Y TAMBIÉN SE VIVÍA, DE JESÚS LÓPEZ GARCÍA. NOTAS DE LECTURA
Por José Luis Martínez Valero
Jesús López García
Y también se vivía
Novela
Col. Bigornia
Ed. Gollarín, Caravaca de la Cruz, Murcia 2017
El libro de 360 páginas se acompaña de DVD
“con las voces, imágenes y músicas que llenaron la vida
de un mundo rural que se fue hace ya algunas décadas”.
Más información en editorial Gollarín:
https://gollarin.com/libros/y-tambien-se-vivia/
(Este texto lo compuse para la presentación del libro en la Biblioteca Municipal de Molina de Segura. Fue acompañado por “Aguilanderos” de Nerpio)
Voy a empezar por el motivo de que este libro se presente hoy en Molina:
El Hornico estuvo a punto de irse al suelo por completo. De ahí se fueron casi todos hace como treinta años. Se fueron a Caravaca y a Molina de Segura la mayoría.
El libro por su peso, pastas duras, editado por Gollarín, idea y obra de Paco Marín, resistente al olvido, está hecho para durar. Dibujos a lápiz de Pascual Adolfo Salueña, minucioso como realista, simbólico, casi surrealista, evocador y poético.
Más un DVD con imágenes de los lugares, montes, ramblas, árboles sembrados, se oyen las voces de algunos informadores y canciones.
Cada vez tengo más claro que nuestra vida es circular, quiero decir que estamos hechos para volver. Jesús López García es el autor de este libro, ha sido profesor, oficio que comparto; mis abuelos por parte materna eran de Nerpio, tierra que aparece, algunos de mis amigos también son amigos de Jesús. Me alegra estar hoy aquí para hablar de este libro que nos conduce al origen. Una lectura gozosa, pese a que trate sobre la desaparición de una forma de vida.
Más que un libro parece una larga conversación mantenida en un duro invierno junto al fuego, en cualquiera de esas posadas o cortijos que visitan sus personajes, mientras afuera la nieve o la lluvia arrecian. Jesús utiliza el término científico y la palabra terruñera, especie de onomatopeya de la tierra, transforma la línea en espacio, la dota de relieve y así parece que lo acompañamos. Se trata de una lengua que alcanza la transparencia. El sentido pictórico de la lengua hablada en Murcia lo vemos en Vicente Medina, cuando para describir la belleza de una mujer, define: como un dibujico. Huimos de las abstracciones, así de algo enmohecido decimos que está florecido, a las bombillas de la luz llamábamos peras.
Jesús es historiador y geógrafo, el buen historiador se documenta, y así para saber ha recorrido montes, ramblas, cultivos, ganados, árboles, sendas, construcciones, actas, periódicos, testigos, ruinas, herramientas, costumbres y fiestas, ha dado voz a estos lugares enmudecidos por el paso del tiempo.
El lector asiste a la repercusión en estos campos de la República, de la guerra y de la larguísima posguerra. Las ondas, que sacuden el país, de un modo o de otro llegan a estas gentes, así, sindicatos y cooperativas, destrucción de santos y quema de capillas, los terribles hombres del lazo, encargados de capturar a los desertores, los topos, huidos de la guerra y después, los maquis y emboscados, la guardia civil, el estraperlo, la burra, la bicicleta, la moto, el primer camión, y finalmente los tractores.
Como profesor, Jesús, se sirve de la Pedagogía de la alusión, que Ortega y Gasset considera fundamental en el buen maestro, la encontraréis en sus Meditaciones del Quijote, dice así: Quien quiera enseñarnos una verdad que no nos la diga: simplemente que aluda a ella…
Si tuviese que poner título a estas notas, sin duda, sería: ¿Ubi sunt? Ese tema elegíaco que quedó fijado para nosotros en Las coplas de Jorge Manrique. En el libro no hay menosprecio de corte, ni menosprecio de aldea.
Este
libro se titula: Y también se vivía,
palabras que resumen la adaptación al medio de Darwin y el ascetismo
senequista. ¿Qué pretende este libro?
Mostrar que la existencia es un milagro y que vivirla en determinados sitios ha
sido, sin duda, otro milagro. Dar a
conocer que aquellos hombres y mujeres,
al seguir el ritmo de las estaciones se incorporaban al ser de la tierra, y sus
alegrías y tristezas venían marcadas por la luz del sol, por las cosechas, la lluvia, el nacimiento y
la muerte. Vida que ha sido real y durante siglos ha creado unos vínculos, ha
mantenido costumbres, alimentación, modos de trabajo, vocabulario, concepción
del mundo, que han constituido una filosofía, conjunto trascendente que se
define como cultura. En el libro asistimos al fin de esa cultura, está dirigido
a nuestra conciencia, leerlo compromete.
El narrador y su amigo Prudencio, especie de alter ego, son comparables a las figuras de Don Quijote y Sancho, tras un diálogo que quizá enuncie el contenido del capítulo conocemos a los personajes. Ambos se distancian emocionalmente. El narrador, que en absoluto pretende tomar a broma aquello que va a relatar, utiliza un tono distendido, descreído iconoclasta, quizá para advertir al lector sobre el peligro de toda memoria,
Jesús recorre las tierras que comprenden el norte de Caravaca, Moratalla, Campo de San Juan, La Puebla de Don Fadrique, Santiago de la Espada, Nerpio. Enclave en el que coinciden cinco provincias: Murcia, Almería, Albacete, Granada y Jaén, y se detiene, no en los núcleos de población que el tiempo ha transformado, sino en aquellos que la historia borra, asistimos a su particular peregrinación en busca de lo que fue.
Uno puede pensar que Secundino, y Genaro, porque se mueven son los protagonistas, de profesión buhoneros, estraperlistas, compradores de lana, cortezas de pino, pieles, pasan de la mula al carro y del carro a la furgoneta, con los que atravesamos la historia del veinte, hasta la desaparición de oficios, cultivos, cortijos, ganado, casas y caminos.
Sin embargo, sobre las ruinas, como en un palimpsesto, descubrimos el modo de vivir, cómo era la casa, cómo se alumbraban, como cocinaban, como combatían el frío, dónde dormían, también cómo hablaban, se relacionaban con los vecinos y cómo se divertían. El tiempo ha reducido a los habitantes de cortijos, caseríos y pequeños pueblos a fantasmas. Y los vemos como en un sueño, a través de la niebla de los años. Jesús, al dar voz a estos parajes, les da vida, y el lector siente que todos descendemos de aquellas gentes, que sus sentimientos son los nuestros.
En ese mundo ágrafo, la palabra de los hombres, tenía un valor. Contrariamente a lo que solemos decir: las palabras no se las lleva el viento, aquellas palabras eran tan solemnes y sagradas como sus montes, realidades agrestes, pero inamovibles.
Permitidme que cuente algo. Recuerdo que, de camino a Letur, en septiembre del sesenta y dos, me trasladaba desde Calasparra a Socovos y Férez, después en camión me llevarían a Letur y de Letur a La Abejuela, donde debía tomar posesión de mi escuela. Hacía calor y todos íbamos en mangas de camisa, supongo que podía ser el tiempo de los níscalos, y yo ignoraba totalmente qué cosa fuese aquello, como tenía poco más de veinte años, y no era de los habituales, la gente en el autobús trataba de contarme algunas cosas del campo, por mi parte preguntaba continuamente. Todos hablaban de los níscalos. Había un hombre como de unos cuarenta años, que intentó explicarme cómo eran, nunca he vuelto a tener una comunicación como aquella, fijos sus ojos en mí, tras describir los árboles, las plantas, la luz y el terreno, de repente me mostró un níscalo, no es que lo tuviese en su mano, os puedo asegurar, no sé cómo, pero me lo hizo ver sobre la tierra negra.
Con la lectura de este libro, he recordado El viaje a la Alcarria, donde Cela recupera el procedimiento de andar y ver, descubrimiento del paisaje, iniciado por nuestros escritores del 98. Ellos buscaban la identidad, Machado en la encina encontraba el ser de España, Cela en sus viajes pretende mostrar la vida real en contraste con la oficial. ¿Qué descubrimos en este libro? Que esta tierra que pisamos es parte del planeta, Y que cada uno es cada uno, y nadie es más que nadie.
A veces es la propia tierra la que habla, Baroja decía que no somos hijos de la tierra, sino que somos la tierra misma que piensa y siente.
Veamos cómo describe el autor de Y mientras se vivía:
Verdaderamente, Fotuya se forma con tres cortijás que se suceden debajo de otra tanda de cenajos que cercenan lanchares a tajo, hasta pasado Hondares. Encima de los cenajos están ya las cortijás que pertenecen a Benízar, desde Las Lorigas, a las Casicas del Portal. (p. 170)
Es como si la geología hablase. El ritmo es oral. La sonoridad tajante de la jota: cortijás, debajo, cenajos, tajo, favorece el carácter pictórico del texto.
Se anda y se ve a través de las palabras. Quedan los nombres que diría Jorge Guillén. Así Jesús gusta de las enumeraciones:
Luego iba al Cuarto Nuevo y a Vista Alegre, que tenía tres pisos, o Los Ratones, Las Tiesas, Los Patiños, La Toscana –una finca de siete pares de mulas y con buenos riegos-, El Condado, Casablanca de Arriba, Cerro del Cántaro, Lóbrega, Los Álamos, Cortijo Grande. Entonces llegaba Hoya Cuevas, que compraron la finca después de la guerra en nueve mil duros y era una finca de tres pares de mulas, El Curica, San Andrés, Cortijico, Casas de Don Juan –de siete pares de mulas- Valderas y la Cueva Penalva, y más todavía. (p. 200)
La cultura del campesino se concreta en sentencias y aforismos, en ellos reposa el recelo, la desconfianza de la que habla Jesús:
De molinero cambiarás, pero de ladrón no escaparás.
A veces utiliza coplas populares:
Todo el viejo que casa
Con mujer niña
Él mantiene la cepa
Y otro la vendimia.
A menudo el paisaje se humaniza. Asistimos a la historia de su formación:
Se asoma a la Rambla Mayor por el barranco de las Sabinas, que cruza sus predios y deja ver sus tierras ocres, que se quedaron ahí después de que la Rambla Mayor y sus barrancos tributarios hicieran su trabajo erosivo como ya dijimos. El terrazgo va formando longueras, porque hay algo de pendiente, pero pan daban…(p. 334)
Para finalizar diré que no sé si este libro debe leerse en el campo o en el monte, siempre bajo un árbol, o bien en la casa, sentado en el rincón más fresco, esas tardes largas de verano, mientras afuera el sol incendia las calles y la luz es tan potente que ciega. Aunque os aseguro que sí sé que este es un libro para volver a leer, ya sea verano o invierno.
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Nota del Ed. Jesús López García ha merecido el Premio María Moliner 2024, con el que la revista Ágora distingue a un autor destacado por su aportación al idioma de Cervantes y a la transmisión de la cultura en español.
José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.
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