PRONTA APARICIÓN DEL NÚMERO 9 DE LA REVISTA ÁGORA, DEDICADO A ANDRÉS SALOM IN MEMORIAM
y, en su nombre, a cada una de las personas queridas que nos han dejado en los últimos tiempos.
En octubre de 2020 nos dejó el autor de Los días de más allá del tiempo (Azarbe 2005). El poeta Andrés Salom falleció en Murcia, a la edad de 96 años. Fue el alma de nuestra revista y del Taller de arte gramático, su poeta más juvenil. Desde nuestros comienzos, en 1998, estuvo al lado, apoyando, y siendo uno más en nuestro grupo de amigos y pirados de la poesía.
Lo recuerdo en sus últimos años, interno en una residencia de ancianos, enfrentando la vida con el humor inteligente que le caracterizó.
Flamencólogo. Maestro de la ironía. Aprendió a amar el flamenco en su natal Mallorca. Con el tiempo llegó a ser “uno de los mayores flamencólogos del sur de España”, como dijo cierto crítico de un periódico de la capital de España, y como irónicamente me comunicó el maestro Andrés (añadiendo: “como si hubiera otros mayores flamencólogos en el norte). Albañil, periodista un tiempo en radio. Emigró a Suiza y Francia y allí se nos hizo comunista, que entraba y salía de España clandestinamente, y alguna vez se le pudo ver regalando el Mundo obrero en Trapería (una calle céntrica de Murcia) con cara de no haber roto un plato. Sindicalista de los inicios de Comisiones Obreras. Buen aficionado a los toros, y a la caza de conejos en una finca de secano que poseía en algún lugar de la provincia. Leía a Steven Hawking, tratando de descifrar su “Historia del tiempo” como trataba de desentrañar El cementerio marino de Paul Valéry (a quien leía en francés, porque no soportaba la traducción de Jorge Guillén, culpable, para Andrés, de malentender algunos versos del poeta hermético galo).
Conversaba de poesía con quien hiciera falta y cuanto tiempo hiciera falta; igual de que señoras o señoritas (no tenía complejo, si estaba inspirado, en decir un buen verso suyo o un buen piropo). Comunista, que conversaba con el Viento, es decir, con Dios (y en su ausencia, algunas tardes con el entonces obispo de Cartagena-Murcia Javier Azagra, del que era amigo); sobre todo, después de publicar Con aires de plegaria: Versos satánicos II, en sus penúltimos años, que fueron muchos por cierto: más de treinta al menos; desde que yo lo volví a tratar en Murcia a principios de los 90 le conocí ese espíritu. Fui testigo de la anécdota siguiente: le preguntó el socarrón Andrés a la camarera de un bar que si no hacía rebaja a los de la tercera edad al ir a pagar, y la camarera, que era amiga, le miró y le respondió : cuando se te note, Andrés.
Era Pau Cocoví*, en cuanto a poder de concentración mental, de la estirpe de Dante. Una tarde en que fui a visitarle a su casa, me lo encontré con un libro de Marguerite Yourcenar en la mano, leyendo y paseando delante de su puerta. Antes de acercarme a él, me paré sorprendido, de verlo y percatarme de que no interrumpía su lectura pese a la charanga y el bullicio que desde hacía un rato daban señal del paso del Entierro de la Sardina, una fiesta mayor de Murcia. Desde entonces, lo vi como Alighieri, quien, estando en Siena, creo, en un comercio de la plaza donde tenía lugar el Palio, estuvo durante todo el tiempo allí absorto en un libro, y al ser preguntado si no había escuchado algo que le impidiera leer, respondió que no había oído nada. Andrés, después, me explicó que lo suyo no tenía mérito, era a gracia de su sordera.
"Ni la cárcel, ni una huelga de hambre de 16 días, ni recientemente el coronavirus, restó calidad humana a este hombre cabal e íntegro que… nos dejó a los 96 años sin ningún reproche: Como un bendito", ha dicho la periodista Beatriz Montero. Te echamos de menos, amigo.
*Apócrifo, nombre en clave o quizá nombre verdadero de Andrés Salom Amengual. Cf. Anecdotario (autobiografía apócrifa de Pau Cocoví), ed. Tres Fronteras.
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