José Luis Martínez Valero, en el balcón de su casa, en Murcia. Fuente: La Opinión.
LOS ESPACIOS DE LA MEMORIA
por FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA
José Luis Martínez Valero (Águilas, 1941) acaba de publicar en La Fea Burguesía un interesante libro de memorias: Otoño en Babel. Aunque el título alude al barrio de la ciudad de Alicante, entre San Gabriel y Benalúa, en el que el escritor vivió en los años sesenta del siglo pasado, los espacios de su memoria acuden a otras ciudades y lugares donde trascurrió su existencia en los años de la juventud, ahora recordada con nostalgia serena y con contenida emoción: Águilas natal, Lorca, Dusseldorf, Montejaque en Ronda y por supuesto Murcia, en la que trascurren sus años de universitarios y de colegio mayor: «Estos textos podrían ser un encuentro entre aquel muchacho de veinte años y el viejo que hoy saluda de lejos», escribe el autor en uno de los aforismos de que tan bien surtida se halla esta obra suya, entre textos de memoria, poemas y aforismos intercalados sobre la vida, el tiempo, la edad, los recuerdos, la memoria, las lecturas, los encuentros…
La historia es muy sencilla, adolescencia en Lorca con nostalgia de la natal y luminosa Águilas, y juventud en aquel mundo nuevo y moderno que representa un Babel creciente junto al mar, no lejos de la ciudad que empieza a ser cosmopolita y que se engrandece en aquellos años cuando los pied-noir regresan de Argelia. Años de represión, pero también de recuerdos vivos que recuperan sensaciones indelebles, en las que el escritor tan líricamente se complace. Años también de estudiante en la recoleta y provinciana universidad de Murcia, pequeña, encerrada en su propia clausura. Una Murcia lejana que el poeta sin embargo se complace en recordar en sus carencias, en aquellos increíbles profesores, en aquel mundo de memoria apergaminada.
No hay duda de que, entre el encanto de los recuerdos en aquel Babel refugio y los claustros del estudiante, había una distancia psicológica que provoca un cierto y placentero ajuste de cuentas. Pero en los espacios de aquella memoria hay otras estancias y el lector se recrea recuperando historias amenas, incluso las consabidas historias de la mili, para mostrar la incomodidad de una existencia limitada y ansiosa que logra, en el exterior, en Alemania y Francia, en el sesenta y ocho de París, mostrar un mundo diferente, entonces, en aquellos años sesenta, mucho más diferente que el de hoy.
Un memorialista que es catedrático de Literatura desde muy joven no pude escribir su historia sin hablar de sus lecturas, de los escritores que le han convencido, los autores que ha ido descubriendo. Señala con buena memoria que en aquellos años todavía se podía leer en la prensa artículos de Azorín o de Pérez de Ayala, pero más le interesa recordar su encuentro con lo más avanzado y moderno del momento. Surge un nombre Alain Robbe-Grillet y su nouveau roman, que fue asombro en aquellos días. Y también está presente Jorge Guillén y su mundo bien hecho, y Gabriel Miró, y los novísimos y otras muchas primicias que nos descubren al lector avanzado e indagador.
Pero Otoño en Babel no es solo un libro de memorias aunque las hay en fragmentos, en escenas y en episodios que van sucediéndose hasta construir todo un libro, que, sin embargo, está estructurado con otro propósito, porque los espacios de la memoria se van alternando con exquisitos y excelentes poemas y con las series de aforismos, algunos casi greguerías, que destilan en sus palabras también mucha memoria y desarrollan recuerdos, vivencias y estados de ánimo revividos… «A veces me pregunto qué ha sido de aquel muchacho que llegó a Babel» escribe el autor en uno de sus aforismos. Un niño en el cuerpo de aquel muchacho que contemplaba el mar y se asombraba ante la luz y el nítido espacio de aquella ciudad nueva creciente.
Hay dos poemas en el libro que sobresalen entre todos los demás y no es extraño que Martínez Valero los haya dedicado respectivamente a Francisco Sánchez Bautista y a Dionisia García. Hermoso diálogo intertextual, que dirían los estructuralistas, entre tres poetas insignes, porque, en el poema dedicado a Francisco, se muestra nuestro autor metapoético y descubre que hay poetas como flores que suceden una vez y desaparecen; pero, afortunadamente, hay también poetas como semillas, y, cuando se van, su presencia se multiplica. Y en el de Dionisia habla de tristeza y permanencia: cuando estés tristes no culpes a la tarde por hermosa. Al día siguiente, tú habrás cambiado y ella no estará. Casi con brevedad japonesa, se clausura, con este hermoso poema, el mundo creado y contenido en este libro espléndido, en este Otoño en Babel.
El catedrático emérito F. J. Diez de Revenga. Fuente: La Verdad.
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El texto fue publicado en el diario La Opinión de Murcia el viernes 4 de noviembre de 2022. Agradecemos a su autor su licencia para publicarlo en Ágora.
REVISTA ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO/ BIBLIOTHECA GRAMMATICA/ noviembre 2022
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