Recuperamos este texto de José Luis Martínez Valero, poeta y lector de poesía, que tiene el acierto de introducirnos con sabiduría y humor en el libro de Fulgencio Martínez. (Gracias, José Luis: "un ángulo, un libro, un amigo...").
LEÓN BUSCA GACELA
Por José Luis Martínez Valero
No
confundir las moscas con las estrellas:
oh
la vieja victrola de de los sofistas.
Maten,
maten poetas para estudiarlos.
Coman,
sigan comiendo bibliografía.
(Gonzalo
Rojas: Victrola vieja)
Conocí a
Fulgencio en la plaza de los poetas de Murcia, es decir, en el
Malecón. Era primavera, porque recuerdo a un joven de camisa blanca
y sonriente, creo que desde el principio nos caímos bien. Ocurrió
en una exposición de cartelones con poemas donde habíamos
participado, fue sobre la guerra de la antigua Yugoslavia. Acto
reivindicativo organizado por Andrés Salom.
En esos
años, Fulgencio, solía visitar algunos bares a los que convencía
de que lo importante no era hacer negocio, ni servir bebidas, eso era
un tópico del oficio, lo fundamental, sin duda alguna, era generar
actos poéticos, lecturas o revistas. Ignoro qué argumentos
utilizaba, pero lo cierto es que, entre tanto inventaba talleres, el
que más le ha durado ha sido el de arte gramático, que,
naturalmente, casi todos han confundido con arte dramático.
De aquel
taller, con rigurosa tertulia, surgió la revista Ágora. En la
primera, minúscula, pero con talante profético, aparecía Woody
Allen anunciando su todavía lejanísima ViKi
Cristina Barcelona. Después lentamente fue
creciendo hasta alcanzar el formato que hace ya años la distingue,
como comprobaremos muy pronto con el próximo, a punto de aparecer,
número 15.
Por aquellos
años, Fulgencio, publicaba poemarios, algunos con carácter
artesanal: La baraja de Andrés Acedo,
Octubre, obra de Jesús Bellón, o el Libro
del Esplendor, atribuido también a Acedo,
autor que sus críticos han confundido con Alfeo, y, según me
consta, tanto uno como otro, son eternos aspirantes al anonimato,
estado último de los grandes poetas.
Entre sus
libros recientes, recordemos, 2006: Cosas que
quedaron en la sombra, excelente libro aún
en la sombra, de ahí que haya tenido que pasar a: León
busca gacela, publicado por Renacimiento,
2009. Sin duda, tocado por la luz. Para celebrar la aparición de
este libro nos hemos reunido aquí. Toda celebración nos lleva al
gozo de estar juntos.
Cómo
advertir a los paseantes que este libro es imprescindible para la
supervivencia de ciertas inquietudes, y también que es necesario,
que es urgente leerlo, porque, León busca
gacela, no ha venido a traernos la paz,
sino la poesía, zozobra que nos mantiene vivos. El poeta se lanza a
la caza de ese lector huidizo, como una gacela, que siendo el otro,
se convierte en el amigo, y, porque es distinto, desea cosas
diferentes de los gustos oficiales, y experimenta. Un libro es una
caja de sorpresas y no me refiero sólo a la novedad formal que
aporta, sino a su desnudo.
Pero, ¿por
qué hemos de leer estos versos? Hay una poesía transparente, dueña
del mundo, que explica todo, que adelanta su interpretación, y
determina el clima emocional, una poesía que cuenta historias en las
que el protagonista siempre es el mismo paladín, dueño de
experiencias únicas. Hay otra, que parece elaborada a oscuras,
fragmentaria, que no renuncia a dejar a medias aquello que sólo ha
visto a medias, porque no hay más que decir.
Este libro,
pertenece a la segunda, reúne momentos de luz y momentos oscuros, en
el que todo es necesario para mostrar una existencia completa:
belleza, reflexión y experiencia.
Con
frecuencia el poeta nos ofrece su testimonio, dice Fulgencio en Vida
escrita:
Qué fría
a menudo/ qué fría la piel/ de esa voces leves/
que dejamos// como signos/ de nuestro paso.
que dejamos// como signos/ de nuestro paso.
Otras
enumera los componentes que debe tener el poema:
Los
poemas que me gustan/ tienen hielo y fuego/ abajo en sus bodegas/ y
encima de sus sílabas/ entretejido el tiempo.
Un soplo
de vida cotidiana/ junto a un aire metafísico/ que seca la boca
después/ de sonreír la inteligencia.
Tienen
ecos invisibles, inauditos/ pasillos en la oscuridad,/ encienden lo
que estaba, / para el ojo, fuera del campo.
Con el El
vaso nos acerca al contenido y a la
forma. Se trata de un texto místico, ese decir no diciendo de Rumi y
de Juan de la Cruz.
León
busca gacela comienza con un alegato contra
la crítica. Como se dice en la entradilla, cuidado con el hombre,
el único animal capaz de memorizar inútiles propuestas, siempre
movido por intereses.
Y así,
avisados, amigos lectores, entramos en esta casa que es el libro.
Recordaré ese sueño en el sueño, en el que aparecen el león, la
gacela, Venus y la Esfinge. O lo que es lo mismo, el ansia del
conocimiento, la belleza escondida y huidiza, la otra, sublimada,
allá en lo alto, y por último, ese misterio por desentrañar al que
llamamos esfinge. Entre tanto el invierno, el ruido, la presunta
victoria, entretienen los días, pero, qué ocurre cuando al poeta
pierde la posibilidad de interpretar lo que ve, cae en la angustia, y
de águila real pasa a torpe albatros con pipa en el pico, burlado
por todos los que le acompañan.
Ahora me
detendré en este texto: Las preguntas
aporrean el cristal. Sucede que se está
poniendo en duda la realidad. Entre tanto, el poeta, permanece en su
beato sillón, quizá el mismo en el que, gozoso y reflexivo, Jorge
Guillén, compuso su particular oda a la vida retirada, alejado de la
angustia de la convivencia. ¿Pero, qué hacer cuando las preguntas
insisten? El poeta confirma: no tenemos
excusa.
Todo libro
es una exploración, el poeta regresa al recuerdo. Vemos ahora los
niños y el colegio, el fin de curso y el eterno verano por fin. El
ansia del conocimiento se ha transformado en el vuelo mágico de la
cometa que nos lleva a la belleza. Pero hay un viento negro, esa
mitad oscura, que encierra el poema.
El
adolescente, descubre al otro, y vuelve a preguntarse: ¿se aprende
de nuestro dolor? Recordaréis aquel 98 que predicaba: a mayor dolor,
mayor conocimiento; pero descubre que la experiencia es quincalla, lo
que de veras le angustia es la experiencia misma, el peso de esa
pedagogía inútil.
¿Qué fue
del teatro del mundo? ¿Por qué o para qué existimos? Recoge los
restos de este espectáculo, los coloca en una bolsa de basura, y
como Sísifo se aplica a representar sobre las tablas una y otra vez
la misma comedia sin sentido.
León
busca gacela está estructurado como el
relato de un proceso, proceso de búsqueda, de ahí que dé cuenta
del instante en el que se alcanza el primer verso logrado, negro
sobre blanco, homenaje a César Vallejo, con sabor a Quevedo, o a
poema recién hecho de Gonzalo Rojas.
Si es
verdad, que todo libro comienza por el final, en éste, aunque se
abre con la belleza, acaba por la llegada al infierno de lo
cotidiano, que cobra un tono profético, ahora de modo directo se
refiere a los que vienen en cayucos, a los tibios impasibles, a los
centros comerciales, catedrales sin culto y al exterminio. Porque el
poeta no escribe para liberarse de sus fantasmas, sino para que sus
fantasmas pueblen el mundo.
Y ya que,
doscientos años después, escribir en Europa no es llorar, sino dar
patadas a un bote, como un niño, para llamar la atención, lo que
confirma sarcásticamente la misma escasa audiencia. Si escribir es
ordenar las ideas, leer es un ejercicio aun más peligroso, porque el
lector se compromete.
Hasta aquí
la misión del presentador, que debe consistir en no decir, llegar
al silencio, para que asistamos a las palabras de Fulgencio, porque
sólo el poeta está en sus poemas. Gracias a Acedo, a Alfeo, a
Fulgencio, por este libro, que todos, sin duda, vamos a disfrutar.
Que empiece su lectura, Amigos, embriagaos de poesía.
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