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lunes, 6 de octubre de 2025

"Bonjour, Mr. Peck". Por Francisco Jarauta. Artículos. Ágora-Papeles de Arte Gramático N. 34. Nueva Col. Otoño 2025

 

 


 

           Bonjour, Mr. Peck [1]

 

                  Francisco Jarauta

 

 

Lo recuerdo como se recuerdan aquellos momentos acompañados de una inesperada sorpresa. Pasaba aquellas semanas en París para unas conferencias en el Collège de France y con mi amigo Remo Guidieri, que acababa de regresar de Nueva York, habíamos quedado para comer en la Brasserie Le Balzar en la rue des Écoles como tantas otras veces. Los abrazos, las palabras, los gestos mientras nos sentábamos en la mesa que nos sugirieron. Contigua a nuestra mesa quedaba otra libre que muy pronto sería ocupada. Le Balzar tiene un público fiel y al mediodía no es fácil encontrar mesa libre. Dos hombres sobre los setenta años se sentaron a nuestro lado tras un rápido bonjour.

Desde el primer momento sentí una particular perplejidad ante aquella persona que se sentaba enfrente. Aquel rostro me parecía haberlo visto antes, sólo que ahora los años, la salud, se presentaba más delgado, se perdía en mi memoria salvado por un frágil reconocimiento. Un guiño a Guidieri no alivió mi curiosidad. Lo miraba con discreción buscando adivinar quién era. De pronto observé en él un gesto, cómo iba avanzando su mano temblorosa hasta sujetar el vaso de agua, un movimiento dubitativo, impreciso, pero prudente, como un caminar en la bruma adivinando el espacio. Pensé, quizás sea ciego. Fue en aquel momento que se acercó a su mesa el maître Martin y dijo: "Bonjour, Mr. Peck", a lo que responde "Bonjour, Martin", mientras dirigía su mirada hacia nuestro maître. Me dio un salto el corazón. Era él, Gregory Peck, que tanto admiraba, estaba frente a nosotros y su mirada navegaba en la sombra. No era ciego, como pude averiguar, pero sí padecía de una progresiva disminución visual que se agravó en los últimos años de su vida.

Durante la comida con una emoción extraña iba siguiendo sus gestos, sus palabras, al tiempo que como en un lento bucle iban pasando los films de su vida que tanto me habían acompañado. Y tuve una sensación apremiante, por un momento se cruzaron en mi camino dos miradas que se correspondían: la primera, ésta en la que tras su mirada un banco de bruma desfiguraba y alejaba el mundo de los objetos trazando sobre el espacio borroso una elipse que acogía la distancia y la convertía en espacio imaginario que manos y ojos perseguían; y aquella otra, la del Capitán Ahab en la terrible noche de la persecución de Moby Dick en la que John Huston traza sobre un escenario que se transforma en un horizonte imposible en el que pulsión y destino se desafían convirtiendo el fatídico cruce de miradas de Moby Dick y Ahab en uno de los momentos más sublimes de la literatura moderna.

Ha sido W. H. Auden que publica en 1950 su The Enchafed Flood quien señala cómo interpretar esa nueva distancia que el cruce de miradas de Moby Dick y Ahab nos presentan. Su interés es recorrer un paysage moralisé en el que se había convertido la época moderna. Para Auden la época moderna se había transformado en una ciudad inhabitable, casi un desierto habitado únicamente por muchedumbres anónimas y espiritualmente muertas, regidas por el esprit del Hombre Empírico Económico, reductor de las esferas de la vida al espacio cerrado de la posesión y del interés. Sin entrar en el debate literario sobre las formas de la novela, Auden considera Moby Dick como el lugar idóneo para plantear la nueva situación civilizatoria.

Para Auden, Melville construye un objeto privilegiado, capaz de contar a través de elaboradas alegorías, parábolas y símbolos, un mundo al que no sólo pertenecen el capitán Ahab y los marineros del Pequod, sino todos nosotros, en tanto sujetos de una época. Desde el encuentro inicial entre Ismael y Queequeg, con el que se abre el relato, al dramático final del que sólo uno sobrevive para poder contar la historia, una intensa secuencia de días y mares, dominados por una poderosa obsesión, la de cazar a la ballena blanca. Un día será la voz del capitán Ahab la que con un ritual temible impondrá a la tripulación un único y sagrado deber: dar muerte a Moby Dick. Todo se someterá a este destino. No importan esfuerzos ni peligros, sólo el destino explica la obsesión. Los mares, la navegación de océano en océano, sólo se medirá si al final se cumple el destino. "Y le daré caza más allá del Cabo de Buena Esperanza, más allá del Cabo de Hornos, más allá del maelstrom de Noruega".

Ninguna digresión en este viaje por mar, ninguna curiosidad. Ahab es un anti-Ulises, su obsesión lo ha cegado hasta destruir la sed de lo nuevo. Sólo cuenta la obsesiva muerte siempre alejada. La única pregunta necesaria será la que interrogue por algún saber o noticia de Moby Dick. Ahab mismo lo reconocerá, quizás ni siquiera importe saber algo de ella. "Todos los objetos visibles no son más que máscaras de cartón. Para mí la ballena blanca es este muro que me ha caído encima. A veces pienso que tras él no hay nada. En ella adivino una fuerza atroz, unida a una malicia inescrutable. Es esta inescrutabilidad lo que más odio". Un mundo incierto y oscuro como las obsesiones que nos depara el destino.

Esta distancia entre realidad y lenguaje se convierte en el espacio en el que se organiza la escritura de Melville. La dificultad para resolver las correspondencias hace que el lenguaje mismo se vaya mimetizando con el real innombrable. Ahab no imita la ballena, se convierte en Moby Dick. Transita en la zona de proximidad en la que ya no puede distinguirse de ella, e hiriéndola se hiere a sí mismo. Esta confusión de términos anuncia la destrucción de Ahab. No habrá lugar donde situarse y poder salvarse. El mismo destino arrastra la suerte de Ahab y la ballena blanca. La muerte para uno y otra se presentará como un destino natural.

Pero al mismo tiempo Melville lleva su narración hacia otro límite, común en gran parte a la novela americana y quizás también rusa. Deleuze ha insistido en este aspecto en su ensayo sobre Bartleby. Se trata de conducir el relato lejos de la vida de la razón y dar así vida a personajes que se mantienen en la nada, que sobreviven en el vacío, que custodian hasta el final su misterio, desafiando toda lógica. Su propia alma, dice Melville, es un "vacío inmenso y terrorífico" y el cuerpo de Ahab es una "concha vacía". Lo que cuenta para un gran novelista, Melville o Dostoievski, Kafka o Musil, es que las cosas permanezcan enigmáticas y sin embargo no arbitrarias, en unas palabras, sometidas a una lógica que no conduce a la razón ni explica la intimidad de la vida y de la muerte. La novela no tiene necesidad de ser justificada, una vez que alcanza la zona cercada, lejos de las razones establecidas. Nacen así esos personajes irrepetibles, inconfundibles, individuos como Ahab, ellos mismos ya un mundo.

 

        

                                                            Gregory Peck en Moby Dick, la ballena blanca. Film de John Huston, 1956.


 

Unos días después vuelvo a nuestro encuentro en la Brasserie Le Balzar y veo que nuestras mesas están vacías. Guidieri viajó a Le Marche, Gregory Peck regresó a Los Ángeles. Pido un café y anoto algunas ideas. He vuelto a ver Moby Dick, la admirable lección de John Huston con guion de Ray Bradbury. Sigo atento a la interpretación portentosa que Peck hace del capitán Ahab. Nunca el destino había precipitado de forma tan obsesiva el círculo de la vida y de la muerte. Los grises del océano dan cuerpo a ese destino que el mar sacude con furia. Ya no hay otro horizonte que el de la sombra y quizás sea éste el lugar donde iniciar una nueva narración.

 



[1] Este texto ha sido escrito para el Catálogo de la exposición "La noche americana", organizada por la Galería T20 en la sala de Verónicas de Murcia en 2025.

 

 

 

Francisco Jarauta (Zaragoza, 1941) ha publicado en 2024 Poéticas del fragmento (ed. Artsolut, Murcia). Catedrático de Filosofía en la Univ. de Murcia. Profesor invitado en universidades europeas y americanas. Desde la filosofía, ha dedicado su atención a la literatura europea y al arte contemporáneo;  especialmente, a la arquitectura como marcador del espacio político. Entre sus obras sobre este tema destaca Conversaciones sobre la arquitectura (2007). Ha dirigido exposiciones internacionales (y colaborado con sus ensayos en los documentos de dichas exposiciones), como Arquitectura radical (2002), Micro-Utopías. Arte y Arquitectura (2003), Desde el puente de los años. Paul Celan – Gisèle Celan-Lestrange (2004), Matisse y La Alhambra (2010), Colección Christian Stein (2010), El hilo de Ariadna (2012), Colección IVAM. XXV Aniversario (2014). 

Se ha preocupado por pensar la época de la globalización y por la escritura, con títulos como: Globalización y fragmentación del mundo contemporáneo (1997), Escenarios de la globalización (1997), Mundialización / periferias (1998), J. Ruskin: Las piedras de Venecia (2000), Poéticas / Políticas (2001), S. Mallarmé: Fragmentos sobre el libro (2001), Teorías para una nueva sociedad (2002), Desafíos de la Mundialización (2002), Nueva economía. Nueva sociedad (2002), Después del 11 de Septiembre (2003), Oriente-Occidente (2003), Gobernar la globalización (2004), Escritura suspendida (2004).

 

Más información sobre Francisco Jarauta, en Wikipedia:

 https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Jarauta

Página de Francisco Jarauta en el blog de la revista Ágora:

 https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/search?q=Francisco+Jarauta

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