CIERRA
DESPACIO AL SALIR
Con
este su tercer poemario, publicado en la editorial Devenir, Víctor
Angulo
(Soria, 1978) ganó en
2012 el Premio de Poesía “Fundación cultural Miguel Hernández”.
Cierra despacio al salir es ya
una obra que rezuma, en sus mejores momentos, un mundo propio y una
voz poética que ha tallado su primer fruto. Una poesía –como se
define en la contraportada del libro- “que busca la emoción en lo
esencial, que hace hincapié en el fruto donde fundamentalmente
reside la belleza… en lo conciso, en lo elemental”. Salvo en
algunos versos de sus poemas más discursivos, donde al autor se le
va la mano en lo anecdótico, pero incluso en esos breves descansos,
como luego trataremos de explicar, el poeta nos sigue transmitiendo
un decir con contenido; lo cual es hoy poco frecuente en mucha
escritura en forma de verso.
El
libro se estructura en cinco secciones; en casi todas, se mezcla
felizmente el breve poema en prosa y el poema autobiográfico, o
parabiográfico, discursivo, en versículo.
En
ambos géneros poéticos muestra su maestría Víctor Angulo, tanto
en la fluidez de comunicación con el lector, como en el ritmo
poético, el acierto semántico (con verbos y sustantivos, en muchos
casos, plenos de sabor castellano, al lado de términos novi
de la cultura contemporánea y de la vivencia del mundo de la
juventud del autor); y ese dominio, fácil y como suave, sobre las
palabras en su acuerdo exacto con lo que el poeta tiene que decir
(que incluye a lo que quiere decir y al silencio que deja) está
mantenido por una tensión, en todos los poemas y en cualquiera de
los dos géneros aludidos, hacia y por la sinceridad. La voluntad de
comunicación a tumba abierta en el poema, también de las pequeñas
debilidades del poeta, a veces también de sus obsesiones absurdas,
como la que siente por una marca de automóvil y por las cajeras del
súper, todo ello dota al libro de un claro valor poético
extraordinario. La pasión por quitarse la máscara, por el
autoconocimiento, es el camino interior que recorre el libro de
Víctor Angulo, y que hace valiosa en muchos quilates su belleza
formal, su música tan bien tallada. Una cosa sin la otra sería un
vano intento.
Personalmente, como lector, creo que son los poemas en prosa lo mejor del libro. También, creo que son un paso más avanzado en la técnica del autor, su fruto más maduro, que ha ido esparciendo en las páginas del libro. O, quizá no sea así.*. Me parecen soberbios poemas en prosa como “Septiembre en los pies”, “La redondez de la ciruela” (de la quinta y última sección del libro, “La fruta con agobio”). Pero me admiran, además, los poemas en versículo: “Jirón de infancia”, “La extensión de las ciudades”, “Otros días, otras tardes” (de la primera sección: “Aquiescencia, espacio”).
Quiero detenerme aquí para comentar algo del simbolismo que se encuentra en este libro, y , un poco, de su contenido, que precisamente gira en torno a esas dos últimas palabras: aquiescencia y espacio. Brevemente, para que el lector, si quiere, siga, estas pesquisas; el discurso del libro se sostiene en una constante liza del yo entre el recuerdo y el presente (entre la búsqueda, pues, de un significado en un pasado más joven y la carencia de ese significado en el hoy, más erosionado en la cotidianidad - el presente del hoy treintañero- , por el que destila aceptación, hastío, repulsa, indiferencia); el discurso del yo poético conduce al territorio –también poético, al menos- de una verdad con la que el poeta asiente, con aquiescencia y claridad; a un espacio que une aquellos dos tiempos, y “que habitará sin ensombrecerles”; es decir, como son, sin engaños ni desengaños. (“Afirmación de confianza”, de la cuarta sección “El cuarto de invitados”).
Personalmente, como lector, creo que son los poemas en prosa lo mejor del libro. También, creo que son un paso más avanzado en la técnica del autor, su fruto más maduro, que ha ido esparciendo en las páginas del libro. O, quizá no sea así.*. Me parecen soberbios poemas en prosa como “Septiembre en los pies”, “La redondez de la ciruela” (de la quinta y última sección del libro, “La fruta con agobio”). Pero me admiran, además, los poemas en versículo: “Jirón de infancia”, “La extensión de las ciudades”, “Otros días, otras tardes” (de la primera sección: “Aquiescencia, espacio”).
Quiero detenerme aquí para comentar algo del simbolismo que se encuentra en este libro, y , un poco, de su contenido, que precisamente gira en torno a esas dos últimas palabras: aquiescencia y espacio. Brevemente, para que el lector, si quiere, siga, estas pesquisas; el discurso del libro se sostiene en una constante liza del yo entre el recuerdo y el presente (entre la búsqueda, pues, de un significado en un pasado más joven y la carencia de ese significado en el hoy, más erosionado en la cotidianidad - el presente del hoy treintañero- , por el que destila aceptación, hastío, repulsa, indiferencia); el discurso del yo poético conduce al territorio –también poético, al menos- de una verdad con la que el poeta asiente, con aquiescencia y claridad; a un espacio que une aquellos dos tiempos, y “que habitará sin ensombrecerles”; es decir, como son, sin engaños ni desengaños. (“Afirmación de confianza”, de la cuarta sección “El cuarto de invitados”).
*
Pues creemos que una crítica ideal habría de ser un diálogo entre
el primer lector (el propio autor, que es quien mejor conoce su
poema) y el segundo lector (que es la posición de cualquier lector y
también del crítico); después de escrito el artículo fue enviado
al poeta. Este, amablemente, nos aclaró algunos detalles que creemos
importante que conozcan los lectores.
"...gracias
por las palabras que me dedicas, por tu predilección por los poemas
en prosa; en primer lugar estaba todo el poemario concebido como
poemas en prosa; luego, algunos poemas los convertí al versículo.
El poemario lo escribí hace años, y esto me permite hablar con
distancia. Creo que todo él habla de la pérdida de la inocencia
personal, de una crisis de adolescencia a la que uno asiste ante la
perplejidad del mundo posmoderno, al capitalismo de ficción, que
dice Vicente Verdú; esto hace que haya dos factores que me han
señalado: la melancolía y la extrañeza. Creo que en el poemario se
afianzan estos dos conceptos motivados por la perplejidad con que uno
mira el mundo cuando se pierde la inocencia y mira de frente la vida.".
(Víctor
Angulo)
SELECCIÓN
DE POEMAS DE
CIERRA
DESPACIO AL SALIR
No
ves que los tiempos no son propicios para tentar al disimulo, para
incurrir en las prácticas hurañas del rocío, en sus represalias
agraces, en los nombres que pedimos prestados. ¿No te das cuenta de
que ya es tarde? ¿No ves que es inútil y, por tanto, imposible? Y
sin embargo te aprietas al frío que te envuelve, al abandono contra
el que no puedo hacer nada y que torna evidente la necesidad aunque
no haya entusiasmos, todavía no. Cada estación es al fin,
paciencia, y yo, forastero. Pero algo queda después de tantas horas
perdidas pensándote de soslayo. Algo queda. Cuantas primaveras
asumí, al negarme en caricia, y luego las palabras casi olvidadas y
libres. Algo queda al recordar, ahora, no hace tanto, las golondrinas
acordonándose en los cables de la luz al final de la tarde. Desde
luego algo queda, sólo que algunas cosas se volvieron después
indescifrables y lejanas y ahora no caigo. Por más que lo intento,
no caigo, y estos fríos tempranos siempre vuelven.
LA
REDONDEZ DE LA CIRUELA
He vuelto al viento y al otoño, a sus sendas y a su hastío cada vez que regreso a aquel silencio con palomas vacío de murmullos y de pájaros; cada vez que reconozco los indicadores kilométricos de la carretera tantas veces contemplados desde las ventanillas delanteras del coche, y luego las primeras casas a lo lejos, o las manchas de luz en la noche cuando vuelvo de madrugada; cuando vuelvo a este disfraz de circunstancias, a la redondez de la ciruela, amable por costumbre.
Al menos creo que he vuelto a esto y deseo tener esa certeza.
Pero no siempre es así.
También se vuelve a la razón que astilló la quietud y a las anchas singladuras del tiempo en la memoria, sobre la que penden los signos de la belleza y la fruta con agobio.
He vuelto al viento y al otoño, a sus sendas y a su hastío cada vez que regreso a aquel silencio con palomas vacío de murmullos y de pájaros; cada vez que reconozco los indicadores kilométricos de la carretera tantas veces contemplados desde las ventanillas delanteras del coche, y luego las primeras casas a lo lejos, o las manchas de luz en la noche cuando vuelvo de madrugada; cuando vuelvo a este disfraz de circunstancias, a la redondez de la ciruela, amable por costumbre.
Al menos creo que he vuelto a esto y deseo tener esa certeza.
Pero no siempre es así.
También se vuelve a la razón que astilló la quietud y a las anchas singladuras del tiempo en la memoria, sobre la que penden los signos de la belleza y la fruta con agobio.
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