5 poemas de Espacio para una urna, de Fulgencio Martínez
Entonces este libro no sería,
por vez primera, urna en que reposen
cenizas del fracaso embellecido,
Guillermo Carnero (Perfil perdido)
Decimos
lo que decimos
para que la muerte no tenga
la última palabra.
¿Pero tendrá la muerte
el último silencio?
Hay que decir también el silencio.
Roberto Juarroz (Poesía Vertical XIII)
EPITAFIO DE POETA
Hermano, sobre los ríos secos
y la vanidad sin sed ni mundo,
quiero decirte mi verdad más clara:
en mí anidó, siendo niño,
una fábula repetida
cada noche en mi imaginación.
Por ella pude abrir los ojos
al interior de mi sueño
y conocer mi vida en flor
y apuntando el fruto,
verde aún, pero mío.
Ese cuento me diera
vida en la vida
me inspiró el fruto
del poema
que aún madura en mí,
sin temor a la muerte
cada hora más celosa
de mi silencio,
ya que no consiguió quitarme
la razón de mi existir, las palabras.
Solo la vida
que, en verdad, queda en ellas.
21 de diciembre 2023
A los más siniestros hospitales de este mundo
las familias envían flores bajo la atenta
indignación del cadáver. No hay que irse al otro
para encontrar la desolación, el sin sentido.
Sin embargo, de niño, en mi pueblo, eran
distintas las costumbres y diferentes los ritos.
Nos dejaban entrar a la escena a las niñas y a los niños,
cuando tras los óleos y los cánticos
el sacerdote había dado la espalda y sentenciado al reo,
y el último pájaro volado de su garganta;
y a todos, vecinos y extraños, y familiares,
incluidos los críos, a todos sin excepción
nos permitían ver el cuerpo muerto.
Entonces, invariablemente sucedía
que uno de aquellos mayores nos riñera
con la palma de la mano abierta,
significando la intención de darnos un guantazo
porque era evidente que no eran bienvenidas las gracias
y las bromas infantiles en aquella cámara ardiente;
que estábamos, allí, sólo para contemplar
un instante la despedida del ser querido
y para testimoniar cómo caen y se renuevan las hojas…
Éramos parte de aquella función de vida.
Tan natural como un círculo de estrellas
que van dispersándose en el cielo nocturno
cuando el tiempo corre con su blanca bandera.
Así nuestros ojos de niño veían las almas en fuga
y se aterraban en la menor distancia
del cuerpo detenido
bajo una corona de fuego floreada.
Era el espejismo inmóvil lo que producía el temor
que se desahogaba en tacos, chistes irreverentes
y anécdotas libidinosas
en boca de los adultos, y en nosotros los niños
en risas inocentes, en chispeo de crótalos y palmadas,
en un gozo general como un revoloteo libre y festivo.
Parecíamos un cuadro flamenco o un alero
donde paran los pájaros a resguardarse
y a silbar cuando la lluvia muerde en los hombros
de los viandantes apresurados.
Éramos definitivamente igual que los músicos
en una ceremonia fúnebre regia, pero más alegres aún,
con más inocente inconformidad, desafinada.
Éramos parte de una función no de muerte
sino de vida, en un país que recuerdo
en el que las nubes eran nubes y las águilas
eran serpientes, pero donde aún había ese calor
de un tiempo consagrado a lo humano.
Pero siempre, indefectiblemente, había alguien
que protestaba llamando al orden y a la seriedad.
Recuerdo que no nos importaba, y reanudábamos
indiferentes nuestros juegos en la calle,
esa vez ya, con los hijos del padre muerto.
TODO ESTÁ EN EL CIELO Y EN LA TIERRA
La fuerza de una casa no está en sus cimientos
sino en el tiempo que se vive en ella.
Las casas abandonadas, o aquellas que transcurren
habitadas durante pocos meses o semanas al año,
se ajan con presura, se resquebrajan
a paso de lebrato sorprendido, y mueren
antes de criar afectos. Sin el calor
del río próximo
que sube su mano mansa a sus habitaciones,
la casa semivacía es un desierto en ciernes:
una plaza que ya ha sido entregada.
Mira a tu lado y comprende
que todo está en el cielo
y en la tierra. Llega con tus brazos
adonde puedas tocar algo: cualquier cosa:
astilla, o piel, allí está todo
el cielo: lo moldeas con tus dedos, lo salvas,
le das cobijo a su vivir desamparado.
Igual es el proyecto de construir
una casa estable para tu perdida existencia,
una casa en un lugar no lejos de un río,
no demasiado lejos en el tiempo
que se acaba.
Son los lugares tránsito a otros lugares.
Y las vidas cambian su destino,
o, no sé, lo llevan a otras,
siguen siendo sombras y luego estelas.
Diciembre me alumbró
y cada diciembre muero y renazco.
No encuentro un filo adonde cogerme
mas no sé si gano o pierdo
cuando me pierdo o me gano. Avanzo
tenso, por una tormenta de hormigas,
como un funambulista por un fino alambre,
sin mirar a los dientes de la cuerva
que me sonríe allá abajo, compadecida.
Toda mi vida es una esfera y se mueve
sin solución hacia la extrema nada.
En las flores viven seres muertos, antepasados.
No vayas al bosque de noche
y tengas rojas pesadillas.
No cantes en el silencio del arroyo
noctívago, ni en la mano lleves luz
porque asusta a los búhos que cazan a oscuras…
No lleves prisa, si vas a un bosque de noche.
No traigas una trampa,
ni traigas un mapa, ni una corvilla
para segar el muérdago venenoso.
Si vas de noche a un bosque, a un callejón
desconocido, lento, infinito
y serpenteante como el vacilar en el estómago
de una nuez alucinógena;
si vienes a un bosque de noche,
conviene que sigas las voces de tu cuerpo,
que reces mentalmente en un latín desacostumbrado,
recibido por ti ex profeso de los ángeles
y, sobre todo, se aconseja no preguntar
a esos seres salvíficos si son de veras
ángeles de purísima luz o son demonios
que pasan a este lado en las alucinaciones
fingiendo arrepentimiento para perderte,
voluntad de enmienda y buenas obras
de caridad, como esa de guiar al extraviado.
Sola la fe aleja a los lémures y a los lobos.
Acuérdate de esto
si vienes a la fogata en mitad de la noche.
Fulgencio, en Veruela.
Fulgencio Martínez ha publicado varios libros de poemas (La segunda persona, Libro del esplendor, León busca gacela, etc). Es autor de un ensayo sobre la poesía y la filosofía de Antonio Machado, publicado por la Universidad Católica de Pernambuco (Recife, Brasil). Dirige y edita Ágora. Papeles de Arte Gramático, desde 1998.
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