POEMAS DE SÉPTIMO ALBA
POEMA NOTICIA
(En el centenario
de Ernst Jünger)
En su gruta-retiro de Wilflingen ha cumplido recientemente un
siglo
el escritor alemán Ernst Jünger.
Quienes amamos la literatura como
el mejor disolvente de la banalidad
de esta época y contemplamos
cada día la historia, en las páginas
de los periódicos o en la tópica de
las charlas con los conocidos, de
tarde en tarde nos sentamos con un
libro para leer a algún genio que
justifica por él solo el continente y
el contenido de nuestras rebeliones.
En la era de la hipersimplificación
un puñado de escritores sinuosos,
dotados de todos los resortes de un
pulpo y esquivos a la conformidad
programada. Kafka, Céline, Bergman,
Thomas Mann; y el más odioso
y amado por nosotros, Ernst Jünger.
Se les estudia, sí, se ocupan de
ellos… Nunca sabremos cómo vivir
contra ellos después de haberlos
leído. Hijos deformes, imbéciles,
nihilistas profundos. Lúcidos hasta
reconocerse los poetas de nuestro
delirio. Disecaron al monstruo que
ya se veía venir en el alba de la
simplificación; a pesar de todo, el
monstruo siguió instalándose, en
nuestro lenguaje, en nuestras
categorías vacías. Confudido con el
hombre de la calle, ya no nos visita con sus colores reales.
(1995)
BAJO LA PUENTE
(La
voz del río)
1
No lloro porque la vida sea corta,
sino porque
es muerte viva.
2
Vida, desbórdate.
Deja la
ecología y ven como el torrente
sumando ceros
con infinitos, dispuesto
a todo, como
un gran amante sobreviene.
3
Esta loca
bandera
de la ternura
hacia un cuerpo,
hacia unas
manos impacientes en su forma,
que maduran
al calor de los siglos,
no me vale,
ni tu espalda me vale.
Porque quiero
lo inexcusable y lo inédito,
lo repentino
y lo no esperado en el fin de la tierra.
NUEVA ODA AL MAR
al pintor José Aledo,
con una ofrenda nueva del año de la
lentitud.
Jamás cesa de pintar el silencio
el mar, el mar, el mar.
Sus razones oscuras las renueva al oído
del joven y del viejo – el mar, el mar, la
mar.
No, la esfinge de Tebas no era tan
enigmática,
ni las bocas del perro del Infierno tan
sueltas,
como las voces del mar, amplio de afanes.
El rojo con que el hombre pintaba las
cavernas
nació de esa palabra rústica de las olas
y el aire, del martillo y del hierro
candente.
Danza, infinita danza que pinta el
silencio,
-
el mar, el mar, la mar.
DE LA INCONVENIENCIA DE SER
IGUAL A TI MISMO
Cuida
siempre de ser igual a ti mismo.
Séneca
Cuándo
comencé a sentirme acosado, no lo sé. En algún momento, conduciendo o
interrogando por una dirección en una ciudad de pronto desconocida; camino de una
cita en el fondo de otro día anodino o, quizá, bajo las sábanas recién frías.
Mis múltiples disfraces – de jugador, de poeta o de vampiro – son como velas
que enciendo en una noche de tormenta, a la intemperie; soy bueno para hallarme
en el sitio justo donde tropezar; si aún no me maté será porque… a nadie le
importa.
Antes – perdón por el adverbio
odioso -, es decir, cuando mis palabras no estaban vigiladas, cuando no
sospechaba a mis espaldas; cuando, en fin, no era consciente, ni inconsciente,
de responder a la defensiva a las situaciones que me retaban con la faz
descubierta, sin presentarles, por mi parte, más batalla, sino que me dejaran
en paz; en esa especie de tregua, de limbo, o paraíso, si lo pienso desde
ahora, yo era yo. Y me llamaba… ya sabéis todos qué nombre tenía, antes.
Si uno descubre algo que debió
seguir oculto. Si vas dejando pistas decididas de estar al loro de la
conspiración que se genera contra ti en los cuartos de baño de hoteles baratos,
en aeropuertos y guías para visitas escolares a museos caníbales, si a todo eso
unes tu grandioso parecido contigo mismo; entonces, no lo dudes, irán a por ti.
Podrás disfrazarte, transfigurarte,
operarte; transubstanciarte incluso. Los
que te vigilan conocen tu nombre, tu nombre de aquí y ahora, y han pagado ya a
ese desconocido que te saluda al cruzar una calle, inquisitivamente, como si
debieras reconocerlo entre la multitud.
Fulgencio Martínez
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