RICARDO HERNÁNDEZ BRAVO
SEIS POEMAS INÉDITOS DE
LA
PIEDRA HABITADA
Una voz desgajada del tiempo
puenteaba sordamente mi memoria.
Hablaba de otra vida esa escritura
de surcos excavados en la roca;
irradiaba su trazo
una estela invisible,
no sé qué extraña cuenta,
qué oscura cifra o ritual
encriptado en las líneas de la piedra.
Contenido en sus muescas,
un remoto sentido me alcanzaba,
un temblor reavivado por mi pulso:
como durando en la honda caboca
de un barranco cercano,
el paso de ganados y de hombres,
los ecos de una vieja trashumancia
prolongada en las líneas de mi mano.
puenteaba sordamente mi memoria.
Hablaba de otra vida esa escritura
de surcos excavados en la roca;
irradiaba su trazo
una estela invisible,
no sé qué extraña cuenta,
qué oscura cifra o ritual
encriptado en las líneas de la piedra.
Contenido en sus muescas,
un remoto sentido me alcanzaba,
un temblor reavivado por mi pulso:
como durando en la honda caboca
de un barranco cercano,
el paso de ganados y de hombres,
los ecos de una vieja trashumancia
prolongada en las líneas de mi mano.
Guío mi pie sobre el tosco empedrado
de este viejo camino hoy en desuso.
de este viejo camino hoy en desuso.
Bajo mi planta,
ora cantos gastados,
amplias lajas pulidas,
ora calzos salientes,
duras lascas filudas, moledoras.
En el apoyo,
la traza de otros pasos en la piedra,
en su firmeza un leve encogimiento,
minúsculo acolcharse bajo el peso.
ora cantos gastados,
amplias lajas pulidas,
ora calzos salientes,
duras lascas filudas, moledoras.
En el apoyo,
la traza de otros pasos en la piedra,
en su firmeza un leve encogimiento,
minúsculo acolcharse bajo el peso.
Del breve paso,
suma rastros la piedra;
guarda el calor.
suma rastros la piedra;
guarda el calor.
Prende
el vino en la mirada,
arracima las voces,
caldea la penumbra de los cuerpos.
En la tea dormida,
sobre la piedra muda,
el canto y la descarga.
el vino en la mirada,
arracima las voces,
caldea la penumbra de los cuerpos.
En la tea dormida,
sobre la piedra muda,
el canto y la descarga.
Acaricio la cara de la piedra,
la oscura piel curtida de intemperie.
Acaricio su paz devotamente,
su contorno de luz,
su raigambre de liquen y silencio.
Escruto con mis dedos
la humilde trabazón de su edificio,
la imperfecta textura
modelada en el tiempo,
su extraña calidez
como un tacto lejano que me habita.
la oscura piel curtida de intemperie.
Acaricio su paz devotamente,
su contorno de luz,
su raigambre de liquen y silencio.
Escruto con mis dedos
la humilde trabazón de su edificio,
la imperfecta textura
modelada en el tiempo,
su extraña calidez
como un tacto lejano que me habita.
Piedra
habitada de afectos,
lugar de la memoria,
piedra viva angular.
habitada de afectos,
lugar de la memoria,
piedra viva angular.
Ricardo Hernández Bravo (Palma, Tenerife, Islas Canarias, 1966) ha
publicado, en poesía, los libros Recuerdos de un olvido (1990), El
final del tiempo gris (1990) El día sin ti (1990), El ojo
entornado (1996), En el idioma de los delfines (1997), El aire
del origen (2003), La Tierra desigual (2005) y Alas de metal
(2008).
ÁGORA DIGITAL JULIO 2014
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