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sábado, 25 de enero de 2020

CAMPOS DE CASTILLA (1907-1917). Continuación y variación del modelo hermenéutico del juicio. FULGENCIO MARTÍNEZ (UNED). AGORA DIGITAL ENERO 2020







Nuestra contribución se centra en ofrecer un modelo de interpretación, dinámico y global, de la obra poética machadiana, desde el modelo aplicado a Soledades –tal como se reflejan los textos de este libro en las Poesías completas del autor. Nos fijamos en la figura hermenéutica del juicio, en la literaria del retrato y en la presencia de la fuente estructural de los valores éticos en el poema y en la misma poesía como género de texto para la comunicación.



CAMPOS DE CASTILLA (1907-1917). Continuación y variación del modelo hermenéutico del juicio.
      


Con Campos de Castilla se produce un nuevo despliegue, un giro de la poesía machadiana. Sin abandonar el hilo de Soledades, ahora hay una voluntad de realismo, de objetividad. El yo se asoma a la historia, y al paisaje con historia (no ya a la naturaleza-alma, aunque sin abandonar esta).

De los tres ejes: la conciencia es conciencia histórica; la poesía como fuente de valores fraternos, de colectividad, y el amor a la vida, crítica, reportaje.

Es decir: La conciencia vertida al objeto histórico, a lo colectivo; la misma poesía como documento donde se reconocen señas de identidad de un pueblo; y la veracidad.



La suprafigura siendo siendo el juicio, pero ahora en este nuevo despliegue, al ser juicio histórico, le llamaría “reportaje” (tomamos ese préstamo de la poesía de José Hierro –sin el significado formal que en este poeta implica, frente a “alucinaciones”, pero sí ético). Se trata de una reportaje comprometido; podríamos llamarlo también documento, o en términos audiovisuales, documental. Paralelo con género periodístico.

Muchos poemas de este libro tienen la forma pero, sobre todo, la intención y el campo genérico de su contenido,  en un reportaje.



Las figuras concretas de ese reportaje, que es un juicio sobre las realidades históricas, tanto del pasado como del presente de las tierras y los hombres de España (Tierras de España, se iba a llamar el libro) son también el retrato (ahora trastocado), pero como novedad: el panorama (allí donde el poeta adopta distancia, “altura” y nos presenta la historia y las tierras como a vista de águila).

Otra variación y figura del reportaje es el folklore. Es la dimensión antropológica, etnológica, cultural, en que ya trabajara el padre de Antonio Machado; ahora el reportaje o documento (evidentemente transformado por la poesía y la creatividad del poeta) tiene por referente al lenguaje, a la sapiencia popular, cuya expresión son los proverbios y cantares.

Otra forma de reportaje el romance (“La tierra de Alvargonzález”), donde el romance vuelve a su función primitiva oral e informativa; recreado en lo esencial de la emoción y la memoria colectiva.

Y, por supuesto,  el reportaje abarca el retrato íntimo (poemas de ciclo de Leonor; pero pueden ser subsumidos por el reportaje).





La poesía, aquí, es conciencia histórica (no solo del autor, sino con vocación de desvelar las señas de un pueblo), fuente de amor y fraternidad (la misma poesía de Machado expresa el amor al pueblo, mayor apertura a la alteridad), pero sobre todo, veracidad, amor a la verdad y crítica (los poemas del ciclo indignado de Baeza).

En el tipo de juicio histórico prima la veracidad, como en el reportaje. El verismo acerca al género periodístico serio.

Este afán verista impregna también a las otras figuras, incluso al retrato íntimo, que incluye anécdota (antes muy depurada en Soledades), narra y cuenta la vida personal: el dolor por la enfermedad, muerte de la esposa, la soledad, en un verismo emocional. Como un reportaje de su duelo, donde Machado –tímido- carga con la prueba de la exposición de lo más propio y personal.

El reportaje verista, tanto de lo más personal como de lo histórico, es otra línea del juicio. Le exige a Machado someterse a pruebas, una es la exposición de sus pequeñas miserias, de los hechos de su vida; pero le exige de entrada el salto a lo otro, a la alteridad; y no un salto en abstracto, del amor in genere al amor (y a los amores), como luego en Nuevas Canciones, y a una tierra y paisaje concretos, España.

Es preciso este asumir la circunstancia, sin el cual no soy yo (Ortega y Gasset: sin la cual no me salvo). Sorprende el mismo lenguaje soteriológico, de salvar España, y de salvar el yo y la circunstancia. Los hombres del 98 y Ortega y Gasset heredan esta necesidad de juzgarse continuamente.



Frente a soledad, además de cierta seguridad, no hay ya no voces, sino una voz. Curiosamente, es el libro donde hay mayor monólogo de una voz: la de Machado. Sin embargo, están presentes, como interlocutores al menos, los valores universales.



Examinaremos algunas de las figuras del reportaje (juicio histórico, verista).

A) Reportaje-Retrato. El poema XCVII, aunque el título lo dice Retrato, lo situamos en primer lugar como ejemplo de reportaje. Destaca la diferencia, o modificación –despliegue- respecto al juicio-retrato de Soledades. (Y, en concreto, con el poema XCV “Poeta ayer, hoy triste pobre”). Allí (como hemos visto) no se llega a certeza alguna; no hay fracaso pues la conciencia provisionalmente se salva, por el silencio, y por ese confiar en la transmisión (de lo nuevo y viejo en lo esencial, en el tiempo de la naturaleza) pero no hay más que una lucha con la inseguridad y la fe personal; la convicción última ganada es, incluso, unas monedas de cobre, con la que ya no se compra oro (en contraste con el poema XCII: “Alegrías infantiles, / que cuestan una moneda / de cobre (…)”), porque es un oro convertido en cobre, una esperanza y fe más bien reflexivas; al poeta le gustaría aún contarse entre los que laboran, pasan y sueñan, y al final está más cerca de los que reflexionan, aunque ha laborado en su subsuelo ético y abierto el campo de los valores  (autenticidad, esencialidad, veracidad de la conciencia); ha obtenido, pues, una fe reflexiva y cordial.

Volviendo a este Retrato, del primer poema de Campos de Castilla. En retrospectiva el poeta  nos sorprende con afirmaciones y  un tono seguro de sí. Afirma y asume lo vivido en la primera estrofa. Habla a una segunda persona plural: vosotros (“ya conocéis mi torpe aliño indumentario”),  que somos también “nosotros”, lectores; y se presenta como un hombre fundamentalmente bueno (que sigue el ideal del hombre). “Soy” un hombre, y por tanto, bueno. No hay vanidad ni engaño en la fuerza de ese “soy”.

Como si el poeta nos transmitiera la convicción obtenida de un juicio previo, las palabras están dichas con firmeza y verdad.

Pero, el poema presenta un doble juicio: a partir del giro de perspectiva de “converso con el hombre que siempre va conmigo”. Se prepara otro juicio final, entreverado con el reportaje que se dirigía a “vosotros”: ….” Y al cabo, nada os debo”… Para concluir en iluminación de aquella perspectiva más honda: “Y cuando llegue el día del último viaje”….

El poema habla, aquí, no en el presente durativo sino en el presente sin tiempo del juicio, que hace parar el tiempo Uno; y por tanto, en un futuro ya presente, a la conciencia. Desde él, este segundo juicio es prospectiva y guía, y adquiere el valor anticipador y constitutivo de la bondad o malicia de la acción futura sobre la que el agente moral delibera: “me encontraréis (…) ligero, /casi desnudo”… Y en retrospectiva, se fundamenta el primer juicio (que ahora vemos su necesidad) concluía en la sentencia salvadora: “soy….  bueno”.

Concluimos: En este Retrato (reportaje) no habla la conciencia para sí (como en Soledades, libro más íntimo, donde habla el , al , el yo al yo; incluso en el diálogo en donde el yo se proyectaba por medio de un ,). Ahora, la conciencia se somete a la prueba de exponerse a los otros, de darse fuera; el ajuste de cuentas es como si ya se hubiera hecho, el poeta está ajustado, ahora se trata de ajustarse con los demás.



Como ejemplo, analizamos también otra variación del retrato-juicio en Campos de Castilla, la que llamamos panorama; tomando como paradigma el poema “A orillas del Duero”

B) Panorama. El poema XCVIII, “A orillas del Duero” (pero también muchos poemas de esa serie) presenta el ojo que camina (como una cámara) y que se proyecta hacia un paisaje-alma, y hacia un mundo de vivencias (históricas, colectivas y personales). Se caracteriza la perspectiva por la distancia. (Una actitud de distancia, a pesar de la impresión de que el ojo se acerca y es fiel a la realidades).

El panorama es una forma de reportaje comprometido; es retrato porque se estructura desde el yo (“Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía”, dice el poema en su segundo verso), el yo fluye como todas las cosas, como el río Duero; el yo es una realidad más entre lo que fluye, pasa (“Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; / cambian la mar y el monte y el ojo que los mira”). Si en Soledades el fantasma del hombre es lo que “pasa”, en el tiempo Uno, y lo que es un obstáculo, al fin, para que el poeta alcance a distinguir su voz de un eco (en el poema XXXVII, la noche le advierte que no distingue más que un fantasma, un eco; y por tanto no puede juzgar al verdadero yo, pues el juicio no va sobre fantasmas -estados de ánimo psicológicos, recuerdos-, sino sobre el ethos, la conciencia del individuo), aquí pasa el fantasma de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. ¿Pasó? Aún yerra… La voz de este poema (como en aquel de Soledades, la noche) denuncia una ilusión de inmovilidad; adquiere un tono más duro, sin embargo… Por denunciar falsedades que impide el juicio, tienen sentido así los juicios de valor, casi inventivas (en la línea unamuniana del despertar a los españoles). Observamos la conciencia-verdad que tanto en aquel poema de Soledades, donde se lleva a crisis el intimismo, como en este, actúa siempre con derecho a juzgar las falsedades fantasmales que impiden el verdadero juicio de las cosas. El autoengaño y la impostura obstaculizan el acceso a la conciencia y deben ser fulminados.

Este poema-panorama es una variedad del reportaje verista. Incluye un monólogo reflexivo, en el que no se dan las características del diálogo del alma desdoblada, con su problemática de autenticidad o espectralidad, como en Soledades.

En los dos últimos versos, ¿hay esperanza “hacia el camino blanco” y en “el mesón abierto / al campo ensombrecido y al pedregal desierto”? Si la hay, el “camino blanco”, indica que el camino a esa esperanza está todo por hacer, y se hace con huellas, en el presente; y que hay  que andar ese camino desde el campo ensombrecido y el pedregal abierto.

Leemos que al yo del poema no le contenta el pasado histórico, la suerte de una pasada grandeza, inmovilizada, fosilizada; y desmitifica los ecos del fantasma de un pueblo. Así, el poema es una denuncia de la cosificación del tiempo histórico (del pasado pero también del presente y del futuro). Se lee, también, en el poema, el aviso contra cualquier cosificación del futuro en forma de ilusión utópica alienante.

La ignorancia denunciada en la Castilla que “ignora” es la inacción ante el valor moral del trabajo y el descuido del presente (en coherencia con los textos en prosa de los artículos de “Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz”, y “Homenaje a Antonio Pérez de la Mala”, en la prensa soriana).

Ni la España negra, de Regoyos; ni la España esencial, de Zuloaga (las dos versiones de España en la pintura impresionista y modernista, hechas para la mirada de París). España debe mirarse a sí misma, sin complacencia, y sin distraerse tampoco en su juicio, con un solo ver desde fuera. El poema pone el dedo en la llaga de lo que Ortega y Gasset denominó el afán de incultura, la complacencia en el sueño de las realidades naturales e inconscientes que padecería el español. Entendemos, pues, que la crítica a la ignorancia (a la que precede el desprecio de lo otro y de la conciencia) es, en este poema de Machado, una llamada a la cultura, al trabajo no alienado, a la transmisión consciente y a mantener, en fin, abierto el camino del tiempo histórico.[1]











III

CONCLUSIONES



Importa retener: (1) que cada poema de Machado es un juicio final, o en sentido de la composición, un retrato o autorretrato –se exprese este en forma de otras figuras análogas, como diálogo, apunte-viñeta, incluso epitafio (tal en el poema XCV, penúltimo del libro Soledades… “Poeta ayer, hoy triste y pobre”…) o broma lúdica, de humor grotesco, apocalíptico y medieval, con cierto macabrismo de denuncia, a lo François Villon (como en el poema de “Las moscas”).

(2) Que, también, Machado concibe el poema-libro que abarca una etapa de su poesía, como un juicio final.  Considerado como un único poema-libro, aquel del cual hemos partido, Soledades, es una fase de su obra en marcha, y un punto de llegada y partida de un juicio final (final, pero no cerrado; abierto, en muchos sentidos: en el bergsoniano, es un proceso abierto, pues se incardina en la pregunta ética de raíz, en la estructura de la fuente de una “moral abierta”; además de ser un proceso abierto en el sentido hermenéutico que atañe a criterios de interpretación textual donde cada poema se vincula con la obra total del poeta e, incluso, del prosista Machado.

Es ya una obviedad afirmar la coherencia de la poesía y, en general, de toda la obra machadiana.[2] Pero, esto último hace difícil plantear criterios diacrónicos, de evolución y diferencia en las fases de su poesía; al subrayar la permeabilidad de los textos de Machado, incluso desde fases muy distintas de la biografía externa del autor, podemos caer en el error que advertí en la introducción de este escrito: la falacia cronológica. Me propuse allí seguir una clara línea evolutiva, “histórica” de los textos. Más tarde tuve que reformar y aquilatar ese criterio. Ocurre que el propio Machado –al menos, aparentemente, incurre, sobre todo en sus últimos textos en prosa, en dicha falacia. (Hemos mencionado ya el caso paradigmático: la cita maireniana del poema LXXVII, de Soledades…, leído desde la angustia existencial de Heidegger). Un estudioso de su obra que intente evitar dicha falacia cronológica, quizá desfigure la propia poesía como texto abierto y, lo que es más obvio, en su pretensión de rigor crítico-genético, quizá olvide el sentido de la poesía como diálogo de la conciencia humana que se expresa en un texto poético y que, con todo derecho, se interpreta, enjuicia y versiona a sí misma a lo largo de toda una vida y en el transcurso de una obra.

Hay, aquí, como una versión del “círculo hermenéutico”, que no me veo en condiciones de resolver. Lo cierto es que, al analizar, con pretendido rigor genético, los libros y poemas de Machado autónomamente, en sí mismos, desde la óptica de una inquietud ética que sustancia los mismos poemas (no sobrevuela, ni es un aditamento sobrevenido a ellos, o una lectura de la figura más o menos estereotipada del hombre bueno Antonio Machado) me he encontrado casi siempre con el mutismo de los textos autónomos.

Nuestra pequeña contribución a la interpretación ha consistido en aportar otros criterios que complementen los estudios que ya han aportado elementos de por sí muy significativos, desde la consideración del conjunto de “la obra en marcha” del poeta Antonio Machado. Auténtica “obra en progreso” la suya, que puede de algún modo iluminarse desde el contraste de una fase con otra distinta, pero, también, desde una consideración de las constantes que dinamizan toda la obra. Así lo hacen estudiosos como Ricardo Gullón. Añadimos nosotros (siguiendo el pensamiento filosófico de Mairena, en su reflexión sobre el dinamismo interior de la mónada, el cual no implica movimiento) que la nuestra es una consideración dinámica, aunque no en movimiento ni cambio en lo substancial, de la poesía machadiana.

Esa consideración dinámica, que afecta a la línea o líneas de fuerzas que fundamentan la obra poética de Machado, la apoyamos en la figura del juicio (como línea maestra) y en las líneas-fuerzas de las tres preguntas éticas donde se juegan los valores éticos, que constituyen la ética o moral como estructura del sujeto humano, previa a cualquier valor concreto de la moral como contenido: la conciencia despierta y vigilante, la apertura a las demás conciencias y el fundamento, origen y destino de la conciencia en la verdad. Sin mantener la fuerza en el valor radical de esos tres ejes éticos, decaería el sentido de la persona y de la misma poesía, entendida por Machado  como “cultura” humana, o “transmisión”, término este que nosotros utilizamos y explicamos en su lugar.


Nuestra contribución se centra en ofrecer un modelo de interpretación, dinámico y global, de la obra poética machadiana, desde el modelo aplicado a Soledades –tal como se reflejan los textos de este libro en las Poesías completas del autor. Nos fijamos en la figura hermenéutica del juicio, en la literaria del retrato y en la presencia de la fuente estructural de los valores éticos en el poema y en la misma poesía como género de texto para la comunicación.

Concluimos con unas palabras de Donald Shaw (en La generación del 98, p. 266.): “La fidelidad de los hombres de la Generación al imperativo ético revela que la derrota no fue total. Éste es el mensaje positivo de la Generación: la integridad del hombre no está comprometida por el colapso de los valores y certidumbres tradicionales. Mientras tenga el coraje de contemplar su condición honestamente, enorgulleciéndose de su conciencia de ese fracaso sin ceder a la desmoralización, su dignidad se realza.”

Solo matizaríamos que, en el caso de Machado, este supo superar el peligro de la “conciencia de ese fracaso”, y profundizar con su poesía en los valores que se abren a la consideración de la conciencia, abierta a la dimensión intersubjetiva de la transmisión.

FULGENCIO MARTÍNEZ
UNED. MADRID.



[1]  Como ejemplo de comprensión y a la vez de incomprensión, de nuevo la palabra de Juan Ramón Jiménez: “Antonio Machado (…) unió en sí con dócil plástica, dolor y melodía los modernismos relijiosos y profanos de Unamuno y de Darío a la tradición española,, y dio noble trato, luego de su iniciación lírica misteriosamente encantadora (lo más bello para mí de su obra poética) al tópico castellanista, tópico de seguida raza: heroicidad, paisajía, relijiosidad, picarismo, romanticismo, que estaba erguido ya en sus maestros inmediatos, y que fue haciendo de él, al definir lo retórico castellano, el verdadero poeta nacional, espíritu nacional denso y hondo (…). Antonio Machado: “
     Castilla miserable, ayer dominadora,
     envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.”
pp. 46 y 47, en  Obras de Juan Ramón Jiménez. Conferencias, II. (Visor, 2010, Madrid).
Juan Ramón Jiménez captó solo desde la “retórica castellanista” lo que para este estudio significa la poesía de Machado que logra revelar los valores de transmisión universales y presentarlos como tarea abierta, en la que se levanta un pueblo.
[2] Hay excelentes estudios, esta línea: Ricardo Gullón, “Unidad en la obra de Antonio Machado”, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/unidad-en-la-obra-de-antonio-machado-0/html/00bb4958-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_
 Francisco Ynduráin: “Una constante en la poesía de Antonio Machado”, también disponible en la web Cervantes virtual.



Este artículo es parte del trabajo fin de máster presentado en la Uned, por Fulgencio Martínez. Febrero 2016





UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA
FACULTAD DE FILOLOGÍA HISPÁNICA

TRABAJO DE MÁSTER FIN DE CURSO
FORMACIÓN E INVESTIGACIÓN LITERARIA.
tUTOR: d. vICENTE GRANADOS PALOMARES

febrero 2016

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LOS VALORES ÉTICOS EN LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO
ETOPEYA EN EL TIEMPO



                                   AUTOR DEL TRABAJO: FULGENCIO MARTÍNEZ LóPEZ

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