Benito Pérez Galdós
SER O NO SER REPUBLICANO. SERIE EN TRES ARTÍCULOS
I
ALBERTO SEVILLA: MÁS QUE UN CORRESPONSAL DE PÉREZ GALDÓS
República no significa persecución, intolerancia ni fanatismo, sino todo lo contrario.
Alberto Sevilla
El desorden y la falta de tolerancia de la época republicana representaron para Alberto Sevilla, quien había creído que los distintivos de una República verdadera —en que cabrían todos los hombres— eran «tradición, justicia, progreso, libertad y tolerancia» una decepción enorme, la muerte de la ilusión política de toda su vida.
Brian L. Dendle
Alberto Sevilla sigue teniendo calle en Murcia, pero pocos murcianos saben quién fue. Yo mismo confieso que desconocía al hombre y su obra hasta encontrarme con varias elogiosas referencias a él en la exitosa biografía escrita por Yolanda Arencibia Galdós. Alberto Sevilla fue algo más que un corresponsal de “El Liberal” y un amigo de Pérez Galdós, fue un verdadero republicano tolerante.
Empezó siendo un periodista que desde joven sentía admiración por Benito Pérez Galdós. Vivía en Murcia, y aquí llegó a conocer al escritor, y a cartearse a menudo con el autor de los Episodios Nacionales. Le enviaba naranjas. Alberto Sevilla se hizo republicano, incluso republicano radical de Lerroux. Al empezar la Segunda República, se opuso en prensa, y en todos los foros políticos y de opinión, a la violencia criminal desatada contra personas y bienes de la Iglesia. Por lo que, al inicio de la Guerra Civil (ese fratricidio mutuo entre españoles jaleado por las potencias totalitarias de la época, Italia, Alemania y la URSS, y por sus terminales partidarias en España), las milicias asaltaron su casa; aunque, antes, él había destruido en su despacho o sacado de su domicilio todo documento, carta o libro que le delatara como republicano. Hay en esta anécdota una paradoja que debe inquietarnos. Como en una “peli” de Groucho Marx, cuántas veces en la historia de España habrá que decir aquello de “A cubrirse que vienen los nuestros” (sean los nuestros los que fueran). ¿Algo así le pasaría hoy a Galdós a manos de las milicias vengadoras?
La ley de “memoria democrática” tiene un serio problema de amnesia, sobre todo más allá de julio del 39. La obra novelística de Manuel Chaves Nogales, escrita en la cercanía de los sucesos del fratricidio civil, nos debiera haber sonrojado a los que todavía pretendemos dividir con bisturí quirúrgico entre el bien y el mal, la luz y la tiniebla, en la triste historia contemporánea de España. Se sabe que, de los supuestos amigos y aliados, tanto en el bando republicano como en el nacional, vino mucha bala matadora, mucho despótico cerrojo contra propios y neutrales.
Otro periodista y escritor, Manuel Chaves Nogales, más joven que Alberto Sevilla Pérez, escribió A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (editado por Libros del Asteroide. Introducción de María Isabel Cintas, Universidad de Sevilla). Nueve relatos, redactados en los primeros años de la Guerra civil (1936-37), que componen un documento imprescindible para entender la historia contemporánea de España (también la actual) y deshacer el mito de la violencia justificada desde cualquiera de los bandos enfrentados en el conflicto; así como la leyenda, basada en la propaganda y la retórica de ambos frentes, de la España buena frente a la mala; y en el día de hoy, el de una España vencedora, fascista e inmoral frente a otra vencida, pero justa, legal, pacifista y democrática. En los relatos se hace casi palpable el "miedo a la libertad" que recorrió ese periodo. Un miedo a la libertad que, como analizó Eric Fromm, es la simiente de cualquier forma de fascismo o totalitarismo, sean de izquierdas o de derechas. Como dice Chaves Nogales: "la causa de la libertad no había en España quien la defendiera". Solo cabía "el miedo odioso del sectario al hombre libre e independiente". Imaginaos a Unamuno, o a un trabajador cualquiera, no afiliado a alguna de las organizaciones totalitarias y frentistas, de izquierda o de derecha. Era un blanco fácil de aquella epidemia de odio y manipulación de los valores de progreso al servicio de causas totalitarias y antidemocráticas. Casi como hoy en día.
Un republicano como Alberto Sevilla sufrió, en efecto, la persecución y el intento de silencio, la muerte pública, de parte de los suyos, de los propios republicanos que movían los guiñoles de las violentas milicias populares antidemocráticas. Si aquella afrenta al periodista y político murciano ocurrió al principio de la Guerra, antes de la Guerra Civil y, sobre todo en los primeros años de la República, tampoco campeaban las actitudes democráticas. A los pocos años de la instaurarse la Segunda República, hubo un Golpe de Estado en Asturias, instigado por el PSOE, de Largo Caballero, un partido que hasta su refundación por Felipe González (abandonando el marxismo de aquel histórico partido homónimo del actual) no tuvo nada de democrático, vaya. Vergonzante su oposición cerril, de política oportunista y táctica, al voto femenino (aunque hoy se manipule la memoria de la diputada del partido de Lerroux, Clara Campoamor, quien impulsó ese voto femenino y quien tuvo en su contra a las mujeres del Partido Radical socialista y del PSOE; incluso a las inteligentes Victoria Kent y Margarita Nelken, que se incorporaría al PCE tras estallar la Guerra, y que de joven visitaba, junto a la actriz Margarita Xirgu, al viejo Galdós y tomaba chocolate con el agradecido escritor que se emocionaba tomando las manos de sus “dos margaritas”). El propio Manuel Azaña vergonzantemente se ausentó de la votación. Ese Azaña que tanto ironizó sobre esa mujer brava como fue Clara Campoamor, a la que culpó de la derrota de la izquierda en los comicios tras el logrado sufragio universal para hombres y mujeres, y a la que, incluso, en el exilio se la vejó y amargó por parte de azañistas y socialistas, aquellos socialistas tan lenines, tan prosoviéticos. Azaña persiguió con celo a sus propios competidores republicanos, y en primera línea de su furor, a los radicales. Moderado ante los separatistas, los marxistas y los antidemócratas, duro con los republicanos y los socialistas moderados como Indalecio Prieto, a quien desautorizó indirectamente en su partido, aliándose siempre con el sector socialista más antidemocrático, con los que dieron el golpe contra la República en Asturias y los que proclamaron en febrero del 36 la III República popular (según confesión de propias fuentes de izquierdas populares, así lo cuenta en 1937 Antonio Machado en el número V de la revista Hora de España y en la segunda parte de su Juan de Mairena) después de ganar el Frente Popular en una elecciones cuyo recuento de votos pudo estar amañado, y del que cuestionan su legitimidad parte de la actual historiografía sobre esa época.
Volvamos a Alberto Sevilla, al que fuera joven admirador del republicano Galdós. Como a Miguel de Unamuno en Salamanca, imaginémoslo a nuestro Alberto Sevilla, autor de un Vocabulario, de un Refranero y de un Cancionero murciano, al inicio de la guerra civil, cuando vinieron a por él y tuvo que deshacerse de sus documentos y cartas con el que era por entonces ex presidente del Gobierno de la República, Alejandro Lerroux. Alberto Sevilla ya se había significado como defensor de una república tolerante; se había manifestado en contra de la quema de iglesias y conventos desde la primera hora de la República, y sufrirá la persecución de Azaña contra los republicanos, y las luchas intestinas entre republicanos rabiosos. Él, como Galdós, representa la república ideal, tolerante.
Se lee en la “Bibliografía de la obra periodística de Alberto Sevilla Pérez”, de Brian J. Dendle (el texto lo pueden encontrar en internet):
Alberto Sevilla Pérez (1877-1953), en las pocas horas que le dejaban libre sus muchas actividades profesionales —era administrador de fincas y, en cierta época, gerente de una fábrica de conservas; se ocupaba también de empresas de hijuela y de pimentón— y su afición al campo y a la caza, era escritor incansable, siempre devoto a las tradiciones de Murcia y de su Huerta. Publicó cinco libros: Gazapos literarios (1909), Vocabulario murciano (1919), Cancionero popular murciano (1921), Sabiduría popular murciana (1926). Una obra póstuma, Temas murcianos, publicada en 1955 en Murgetana (nº 7), y luego como tomo separado en 1956 por la Academia Alfonso X el Sabio, recoge ciertos artículos periodísticos suyos sobre temas históricos. Quedan todavía sin publicar unos sonetos, sus «Remembranzas de la Niñez y de la Juventud», una colección de artículos («Las menudencias añejas»), una versión muy aumentada de su Vocabulario murciano (la cual, por su gran valor lingüístico, merece encontrar editor que la publique) y dos novelas tituladas El Precursor y Evocaciones murcianas.
Añadamos que el profesor José Belmonte Serrano (según Dendle indica al final de su estudio) localizó un artículo póstumo de Alberto Sevilla sobre los “Baños Árabes”, el cual publicó también el estudioso citado; y que el nieto del escritor murciano, Alberto Sevilla Albarracín, ha evocado su memoria en charlas como la ofrecida en el Museo de la Ciudad, en Murcia, en fecha aún no lejana.
Alberto Sevilla era más que un periodista y un político. Su perfil humanista nos recuerda al padre de Antonio Machado.
Para conocer la estima literaria de que gozaba el autor en su tiempo, recurrimos de nuevo al excelente estudio de Dendle:
Un correspondiente suyo, Francisco Rodríguez Marín, le dedicó a Alberto Sevilla su obra En un lugar de la Mancha (1939) («A Don Alberto Sevilla, muy culto folklorista y lexicógrafo») y propuso nombrarle corresponsal en Murcia de la Real Academia (carta de 30-XII-1942), honor que don Alberto no quiso aceptar. De su correspondencia política quedan solamente dos cartas de Joaquín Costa; las muchas cartas que le envió Alejandro Lerroux fueron destruidas pocas horas antes de una pesquisa de su domicilio por la Milicia Popular durante la Guerra Civil. Su correspondencia más extensa fue con Benito Pérez Galdós, a quien agasajaba cuando el novelista canario visitaba Murcia y con quien tenía bastante amistad; las cartas entre los dos escritores fueron publicadas por la Universidad de Murcia en 1987 (Brian J. Dendle, Galdós y Murcia: Epistolario de Benito Pérez Galdós y Alberto Sevilla Pérez). De interés también son sus relaciones epistolares con varios eruditos alemanes (Alfons Hilka, Karl Vossler, Kurt MüUer, Harri Meier y, sobre todo, Gerhard Rohlfs de la Universidad de Tubingen, quien le visitó en Murcia).
De sus ideas políticas, y de su defensa de la democracia, la tolerancia, la libertad, valores del verdadero republicanismo, valga el conocimiento de estas líneas de Dendle:
Los artículos políticos forman otro aspecto importante del periodismo de Alberto Sevilla. Republicano convencido desde su juventud —compartió con el Galdós ya viejo la creencia en una República ideal y por cierto utópica; sus héroes (muy del siglo XIX) eran Galdós, Castelar, Costa y Zorrilla— se opuso siempre a las divisiones de las varias facciones republicanas. (Véase su primer artículo abiertamente político, firmado «Un Republicano», 29-XL1909). Como Galdós, detestaba la fácil oratoria de tantos políticos españoles, «voceadores y charlatanes» (artículos de 14-XI-1905 y de 25-III-1909). Saludó con optimismo y con espíritu de concordia la proclamación de la República en abril de 1931: «Hoy es día de paz, de amor y de justicia para todos los hombres de buena voluntad; y son las presentes, horas de reflexión, de recogimiento, para oficiar en los altares de la Patria; que no para enturbiar el pecho con bajos impulsos de represalias retóricas» (16-IV-1931). Un mes después, tuvo que protestar contra la quema de los templos murcianos, exigiendo responsabilidades al gobierno (16-V-1931). Para él, el régimen republicano y democrático debía significar la tolerancia, el respeto a las leyes: «Democracia, significa gobierno del pueblo; pero representa, además, régimen de tolerancia, de respeto a la conciencia; de acatamiento a las leyes: o sea, lo contrario de la demagogia, de la incultura y de la barbarie» (20-V-1931). En los meses que siguieron, protestó constantemente contra las divisiones republicanas, contra la ambición y egoísmo de ciertos republicanos murcianos y contra la exclusión de antiguos monárquicos de las filas republicanas. En octubre de 1931, su influencia fue decisiva en impedir que se expulsara de su convento a los Hermanos de la Luz. (Véase el artículo de 5-X-1931). En 1932 denunció los excesos de los republicanos que gobernaban a Murcia (26-1-1932), llegando a criticar la política (26-III-1932) y el temperamento (17-IV-1932) del alcalde José Moreno Galvache. Celebró el primer aniversario de la República con palabras equilibradas, pidiendo que el Gobierno hermanase el progreso con el respeto a la tradición y con la tolerancia:
“Para que el régimen democrático se afirme en la conciencia nacional, es preciso que los hombres encargados del Gobierno procuren hermanar las ideas progresivas con los rasgos tradicionales de nuestra raza, sin dejarse arrebatar por los impulsos de una intransigencia peligrosa.
República no significa persecución, intolerancia ni fanatismo, sino todo lo contrario.
Cada pueblo tiene sus características. Desconocerlas u olvidarlas constituiría un error de transcendencia. Por ello, los hombres encargados de dirigir los destinos de una Nación, tienen que conocer a fondo su Historia, sus necesidades y hasta los usos y las costumbres de las diferentes regiones de ese mismo Pueblo que gobiernan." («Mi deseo», 14-IV-1932).
En plenos años de la Segunda República, Alberto Sevilla defendió la libertad y la tolerancia, oponiéndose a la discordia social en que nadaban felices algunas figuras políticas del momento:
En 1933 (seguimos a Dendle) volvió a insistir en la necesidad de la tolerancia y el respeto a la tradición, incluso la tradición religiosa (artículos de 1-III-1933, 22-XI-1933, 30-V-1933). En vísperas de las elecciones de 1933, sostuvo la candidatura de Alejandro Lerroux, «el hombre llamado a consolidar la República» (15-IX-1933), «representativo de la entereza, de la cordialidad y de la ponderación» (5-XI-1933). Defensor de la tolerancia, Sevilla se opuso a la discordia social que prevalecía en la República y a las candidaturas de Manuel Azaña y de Marcelino Domingo (17-X-1933); el triunfo de los derechistas se debió a la ceguera y al extremismo de los republicanos gobernantes (25-XI-1933). El desorden y la falta de tolerancia de la época republicana representaron para Alberto Sevilla, quien había creído que los distintivos de una República verdadera —en que cabrían todos los hombres— eran «tradición, justicia, progreso, libertad y tolerancia» (15-V-1932), una decepción enorme, la muerte de la ilusión política de toda su vida.
¿Hasta qué punto la decepción de Alberto Sevilla es también la nuestra hacia la realidad de aquella República y es asimismo el motivo de nuestra contundente crítica hacia el mito que hoy se hace de la misma?
II
REPUBLICANO MA NON TROPPO
(En un anterior artículo nos preguntábamos: ¿Hasta qué punto la decepción de Alberto Sevilla es también la nuestra hacia la realidad de aquella República y es también motivo de nuestra contundente crítica hacia el mito que hoy se hace de la misma?
Alberto Sevilla -recordemos- fue un periodista liberal, de joven admirador del escritor Pérez Galdós; se hizo republicano radical de Alejandro Lerroux, por lo que a principios del fratricidio civil del 36 las milicias asaltaron su casa en Murcia; aunque, antes, pudo el periodista deshacercerse de las cartas o documentos que le comprometían como republicano y como seguidor de Lerroux. Defensor de una república tolerante y contrario a la violencia y a la destrucción de iglesias y conventos así como opuesto a la matanza de personas de la Iglesia, al final acabó expresando un sentimiento de decepción hacia la Segunda República).
Me gustaría aún sentirme republicano de Galdós, ciudadano de la república ideal, tolerante, etc. (Escribo, ahora, desde la entraña más personal). Pienso que, si no tenemos esa perspectiva de contraste, estos fariseos republicanos de ahora se apropian de todo. Se llaman republicanos y hacen añorar la monarquía parlamentaria, si no existiera esta. A mí me importa, sobre las ruines causas de unos y otros que se puedan alegar con resentimiento o con justicia, hoy caducados, y sobre las, por desgracia ya, irreparables pérdidas y daños a las vidas de muchos españoles, me importa cómo representarme a mí mismo. Soy heredero de un pensamiento liberal, krausista, republicano español, libreinstitucional, ¿o no? Pues de algún modo sí, igual que me importa el pensamiento de Marcelino Menéndez Pelayo y la tradición del catolicismo desde Feijoo, incluso Gracián, en fin, todo ese pensamiento profundo, desde la tradición más o menos jesuita y católica. No es progreso volver a la lucha y a la división, entre progres y carcas, entre laicos y clero; aquellas de entonces eran luchas de ideas, debates ideológicos, incluso teológicos y filosóficos, además de luchas sociales. Pero ahora, en el mundo de hoy, no hay una lucha de ideas (ya han decidido los poderes globales lo que hemos de pensar), sino de posiciones nihilistas contra la cultura y en especial, por los que nos atañe, contra la cultura española (con todas sus luces y sombras, que asumiremos). Posiciones nihilistas enfrentadas entre sí, y en compacto y unido frente, armadas contra el individuo, quien tiene una historia, un país, una lengua, y hasta una familia y algún muerto del que no ha de sentir mucho orgullo. Esos poderes anulan al individuo por alguna tara, a la que debe renunciar para ser el buen salvaje consumidor mundial de hoy. Puede ser que no seas tú suficientemente defensor de los Derechos del Hombre (o que en tu país hace un siglo tus bisabuelos no lo hayan sido): cualquier defectillo es bueno para avergonzarte y anularte. Los Derechos Humanos, sí, también son instrumentos al servicio de su dominio. La meta es conseguir de nosotros “perfectos” seres ahistóricos.
Por el contrario: Hemos de sentirnos dignos republicanos y dignos monárquicos los que creemos aun en la cultura (porque la cultura ha sido labrada por el pueblo, la clase media, la aristocracia y la realeza); lo contrario es el nihilismo que tiene vocación talibán y adanista. Como escribí en una comunicación con mi profesor de Literatura española, me siento continuador de la cultura hispánica y española en cuanto ejemplo valioso de gran cultura histórica “cargada de futuro.” Me daría igual si no escribiera, no me hubiera educado en ella y si fuera otro. Pero ya uno ha aprendido con el tiempo, sí, que uno es lo que es, que hay que escribir y valorar lo que uno es, como ese pueblecito de Proust o ese campanario de su iglesia, porque eso es tu vida, tu experencia real, tu memoria: tú. Sobre eso, la imaginación, las ideas, pero sin eso, todo lo demás es hueco. (Cada vez veo más claro que Proust es la literatura y la filosofía juntas de la era moderna, a su modo también Joyce y el Ulises, él con su Dublin descrito de pe a pa. Proust y Joyce escribieron su pequeña historia, con una capacidad, sobre todo el primero, de reflexionar sobre lo vivido, como ningún filósofo del siglo XX. Por supuesto, que no se trata de hablar de lo mismo que Proust, sino de tu yo).
Pues resulta que mi yo, qué casualidad, nace de un
padre y una madre españolas, mejores que yo, en todo. De una cultura y de unas
circunstancias y años históricos que vienen de otros años anteriores, etc.. Eso
es por lo que me interesan estos temas "históricos". Y para mi
representación, no quiero que se apropien los otros fascistas (demagogos de la
pseudoizquierda) de la palabra república ni de la palabra izquierda ni de nada que suponga una
banderita contra otros. Es un dificil equilibrio pero ahí estoy, aborrezco lo
de derechas e izquierdas, la retórica de fascistas y antifascistas, incluso
demócratas o anti (¿qué sabrán de democracia estos?), pero no les dejemos el
trapo y el campo a sus anchas. Aunque no me gusta, por mi manera de ser,
ofender a nadie, tengo que decir a menudo fascista a quien va de antifascista
comportándose como lo contrario, y a los que van de republicanos y de izquierdas,
merecen que los llame falsarios, demagogos, desmemoriados del espíritu
republicano, cuando se entregan a ser
totalitarios, a politiquear y a hacer más grande la ignorancia histórica. Lo
terrible es que por mucho tiempo se han dado el pábulo y la autoilusión de que
son ellos los justos, los buenos, etc. Contra eso, sé que no hay nada que
hacer. Sé que a estas alturas, incluso entre personas inteligentes y amigas, y
buenas gentes, si no han hecho una reflexión propia, como yo la hice en su
momento, nada les va a hacer cambiar de opinión; seguirán manteniendo los
clisés maniqueos de la historia y del presente de este país. Como me enseñó mi
poeta (Dionisia García, con más de 9o años), deja que cada uno sea como
sea, ya nadie cambia a cierta edad. Acato el consejo pero solo admito una
excepción: yo, porque para mi propia representación, me sigue inquietando la
verdad. Yo soy yo, pero ¿quién soy yo?
III
GALDÓS Y EL ESPAÑOL MALTRATADO EN ESPAÑA
Yo me siento republicano de la República de las letras, de las universales y de las escritas en español, sobre todo, por ser este el idioma que amo; el español hoy maltratado en España. A esa República pertenece, por derecho propio, Benito Pérez Galdós.
Galdós es el tolerante humanista de Misericordia, para mí. A muchos hablar hoy de Galdós les irrita, por ser español, continuador de Cervantes y por defender el español.
Os cuento una anécdota reciente. Intenté renovar mi DNI, por teléfono, Llamé al número adecuado de la Dirección general de policía; pues bien, antes de oírme la máquina me ofreció elegir idioma: castellano, catalán, eusquera, gallego… Yo insistí a ver si me daban la opción de español, y nada. ¿Es culpa de los profesores de lengua y literatura españolas, de la Real Academia, del Gobierno, de los media españoles? Todos creíamos saber que el castellano se convirtió en español, incluso en español hablado en América y en cualquier parte del Globo mundo hace unos cuantos siglos.
Hemos regresado al regionalismo, a establecer el español en pie de igualdad con otras lenguas regionales. Regionalismo y lenguas regionales que tienen su belleza provinciana y sus espléndidos cultivadores. Pero que no son la marca de una cultura ni una nación por sí mismas, aunque sí dentro de esa marca pueden brillar con luz propia, mas no imponerse como la estructura política y lingüística de una parte de un conjunto soberano, una nación. Eso ocurre por desgracia, en España, con la complicidad de casi todos los ámbitos nombrados en el párrafo anterior, pero con la inestimable colaboración de todos los partidos políticos que hoy se amigan en esta cuestión, por complicidad, tacticismo o simple desprecio de la cultura y la lengua española. Que un español tenga que demostrar conocimientos de lenguas regionales en una región cualquiera de España se ha convertido en una “prueba” de Dios, medieval, de acatamiento del poder autonómico local; no en un acicate cultural para el dominio de una importante, si relativa, parte de su cultura: el aprendizaje del gallego, el catalán o el vasco engrandece tu cultura española, y te hace mejor español, no mejor gallego ni vasco ni catalán, sencillamente porque esos atributos no existen en realidad como entes independientes de lo español.
Galdós era panhispanista con base en la lengua española.
Por eso y por muchas cosas Galdós les molesta a los mamelucos, como esos que querían, en Baleares, eliminar del callejero a Churruca y Gravina.
No hay que dejar que manipulen otra vez a Galdós para enfrentar a españoles, o a lo moderno contra lo clerical. Aquellos eran debates de su época. Pero hoy nos vienen vientos más fuertes y desalmados. Hasta aquí donde vivo (Huesca) quieren quitar del callejero nombres de alcaldes franquistas, dicen. Lo escribe hoy en la prensa de aquí uno que firma como histororiador (Juan Mainer Baqué, “Memoria democrática: opinión y conocimiento” Diario del Alto Aragón, 8 de abril de 2021). Miedo dan esos historiadores selectivos; este no habla de nombres de anarquistas que tienen hasta estatuas públicas aquí. Cogemos la memoria democrática en serio, y volveremos al anónimo del desnudo callejero, o del principio del mundo, como Pedro Salinas diría.
La lengua, la cultura de España, las calles de España, las tierras de España, las grandes, las solas desiertas llanuras, galopa, ya no el caballo de Alberti, sino el político rastrero.
¿Pero por qué nosotros somos tan tímidos en reivindicar hoy el español? ¿Por miedo a que nos tilden de fachas o de españoles? ¿Además de por miedo a parecer aldeano paleto en tiempos del evangelio en inglés? Entiendo que una porción de españoles, sobre todo los más jóvenes, no sientan como suya la reivindicación de la lengua de sus padres. Pero no entiendo a las instituciones españolas salvo que en ellas tenga cama la carcoma.
El español hace tiempo creció de castellano al mundo, hoy lo vuelve a su rincón el Gobierno de la nación.
Lo terrible es que no es nada inocente, lo vienen haciendo ante nuestros ojos, vienen enseñando así a varias generaciones, lo lees en las paradas del tren AVE, que lleva a Girona, o Lleida, nunca a Gerona, ciudad episodio de Galdós, ni a Lérida. Hasta el hombre o la mujer del tiempo, en la televisión española, dice el tiempo que hay en València (perdonen la mala ortografía en español) o en Alcoi. Malenseñan a los niños a creer que Franco no dejó hablar ni escribir en catalán, no les animan a leer, tampoco a conocer a Espriu, quien no debió escribir; solo les pasan documentos sesgados y series con imágenes y texto de historiadores ad hoc. Y han seleccionado a sus profesores, a sus subvencionados culturales, para continuar la Entesa (que suena a entierro de la sardina de España).
FULGENCIO MARTÍNEZ
Poeta y profesor
Miércoles, 14 de Abril 2021, Huesca.
FIN DE SERIE DE TRES ARTÍCULOS TITULADA SER O NO SER REPUBLICANO
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