Recuperamos un artículo de Francisco Javier Díez de Revenga, catedrático de la Universidad de Murcia, sobre el libro Prueba de sabor, de Fulgencio Martínez, publicado por Renacimiento en septiembre de 2012.
Prueba de sabor, de Fulgencio Martínez, por Francisco Javier Díez de Revenga
PRUEBA DE SABOR Viernes, 28 de septiembre 2012. La Opinión de Murcia. Suplemento Sinfín. Literatura. Crítica del Profesor Francisco Javier Díez de Revenga. Universidad de Murcia
Fulgencio Martínez (Murcia, 1960) acaba de publicar un interesante libro de poesía, titulado Prueba de sabor, que Renacimiento ha editado en Sevilla.
Fulgencio Martínez es profesor de filosofía y su palabra poética se
halla prendida inevitablemente a una reflexión de la existencia que no
es la habitual en la poesía actual. Fundamentada en un análisis de la
realidad por medio del conocimiento y de la reflexión, traspasa con
facilidad los límites habituales de la actual lírica, tantas veces
superficial y entusiasmada por los virtuosismos formales, para
profundizar en una indagación de mundo y vida que logra interesantes y
originales resultados a través de sus representaciones poéticas.
El libro ha sido prologado por Maximiliano Hernández Marcos, poeta y profesor de Filosofía en la Universidad de Salamanca, y las consideraciones que nos ha ofrecido en unas breves páginas iniciales son pertinentes para entender, desde la perspectiva de la filosofía, un mundo poético, sin duda complejo. Le interesa al prologuista un concepto que Fulgencio Martínez acuña al titular la primera parte del libro, la más extensa, Los paseantes (Poesía cívica en modo de elegía). Se trata entonces del concepto de poesía cívica, que Maximiliano Hernández justifica al señalar que «su apuesta nace ciertamente del convencimiento personal acerca de la raíz y alcance morales del hacer poético, de esa exigencia –tan machadiana– de una palabra en el tiempo que hoy se presenta ante todos nosotros, viva y saludable, con la humildad concreta, también con la esperanza de ser “la palabra con que vencer el miedo”. Se trata por eso de una apuesta que no opera en el vacío del esnobismo estético o de la afirmación individual, sino que aspira más bien a hacerse eco de una necesidad de la época y, en este sentido, cuenta con una justificación histórica innegable.»
Por eso no puede pasar inadvertido el poema que abre el libro, constituido en forma de «introducción: prueba se sabor y afinación del gusto» y titulado Poética de emergencia social Tras este poema, se desarrollarán las dos partes del libro, la antes citada y el Epílogo jocoso, Meae nugae, al que más adelante nos referiremos. Porque ahora nos interesa reparar en esa poética de emergencia social que anuncia un libro que apura al máximo los límites de la comprensión de un mundo complejo y adverso entre desafíos, decisiones, sentimientos, nubarrones de angustia y marejadas. Pero al poeta le importa ante todo encontrar su segundo lector para comprometerlo en esta nueva visión del mundo de hoy, primera década del veintiuno, en el que el poeta cita a su lector y lo invita a la ceremonia de la censura y comprensión de un mundo convulso, encenagado en la trivialidad, desorientado en su acceso a un humanismo contemporáneo anulado y desaparecido.
El prologuista ha anotado muy bien lo complementarias que son las dos artes del libro, cuando ha señalado que «Fulgencio Martínez ha querido dejar nítida la novedad poética de Prueba de sabor en la estructura misma del libro, que consta de dos partes: “Los paseantes” y “Epílogo jocoso”. Con ello nos ha proporcionado una muestra de dos formas o variantes literarias de la poesía cívica: la elegía y la sátira cómica. O mejor: nos da a entender que la poesía cívica puede oscilar entre lo elegíaco (“poesía cívica en modo de elegía” reza el subtítulo de la primera parte) y lo cómico.
Porque, en efecto, en la segunda parte con el recuerdo de las meae nugae (mis naderías) de Catulo y la evocación de las palabras del gran Horacio, (¿qué me impide decir la verdad riendo?), Fulgencio Martínez se interna en el otro género lírico de la poesía clásica por excelencia, la sátira, presidiada en esta ocasión por su sano sentido del humor con Agustín de Hipona, Guillén Peraza y Homero, sombras que se deslizan en el espacio jocoso de una censura no exenta de un notable desencanto. Esas naderías de Catulo, ese concepto de la poesía como pasatiempo va mucho más allá y traspasa los límites de lo jocoso para convertirse en una sátira de nuestro tiempo, tan comprometida como contemporánea.
Fulgencio Martínez consigue en Prueba de sabor confirmar la originalidad de su mundo poético y logra, en definitiva, renovarlo con nuevas propuestas al mismo tiempo que revitaliza con su verso libre, bien construido y elegantemente acompasado, revitalizar géneros líricos últimamente muy anquilosados por las reiteraciones inmovilistas, como es el caso e la elegía, y un tanto olvidados, a pesar de su fuerza y tradición clásica, como lo es la sátira, aprendida directamente, en sus modos y formas, de los más excelsos poetas latinos.
El libro ha sido prologado por Maximiliano Hernández Marcos, poeta y profesor de Filosofía en la Universidad de Salamanca, y las consideraciones que nos ha ofrecido en unas breves páginas iniciales son pertinentes para entender, desde la perspectiva de la filosofía, un mundo poético, sin duda complejo. Le interesa al prologuista un concepto que Fulgencio Martínez acuña al titular la primera parte del libro, la más extensa, Los paseantes (Poesía cívica en modo de elegía). Se trata entonces del concepto de poesía cívica, que Maximiliano Hernández justifica al señalar que «su apuesta nace ciertamente del convencimiento personal acerca de la raíz y alcance morales del hacer poético, de esa exigencia –tan machadiana– de una palabra en el tiempo que hoy se presenta ante todos nosotros, viva y saludable, con la humildad concreta, también con la esperanza de ser “la palabra con que vencer el miedo”. Se trata por eso de una apuesta que no opera en el vacío del esnobismo estético o de la afirmación individual, sino que aspira más bien a hacerse eco de una necesidad de la época y, en este sentido, cuenta con una justificación histórica innegable.»
Por eso no puede pasar inadvertido el poema que abre el libro, constituido en forma de «introducción: prueba se sabor y afinación del gusto» y titulado Poética de emergencia social Tras este poema, se desarrollarán las dos partes del libro, la antes citada y el Epílogo jocoso, Meae nugae, al que más adelante nos referiremos. Porque ahora nos interesa reparar en esa poética de emergencia social que anuncia un libro que apura al máximo los límites de la comprensión de un mundo complejo y adverso entre desafíos, decisiones, sentimientos, nubarrones de angustia y marejadas. Pero al poeta le importa ante todo encontrar su segundo lector para comprometerlo en esta nueva visión del mundo de hoy, primera década del veintiuno, en el que el poeta cita a su lector y lo invita a la ceremonia de la censura y comprensión de un mundo convulso, encenagado en la trivialidad, desorientado en su acceso a un humanismo contemporáneo anulado y desaparecido.
El prologuista ha anotado muy bien lo complementarias que son las dos artes del libro, cuando ha señalado que «Fulgencio Martínez ha querido dejar nítida la novedad poética de Prueba de sabor en la estructura misma del libro, que consta de dos partes: “Los paseantes” y “Epílogo jocoso”. Con ello nos ha proporcionado una muestra de dos formas o variantes literarias de la poesía cívica: la elegía y la sátira cómica. O mejor: nos da a entender que la poesía cívica puede oscilar entre lo elegíaco (“poesía cívica en modo de elegía” reza el subtítulo de la primera parte) y lo cómico.
Porque, en efecto, en la segunda parte con el recuerdo de las meae nugae (mis naderías) de Catulo y la evocación de las palabras del gran Horacio, (¿qué me impide decir la verdad riendo?), Fulgencio Martínez se interna en el otro género lírico de la poesía clásica por excelencia, la sátira, presidiada en esta ocasión por su sano sentido del humor con Agustín de Hipona, Guillén Peraza y Homero, sombras que se deslizan en el espacio jocoso de una censura no exenta de un notable desencanto. Esas naderías de Catulo, ese concepto de la poesía como pasatiempo va mucho más allá y traspasa los límites de lo jocoso para convertirse en una sátira de nuestro tiempo, tan comprometida como contemporánea.
Fulgencio Martínez consigue en Prueba de sabor confirmar la originalidad de su mundo poético y logra, en definitiva, renovarlo con nuevas propuestas al mismo tiempo que revitaliza con su verso libre, bien construido y elegantemente acompasado, revitalizar géneros líricos últimamente muy anquilosados por las reiteraciones inmovilistas, como es el caso e la elegía, y un tanto olvidados, a pesar de su fuerza y tradición clásica, como lo es la sátira, aprendida directamente, en sus modos y formas, de los más excelsos poetas latinos.
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