ECOPOEMA PARA PEDIR LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD SILENCIOSA DE NUESTROS DÍAS
¡Penas!
¿Quién osa decir
que tengo
yo penas? (…)
¡La
esclavitud de los hombres
es la gran
pena del mundo!
José
Martí
De la esclavitud silenciosa
que sufren los trabajadores
bajo la nueva tiranía
del poderoso Don Dinero,
poco se escribe.
La avaricia
del Capital ¿tiene ocupadas
a las nueve Musas?
¿No se escribe
porque no se lee
o,
quizá, porque
como
tema de una poesía
hoy no interesa?;
¿es anacrónico,
insólito, antiguo, el asunto;
provocativo, ingenuo, dirías?
¿O descatalogado, valiente, descarriado,
prosaico, calamitoso, ay Dios,
rojo, filomarxista?
Ten por seguro
que nos quieren
mano de obra sumisa,
mal pagada y contenta.
Que el poeta hable
de sus mundos interiores.
La poesía no ha de ser política.
Otro cantar quisiéramos
cuando vemos crecer la fila
de trabajadores en paro;
de jóvenes temporeros urbanos,
sin proyecto de vida,
en empleos cada vez más precarios,
que callan con temor ante los jefes
y se tragan el abuso por una comida.
Un cantar para no pasar delante
de la miseria que levanta muros
más altos en otro mundo olvidado,
muros de hambruna, guerra e injusticia.
No dejemos que los
utilicen
para atemorizar con un
mal mayor.
Es cierto que hay otros miserables
y que nosotros podemos
comer.
Pero no olvidemos
escupir a
la cara a los que
mandan levantarlos.
No tengamos miedo de
ser mejores.
Ni de escribir los
deberes del día.
ADORACIÓN DE LOS PIES DEL HOMBRE QUE TRABAJA
Sobre los caminos no cesa el silencio
y el transitar de pies y de ruedas
polvorientas, numerosas, torpes,
cargando vino y cuero, aceite, espigas
y leones para el circo;
delante de las ruedas, los pies hinchados,
desnudos sobre el barro,
los puros pies del humano de carga.
Para entrar en este templo del camino
hay que desnudarse
de la piel misma y ver junto al hueso
el ruido hondo de las llagas
en esos pies que nos preceden y continúan
con nosotros, andando delante de nosotros,
pan de esos pies comemos cada día,
pedimos que no nos falte su bendición
en cada una de nuestras plegarias.
Para
entrar en este templo
humillamos nuestro orgullo
de salvajes sedentarios.
Gorriones son esos pies
que se mueven haciendo el trabajo
con la gracia de una flauta divina.
Sus músculos ya no son de carne
humillada, y sus dedos ya no
se duelen de frío; ahora son
esos pies alas, rosas, inmortales.
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