CASTA
Casta es una expresión, como usted sabe,
que la juventud díscola viene usando desde hace un año (desde las últimas
elecciones europeas y la irrupción de Podemos) para referirse a los políticos
apoltronados. Por más que quieran confundir su inteligencia, lector, usted comprende
el sentido de esa palabra porque está hoy en la calle y el pueblo la usa.
No se es
casta por haber nacido en cuna de madera o de oro; sino por sentirse por encima
del pueblo gobernado y pertenecer a un estatus intocable. Por despreciar al pueblo llano y obediente, creerse
miembro de una meritocracia política que ha vivido durante estos pasados años muy
por encima de sus posibilidades y sin ningún control. Esos sí que no han
sufrido un pelo la crisis. Para más señas, es casta quien ha vivido así de lo lindo
y le molesta que los administrados le exijamos cuentas y moderación.
Acostumbrados al “yo me lo guiso y yo me lo como” reaccionan, como ante la bicha, cuando oyen
eso del control del poder político y de los dineros que administran en nombre
de todos. Pero lo más gracioso son sus respuestas que están entre la
demostración de una ignorancia supina y el cinismo de quien toma a los demás por
tontos. Cuando se les llama “casta” responden como los malos estudiantes,
llenan la pantalla con frases hechas sin contestar a lo que se les pregunta. Algunos
ahora se reivindican hijos de fontanero o de pastor de la montaña. Susana Díaz, Felipe González, por el PSOE; Pablo
Casado, María Dolores de Cospedal,
por el PP, han confirmado que no tienen la sangre azul. No sería de extrañar
que hubiera, en este año de elecciones, una manifestación de la marea de la
casta exhibiendo abuelos con esparteñas y pancartas alusivas a su humilde origen.
Más
importante que no ser casta por cuna (como malinterpretan esos políticos), es
no haberse acunado en la casta del dinero y de los privilegios y haber olvidado
las convicciones igualitarias del pueblo. Creen ésos que merecen el haberse
llevado mucho por todo lo que le han dado al pueblo, cuando en realidad le
deben. Viven en un sentimiento de superioridad apenas disimulado en sus
diatribas contra los que han puesto ilusión en los nuevos partidos. Fíjese
usted, pienso que no atacan tanto a Pablo Iglesias o a otros nuevos,
sino a los que hemos puesto ilusión en la nobleza de su discurso.
Necesitamos
desterrar la creencia de un pueblo vago, supersticioso y servil, ese del “vivan
las caenas”, de los que llevaron sobre sus calzones en hombros a Fernando
VII (o ahora, también en la Comunidad de Valencia, de los que lanzaron
pétalos de rosa a la imputadísima exalcaldesa de Alicante Sonia Castedo).
Hagámosle una higa al chanchullo, a la picaresca vida, al si no te corrompes
tú, es porque no puedes. Esa caricatura del pueblo la creó el Antiguo Régimen y
sigue sirviendo de coartada a los que no quieren la regeneración. Tal vez con
ella la casta deje de tener excusa y los políticos miren por el pueblo, que no
es tan ruin e innoble como piensan. Yo digo aquello de Machado, cuando se cansó de discutir con Ortega y Gasset que si la minoría aristocrática o el pueblo eran
los ejes de la cultura; zanjó Machado así la cuestión: “solo hay una
aristocracia: la del pueblo”.
Fulgencio
Martínez
Profesor
de Filosofía y escritor
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