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jueves, 12 de agosto de 2021

María Francia y la casa del molino. Un relato de Fulgencio Martínez, de su libro "El taxidermista y otros del estilo" / Ágora

 EL TAXIDERMISTA Y OTROS DEL ESTILO

María Francia y la casa del molino. Un relato de Fulgencio Martínez, de su libro El taxidermista y otros del estilo (2019, Murcia, Diego Marín editor)


enlace para adquirir el libro de relatos:

 https://www.diegomarin.com/9788417750640-el-taxidermista-y-otros-del-estilo.html

 

6. María Francia y la casa del molino

 

 

     ¿Qué nos separa de Francia?

 

Por esos días había llegado a la clase un chaval nuevo. El francés, le decíamos, porque era hijo de emigrantes y había venido de Francia recientemente. Vivía en una casa grande junto al molino, con un patio lleno de alhucemas. Recuerdo que decía tener allí una colección de relojes antiguos y de monedas extranjeras, y esto fue, quizá, lo que nos hizo amigos de él enseguida.

Una tarde nos invitó a merendar en su casa. Por la mañana, en la escuela, le había prestado yo mi cuchilla de sacar punta a los lápices, y esa cuchilla había desaparecido de su estuche. El nuevo se deshizo en disculpas. Siempre sospeché que había sido Licio, el bromitas, quien la había ocultado.

Las tardes eran ya largas, no recuerdo unas tardes tan interminables como aquellas de la pubertad. Yo entré a la casa de mi nuevo amigo como a un mundo extraño.

Además del acento distinto de mi nuevo compañero y de su familia, el mundo que se adivinaba detrás, y la casa en sí, cuyo recuerdo aún me resulta indescifrable. Me pregunto si Licio, ahora don Licinio, tendrá esas lagunas en la memoria. Me gustaría ahora hablar con él, a pesar de nuestras enemistades pasadas. Qué pena que no pueda recordar más detalles de esa casa y que su recuerdo lo tenga, cómo decirlo, en la punta de los labios sin poder concretarse. Sólo la atmósfera, el silencio, la extrañeza de todas las cosas de la casa, y el aire de las personas que la habitaban como si (después de veinte años en Francia) hubieran vuelto a la casona familiar convertidos en fantasmas. Ya tenía, entonces, esa sensación, que el tiempo no me ha hecho sino agudizar. La proximidad del molino, el tiempo como reposado en esa casa, las tardes muy largas… Apenas recuerdo a las hermanas del chico, que de pronto aparecían como de entre unos visillos; eran mayores que nosotros, que vivíamos aún en nuestro universo cerrado de niños. Allí, por primera vez, ocurrió mi primer pasmo ante la belleza, una belleza indecible; todo lo que es verdadero está más acá de las palabras, dice Cortázar en El perseguidor. Atisbé un mundo de sensaciones que no estaba unido a mi vitalidad sino a algo más acendrado; no unido a mi memoria sino como un punto que yo miraba a lo lejos y desaparecía al fijar la vista en él.

 

María Francia   

 

¿Qué nos separa de Francia? Me sigo preguntando ahora…transcurridos más de treinta años.

Entonces no sabía que ése era también el nombre de la menor de aquellas hermanas, la de los ojos más negros, la mujer de mi primer beso, que casi no distingo, ahora, de un beso imaginado.

Recuerdo, sin embargo, una ocasión en que salió ella a despedirme, y la miré, ya montado en mi bicicleta, y durante un rato, estuvimos en silencio los dos, mirándonos, hasta que por fin ella acercaría a mi cara sus labios. Por primera vez, conocí el pudor del púber, mezcla de vergüenza y placer desconocido, al notar que humedecía la tela de mi pantalón corto. 

 

 FULGENCIO MARTÍNEZ 


 REVISTA ÁGORA DIGITAL AGOSTO 2021

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