AL LECTOR:
El pasado día 17 del corriente recibí en mi buzón virtual la siguiente carta, a la que respondí en los términos que después veredes.
CARTA DEL QUIJOTE MUY APÓCRIFA
Queridos amigos, más amigas que amigos:
He pensado mucho en vosotros desde este rincón apartado de la Biblioteca en el que me encuentro. Han pasado ya algunos años desde mi centenario y los lectores me han vuelto a colocar donde reposaba. Quizá dentro de otros muchos años, con las segundas partes, me recupere.
Me diréis que no hago ningún esfuerzo por promocionarme, que no me actualizo, tal como ocurre con esas películas de éxito que se rehacen con otros actores, como si la lectura fuese cuestión de “marketing”. No me mueve promoción alguna para mi persona, cuyo destino está trazado definitivamente, ni promocionar esta tierra hermética y llana que parece hecha para mostrar al desnudo las pasiones de los hombres, tierra bella por sus cielos abiertos, también parca, donde el sol derrite todo lo que toca y no hay donde guarecerse en los crudos inviernos.
No, no estoy enfadado con el mundo, soy hombre pacífico, acostumbrado a las adversidades, siempre junto a los vencidos, los presos, los perseguidos, es decir soy humano y amante de la libertad.
Si me leyeseis, seguro que os gustaría, pero no voy a insistir en algo en lo que han fracasado cientos de años otros más preparado que yo, aquí, ya se sabe, somos de poca lectura y menos acción, os recordaré lo que dice el bachiller Sansón en la segunda parte de mi libro sobre su lectura: es tan clara que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran.
Os diré que yo mismo, ahora que Sancho no me oye, anda en la cocina peleando con mi sobrina, sonrío cuando recuerdo alguna aventura en la que me he metido, otras os aseguro que, aunque parezcan sandeces, volvería a hacerlos una y otra vez, porque con la fuerza de mi brazo y el amor que me guía sería capaz de trasladar montañas, lo que no quiere decir que pueda mover un solo centímetro la manera de ser de los hombres y mujeres de esta nuestra tierra. Hay que vivir con nuestras verdades y nuestras mentiras, que no son sino otra forma de verdad, quizá más soñada que pensada.
Mis experiencias han dado mucho que hablar, creo que no existe ningún libro en el que sus acciones inclinen al lector a la meditación. De ahí que cuando se quiere tratar sobre la existencia del hombre, la libertad, la apariencia, la realidad, el ideal, lo real, el amor, la humanidad, siempre se refieren a mí.
Hace meses que no leo libros, desde que perdí la biblioteca en aquel lance mágico, ahora he de valerme de mis recuerdos. Si tuviera que inventar una palabra para definirme diría que pertenezco a los hijosdelibros, tal como otros son hijosdalgos.
Muchos de mis lectores me tienen por loco, piensan que porque me entusiasmen los libros de caballerías y porque mantengo su código, soy un iluso. Lo que ocurre es que no se han percatado de que el mundo para que exista, necesita determinadas reglas.
Hoy en la civilización globalizada en la que nos movemos, suele ocurrir que el que defiende su casa con uñas y dientes, no tiene inconveniente alguno en entrar a saco en la de su vecino y no dejar títere con cabeza. Este desequilibrio siempre lo achacamos a los otros, para así no ver la viga en el ojo propio. La deformación es esencial a la hora de enfrentarse a la realidad. El mundo no lo contemplamos tal cual es, sino a través de la lente de nuestras pasiones, de tal modo que vemos lo que queremos ver, yo ya lo he dejado bien claro en el episodio del yelmo de Mambrino o la bacía del barbero.
Y basta por hoy, que cada lector saque sus conclusiones, ya sabéis donde encontrarme. Espero haber cumplido el encargo que me hizo nuestro paciente Fulgencio, pues tengo el convencimiento de que si se empieza con una carta, probablemente lo dicho llegará a vuestro destino.
Cordialmente vuestro
Don Quijote, también caballero de la Triste Figura.
P.S.- Lo olvidaba, Sancho con su peculiar manera me dice que: No por mucho madrugar, amanece más temprano, y al que Dios se la da, san Pedro se la bendiga, pues a todo cerdo le llega su Sanmartín, y al buen callar llaman Sancho.
Debo confesar que sigo sin entenderlo, pero hay quien dice que en él está la verdadera sabiduría.
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