LA FILOSOFÍA DE UNAMUNO
Por Cirilo Flórez Miguel
Universidad de Salamanca
Punto de partida
de la filosofía de Unamuno
El año 1913 publica Unamuno como libro un ensayo
titulado Del sentimiento trágico de la
vida en los hombres y en los pueblos, que durante el año 1912 había ido
publicando en artículos. En él expone su filosofía, que no es otra cosa que una
antropología. Pone como punto de partida de su filosofía el hombre de carne y hueso, cuyo núcleo y esencia es
el instinto de vida, el conatus (palabra que toma del filósofo Spinoza) que podemos entender
a la manera del filósofo francés Bergson como “elan vital”, como una fuerza que
viene de lo profundo y se proyecta hacia adelante. Por eso para Unamuno el
punto de partida de la filosofía, a diferencia del de Descartes, es la existencia concreta del individuo
de carne y hueso, que es el verdadero sujeto de la historia. Por eso escribe en referencia directa a
Descartes: “La verdad concreta y real, no metódica e ideal es, homo sum,
ergo cogito. Sentirse hombre es más inmediato que pensar”[1]. Nos experimentamos existiendo, esforzándonos en
permanecer en la existencia. La filosofía de Unamuno es una antropología
entendida como filosofía del espíritu que no sigue la línea del ser, sino la
del espíritu. Y por eso el fundamento lógico de su filosofía no hay que ir a
buscarlo en ningún principio abstracto como el Ser (metafísica antigua) o el Yo
(filosofía moderna). El punto de partida de la filosofía de Unamuno ya no es el
pensamiento como en el caso de Descartes, sino la experiencia inmediata de su
ser, que además puede ser comunicada a través del lenguaje. El verdadero lema
de su filosofía es el de construir su “ser”, su espíritu, esencializarse por
medio de la acción creadora. La
antropología unamuniana tal como está formulada en Del Sentimiento es una antropología encarnada, que él ha
caracterizado con su bella expresión del “hombre de carne y hueso”.
Esta filosofía del hombre concreto encuentra en el
sentimiento la experiencia de su unidad, que se le da como distendida en el
tiempo y en el espacio. En el espacio como ocupando un lugar desde el que
experimenta el mundo; y en el tiempo como situado en un punto (presente) desde
el que desciende hacia el pasado (memoria) y se adelanta hacia el futuro (esperanza).
Pero todo ello lo hace desde el “cuerpo vivo”, que como dice Gabriel Marcel
es el “existencial indubitable” en el que habita la conciencia con sus
diferentes estados. Lo que nos da nuestra primera identidad es el cuerpo, que
experimentamos como nuestro ser. En línea con este planteamiento Unamuno
propone sustituir a la razón científica,
que es nihilizadora, por la razón poética, que es creadora. Miguel de Unamuno
es uno de los filósofos del siglo XX que mejor explican la razón poética al
unir a la razón con la vida por medio del lenguaje. Para él la esencia de la
razón es el logos entendido como lenguaje, como palabra. En la palabra es donde
se hace patente la verdad de las cosas. La palabra es ese espacio en el que se
hace presente lo oculto de la realidad, esa realidad profunda a la que no puede
llegar la razón científica, que queda atrapada en los fenómenos y apariencias
de las cosas. La razón científica describe cómo son las cosas, pero no puede
decirnos nada de su ser, de su esencia, cosa que sólo puede hacer la razón
poética, que es la que llega hasta las entrañas mismas del lenguaje y a través
de él a las entrañas mismas de la historia, a lo que Unamuno llama la
intrahistoria, que en su novela: San
Manuel bueno, mártir[2] él compara con un lago en el que está depositado el
devenir de la historia.
La antropología unamuniana
Unamuno estructura al hombre en estratos dado que
busca explicar el tiempo, que es uno de los grandes enigmas que le preocupan. Y
lo va a hacer sirviéndose del concepto de “intrahistoria” que aparece en sus
primeras obras y va a mantener hasta el final. Este concepto es claramente un
concepto de filosofía de la historia por medio del cual pretende salvar la obra
del espíritu, lo que cada uno ha hecho de sí mismo en la vida. Esa obra que el
espíritu de cada individuo ha ido construyendo en el tiempo; y que con la
muerte no desaparece, sino que se sedimenta en el fondo de la historia que
fluye. Los espíritus de todos los que han vivido en la historia se sedimentan
en la intrahistoria al ser acogidos por la comunidad en el momento de la
muerte, pasando a formar la sustancia de la historia, la historia del mundo o
historia universal, la historia de la humanidad.
Unamuno
considera el tiempo, de modo similar a como lo hace Bergson, como duración. El
tiempo vivido dura de forma estratificada. Es decir, va depositándose en la
historia de cada individuo, así como en la historia de la humanidad. Una
historia (la individual) que iniciamos a partir del nacimiento, a partir de la
individualidad del cuerpo vivo y que se extiende hasta el momento de la muerte.
En ese trayecto construimos nuestra persona, nuestro yo, nuestro espíritu,
nuestro “sí mismo”. La individualidad nos la da el cuerpo, que nos acompaña
desde el nacimiento hasta la muerte; y la persona es ese “sí mismo” que cada
uno de nosotros vamos construyendo con nuestras obras y que nos diferencia como
“singulares únicos” de los otros. El gran enigma que la filosofía de Unamuno
tiene que resolver es el enigma de la muerte, tal como nos dice en Del Sentimiento al referirse al enigma
de la esfinge. “Si al morírseme el cuerpo que me sustenta, y al que llamo mío
para distinguirme de mí mismo, que soy yo, vuelve mi conciencia a la absoluta
inconsciencia de que brotara, y como a la mía les acaece a las de mis hermanos
todos en la humanidad, entonces no es nuestro trabajado linaje humano más que
una fatídica procesión de fantasmas, que van de la nada a la nada, y el
humanitarismo lo más inhumano que se conoce”[3]. Así pues, los estratos del hombre son: el cuerpo
vivo, que nos individualiza; y el sí mismo o espíritu, que nos singulariza.
Al morir,
los humanos almacenan los cuerpos en los cementerios; peculiaridad de la
especie humana que nos diferencia de los otros animales y nos cualifica como
humanos tal como explica el filósofo italiano Vico a quien Unamuno sigue en este punto. Vico
encuentra el origen de la palabra “humanidad” en la inhumación de los difuntos,
como se desprende de las siguientes palabras suyas: “La segunda de las cosas
humanas, por la cual en los latinos, de humando,
“sepultar”, primero y propiamente viene dicho humanitas, son las sepulturas”[4]; idea a la que alude Unamuno cuando escribe en Del sentimiento: “El gorila, el
chimpancé, el orangután y sus congéneres deben considerar como un pobre animal
enfermo al hombre, que hasta almacena sus muertos. ¿Para qué?”[5].
Después
de la muerte, nuestro cuerpo que fue vivo reposa en el cementerio a la espera
de la resurrección, según la creencia cristiana. Pero ¿qué ocurre con la
persona, con el “si mismo” que hemos ido construyendo a lo largo de la
historia? La respuesta a esta pregunta es una de las preocupaciones
fundamentales que la antropología unamuniana va a intentar explicar y que le
lleva a la cuestión de la inmortalidad, que ocupa el capítulo 3º de Del sentimiento.
Unamuno
va pasando revista a las distintas formas de explicar la inmortalidad: la del
erostratismo o la fama, la cristiana de la resurrección, la racionalista
negadora de la inmortalidad y la que él denomina del “riesgo”, que es la que
expone en el capítulo 6º de Del
sentimiento.
¿La
conciencia que yo soy, se pregunta Unamuno, encuentra su fundamento en una
Conciencia eterna o carece de fundamento y lo mismo que emergió en un lugar y
un momento desaparecerá con la muerte? La solución de este enigma no se
encuentra en la razón, que se mueve, lo mismo que la conciencia, dentro de los
límites del espacio y del tiempo, que siempre acompañan al cuerpo; y que ella
no puede trascender sin caer en ilusiones. Esas ilusiones que Kant criticara en
su primera Crítica, la Crítica de la razón pura. Y puesto que
la razón no puede dar solución a ese enigma va a recurrir Unamuno a la facultad
humana que puede hacerlo, y que la modernidad marginara: la imaginación, la
fantasía. Por todo ello la filosofía unamuniana de la existencia va a apartarse
de las modernas filosofías de la conciencia, íntimamente unidas a la razón y a
la ciencia; y se va a ir acercando a un tipo de filosofías espiritualistas que
podemos calificar como filosofías de la encarnación, que parten del cuerpo
vivo, pero van a hacer de lo que ellas llaman “espíritu” la esencia misma de lo
humano.
La
explicación unamuniana de la inmortalidad sigue el camino platónico de la
mitologización; puesto que la inmortalidad no puede ser explicada
racionalmente, busquemos para su explicación el camino de la imaginación, el
camino del mito. Para explicar todas estas ideas Unamuno va a imitar en su
filosofar el camino de Platón que, trabajando como poeta, creó un Sócrates,
cuyo carácter fundamental es la ironía, que alcanza su expresión más acabada en
lo mítico. Esta es precisamente la idea
que Unamuno aplica tanto en su teoría de la tragedia como de la novela. De
ambas podemos decir que son mitologizaciones, ficciones que pretenden
desvelarnos el sentido de nuestra existencia sirviéndose de mitos, de figuras
literarias, cosa que puede hacer gracias al lenguaje. Así como el agua es
principio de vida, así es también el lenguaje para Unamuno. No es un espejo en
el que se reflejan las cosas, sino un principio vivificador que fluye a lo
largo de la historia y vivifica la vida de los pueblos. El lenguaje es la
expresión del alma de los pueblos y por consiguiente su memoria eterna, en la
que se conserva todo su pasado. De esa memoria del pasado que es el lenguaje,
alma de los pueblos, sacan los pueblos su sustancia. El conocimiento se teje
con palabras y las palabras recogen la tradición y la traen al presente al
decirla. El estudio del lenguaje nos conduce a lo que Unamuno llama la
intrahistoria de los pueblos, a la conciencia de lo eterno, que es la esencia
del alma racional. “La metáfora es el fundamento de la conciencia de lo eterno.
Y la conciencia de lo eterno, el ansia de inmortalidad, es la esencia del alma
racional. Alma racional y metafórica”[6].
Si los
cementerios son los lugares donde se almacenan los cuerpos de los hombres y por
lo tanto el sedimento de la humanidad; uno de los lugares donde se conserva el
espíritu de todos los hombres y los pueblos es el lenguaje, en el lenguaje
concreto de un pueblo tal como el mismo se ha encarnado en su literatura[7]. Esa es la razón por la que Unamuno toma el Quijote
como referente fundamental de su filosofía, porque es la encarnación pneumática
y espiritual del espíritu del pueblo español. Un espíritu que se caracteriza
por la acción creadora de Don Quijote y no por la acción fabricadora de Fausto,
el personaje de una de las obras de Goethe. La filosofía unamuniana del
sentimiento trágico se opone a la filosofía moderna de la razón calculadora,
que ve a Don Quijote como una comedia y no llega a captar la profunda tragedia
que representa[8].
El “quijotismo” de Unamuno
Papini va a interpretar el pragmatismo del filósofo
americano W.
James como un “pragmatismo mágico”, que entiende la “poesía” en su
sentido etimológico como creación, e interpreta la “voluntad de creer” de James
en el sentido de que el hombre no solamente se mueve guiado por los fines que
se propone desde la razón, sino también siguiendo las tendencias de los propios
sentimientos. Esta interpretación del pragmatismo por Papini podemos
atribuírsela también a Unamuno.
Este que hemos denominado “pragmatismo mágico”
es una síntesis de ideas románticas y pragmáticas, enriquecido a su vez con
ideas de Bergson
y con la interpretación pragmática que siguiendo ideas de Bergson hace
el sindicalista Sorel de la historia. Este considera que en lo profundo del
individuo, en eso que Bergson denomina el “yo profundo”, se asientan los mitos
que él interpreta “como los medios de actuar sobre el presente”[9].
Mitos que pueden ser religiosos como el “mito apocalíptico”, políticos como “la
huelga general” o literarios como el “mito de Don Quijote”.
Así pues,
el “quijotismo” de Unamuno es un “mito literario” del que se sirve para
explicar su concepción de la historia; es en ese mito donde hay que ir a buscar
lo que España ha aportado a Europa, que no está en la línea de la ciencia y la
técnica, sino en la línea de la literatura. Podemos hablar de dos modernidades:
la de la ciencia y la técnica por un lado y la de la novela por otro tal como
hace Milan
Kundera en su obra: El arte de la
novela[10], en la que escribe: “En efecto, para mí el creador de
la Edad Moderna no es solamente Descartes, sino también Cervantes”[11]. La línea de Descartes tiene que ver con la
modernidad basada en la certeza; mientras que la de Cervantes con la línea
basada en la sabiduría de lo incierto. “Comprender con Cervantes el mundo como
ambigüedad, tener que afrontar, no una única verdad absoluta, sino un montón de
verdades relativas que se contradicen…, poseer como única certeza la sabiduría de lo incierto, exige una
fuerza igualmente notable”[12]. La teoría que Kundera expone en ese su libro es la
misma que Unamuno defiende con su mito del “quijotismo”: que lo que España ha
aportado a la modernidad europea no está en la línea de la ciencia y la
técnica, sino en la línea de la literatura.
Y siguiendo
esa línea él va a pensar mitológicamente y por eso los componentes
fundamentales de su filosofía no son los conceptos, sino las “figuras
literarias” que hacen sensibles sus ideas. Las figuras literarias de Unamuno
presentan situaciones existenciales, en las que se hace presente como es la
existencia de los hombres de carne y hueso en el mundo. Por eso la conclusión
de Del sentimiento nos muestra la
figura de Don Quijote como la expresión del pueblo español. Ella hace presente
en el mundo un “modo de ser” centrado en el análisis del presente, que es el
momento del tiempo que Unamuno quiere salvar. Don Quijote no recuerda, ni
espera; aprehende el presente en su instantaneidad y nos lo dice. Don Quijote
protagoniza simplemente acciones y aventuras, que son las que le
individualizan. No mira hacia atrás, ni hacia adelante. Está en el presente.
Sus aventuras son su autorretrato. No busca el tiempo perdido como el novelista
francés Proust en su
novela En busca del tiempo perdido,
ni camina devorado por el deseo como el protagonista de La piel de zapa de Balzac. En cada una de sus aventuras Don Quijote
aprehende el instante fugitivo y nos lo enseña. Ese es su destino: vivir en el
presente y mostrarnos sus entrañas en el lenguaje. “El lenguaje nos da la
realidad, y no como un mero vehículo de ella, sino como su verdadera carne, de
que todo lo otro, la representación muda e inarticulada, no es sino esqueleto”[13]. La filosofía unamuniana, de la mano de Don Quijote,
ha abandonado el espacio de la representación en el que se movió la filosofía
moderna y se ha instalado en el mundo como hará Heidegger en su famosa obra: El ser y el tiempo. Don Quijote abandona sus lecturas y sale al
mundo para realizarse en la acción. En él encontramos el mito y la figura
literaria que mejor expresa el modo como Unamuno entiende la existencia en su
famoso ensayo: Del sentimiento trágico de
la vida en los hombres y en los pueblos.
9 Sorel,G.: Réflexions
sur la violence. E. Marcel Rivier, Paris, 1972, 152. En la biblioteca de
Unamuno hay una edición italiana de este libro de Sorel con anotaciones de
Unamuno.
REVISTA ÁGORA DICIEMBRE 2013 HOMENAJE A MIGUEL DE UNAMUNO. CENTENARIO DE LA OBRA DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA
No hay comentarios:
Publicar un comentario