AFORISMOS DE DIONISIA
Dionisia García ha reunido en El pensamiento escondido, Renacimiento, Sevilla, 2022, sus libros de aforismos: Ideario de otoño, Voces detenidas y El caracol dorado, que preceden al último: Vuelo hacia adentro (Libros del Aire, Cantabria, enero 2022). De sus páginas centrales he elegido unos pocos para los que anticipo este comentario.
Así como el pescador atento vigila constante el corcho que, inquieto, parece que baila, a veces se hunde y, cuando tensa el hilo puede que logre el pez. Me gusta pensar que el aforismo quizá tenga relación con ese pescador. Los peces serían palabras que se mueven continuas, cuyas sombras simulan certezas y todo ocurre bajo las aguas del tiempo.
Dionisia mira a su alrededor, recuerda lo leído y lo visto, parece alejada del papel que tiene a su lado, sin embargo, escribe, a veces borra; la palabra como el pez recién sacado del agua, salta a su lado, luego se aquieta y reposa en la calma del cuaderno. Para de nuevo, vigilante, seguir, con ese lápiz, que semeja una linterna en el túnel del tiempo.
El aforismo es un intento de poner cierto orden; no es resultado, sino método. Mientras se fija sobre el papel, el autor, tiene la sensación de que ha apresado la atmósfera del momento: su descripción, emoción y reflexión, rescatándola del caos, de la prisa, del olvido.
Formalmente ha de ser breve, exacto, elíptico. A veces equivale a una hoja recién caída; otras, se parece a la última fruta que aún permanece en el árbol, también es la nube.
Hay entre los aforismos de Dionisia tantas variantes como ofrece la vida. Encontramos algunos irónicos, humorísticos, como si mostrasen el revés de la historia. Están escritos para ser compartidos, sin embargo, a veces descubrimos algunas piezas extrañas, 37 en la pág. 149, dice así: El amigo que no pude soñar. Se trata de un fragmento, parece extraído de una conversación, todavía tiene el sabor del diálogo, suena a respuesta, una respuesta cuya pregunta desconocemos.
Estos textos conceptistas suelen ser de lectura discontinua, no solo por tratar asuntos diferentes, sino porque asistimos a estados de ánimo muy diversos, de ahí que exijan la detención. En su lectura somos asaltados por la imagen, el final abrupto, la sugerencia, que piden descender del tiempo seguido y, por un momento, reposar en cualquier banco de la estación.
El aforismo se parece a la poesía. A veces entre ellos hallamos poemas desnudos, piezas que en el astillero aguardan los últimos toques del carpintero de ribera o del calafate.
Se trata de un género de sabiduría. Vienen de muy lejos, cuando se viajaba con lo elemental. Proceden de aquellos tiempos clásicos donde el conocimiento se conservaba en frases cuyo contenido era inextinguible.
Dionisia reúne las condiciones precisas para formular aforismos. Como poeta es experta en síntesis; sus narraciones resultan de una observación atenta al mundo; los elementos biográficos suman experiencias; la voz es tranquila y conduce de la mano al que quiere oír; enumera lo fundamental, afronta lo real.
Entre sus textos selecciono algunos que, con carácter sociológico, se pueden considerar inmutables desde que el Génesis nos ofreció el origen de este mundo. La sociedad se repite con variantes:
Quien guarda demasiadas distancias está bien provisto de inseguridades.
A modo de micro-ensayo:
Si un ciudadano común, al que saludamos normalmente, asciende al poder, de inmediato se establece la distancia. Nuestros saludos son entonces singulares. La imagen de estos elegidos, quizá vulgar, la enaltecemos. A través de los siglos así ha ocurrido. ¿Por qué, si el poder nos necesita para ser?
A veces son resultado de una especial observación, muestran la profunda paradoja de la vida:
La envidia es a veces tan sutil y escondida, que el afectado parece que nos quiere.
Otras, no está exento de humor:
La muerte es tan definitiva que si de ella volviésemos nos encontraríamos descolocados.
Antes hemos dicho que el aforismo tiene sus raíces en los clásicos, recuérdese aquel verso de Quevedo, soy un fue, y un será, y un es cansado. Perfecto compendio de la existencia, ¿pesimista?, quizá solo realista.
A este existencialismo al que antes me refería, pertenece el que sigue:
Ir a comprar el pan es tarea grata con olor a comienzo. Si se me concediese una gracia de tiempo en mi hora final, iría a comprar el pan al clarear el día.
Encontramos en él la sinestesia del comienzo, la primera luz del día, ambas coinciden entre esa hora final y el estado de gracia.
Por último, esta ironía:
Venero el tiempo, saco una silla y le invito a sentarse; le insto a dar una cabezada, y ni por esas.
José Luis Martínez Valero
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO. Catedrático de Literatura, poeta, y autor de libros de poemas, de ensayo y de narrativa, como Sintaxis (ed. La fea burguesía), Puerto de sombra (en la misma editorial), entre otros.
REVISTA ÁGORA DIGITAL/ BIBLIOTHECA GRAMMATICA
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