El nuevo papa ¿Ha de parecerse a Mourinho o a Cristiano? Voto porque se parezca a Cristiano.
OÍDO Y LEÍDO CON ATENCIÓN
Fuente: Televisa |
Entre
lo oído o leído, últimamente, hemos recogido dos lugares para
comentar. El primero se refiere a la renuncia del todavía Papa
Benedicto XVI. Sorprendente noticia, sin duda; que ha dejado
un reguero de declaraciones y artículos de dudosa clasificación
dentro de un determinado género oratorio o literario. Unos, a medio
camino entre el panegírico, el ditirambo y la oda heroica (según el
tono en que se da incienso al vivo); y otros, bordeando la oración
fúnebre laudatoria (aunque, en este caso, no se dan las condiciones
del tránsito o "exit" del sujeto del discurso). Alguno de
esos artículos, de tono ditirámbico apenas contenido, glosa la
noticia de la renuncia de Joseph Ratzinger con una ampliación del
tema, y pone el foco de atención en el futuro período vaticano de
"sede vacante". El articulista se plantea y resuelve él
solo cuál debería ser el perfil del nuevo Papa de la Iglesia
católica, o sea, universal. "Necesitamos un Papa que se
parezca a Mourinho", concluye dicho articulista, un
brillante escritor de este periódico ("La Opinión").
Le comentaba yo esta perla a un amigo
mío, católico de base, y me respondía él, sin conseguir dominar
su gesto de indignación: "Lo que necesitamos es un Papa que se
parezca a Cristiano".
El otro lugar que he recogido es, en
cambio, una cita oída: "No he cumplido mis promesas
electorales, pero, al menos, tengo la sensación de que he cumplido
mi deber". De antología, si reparamos en todo lo que
manifiesta; en las palabras dichas, y también en el subtexto: lo
supuesto y no expresado. Ya sabrán que me refiero a unas
manifestaciones del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy,
habitual en estos comentarios míos como "el Imperio
austrohúngaro" en la filmografía de Berlanga (el genial
director de cine confesaba que no podía remediar meter esa mención
al Imperio austrohúngaro en cualquiera de sus películas, viniera o
no al cuento del guion).
Analizándolas, uno no puede sino
admirarse de la candidez de conciencia tan laxa, que diría un
moralista. Ahora, resulta que no es un deber cumplir una promesa.
Consolarse de no haber cumplido una promesa por haber cumplido el
deber, supone que la primera no obliga y el segundo, sí. Para
cualquier persona normal, en cambio, las promesas que hace le obligan
también, son asimismo deberes contraídos -por lo general,
voluntariamente- hacia alguien, para quien se emite el enunciado de
la promesa. La prueba de que obliga, de que el enunciado es
ilocutivo, consiste en que una promesa es más que una simple
palabra: implica una acción que repercute sobre el que la recibe,
haciendo que éste espere y postergue su exigencia actual hasta un
plazo futuro. Contraer una promesa es, por tanto, contraer un deber,
porque se entiende que en ella hay un compromiso sincero por ambas
partes: el emisor y el receptor; un convenio tácito en que ambos se
ponen de acuerdo para adecuar sus conductas desde el momento de la
promesa: quien la hace se compromete a actuar en adelante para que se
pueda cumplir, y quien la recibe, a su vez, se compromete a no exigir
una satisfacción inmediata, sino a postergar, como he dicho, su
exigencia... en un plazo moderado, no "ad calendas graecas",
o "sine die".
Ocurre, sin embargo, que no todos los
deberes los podemos cumplir al mismo tiempo, y hemos de elegir cuáles
cumplimos, por ser más perentorios, traernos peores consecuencias su
incumplimiento, o porque sentimos que nos obligan más, muchas veces
porque son deberes que no hemos voluntariamente asumido. Prometer a
un amigo ir al cine podemos incumplirlo si el jefe nos obliga a
trabajar esa misma tarde. Pero también puede darse lo contrario: una
promesa -por ejemplo, a un ser querido, a una madre- puede mandar a
paseo cualquier otro deber.
En suma, que mejor hubiera quedado
nuestro Presidente si hubiera dicho: no he podido cumplir todos los
deberes, pero al menos me consuela el haber cumplido alguno.
Pero, ahora que lo pienso: ¿a qué
deber o deberes cumplidos se refiere? ¿No sigue apelando a la
promesa de cumplirlos en un futuro? O sea, que el Presidente reconoce
no haber cumplido una promesa cuando ya está vendiéndonos otra,
subrepticiamente. ¡Estos políticos!
Fulgencio
Martínez
Profesor de
Filosofía y escritor
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