DIARIO
POLÍTICO Y LITERARIO / 29
Entre pesimismo y regeneración
(La primera quincena de 2013)
Billete para el gobierno
De Don Francisco de Quevedo y Villegas
Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.
El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.
No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.
Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.
Uno se siente como Quevedo cuando escribió aquel soneto "Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados". La decadencia del país no es cosa de hoy, ni de esta crisis, sino de la vejez del edificio. Es consecuencia del paso del tiempo que gasta los materiales, y, un poco, de la falta de cuidado que se ha tenido en renovarlos y sanar los defectos. Como educador, me interesa el porvenir de los jóvenes, llamados a protagonizar la renovación. Con cierto optimismo, observo una diferencia entre los que son, hoy, jóvenes y yo. Estos jóvenes sufren y sufrirán mucho más que yo la crisis, pero psicológicamente están menos tocados porque tienen menor carga de culpa. Yo, en cambio, algo pude hacer y no he hecho. Pertenezco a una generación, los nacidos a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, que nació a la mayoría de edad con la Constitución de 1978. Nuestra educación fue tardofranquista, aunque en muchos casos, como en el mío, recibimos la impronta de profesores de espíritu libre y abierto de ideas, rico de contagio de curiosidad, y esa huella marca, indudablemente, para toda la vida, pues lo recibido en nuestra primera juventud modela el espíritu al no estar enfocado con la exclusiva mira de la utilidad. Todo, o casi todo, lo que aprendemos después de los años de Bachillerato, puede ser útil, pero no es lo importante.
Mi generación se
encontró, en la vida del país, con una situación dada (los inicios
de la democracia) por la que otros españoles mayores habían
luchado: un tiempo nuevo en el que las ideas y los principios
políticos, que hacían camino al andar en democracia, se fijaron
pronto (en el primer lustro del nuevo régimen político); por lo que
nosotros, aún veinteañeros, no tuvimos en ellos foro de decisión,
y muy poco o nada de participación ni opinión. Ocurrió eso mismo
dentro de los partidos políticos, que siguen hoy siendo mayoritarios
e ideológicamente son bloques inatravesables desde entonces, cuando
se constituyeron su aparato y su cultura de partido. Ninguna idea
importante ha sido revisada en ellos, su núcleo sigue siendo
inatravesable; repiten, por ejemplo, en el Partido Socialista, viejas
ideas como la de federalismo, cuando se encuentran con desafíos de
nuestro siglo XXI, y como si tuvieran desde siempre una panacea en la
recámara de la botica, que solo hiciera falta desempolvar. Aprestan
el traje del federalismo de Pi i Margall (un pensador
catalanista del siglo XIX) y lo ponen en circulación, sin más que
haciéndole alguna sisa, pero sin ver que es un traje regional
trasnochado. Como si aquí en Murcia nos sirvieran los zaragüelles
para otra cosa que vestirse del Bando de la Huerta.
Alguien dejó dicho en
el PSOE federalismo -que eso suena a moderno y alemán- y todos dicen
federalismo, federalismo. O sea, más Pi i Margall. La pobre
Constitución de 1978 ha de sentir complejo de anticuada ante el
revival de una idea decimonónica, que solo servió a los
intereses de la burguesía catalana ávida de más pastel político.
Ya no basta lo que
otorga la Constitución a las nacionalidades históricas, o sea, una
cuota importante de representación politica en el parlamento del
Estado. (Por cierto, muy bien aprovechada por diputados de CIU, como
el Duran i LLeida, con residencia en una suite del hotel
Palace, no por lujo y lujuria, sino por una histórica obligación de
los españoles de no hacerle a su señoría madrugar para desplazarse
a las vecinas Cortes).
Y si miro al ideario
del Partido Popular... la situación es aun más triste, porque ahí
se adormila a los jóvenes críticos con la herencia recibida. Su
política fiscal, que es una clave para meter hoy mano a la crisis,
está intrínsecamente en acuerdo con su línea dura de pensamiento.
No cree el PP que se deba molestar con impuestos a las fortunas. Se
muestra insolidario, en el marco europeo, con Francia, que ha
iniciado con Hollande una política de reequilibrio de las
tasas en nombre del bien común del país, para que aporten más los
que más tienen y más se benefician de las infraestructuras que
pagan todos los ciudadanos franceses. Esa política fiscal de
Hollande - una medida de respuesta a la crisis económica menos
injusta con la mayoría del país- refuerza los valores comunes y
ciudadanos del Estado francés, y debería ser apoyada y adoptada por
el resto de los Estados de la Unión Europea para evitar que un
desalmado forrado de dinero se acoja a la fiscalidad más baja de
otro pais vecino. Pero, Rajoy nunca puede hacer eso, ni lo
podrá hacer nunca el Partido Popular mientras sus ideas no cambien.
Rajoy no puede dar el sí a ese compromiso, y ello no por timidez,
irresolución ni por ninguna otra excusa temperamental, sino por
parálisis de ideas.
Pero, como dice el
refrán, arrieros somos... Esa cerrazón ideológica del gobierno
español a contribuir a los valores de estado con Francia y con la
Comunidad Europea, su deslumbramiento ante el craso dinero, que vive
en un mundo propio, y al que hay que tratar entre algodones, quizá
tenga su propia medicina pronto. ¿Creen ustedes que Catalunya
free se va a contentar con ser un estado pequeño, como
Dinamarca? ¿O será pequeño como Suiza, Bélgica y algún otro
estado diminuto y desleal con sus vecinos, de los que atraerá las
plusvalías y las fortunas sacadas de ellos bajo señuelos legales
pero no menos deshonestos?
Pesimismo personal y
generacional: ante esto quizá solo nos queda mirar hacia el
presente, que, como escribí una vez, es el primer escalón del
futuro y, por tanto, ya es futuro; hacer los deberes de hoy y para
mañana. Espero ir haciéndolos del modo que sé: cuestionándolo
todo y a todos los que dimitieron de inventar y nos dan la soga por
solución.
Fulgencio Martínez
Profesor de Filosofía
y escritor
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