LA ISLA
Resulta una curiosa
coincidencia que en este año en el que una película, La isla
mínima, llega con el máximo de nominaciones a los óscar, José
Luis Martínez Valero nos haya regalado su último libro de poemas
con el título de La isla.
Como en los fotogramas iniciales, sus páginas recogen una visión cenital y clarividente de un territorio que se siente acotado, limitado incluso, de ahí “la isla en medio del océano”, contornos definidos por el mar que la envuelve y la rodea. El más allá, “el agua”, “el mar” nunca descansa, sucede omnipresente y tranquilo “como la flecha tensa” sabedora de que dispone de todo el tiempo posible.
Como en los fotogramas iniciales, sus páginas recogen una visión cenital y clarividente de un territorio que se siente acotado, limitado incluso, de ahí “la isla en medio del océano”, contornos definidos por el mar que la envuelve y la rodea. El más allá, “el agua”, “el mar” nunca descansa, sucede omnipresente y tranquilo “como la flecha tensa” sabedora de que dispone de todo el tiempo posible.
La isla, otrora un
paraíso, es ahora una tierra reseca “expuesta al sol”,
desgastada ya, que “un día volverá al mismo mar” de donde no
debió salir nunca. En esta región de supervivientes al que arriban
los pecios y los desheredados, surgen con frecuencia disputas de
banderas y límites. En esta comarca de capas sucesivas, de ruinas
encerradas en el espacio de su tiempo, la única salida es la
palabra: la semilla de la poesía como clave de una salvación
posible. En su finitud estamos todos condenados a la extinción y a
la frontera de sus orillas. ¿O puede que en realidad nunca nos
vayamos? ¿Cuántas veces habremos estado antes aquí? ¿Hasta qué
punto nuestro recuerdo nos delata y nos anuncia?
En este poemario, en esta
introspección global y serena sobre la vida, José Luis Martínez
Valero inventa una isla como el grumo sobre el agua donde se reúnen
los restos de sus vivencias, como el cerco de un periplo por el que
transitó a lo largo de sus años de inquietud reflexiva. Es
consciente, sin embargo, de que su “isla aumenta la soledad” y
resulta inhóspita a primera vista: “tiene el corazón de piedra
dura”. Es quizá por ello que toda ella se encuentra devastada por
la búsqueda que simbolizan los pozos de agua horadando su interior o
los yacimientos que auguran algún tesoro posible.
Todos van dejando sus
huellas, sus raíces, en estos páramos asomados al océano
omnipresente que “casi siempre calla” incansable. Los nativos
viven atrapados por el mar que los poda y difumina, por el mar que,
frente a la fugacidad de su existir, siempre “sucede”.
Abandonados a la deriva, se agarraron a la luz, una “luz excesiva”,
como única claridad posible, como hacedora máxima del perfil de lo
que es cierto y definido. En su ausencia “toda realidad se
convierte en pesadilla”. La esporádica aparición de la niebla en
este tierra yerta, los sume en una “duermevela” que no es ni vida
ni muerte sino tan solo “un vacío sin memoria/ la ausencia del
olvido”. La luz como remedio, la luz como sabiduría, porque, para
el poeta, “ahora es de noche/ y todo va quedando vacío".
Destinados estamos a un
lugar que nos concentra y obliga a compartir viaje, que nos levanta
en su estrechura a unos contra otros. Dejando “a un lado la
cabeza”, nos expone “al astuto cazador” bajo las nubes que
pasan pero “que parecen ser las mismas”. Como un sino perverso,
sus habitantes, “en busca de otro yo/ que late bajo el agua”, se
van haciendo “más indiferentes a cuanto sucede”. Habrá un “día
que no encuentren/la puerta de su casa”.
Sólo
las tumbas sobreviven, de aquellos que lo entregaron todo, de
aquellos que son anteriores al pasado y que al final se ha convertido
en conversación recurrente. La historia “confusa o descarada”
de lo que nunca fuimos. Sueños, recuerdos, amigos y palabras.
Palabras por descubrir
“en esta isla, donde los
hombres
representan la misma escena bíblica:
envidia de Caín, muerte de Abel”
representan la misma escena bíblica:
envidia de Caín, muerte de Abel”
Baeza, enero de 2015
Salvador García Ramírez ha recibido el premio de poesía Alcalá de Henares. Catedrático de Física y Director, durante años, del Instituto Santísima Trinidad, en Baeza,
donde se encuentra el aula del poeta Antonio Machado.
REVISTA ÁGORA DIGITAL ENERO 2015/ bibliotheca grammatica
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