DE
VISITA
Por José Luis Martínez
Valero catedrático de Literatura y poeta
Esta mañana al entrar en el estudio, me suelo levantar
cuando la luz ilumina la ventana, don Miguel ya estaba allí, aguardando con
su cara de búho, escudriñando todos los rincones del cuarto, leyendo mis
apuntes, y revolviendo todos los libros, como si hubiese pasado allí toda la
noche. Al ver la extrañeza con que lo miraba, no parece sorprendido, y me dice:
-Es natural que usted piense que soy un intruso,
pero creo que tengo algún derecho a entrar en esta casa a juzgar por sus
lecturas. Además, usted conoce mis hábitos de madrugador.
-No es el momento de entrar en esa cuestión,
- le dije-. No me parece correcto que irrumpa usted en mi cuarto y entre a saco
entre mis libros o traspapele mis trabajos, pero ya que lo ha hecho, hecho
está. Sí que le pido alguna explicación. Y, por favor, sería tan amable de
dejar quieta esa factura, no la pliegue de nuevo.
-Está bien, sólo pretendía hacer una pajarita.
Tiene usted derecho a que le diga cuál es motivo de mi presencia. Me consta que
estos días andaba usted preocupado por la composición de un artículo sobre mí
para no sé que revista, esa y no otra, es la razón de que me haya presentado, y como en
el sitio donde me encuentro hemos abandonado los relojes, no controlo muy bien
los horarios, me he confundido y he llegado cuando todos estaban dormidos.
-Es increíble, entra usted en mi casa, hurga en todos mis
papeles, y ahora resulta que ha venido a ayudarme. Por lo tanto deduzco que en
vez de ofendido, debiera estar agradecido.
-No lo podría haber dicho mejor. Así es, mi
querido amigo.
Don Miguel se ha sentado en el sillón que
hay junto a la ventana, ha mirado el río, se detiene en la catedral de la que
sólo recordaba el retablo barroco de su fachada y ha dicho:
-No sé porque ese empeño en redactar ahora
una revisión de mi libro: Del sentimiento trágico de la vida. Porque hace ahora
cien años de su publicación, como si no tuviésemos bastante con celebrar nuestras
heroicas derrotas, supongo que aún conmemoran ustedes la batalla de Trafalgar,
o aquella Armada invencible.
Al ver por mi gesto que eso ya no ocurre, se
repliega e insiste, ¿es que hay nuevas batallas perdidas?
-Pudiera ser, según se entienda, depende del
bando en el que se hizo la última guerra.
-Supongo que se referirá usted a aquella de
los hunos contra los otros, la incivil, el incidente que me valió el arresto
domiciliario.
-En efecto, así es.
Don Miguel ha tomado en su mano un libro de
Austral, inmediatamente me doy cuenta que se trata de la edición del
Sentimiento trágico de la vida, que he estado manejando. Se ha detenido en una
de las páginas del principio del libro que he subrayado. Con el dedo señala:
-No le gusta a usted esto que digo: la
filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia.
-Al contrario, si lo he marcado, supongo que
fue porque me pareció que tenía carácter metodológico. Pensé que iba bien a su
idea de filosofía como creación. Ortega, el joven con el que usted mantuvo
intensa correspondencia, y también sus controvertidas polémicas, viene a decir
algo así cuando habla de que se trata de algo que agregamos a la realidad, en
el comienzo de Las meditaciones del Quijote.
-Supongo que se refiere usted a nuestras
diferencias sobre Europa y España, aquello de que inventen ellos.
-Así es. Imagino que habrá reflexionado y
ahora sus ideas serán otras.
-Vayamos por partes. En mi situación debiera
decir que vivo ajeno a las polémicas que levanté, pero eso sería contravenir la
idea misma de mi libro, el hombre no es un compuesto de cuerpo y alma, cuyo
cuerpo se consume mientras su alma, ya sin memoria, se instala en un lugar al
que se han dado múltiples nombres. No, amigo mío, luché por seguir existiendo
con todos mis defectos, pues de algún modo ellos también me han conformado tal
como soy. Es verdad que mi carácter se ha atemperado, estoy más tranquilo, si
lo prefiere. Pero no he dimitido de mi idea primera, España no debe ser
europeizada, hemos de ser nosotros los que españolicemos Europa.
-Sin embargo, usted bien sabe que, dadas las circunstancias,
la realidad no es así. Nuestros jóvenes se forman aquí, pero si quieren
trabajar, si quieren crecer, han de marcharse a Europa.
-Bien, bien, pero creo que nos desviamos de
lo que me ha traído aquí. Veamos, me decía usted que Ortega dice algo parecido,
y es verdad, los dos hemos pensado el Quijote, los dos entendemos el
conocimiento como una relación amorosa, claro que él ha derivado en las
circunstancias, recuerde: yo soy yo y mis circunstancias y si nos las salvo a
ellas no me salvo yo. Entiendo que es una manera laica. Por mi parte, le he
dado una dimensión que llamaría teológica, como Spinoza, no quisiera morir
nunca, y cuando digo morir me refiero a la desaparición de mi yo, ese es el que
quiero salvar a toda costa.
-Es curioso su preocupación por la
trascendencia, hoy cualquiera la cambiaria por un plan de pensiones.
-¿Y luego?
-Luego, puede que no tenga lugar.
-Entonces cuando dije que sólo se apunta que
el hombre es un ser racional, y no sabía por qué no se le llamaba afectivo o
sentimental, desconocía el futuro.
-Probablemente hoy bastaría con definirlo
como animal económico, dicho de otro modo, animal cuya única preocupación es la
economía.
-Pero, ¡eso es terrible!
Don Miguel se ha asomado a la terraza, ha
respirado profundamente, ha contemplado los montes que a lo lejos circundan
esta ciudad, los jardines que se extienden a nuestros pies, la gente que cruza
presurosa, el palacio del obispo, la Convalecencia, las torres y cúpulas de las
iglesias, los puentes del río, las casas de pisos que llegan hasta donde
alcanza la vista. Entre tanto los vencejos y golondrinas, que nunca interrumpen
sus giros, marcan la caligrafía del verano. Después se ha sentado en la
mecedora de mimbre, y puesta la cabeza sobre su pecho, ha suspirado. Por un
momento desiste de su carácter polémico, su afición a la contra y a la
paradoja.
Como si repitiese algo que ha escrito, ha
dicho:
-Piensa el sentimiento, siente el
pensamiento…, quiero establecer que la incertidumbre, la duda, el perpetuo
combate con el misterio de nuestro final destino, la desesperación mental y la
falta de sólido y estable fundamento
dogmático, pueden ser base de moral.
-Bien, don Miguel, veo que no pierde usted el
uso de la palabra.
-Creo que es nuestro don primero, el hombre
es animal de palabras, y estas le llevan a reflexionar, a ver con más claridad.
Algunos creen que la palabra es el resto de sombra que nos remite a la caverna
platónica, por mi parte, opino que se trata de un resto de luz, son fragmentos
de una realidad que nos corresponde componer, y hemos de hacerlo
constantemente, porque las palabras son tiempo, y éste es mudable.
Don Miguel, se ha levantado, ha ido a la
cocina, la verdad es que parece que hubiese vivido aquí toda su vida, y vuelve
con una taza de café, que ahora bebe lentamente. Y prosigue:
-El más alto heroísmo para un individuo,
como para un pueblo, es saber afrontar el ridículo; es, mejor aún, saber
ponerse en ridículo y no acobardarse en él.
Tras su intervención, me mira como el que
contempla a un interlocutor alarmado, y desconociendo el motivo que le ha
llevado a ese estado, preguntase cuál es la razón. De ahí que continúe:
-Hay que buscar, tras las huellas de Don Quijote, la burla.
Mi cara, no ha cambiado el gesto, por el
contrario lo ha acentuado, debe semejar una caricatura del interlocutor, la
viva estampa de la perplejidad, razón por la continúa con su extraño discurso:
-Sí, ya lo sé, ya sé que es locura querer
volver las agua del río a su fuente, que es el vulgo el que busca la medicina
de sus males en el pasado; pero también sé que todo el que pelea por un ideal
cualquiera, aunque parezca del pasado, empuja al porvenir, y que los únicos
reaccionarios son los que se encuentran bien en el presente.
Ahora soy yo quien inclina su cabeza sobre
el pecho y se dice que nada de lo que aquí se ha dicho tiene sentido, aunque me
consta que casi todas sus palabras son fragmentos del Sentimiento trágico de la
vida, por tanto ese artículo que tenía intención de escribir, lo voy a dejar.
La presencia del autor me ha perturbado, los ecos de su inquietud constante me
desconciertan, hoy por hoy sería incapaz de formalizar un discurso coherente.
Don Miguel continúa su perorata y como si
quisiera concluir agrega:
-Espero, lector, que mientras dure nuestra
tragedia, en algún entreacto, volvamos a encontrarnos. Y nos reconoceremos, y
perdona si te he molestado más de lo debido e inevitable, más de lo que, al
tomar la pluma para distraerte un poco de tus ilusiones, me propuse. ¡Y dios no
te dé paz y sí gloria!
Dichas estas palabras, como si se tratase
del final de una oración que, por supuesto,
me intranquiliza definitivamente, tal como vino se ha marchado. Creo que cuando
me he percatado de su ausencia, he abierto la puerta, me he dirigido al
ascensor, pero sólo he podido comprobar que una lucecita indicaba que estaba en
marcha, ¿sería él?
Después me ha parecido ver una figura de
negro que atravesaba el puente. Pero esta última imagen, entre la ilusión y el
deseo, no podría asegurar que se corresponda con la realidad.
REVISTA ÁGORA DIGITAL DICIEMBRE 2013/ DOSSIER UNAMUNO
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