El dilema de Europa ante su cultura. A propósito del reciente atentado contra la música en París
El periódico Le Monde de hoy, domingo 9 de noviembre de 2025, destaca a grandes titulares en su página de Cultura: "A Paris, le concert de l' Orchestre philarmonique d'Israël perturbé" ("En París, perturbado el concierto de la Orquesta filarmónica de Israel"). El titular se refiere a un concierto y unos hechos ocurridos con anterioridad, el jueves 6 de noviembre. Durante la interpretación del concierto "Emperador" de Beethoven (el concierto nº 5 para piano del genio de Bonn) tres saboteadores interrumpieron la música profiriendo gritos contra Israel y a favor de Hamás. La Organización Palestine Action ha reivindicado en las redes sociales el atentado contra el arte.
Podría entenderse este hecho como una continuación de una estúpida moda, secundada en los últimos años por asociaciones con fines diversos (medioambientales, animales o indigenistas) de atentar contra el arte, sea emporcando con pintura un cuadro célebre en un Museo o derribando la estatua de Colón o de algún otro personaje. Pero esos atentados antiartísticos son la espuma que sale en los medios de comunicación, y por ello tienen más eco. Media España está llena de grafitis, frases groseras, gamberras o simplemente idiotas, que unos zafios (adolescentes o mayores de edad) inscriben en los muros de iglesias románicas, en edificios civiles y edificaciones con valor histórico incalculable (en mi tierra murciana, chimeneas de antiguas fábricas con enorme valor etnográfico, casas urbanas o de campo de principios o mediados de siglo XX), y por supuesto, también en el mobiliario urbano de cualquiera de nuestras ciudades y pueblos (señales, indicaciones, letreros y rótulos de calles con información histórica): todo es susceptible de vandalizarse, porque además sale gratis al agresor.
Si embargo, los atentados y actos contra el arte, la música, en este caso interpretada por una orquesta judía, no tienen esa filiación ni ese carácter, y por tanto su responsabilidad civil y penal no puede ni debe ser la misma. En esos actos, como los que refiere Le Monde, hay un odio antisemita evidente, disfrazado de una supuesta lucha por una causa pacifista propalestina.
Merecerían, por tanto, una censura pública, intelectual y moral, sin restricciones. Y por otro lado, un castigo legal serio, pues implican doblemente odio y racismo, de los cuales han padecido muchas víctimas en el siglo XX en Europa pero también el arte, la música y la literatura. El odio y el racismo que atravesó los regímenes nazi y comunista, en Alemania y en la Unión Soviética y en otros países europeos a los que impuso Stalin su disciplina, invariablemente tienen como fatal consecuencia la persecución del arte y la belleza. Europa, aún en sus últimas bocanadas, no debería permitirse otro atentado contra el arte en su propia casa. Si lo hace, demostrará, ante sus insidiosos adversarios, que nada le importa ya la supervivencia de su presente y de su legado artístico, y que definitivamente ha muerto su cultura.
Ya no se trata de una formación deficiente paliable con mejor educación, como en los otros atentados contra el arte de los que hemos dado algunos ejemplos; sino de un plan y una estrategia que con habilidad disfraza sus fines: y esos son, a la postre, la dominación, como lo son siempre en las ideologías totalitarias. Por cierto, los medios y expresiones condenables por nosotros (odio, racismo, manipulación del arte con fines propagandísticos) son, para estos sujetos, medios neutros, nada reprochables, sino más bien al contrario, útiles, "buenos". Igual lo eran para los Hitler y para Stalin, los campos de concentración, el Gulag. La perspectiva depende del observador. No debemos, por tanto, eliminarnos previamente como observadores los europeos.
Fulgencio Martínez
9-11-2025

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