SEÑALES: UN LIBRO DE POESÍA
No
hace mucho la revista El coloquio de los
perros publicó,
en su sección "Olfateando", una entrevista con la autora
de un nuevo libro de poemas: Señales.
El entrevistador, director de dicha publicación - y, también, en mi
parecer, un gran poeta, y mucho más joven que el que escribe estas
líneas-, al agradecerle yo, como lector, las claves que daba la
entrevista para conocer a fondo la obra de Dionisia García, me
mostró su entusiasmo. Coincidimos en que Dionisia es una de las
mejores voces de la poesía actual. Hablaba yo como lector, y como
lector con un pico de crítico.
Pero,
además, ocurre que Dionisa García es parte de mi formación lectora
y creadora. Desde la adolescencia, en que encontré en una biblioteca
El vaho en los espejos, uno de
sus primeros libros. Tengo con esta poesía un hilo de devoción
sentimental y de gratitud, como con aquellos autores cuyos libros
devoraba yo entonces, a veces sobre la misma mesa de la biblioteca,
antes de llevarlos a casa: Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Luis
Cernuda, Miguel de Unamuno, Clara Janés... reunidos en un solo
estante, sin distinción generacional. Por entonces, no sabía que la
poeta vivía en Murcia. A los quince años la leí como a una poeta
intemporal, clásica, y a la vez, nueva, porque son nuevas todas las
palabras que descubre el recién enamorado de la poesía.
Un
crítico de libros de poesía tendría que guardarse de dos posibles
confusiones. Una: su vínculo sentimental con una obra, a lo que
puede añadirse su respeto y amistad con su autor. (En mi caso, a lo
dicho anteriormente, se une también esto último). Y dos: sus
personales elecciones y gustos. Lo primero es casi imposible; baste
con reconocerlo para evitar, al menos en parte, la confusión. Lo
segundo (juzgar una obra desde el gusto unilateral del crítico) es,
en principio, exigible que no se dé, si no quiere ser su crítica
meramente impresionista, y reducirse a una nota de diario personal.
Sin embargo, cualquier juicio se funda en valores vigentes en quien
juzga; baste, pues, reconocer este círculo en la interpretación.
Dionisia
García (nacida en Fuente Álamo, Albacete, en 1929, y con doce
libros de poesía a sus espaldas, sin contar otros, de relatos, de
aforismos, y una novela en clave autobiográfica) es un caso
excepcional entre los poetas "mayores": su poesía es cada
libro más interesante. Curiosamente, a partir de El engaño
de los días (publicado en 2006,
por Tusquets, en una
colección donde van a morir los elefantes sagrados)
comienza a publicar libros en
prosa que se integran perfectamente en su obra poética; la amplían
y, a fin de cuentas, la ponen o la devuelven a su quicio -humano,
"humanista", que estaba sugerido ya en algunos poemas de
sus libros anteriores; sobre todo, en una de las partes de El
engaño de los días, así como
en otro poemario de 1999 (Lugares de paso).
Pero, además de reafirmar su clave, la poeta, tras este intermedio
de silencio en la publicación de poemas, reencuentra el ardor
juvenil y la frescura de sus primeras obras.
Remito
al lector, por tanto, a conocer aquella novela: Correo
interior (2009, Renacimiento) y
el libro de aforismos y "confidencias": El
caracol dorado (2011,
Renacimiento); de
este libro dimos cuenta en la revista Ágora ("La sobriedad
interiorizada", Artículo de F. M. Se puede leer en:
http://es.paperblog.com/la-sobriedad-interiorizada-964320/).
Dionisia
García, en estos libros intermedios, cuanto más profundiza en sí
misma más se asoma al mundo; va abandonando un tanto el espejo de la
memoria. Su poesía tiene -sí- el sello de la memoria, pero renace
cada vez más joven y comprometida con el ser humano. Deja muy atrás
los límites de la poesía autorreferencial de los 70. Como su
patrono de nombre, el dios Diónisos, ella se transforma, se divide
para ser una. Intuimos que habrá siempre otra Dionisia, la poeta que
avanza desgarrada por intensa vitalidad interna a su poética; que
avanza..., que ha avanzado más allá del "desengaño de los
días" y ha llegado a la otra orilla de la poesía, la verdadera
(creemos): a la que vive fuera del espejo, en busca de lo que
Machado-Mairena llama la cordialidad, el otro; la poesía más allá
del romanticismo narcisista. No extrañe el título que elige la
poeta para una antología de su obra, en 2008: Cordialmente
suya. (Renacimiento).
Hoy, Dionisia García es una
poeta a la que se le puede preguntar la hora; aunque te la diga de
memoria: a veces, con cierta sonrisa irónica, como diciéndonos que
no deja de ser fiel a ella misma. (En cambio, la poesía que no está
en el tiempo aburre mucho, cuando no se es san Juan de la Cruz y
parco en publicar).
Esa
riqueza humana y vital de Dionisia se presenta, en plenitud poética,
en Señales,
este
nuevo
libro editado por Renacimiento, en la Colección Calle del aire,
111). Son poemas que Dionisia García ha ido escribiendo en los
mismos años en que se ahondaba en ella misma y se expandía en sus
libros de prosa. Estructurado en dos secciones poemáticas, más un
poema que hace de apertura al libro y otro que lo despide en epílogo.
Comentaré, primero, este poema final, porque es a manera de
reafirmación del tono con que arranca la obra. Se llama el poema
"Seguridades".
Dices que no hay respuestas,
que no has hallado aquello que buscabas. (...)
Con trabajo ganamos las mínimas verdades.
Sin conocerlo apenas, dejamos este mundo. (...)
No cedas al extraño; desconfía e insiste.
A veces sobrecoge un bien desconocido
que inunda la conciencia de belleza y respeto. (...)
La "apuesta", de la primera estrofa del
poema, se mantiene en el tono de la lucidez y el compromiso con el
bien y la belleza de este mundo. Se talla, aquí, en poema cuajado,
lo que en los primeros versos del libro era una autollamada vitalista
a atender las "señales" -esos signos divinos, que
compensan de los "días oscuros" y de la tristeza
("Inutilidad de la tristeza"); siguiendo el aforismo de
Heráclito (citado como lema del libro), que dice que Apolo délfico
ni revela ni oculta, sino "hace señales".
La primera parte del libro (titulada "Sinfonías
quebradas") es un vagar de la mirada, que busca. Un vagar, a
veces, desalentado -otras, renacido con impulso y verdor. A veces,
monótono: monotonía de los endecasílabos que continúan, en
algunos momentos, con cierto automatismo, vaciado de música, cuando
la sinfonía se ha quebrado; y, sin embargo, de pronto, dejan paso,
como que se apartan ante la música verdadera, reencontrada; y
finalmente la llevan consigo, la retoman en su seno, ganando y
repartiendo esa riqueza honda de un mundo, humano, vivo, más vivo
que el propio espejo del recuerdo. Ha merecido la pena la paciente
"insistencia". Y el lector se lleva consigo esa riqueza,
"donde el temor no existe, sí el asombro" ("Pasajeros").
Poemas
memorables, como "Permanente rumor", "Maternidad",
"Clandestinos", el ya citado "Pasajeros", "Edad
tardía", que cierra esta parte primera, con este verso:
"Arriesga hasta el final con insistencia". Son frutos de la
poética de la cordialidad, que nos da la mano generosa de la belleza
cuando ésta encuentra a su médium: la poeta Dionisia García.
"Archivo inédito", la segunda sección, es,
a nuestro parecer, la más lograda. Estremece su lectura. Como en un
doble salto mortal, sin red, la poesía se suelta de la mirada
extravagante, y del recuerdo y la evocación descriptivo-selectiva,
con su aquel hermético, de modo que el poema sea un ocultar-revelar
para el lector.
El poema busca "reconocimiento"; como,
sintomáticamente, anuncia el título del primero de esta sección.
Intentando analizar por qué nos parece más honda esta parte del
libro, encontramos una pista posible en ese primer poema ya. Sus versos iniciales son:
"Qué plenitud la tuya cuando dices
que los campos perdían la bondad
de aquel surgir primero en tierra fértil,
porque las altas casas que proyectan los hombres (...)
El "tú", en este poema, desborda el
monólogo, también es distinto al "tú" contemplativo de
la primera parte del libro. El tú (y con él el poema) se ha hecho
drama. En la primera parte, ese tú iba, en circuito cerrado, de la
contemplación, casi siempre evocativa, a la condición de sujeto que
recibe, pasivo, una llamada que remueve su estado de ánimo y que, en
los mejores momentos, consigue cambiarlo y reorientarlo al ánimo de
la belleza.
Como si la autora hubiera ya cruzado su desierto.
Ahora, comienza la iluminación. Pero esta no se daría sin una
lucha, donde el poema, verdaderamente, cobra brío. Como toda gran
poesía, los versos dicen "de un ser en sufrimiento" ("La
bola de papel"); el poema "que escribiera Mandelstam" se sigue escribiendo cada "tarde de soledad y
frío", de otra existencia humana. Estremece esta poesía de
Dionisia, quizá, porque esa es la condición del poema, y de los
seres humanos, incluso cuando se han ido, y ya no son existencia. Es
la condición, también, de los "fantasmas queridos": Se
intitula así un poema increíble, que comienza con este verso :
"Otra vez me estremeces, amante de verano". La desolación
es, aquí, fuente de una confianza extraña. Las horas, como el
amante, quizá el mar, las horas acogen, huyen e invitan a buscarlas
otro verano. Qué belleza nos llama más allá de las formas que
existen; todo es, en el fondo, anhelo, desolada y extraña
plenitud...
He intentado reflejar mis impresiones de lector de este
poema. Pero, seguramente, como mejor se le entienda, es volviendo a
oír una estrofa del poema de la introducción del libro, aquel que
hemos citado anteriormente: "Inutilidad de la tristeza":
No solo la belleza
es armonía y gozo,
también la lucha cómplice
con quienes convivimos
y por amor se entregan
a una dicha posible,
que es hoy y no mañana.
Este poema, manifiesto poético-vital, cobra una más
honda verdad leído desde el otro, y desde toda la segunda sección.
No
hay espacio para resaltar otros poemas de esta sección. Solo quiero
mencionar, pues es "cómplice" con esa desolada plenitud a
la que acompaña la solidaridad, el poema que, directamente, más me
dice: "Decisión última". La poeta, con la sola mención
al profesor Jarauta en la dedicatoria, la vuelve parte del mismo
poema. Y con no nombrar al filósofo Walter Benjamin, que se suicidó
en la frontera española huyendo del terror nazi, talla su texto en
la materia de la condición humana.
"Apuntaba
el otoño su esplendor de amarillos;
a
través del cristal, veladuras y luces.
Sujeto
a su destino, un hombre solo.
Acorralado
y lúcido, asido a su maleta,
evitó
despedidas y selladas palabras,
sin
pretensión de ser un honorable.
Instantes
angustiosos se imponían.
Él
con él ante el mundo
(con
ausencia de aquellos que le amaron
y
fiel a la firmeza de un noble pensamiento).
Se
fue lleno de dudas, de preguntas,
y
el supremo dolor de abandonar la vida."
Fulgencio
Martínez (6-3-2013)
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