante, le inspirarian con su afán de ser populares en su predicación por medio de ejemplos, refranes y anécdotas que el vulgo podía entender y fácilmente comprender en su sentido analógico e incluso alegórico).

La honra de ser estirpe de infante le obliga a conservar sus tierras y conquistar nuevas posesiones, pues un infante parece que debería ser un portaestandarte real, un adalid, y de ahí casi a ser un buscavidas por su cuenta.

Por otro lado, el contacto con la filosofía, con las letras y las traducciones de Alfonso llevan a Juan Manuel a reivindicarse contra aquellos aristócratas que ven una pérdida de tiempo su dedicación a la escritura. Mejor, dedicarse al ocio y al negocio.

Juan Manuel solo contesta a estos críticos diciéndoles que prefiere perder el tiempo escribiendo y haciendo lo que le gusta, que jugando a dados o dedicándose a cosas viles. Para qué les va a explicar que la cultura que él defiende y que transmite en  la aparente sencillez de sus relatos es un monumento a la visión del mundo ordenada, jerarquizada, lúcida del universo que había de reflejarse armoniosamente en la sociedad sostenida en los pilares de la moral y la teología cristianas que la síntesis del genio del Aquinate había concebido. La literatura de Juan Manuel, que opta por una lengua "llana y declarada" podía hacerle llegar a cualquier oído u ojo, a cualquier oyente o lector, las delicias de la bondad prometidas en la sabiduría, sin necesidad de ser un gran erudito, incluso siendo casi lego, como dice de sí mismo Juan Manuel, quien, sin embargo, dominaba el latín, el árabe, el italiano y el castellano.

 


 En el prólogo de El conde Lucanor dice:

yo Don Johan, fijo del Infante Don Manuel, Adelantado Mayor de la frontera et del regno de Murcia, fiz este libro, compuesto de las más apuestas palabras que yo pude, et entre las palabras entremetí algunos enxiemplos de que se podrían aprovechar los que los oyeren.

 

 (A ver si se enteran los que siguen llamando a esta tierra Región, y no Reino de Murcia)

Mi tierra, Murcia, debe a Juan Manuel un recuerdo a través de los siglos. Alfonso X, su tío, ya quiso crear en la Murcia del siglo XIII el germen de una Universidad, creó la Escuela de Murcia, reuniendo a sabios y eruditos árabes, musulmanes y mozárabes que vivían en estas tierras. El proyecto no arraigó, tampoco en Sevilla, ni en Valladolid, solo en Salamanca. Pero lo importante es recordar el depósito de gentes sabias que contaban en Murcia para el rey. El municipio de Murcia siempre fue rebelde, primero con el rey Alfonso, y luego con el infante, don Juan Manuel, Adelantado de Murcia. Los burgueses del municipio no querían pertenecen a un señorío, menos a las tierras del Marquesado de Villena que ostentaba don Juan Manuel. Se fue Elche de la jurisdicción de Villena,  de las posesiones del Infante. Pero Murcia, a pesar de ponerse a disposición del monarca, la mantuvo don Juan Manuel en su puño. 


 

Sus vaivenes en la amistad con el rey castellano Alfonso XI tuvieron a menudo motivos personales, como fue el repudio a la boda con la niña del Infante Juan Manuel, Constanza, a la que había pedido la mano el rey para tener cerca al Infante, su padre. No solo repudió la boda sino que tomó de rehén a Constanza, quien sería finalmente esposa de Pedro I de Portugal, el que tuvo amores con Inés de Castro. (Un destino también trágico el de Constanza). Pero volviendo atrás, el deshonor hecho por el rey al infante causó a este una ira prolongada que le llevó a atacar al monarca, aliándose incluso con el rey de Granada. La cólera de Aquiles del infante finalmente cesó al pedirle el rey Alfonso XI su ayuda para vencer a los benimerines en la célebre batalla del Salado y la subsiguiente conquista de Algeciras. El infante se sintió recompensado de la afrenta a su estado y su honra no tanto por este hecho de armas feliz sino por el ruego del rey.

Don Juan Manuel, del que otro día diremos con más detalle sus méritos como escritor, era un personaje tan particular, en lo literario pero también en todas sus facetas humanas. Como estadista en sus estados de Villena y Peñafiel acuñó moneda propia, que disputó con aquella de curso oficial de los reinos gobernados por monarcas potentes, como Aragón o Castilla.

                                               Castillo de Moratalla, frontera frente al Islam.
 

Decía que hay tres cosas que todos los hombres saben por instinto, y que no han necesitado aprender porque desde niños la vida o Dios nos las enseña: "llorar, temblar y apretar los puños". El infante era un guerrero que sabía que no hemos venido a este mundo a pasear sonrientes y confiados con un globo en la mano; eso dura lo justo hasta que alguien te lo quita o lo desinfla o ambas cosas.

Su obra inmortal El conde Lucanor la terminó en 1335. Su manuscrito autógrafo lo depósito para ser custodiado en el Monasterio de Peñafiel, con la clara conciencia de que cualquier copia que no estuviera cotejada con ese manuscrita fuese no válida. Tal conciencia escrupulosa de autor sobrecoge hoy, en que casi todo es copiar de una copia de una copia, sin más trámite de autentificación ni verificación.

 

FULGENCIO MARTÍNEZ

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