LA OCIOSA CLASE SENATORIAL
Diario político y literario de Fulgencio Martínez, donde se habla de lo divino y de lo humano / 31
En
la antigua Roma vivían como dioses. Eran la clase senatorial, de las
mejores familias patricias. A pesar de eso, repartían su tiempo
entre el negocio y el ocio. Al negocio le dedicaban la mañana:
consistía, sobre todo, en asistir al Senado. Por la tarde, después
de la hora sexta (tras descansar la siesta) cultivaban el ocio.
Hay
que decir que en los asuntos políticos y prácticos de la mañana
empleaban los senadores toda su energía. Los últimos, los
prácticos, domésticos, los despachaban pronto, a hora prima:
recibir el saludo de los clientes, informarse del estado de las cosas
en sus lejanas y extensas propiedades, que incluían villas y
tierras, en provincias como Hispania. Los senadores eran
(económicamente hablando) los grandes terratenientes, los dueños
materiales de los territorios conquistados por Roma.
Efectuado
ese despacho particular, los padres de la patria se ocupaban de los
asuntos de Estado a brazo partido; la cosa pública les exigía toda
su concentración durante gran parte de la mañana; discusiones y
debates intensos sobre disposiciones y leyes, para el control de la
república, les tenían azacanados, levantándose y sentándose en
sus duros escaños de piedra.
Con
el tiempo, por evolución natural, o por degeneración (según el
cristal con que se mire) surgió la ociosa clase hispánica del
senador, tipo Luis Bárcenas.
Este buen padre de la patria, e hijo de la cepa hispana, ha sido
senador, representando a Cantabria, por el Partido Popular. A la
sazón, mientras ejerció Bárcenas su cargo en el Senado, era
presidente de la Comunidad cántabra Miguel Ángel Revilla,
que ha contado (recientemente en televisión) que lo vio solo una
vez, en el aeropuerto de Madrid, y que le dijo a Bárcenas, con
finas palabras, sinvergüenza, porque no le conocía ningún pasiego
ni el senador había pisado nunca su circunscripción.
Entre
el manejo de otros asuntos ocuparía el senador Bárcenas su jornada
de negocio.No debía estar poco ocupado. Como émulo de aquellos
terratenientes romanos y senadores, se dedicaría a la dirección de
sus posesiones en Argentina, un finquita de nada, La Moraleja, de la
que se ha informado que Bárcenas era dueño junto con otro antiguo
dirigente de la tesorería del PP; y para la cual le concedió el ICO
un préstamo millonario. ¡Qué suerte tienen algunos emprendedores,
y qué bien miraba el otrora Instituto de Crédito Oficial por las
inversiones en España!
Al
exsenador le debía absorber ese asunto y por supuesto otros que el
lector ha conocido, pero no Rajoy
- el presidente del Partido del que Bárcenas fue tesorero, y
militante, pero solo hasta que fue expulsado del mismo y, por
cortesía rara con un expulsado, siguió manteniendo coche oficial,
despacho en su sede, cobertura de la minuta de sus abogados y
guardaespaldas.
En conclusión, el senador
-¡pobre!- no pudo sacar nada de tiempo para su dedicación al
Senado. A pesar de lo cual cobró por su escaño una buena paga
durante el tiempo en que no se dedicó a ejercer su trabajo en la
cosa pública. ¿Debería devolver Bárcenas su sueldo de senador?
Junto a esos millones de euros suizos, de dudosa catadura -o
caradura- no vendría mal a la economía española recuperar el
sueldo no merecido de un senador absentista.
Esa desatención a su
cargo público es otro fleco de la corrupción en la que se mueven
algunos políticos como en su medio natural. Si a un parado que cobra
el desempleo y acepta, por caso, un trabajo de fin de semana, la ley
le obliga a devolver todo el subsidio, más a pagar una multa por la
infracción, aquí no todos somos iguales.
Publicado en La Opinión de Murcia, 29-1-2013
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