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sábado, 19 de noviembre de 2022

Frágil. Cuatro libros de poemas ("Fábulas del perro viejo", de A. Calvo Galán; "Inventario de desperfectos", de N. Corraliza Tejeda; "Petra (La ciudad rosa)" y "Las formas del enigmas", de J. Lupiáñez). Por Fulgencio Martínez. Revista Ágora 12/ Bibliotheca Grammatica /Recomendaciones y abominaciones.

 


          Frágil. Cuatro libros de poemas

                                   Fábulas del perro viejo, de A. Calvo Galán; Inventario de desperfectos, de N. Corraliza Tejeda;                                              Petra (La ciudad rosa) y Las formas del enigmas, de J. Lupiáñez

 

 

De mis lecturas últimas recomiendo cuatro libros de poesía que me parecen sobresalientes, de escritores que están en plena madurez siendo aún jóvenes: Fábulas del perro viejo, de Agustín Calvo Galán; Inventario de desperfectos, de Nicolás Corraliza Tejeda; y Petra (La ciudad rosa) y Las formas del enigma, estos dos de José Lupiáñez

 

     1     Fábulas que disuelven paradojas 

 


 

Fábulas del perro viejo, de Agustín Calvo Galán (Lastura, septiembre 2022): la poesía y la arqueología se confabulan para dar un libro inclasificable, que se puede leer bien como una historia en episodios o como un discurso poético, de cualquier modo el libro te asegura una placentera lectura.  

Nada es usual en su forma poética ni en su disposición tipográfica, que oscila entre el verso y la prosa explorando más allá de las fronteras de estas (al parecer) distintas formas de expresión. (Utiliza el escritor a voluntad el versículo y la prosa pautada, ritmada con un toque de gracia lírica; y tipográficamente, los espacios en blanco, dispuestos entre series lineales de prosa, como si fueran espacios interestróficos, interestelares, que vienen a individualizar cada trozo de prosa como un trazo de pintura, una frase musical o un periodo poético. La prosa así se convierte en fragmentaria pero sin perder su pulsión narrativa). Sorprendente. El poeta nos invita a respirar, maneja las pausas; trasgrede, rompiendo el final de una línea en una serie de prosa, con el fin de  resaltar una frase, o a veces solo unas palabras, y de este modo obligar a leerlas como un verso; con la intención de hacernos reparar en su belleza, en su música, en un silencio o simplemente en un cambio de tono. (Es sorprendente hasta qué punto la pausa poética, el espacio en blanco y otros recursos de la poesía pueden regir sobre un discurso narrativo, anecdótico, que fluye en la prosa, convirtiéndolo en poesía, en un trofeo ofrecido al goce del lenguaje. Viene aquí bien recordar eso que decía, creo que Jakobson, de que la literatura en general, pero en especial la poesía se caracteriza por su autorreferencialidad, su obligarnos a que nos fijemos en la forma del mensaje. Esa fuerza debería ser suave, pero tan efectiva y justificada que el lector note el placer del texto literario, poético, más allá de la historia o información que está conociendo).

Estamos ante el mejor libro de un poeta aún joven en este 2022. Por el riesgo que asume al allegar materiales literarios híbridos. Pese a que está hoy de moda cierta literatura híbrida, la apuesta del poeta barcelonés hubiera podido no dar una obra tan lograda poéticamente, con tal sensación de unidad (dentro de la variedad). No estaba escrito que hubiera de dar una obra poética excelente aunque se hubiera propuesto arriesgar y ensayar en esas formas híbridas, de donde salen mediocridades las más veces.  

El libro es sin duda, genéricamente, un poema, una especie de saga por episodios, una especie de moderna epopeya, aunque gran parte del texto esté escrito en prosa narrativa, y a veces de registro coloquial, con recursos al monólogo (de un perro en este caso, como en una novela ejemplar de Cervantes), con trozos de diálogos, con informaciones periodísticas, incluso algunas que parecen sacadas de revistas del “gran mundo”; con reflexiones filosóficas (sobre la arqueología y la condición humana, reflexión que ocupa un lugar central en la obra): bien, todos esos elementos están sabiamente incardinados en el libro y cumplen una función: la poética. 

La dama de Elche, Lucy, el templo de Afrodita en Cnido, las pinturas de Altamira y las de Lascaux, motivan narraciones y meditaciones líricas. Aunque lejos del estilo del romántico John Keats, en su grandiosa "Oda a una urna griega", es el mismo temple y amor por el arte y las humanidades el del autor de estas "Fábulas" (si bien con un toque de "ironía", y cuidado prosaísmo, y cierta pizca de inocencia bondadosa, de “buen salvaje”; no en vano son historias narradas a través de un perro, que son el mismo y los distintos cánidos que acompañaron a los protagonistas de los hallazgos arqueológicos pero también a las "víctimas" de esos desenterramientos: las humanidades pretéritas o las prehumanidades). 

Las fábulas tratan de la paradoja del conocer, de la aventura de la arqueología, que implica profanar, y también respetar el inmenso bien que es la memoria, el arte, para sentar la planta humana. Respeto, por desgracia, que empieza a faltar hoy.

Pasajes como este son de extraordinaria belleza: (rememora el perro la conversación de su ama, la arqueóloga Iris Love descubridora del templo de Afrodita en Cnido, con una periodista de celebrities)

“Tal vez era de Elle o del Harper´Bazaar. Ya no importa, me explica, me preguntó si la arqueología era como una máquina para viajar en el tiempo. ¿Te imaginas? Debía pensarse que yo era un personaje salido de alguna novela de H. G. Wells.  

No, querida, le respondí yo, la arqueología es una ciencia contra el tiempo, contra el desmoronamiento, contra la ruina, contra la muerte (…)

La arqueología no recupera el pasado: es sólo una forma de exégesis.

Yo deshice un montículo junto a las aguas en calma del Egeo para recrear un templo que había dejado de existir hacía más dos mil años”.

El diálogo podría ser de La Tierra Baldía (The Waste Land), aunque los de Eliot son más fragmentarios y parcos, es el mismo humor absurdo ante la incapacidad de comprender la existencia; una cultura no preparada para lo importante, unas inteligencias sin sentido. La poesía pone de manifiesto el absurdo de una modernidad que, habiendo avanzado como ninguna otra época en la evolución cultural y técnica, hubiera perdido como algún órgano o antena inteligente que le sirviera para entender la vida. Para que dicho absurdo se manifieste con más énfasis (a la vez, para que sea reconocible como familiar) el poeta lo manifiesta en la trivialidad de unos seres anodinos, o, como aquí, en las etiquetas y expectativas banales hacia la cultura por parte de la prensa frívola.

    “La arqueología edifica contra la cultura, que va sobreponiendo capas y más capas con el paso de los siglos. La historia en Occidente es destrucción y acumulación.

        Los arqueólogos somos sísifos.

    Mientras que en Oriente se rehacen los templos una y mil veces, el mismo templo de hace milenios, con las mismas técnicas y los mismos materiales. ¿Me entiendes? Allí no hace falta la arqueología. El pasado es presente. Siguen creyendo en los mismos dioses”.

Demasiado para una reportera de celebrities. (El libro de Agustín Calvo Galán recuerda, en una nota final o coda, la muerte de la gran arqueóloga americana en 2020, "en el Hospital presbiteriano de Manhattan, a causa del coronavirus, mientras estas fábulas se estaban gestando").

El fondo intencional del libro es crítico, en la estela de la poesía de conciencia crítica cultural, crítica a la civilización moderna. Su gran mérito (el mérito de un poema no es solo idea, sino idea con forma) está, en mi opinión, en llegar a unir la poesía, ese testigo incómodo de nuestra cultura, con la metáfora de la arqueología y sus apasionantes hitos. Ambos discursos, poesía y arqueología, destruyen, para recrear, para recuperar partes del puzzle y hacer con ellas nuevos testimonios del presente. (En el fondo, cada resto arqueológico recreado, como cada poema escrito hoy, es testimonio contemporáneo, más que del pasado, aunque la poesía escriba desde la memoria del lenguaje poético y la arquitectura salve un templo griego de unos restos que podrían contener otras épocas y culturas en ellos. Se ha de decidir qué seleccionar, qué ha de ser monumento. Se hace exégesis, y el hombre se interpreta continuamente, quizá para seguir siendo humanidad. La reconstrucción y reinterpretación que hoy hacemos de un mito o de una leyenda oral, dice de nosotros, los intérpretes, más que de un supuesto origen de la narración. También aquellos dos discursos, la poesía y la arqueología, destruyen y construyen puentes entre el presente y el pasado, y aun el origen. Pero nos fuerzan -con suavidad- a mirar a nosotros, y a interrogarnos. Para que de tanto en tanto vuelva la inteligencia del sentido. Gran error y mayor sinsentido sería querer interpretar el pasado, tal que un bloque único, desde el presente que hemos construido con muchos trozos de pasados. De los pasados sacamos presente, pero no se puede volver la operación hacia atrás porque no tenemos la máquina del tiempo para viajar con nuestro sentido a otro punto de la historia. Si hubieran sido y pensado aquellos de antes como nosotros no hubiéramos llegado a ser los que somos ahora. Si nadie hubiera tenido voluntad de erigir pirámides, que mira si es gana, no tendríamos ahora el amor por ellas, aunque nunca se nos haya pasado por la cabeza el emplear nuestra energía en construirlas).

    “Lo voy a confesar ahora: yo me senté frente a aquel hueso vomitado por la tierra, lo         señalé para que Don se fijara en él. Fui yo, con cola quieta, expectante.

     Eran trozos insignificantes de una tibia y de un fémur.” 

Habla aquí el perro de este arqueólogo, pero es el mismo perro antes de hacerse preguntas, descubrir, señalar; y antes de que África fuera un lugar casi yermo. El perro contemporáneo de Lucy. Dice ese perro-hombre paradisíaco:

    “Porque yo había jugado con Lucy, aunque entonces no se llamaba Lucy ni aquellas              tierras eran un desierto, sino un vergel con lagos y animales salvajes como elefantes,         equinos y hienas”.  

Salvajes, sin duda, a diferencia de estos otros animales husmeadores, parlantes: hombres y perros. Perlas de humor como estas puedes encontrar bastantes en el libro. Contra Rousseau: ¿quién sino el “buen salvaje” establece esa división entre los animales salvajes y lo que no? El humor en el libro relativiza y allega ambigüedad poética. Sin duda el tópico de un primitivo cosmos, anterior a este tan conflictivo, es un telón de fondo. La voz de la tierra, la voz de Gaia. Pero cualquier idea previa a la poesía se transforma al entrar en el dominio poético.

    “No especular, únicamente escuchar, es mi regla de oro, me decía el rubio Don.

    Ella nos habla siempre, hasta en las regiones más aparentemente mudas y estériles como     esta de Hadar”.

 

Las fábulas del libro, finalmente, disuelven las paradojas provocadas por las mismas pulsiones del Hombre, y lo hacen gracias al mismo lenguaje metafórico de resonancias inocentes, infantiles, del discurso de la fábula, que el poeta hábilmente ha elegido. Toda fábula hace llegar su voz al niño como si este estuviera aún en el fondo de un vientre, protegido. A veces, para divertirse, y asegurarse la protección, se cambian los roles, la voz suena desde una gruta, desde un lugar oculto, un vientre, la misma tierra.



 

Agustín Calvo Galán, nacido en Barcelona en 1968, ha cultivado la poesía visual, que se recoge, en su mayor parte, en Proyecto desvelos (Babilonia, 2012) y Llama a la llama.Veinte años de poesía visual (Libros de Aldebaran, 2022). Explorador de los límites e interconexiones del verso, la prosa y la imagen, avanza en cada libro suyo, como este, Fábulas del perro viejo, que, como he dicho al principio, se puede leer bien como una historia, daría para una novela gráfica, o como un discurso poético, de cualquier modo el libro tiene una placentera lectura.

 

 

2     En busca y al encuentro de la palabra esencial

 

               
 



Inventario de desperfectos. Decenario poético 2012-2022, de Nicolás Corraliza Tejeda. Con prólogo de Miguel Veyrat. ((Huerga y Fierro editores, 2022). Recoge este poemario un "inventario" de las heridas de la existencia. El libro se abre con la cita de Juan Ramón Jiménez: "El olvido no nos sustrae las cosas, nos las contiene". Poemas precisos, breves, a veces haikus o epigramas, como el poema "Ulises": "Es al volver / cuando cobra sentido el viaje". 

                             


Nicolás Corraliza (Madrid, 1970), que en su inicios poéticos colaboró en la revista Ágora, se ha convertido en un poeta muy interesante, con una poética original, en la senda del Juan Ramón Jiménez esencial. El poema trata de captar el instante único o de recuperar aquello único que resbaló en el olvido o en la niebla del vivir. "LLegamos al silencio / por el ruido, / a la belleza por una / canción" , asi dice Nicolás en el poema "Camino a casa". "Inventario" recoge también hermosos y breves poemas de amor, donde el poeta celebra más bien los ecos del amor, devueltos como pecios o señales en el pensamiento y luego transcritos y salvados por la escritura, como en este poema, uno de los mejores del libro, titulado así precisamente, "Señales": "Cuando esto termine / y la tierra que nos sustenta se agriete,/ volveremos al vacío donde todo permanece intacto./ Era presencia / mientras la lluvia regaba con sueños/ la siembra de la vida./ Fuiste manos de roble en corazón de musgo/ y no quiero duelos./ A veces mientras te pienso,/ recibo señales de brisa y escalofrío;/ es entonces cuando sé / que no te has ido del todo." Maravilla de poema, de emoción contenida y sabiamente descubierta.

        La estructura del libro es algo mágica, acoge una continuidad de poemas, concisos, en su mayoría, no muy diferentes en su tono y temática, y dispuestos como una cinta métrica extendida (que es sinónimo de la vida destilada en ese "espacio interior" propio del poeta, y al cual se refiere el autor del prólogo). La continuidad de esa cinta al enrollarse recupera diez años del vivir y de la creación poética presentándose desde el presente hacia el pasado. El libro abarca poemas de 2012 a 2022, y lleva, precisamente, el subtítulo de Decenario poético, y en efecto comienza en una sección temporal de 2022-2019 (titulada "Cosas de poca importancia"), a la que sigue la sección "Asiento de bienes", de 2018-2012. Así pues, son dos tiempos y dos partes, y aunque solo sea por el paso del tiempo en el autor los poemas no pueden ser los mismos. En "Asiento de bienes" hay una voz más colectiva, generacional, a veces de ciudad, aunque contraria a sus aglomeraciones, al "gentío", se repite la expresión "éramos", como el epílogo a cierta juventud ya lejana. El poeta aún no ha logrado la impersonalidad que aparece en sus poemas posteriores. De todos modos, algunos poemas de esta parte segunda (hemos destacado ya "Señales") se encuentran entre los mejores del libro, como estos cuatro versos, que a continuación destaco, que se acercan a esa impersonalización (aunque presentando un exagerado desengaño para reforzar su lección moral, donde se traslucen inocencia juvenil y descaro que resultan a la postre muy poéticos por un giro consciente):

                Los que están de pie

                odian a los sentados.

                Con la felicidad ocurre lo mismo.

                A ser posible no la muestres.

 

"A ser posible" da un giro poético al final al apotegma.


Es en la primera parte de "Inventario...", más reciente en su composición, donde el poeta demuestra una mayor evolución en su búsqueda de la poesía esencial. Sin renunciar a decir la intimidad del yo, el poema consigue transmitir una vivencia objetivada; la mayoría de las veces, un asombro que al yo del poeta le llega como de otra parte. De ahí que el haikus o en ocasiones la sentencia filosófica, el aforismo, encadenados, sean las formas predilectas de Corraliza Tejeda para alcanzar la impersonalización de la voz. (La dosis de personalización de la voz en el poema es asunto difícil de conseguir. No solo es cuestión de medida, un poco más, un poco menos, sino de para qué se emplea esa voz poética, su melodía y tema a desarrollar, y del grado de exposición que quiera darse el poeta o que intuya que le favorece al logro poético final).

Como en este haiku ("Contra luz"):

                Cierra los ojos.

                En esta oscuridad

                todo es visible.

 

O este otro, de digamos crítica social, que tiene toda la razón en mostrar enfado, con humor hacia el propio enfadarse y la misma crítica:

                "La gente se ofende enseguida"

 

                    Nadie ya ríe.

                    Por no faltar a nadie,

                    nadie se atreve.


       El ritmo y la precisión de una joya: el momento del baile en zigzag de nadie, y el juego de diptongos y vocales, i, e.

        La poética de Nicolás Corraliza no deja de mostrar una vena de sentimentalidad, siempre contenida, matizada en seguida por la palabra escueta (ver el segundo verso del siguiente poema.).

                    Pasear contigo 

                    mientras la luna.

                    Una bebida apropiada

                    y el sumiller de la lluvia

                    para la ocasión.

                    La tierra mojada sin prisa.

                    Llegar cuando el niño

                    esté dormido.

                             "La última noche en el mundo"

 

                    Dice "mientras", no "bajo" "la luna".  Desde fuera, como asistiendo a un hecho que ocurre en el interior de la voluntad, del deseo, pero que el poeta sabe que no detiene el acaecer de otros sucesos del mundo: como el salir de la luna, la lluvia, el dormir del niño. Cuenta el poeta con la suerte para que todo se disponga a su voluntad, de forma modesta, con voz tranquila, casi desengañada, y animada a la vez. Ahora sí suena el desengaño nítido (el poeta ha madurado y compartido una historia de amor, un proyecto personal).

            No es fácil esta opción por la sutileza y la poesía desnuda. Aunque no siempre se sepan apreciar sus logros, cuando lo son y muy grandes hacen que unos pocos poemas pulidos valgan por muchos de más gruesa mano.

 

 

3       Nostalgia de las perfecciones abolidas

                     

     


José Lupiáñez (nacido en 1955, en El Puerto de Santa María, Cádiz) es un poeta y narrador de lo mejor de la generación de los 80. Su voz se ha ido abriendo poco a poco fuera de Andalucía, comunidad donde nació y residió muchos años. Como otros poetas de esa generación sufrió el confinamiento autonómico y el ninguneo de las grandes familias madrileñas o barcelonesas que tomaron el mando poético, y hasta hoy. Y sin embargo, su obra literaria ha ido creciendo, desde 1975, en que publicó Ladrón de fuego

Petra (la ciudad rosa), editado bellamente por Port-Royal ediciones, es un poemario de 2004, que vuelve a estar de actualidad, si es que la poesía necesita estarlo. Recrea un viaje a la ciudad de las caravanas, en el desierto de la actual Jordania, a tres horas en coche de Amman. Pero la distancia es mayor al ingresar en una ciudad de piedra que al poeta se le aparece de primeras como monumento (no de arte, admirado por turistas) sino como lugar de tumbas y cámaras donde aún resuenan ecos... "Oh sí, Petra, la ciudad fantasmal / de las tumbas arañadas/ por las manos mondas de los difuntos". Como en el libro de Agustín Calvo Galán, el romanticismo de la arqueología da ocasión a una poesía meditativa, sobre la fugacidad y la permanencia de lo humano.                                              

Petra, el libro de Lupiáñez, centrado en un viaje, a un lugar concreto, también tiene la capacidad de evocarnos ese viaje “a través del tiempo y del paisaje de diferentes lugares del mundo” que es Fábulas del perro viejo (cito palabras escritas en la contraportada del libro de Agustín Calvo Galán).

Ambos libros presentan una unidad temática (11 fragmentos en “Petra”; 7 “fábulas” en el libro de Calvo Galán): se podría decir que son, en cada caso, un solo poema, un solo viaje. Petra me ha recordado a un libro de Pablo Neruda, La rosa separada, al que guardo mucho cariño, por leerlo en mis primeros años de estudiante en Madrid, en un ejemplar de segunda mano, edición de Argentina, que encontré en un puesto callejero. El libro recrea un viaje del poeta chileno a la isla de Pascua en 1971.

 


En esa línea de poesía meditativa, que no siempre supone un lamento triste, ahora con una temática más personal, publica José Lupiáñez Las formas del enigma (ediciones Carena, marzo 2021). El libro nos lleva a vivencias más recientes del poeta, ha sido escrito junto al mar de Orihuela, respirando el Mediterráneo, y paseando por el campo de esas tierras alicantinas adonde se desplazó a vivir el autor gaditano. (Gaditano: siempre en busca de la luz, de la mar, como el poeta de Marinero en tierra). Y ello se nota en los primeros poemas del libro, que inciden en la temática del amanecer, el mar, la luz que envuelve de belleza el aliento del poeta. Destacan, sobre todo, los poemas de celebración de esas horas salvadas, vividas y recordadas en el ápice de la felicidad de un verano luminoso que se prolongara casi mágicamente. 

 


Aunque también, de pronto, asoma en el libro la resaca de esa felicidad, o el desaliento, que está en consonancia con un mar de otoño bronco. Como en "Mar de octubre". "Hoy, este mar de octubre es un mar que atosiga". Contiene el libro -sorprendentemente, para algún lector o lectora, pues ya no se estilan estas "libertades" en la escritura- poemas de un sublime y desgarrado erotismo. Especialmente, destacable es el poema "Noche de Alejandría": "He comprado tus pechos, tu boca, tu sonrisa (...) / No te dejaré libre hasta morir atado a tu destino". Lupiáñez escribe con maestría los metros clásicos y sabe darle a los asuntos viejos una vuelta de ironía, como en el espléndido "Romance de la bella ante el espejo" (Lorquiana). 

Por último, en este libro no está ausente en algunos de sus poemas más hondos lo que el poeta llama "Plegaria", el ruego, con un profundo latir hasta en algún sentido religioso. Esa forma honda de poesía que hoy de nuevo comienza a despertarse (bien en relación a los temas actuales de la muerte del planeta, de la enfermedad, del nuevo o eterno desarraigo de lo humano). Para este lector, los dos mejores poemas del libro son los dos últimos, precisamente el titulado "Plegaria" y "El ausente". Poemas largos, de alzados y caídas, invocantes, suplicantes, hasta el extremo de devenir mendicantes, que expresan esta hora nuestra de incertidumbres. "Acércate a nosotros, planeta solitario (...) Aquí te aguardo lleno de inquietud, / aproxímate ya hasta esta esquina desheredada"... ("Plegaria"). O esta otra súplica e invocación, en el poema "El ausente": "¡Ah de lo eterno!, dime, di, responde..."...

 

 


"Hollando voy los restos de tantas perfecciones abolidas" abre con esta cita de Pedro Salinas la parte V de este poemario (titulada "Auroras y marinas"), donde se encuentran poemas que son auténticos himnos, como "Amanecer con pájaro", "Paseo por la orilla". Es un momento de elevación.

Concluido el análisis, queda del libro la sensación de un fuerte contraste, casi al modo barroco, entre los poemas luminosos de las primeras tres secciones y de las cuatro restantes. Pero lo significativo no es que no haya en las tres primeras partes apariciones sombrías; recordemos que todo es enigma, para el poeta, tanto la felicidad como lo que se le opone son “formas del enigma”. Pero allí había una confianza que asumía todo. Después hay como un ánimo temeroso y decaído, dispuesto a interpretar cualquier elemento del mundo como enemigo. La melancolía leopardiana aparece ya en la cuarta sección, titulada “Fábula profana”: “Y llegó aquel otoño con sus brasas de oro”. A partir de ahí, lluvias, mares, octubres, viento del sur, viento furioso pautan una inquieta meditación sobre la decadencia de la vitalidad, la paulatina destrucción del cuerpo: “soy un hombre que, en vida, ya se va deshaciendo”.  He citado dos versos extraordinarios (antes, el inicial, y ahora el último) del poema “Fábula profana”. La melancolía no es incompatible con el erotismo que hemos ya visto, y de nuevo, como en lo primero, la mezcla de goce y de ceniza, de sensaciones duras y amables, de temor hipersensible y de confianza familiar, llenan estos poemas tan bien labrados. Me quedaré, por su tono coloquial, con este, el titulado “Diario” (es de la parte melancólica pero en él vuelven los signos vitales). Cito el fragmento inicial:

          He vuelto algo cansado del camino.

          Desde la casa al mar se me fue el tiempo.

          He observado los campos de labor,

          las pardas sementeras, cómo han ido creciendo

          tantos árboles, mientras sonaba cerca

          el agua cantarina en las acequias.

          Mi sombra iba delante de mis pasos…

 

Espero que algunas de las excursiones que te he propuesto las lleves a cabo, si gustas. En el fondo creo que una curiosidad por el viaje hay en los cuatro libros. Dos de ellos se refieren real y metáforicamente al viaje: Petra (La ciudad rosa) y Fábulas del perro viejo. En Las formas del enigma, hay un vuelo con escalas en alguna playa del Mediterráneo alicantino, en Casablanca y Alejandría para terminar en alguna ciudad andaluza, de romance. Nicolas Corraliza es el rara avis, aquí; el que no está en traje de baño o de explorador. No en vano, él ha escrito: “Es al volver /cuando cobra sentido el viaje”. O quizá te guste más este otro haiku suyo: “No golpear. / Aquí viaja el destino/ que nos espera”. (“Frágil”).

 

FULGENCIO MARTÍNEZ 

18-19 de noviembre de 2022

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