METE MANO EN EL CEPILLO, Y CORRE, MINISTRO
Tenemos un ministro dadivoso, que da los céntimos a perra chica. Está al frente de Cultura y ha girado doscientos mil euros a la causa palestina so pretexto de conservar no sabemos qué patrimonio palestino. Se llama Ernest Urtasun. Podría llamarse Diana, Oscar o el Niño de la Bola: daría igual a los efectos. Todos, ellos y ellas, aministrados y aministradas por Pedro Sánchez, son cuñas de la misma madera, rezan el rosario del sanchismo con la misma cara boba y la misma lengua de cartón piedra. Se trata de dar que hablar para distraer a los mosquitos de la charca donde el jefe se hunde. Ahora toque Palestina o Franco, el Rey o la Ayuso. Y hablan esos paquidermos como si tuvieran patente de superioridad ética sobre el resto de vulgares batracios.
El ministro de la Cultura, de gesto tan orgulloso que apenas cae desde Barcelona se cierra el puente aéreo, tiene mano larga tal (para según qué cosas), que hasta sus mismos compis, los otros ministros, temen que llegue a tomarle gusto a arramblar con lo que pille en sus respectivos caladeros. A favor de la causa Palestina, por Dios y por la Virgen, faltaría jamás. ¿Y dónde iba a estar mejor el dinero de los españoles?
Hacer donaciones a instituciones culturales es un cierto modo de ahorrar impuestos y a la vez de socorrer a ciertas actividades que el Estado no puede atender, o no atiende suficientemente. La filantropía casi nunca tiene que ver con eso. Hay, en el fondo, un sentido práctico que aconseja hacerse amigo de una institución o donar un obsequio, bien metálico o inmueble, para obtener una importante desgravación en la declaración de la renta.
Cuando, sin embargo, un ministerio, una consejería o cualquier institución pública subvenciona -el verbo es muy distinto a donar- debería haber -y tal vez lo hay- unos requisitos, unas condiciones de competencia, de oportunidad, de necesidad, en fin, un rigor que va más allá del criterio de quien ostenta el mando. Y de la ideología que tal ministro o concejal tenga en su vida anterior al ejercicio con equidad del cargo que ostenta.
Esto es tan obvio y se olvida de un modo tan palmario. En Cataluña, la Generalitat ha sido en varias ocasiones advertida por subvencionar solamente una opción cultural, y en un caso, una consejera de Cultura fue juzgada y condenada por prevaricación, al haber desviado los dineros de las ayudas y subvenciones hacia sus afines. Todo queda en casa. En esa ocasión, la política de Junts fue condenada, aunque se libraría de entrar en la cárcel, y aun parece que no hubo nada, ni vergüenza, porque el poder político cortocircuita la justicia, prometiendo amnistías a los delincuentes, y estos lo saben, bien que lo saben antes y después de robar.
Pero aquella alta pero pequeña señora, manga ancha para los suyos, y estrecha para los demás, no se metió el dinero en las faldas, robó pero lo hizo por una causa diz que noble: la promoción de la cultura catalanista (claro, que causando un perjuicio a la cultura no catalanista en Cataluña, que quedó ayuna de dineros y subvenciones mientras los amigos de la consejera de Cultura los acaparaban).
Y, dígame, Manuel (Kant), ¿en este caso, qué objetivos persigue el Urtacínico que con cobardía no se atreve, como la Consejera de marras, a decir sí, me lo llevo para los míos, porque quiero todo el poder para el nacionalismo catalán y queremos juntos la independencia que empieza por ser fuertes en la cultura y para eso, dineros, dineros, dineros y dineros de donde vengan, del bolsillo del trabajador español si es menester, no pasa res, a ningún dinero hacemos asco? No, el Urtasun es tan cobarde que no dice a las claras que el dinero recaudado a los españoles puede ir a Hamás, a la organización terrorista que se dice la representación de Palestina, y porque él no lo dice, hemos de creer, pues tontos somos, que no es así.
El Urtacínico entiende la cultura como un cepillo de misa lleno a rebosar de euros que él reparte a su pijo saber y entendimiento muermo.
Fulgencio Martínez
16 de noviembre de 2025

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