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martes, 30 de noviembre de 2021

La poesía de Ángel González, recursos de presentación y de distanciamiento de la realidad del tiempo histórico, con una apostilla sobre el sentimiento amoroso. Antología de poemas de Ángel González citados. Bibliografía . Por Fulgencio Martínez. Estudios de poesía española/ Revista Ágora digital.


                               Ángel González en Barcelona (1955). Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

 

La poesía de Ángel González, recursos de presentación y de distanciamiento de la realidad del tiempo histórico

 Este artículo analiza, a través de poemas y libros clave en la trayectoria del poeta Ángel González, la conflictiva relación del poeta con la realidad del tiempo histórico de la España del siglo XX.  Concluye, por contraste, con una consideración breve sobre el tratamiento del sentimiento amoroso desde la naturalidad no tensa, ajena (en principio) a la tópica dramática, aunque evitando la tentativa de idealizar y de convertirse en refugio frente al "áspero mundo" y, por ello, generando su propio espacio de tensión interior.

 

Presentación de la realidad del tiempo histórico –infancia, guerra, miedo, emigración, etc- en “Camposanto en Collioure”, “Nota necrológica”, “Ciudad cero”, “Primera evocación”.

Bajo una presentación objetiva, como si fuera una nota de un autor de guía turística, “Cementerio en Collioure”, nos presenta una visita al pueblo francés donde está enterrado Antonio Machado. Esta visita, en 1959, tuvo lugar con ocasión de un homenaje a Machado, reivindicando por entonces como símbolo del compromiso social a la vez que de la reconciliación entre los españoles. A dicha celebración acudiría únicamente Blas de Otero como representante de la poesía social, la mayoría de los poetas eran de la generación siguiente, de Gil de Biedma, Valente. La fotografía que inmortalizó el encuentro quiso reflejar a los poetas “de la resistencia interior” [1] . El poema critica irónicamente, bajo el tono objetivo, la realidad española: “Esa curiosa España de las ganaderías /de reses bravas y de juegas sórdidas” (v. 8). “Una patria sombría e inclemente” (v. 20). Todo parece ser en el poema utilizado como una crítica del slogan de los 25 años de paz con Franco, que a la sazón se difundía oficialmente.

El poema refleja el testimonio de la historia triste de un país, ejemplificada en la tumba de Machado en el exilio, y el punto de vista amargo y dolorido del yo poético respecto al presente de su país, presentado alusivamente mediante los carteles de toros y flamenco en el sur de Francia (“en donde Cataluña no muere todavía / y prolonga de carteles de “Toros à Ceret”/ y de “Flamenco´Show”; v.5-7), que llevan a evocar la realidad de España, y la alusión a los trenes de la emigración a Europa, que ya a finales de los 50 y principios de los 60 será el único medio de eludir la miseria económica para muchos españoles. (“pasan trenes nocturnos, subrepticios/ rebosantes de humana mercancía” (vs. 24-25). Esa España oficial somete a la sociedad al silencio político, a la pobreza mental  y estimula la fiesta y la juerga, el aquí paz y después gloria. Ese falseamiento de la realidad, de la España real, era potenciado por los medios culturales o literarios del “régimen”. El poema adopta la distancia que le otorga el parecer que está escrito en Francia, distancia también ideológica, para  presentar un testimonio diferente.

 Nota necrológica”, también de Grado elemental, presenta un componente crítico bajo la apariencia de nota fúnebre de un funcionario del “régimen”. Tiene quizá como alusión literaria el funcionario “comme il faut”, de la novela Ivan Ilich de L. Tolstói. Es la biografía de un “teórico ser civil y humano”, dice con acidez paródica un verso del poema, que cierra el recuerdo del finado. Como Machado en el verso: “Esa España inferior que ora y bosteza”, que critica dos de los componentes de la España del retraso histórico en el mismo sintagma “ora y bosteza”, el beato-religioso y apático, González señala con los adjetivos “civil y humano” dirigidos al mismo ser de “existencia inexistente”, la crítica a la alienación tanto de la sociedad (y del régimen político) como del hombre. En el poema hay un procedimiento de distanciamiento, primero es una nota necrológica, luego una parodia de la burocratización de la vida del funcionario, y finalmente, una fotografía de una España sometida a la ideología dominante y dada a la evasión de la realidad.

En “Ciudad cero”, de Tratado de urbanismo, se percibe el desconsuelo y la tristeza de una generación, la de los niños de la guerra, que en esos años 60 hace repaso de su vida y toma conciencia del fracaso de una historia colectiva. Como señala el propio poeta, en la Introducción a  sus Poemas, por entonces se había apoderado de él el sentimiento de fracaso de la esperanza de poder cambiar las cosas con la palabra. Lógicamente –no solo por razones biográficas, que también- el hombre maduro se vuelve hacia el recuerdo de su niñez –en el cual se mezcla la historia personal con la historia de España, con el matiz de la inocencia y el tono de juego del recuerdo vivido infantil respecto al texto de la realidad histórica que conocemos, y los hechos dramáticos de la guerra; también es lógico que el sentimiento de fracaso provoque un arranque de llanto, reprimido pudorosamente por el yo poético. El tono sincero e intimista contrasta con el mayor distanciamiento de otros poemas de González, pero el testimonio histórico de la tristeza de una generación de hombres está presente con nitidez. Es otra forma de presentar la historia: a través de la vivencia psicológica, historia del “alma” de una generación. El término “alma” tiene en el poema un brillo especial. Las reacciones de los adultos ante una explosión, presenciadas por el niño, no serán recordadas (quedan en un lugar remoto de la memoria, vivas), esos terrores adultos, dice el yo poético, “entraban en mi alma, para desvanecerse luego, pronto,/ ante uno de los muchos /prodigios cotidianos: el hallazgo /de una bala aun caliente,/ el incendio/ de un edificio próximo (…)”. Toda esa carga de espanto volvería luego: “resurgió en mi interior, ya para siempre:”. Vivir con un dolor en el alma tan pesado, con esos recuerdos, debió ser una experiencia personal -así en los poetas González y Goytisolo- pero también colectiva.

. “Primera evocación” es un poema de evocación de la madre; sobre ese recordatorio intimista, hay una vuelta del dolor infantil, que explica la tristeza y el desconsuelo del hombre maduro, su vaciamiento interior, su condición de hombre desarraigado, pero. aun más, deshabitado, vacío por dentro (como el niño que fue y que aun no tuvo tiempo de formarse un árbol). Ese sentirse deshabitado por dentro y como sin cerne interiormente mueve constantemente, tras la evocación, a la inestabilidad psíquica, emocional, y  a las lágrimas, reprimidas por una emoción estética oscura. La vuelta de lo reprimido emocionalmente, al tomar como pretexto la madre (ya no escenas de la calle y de vecinos de la infancia), o sea de un símbolo fundamental de la psique individual, tiene como una doble vuelta. En el poema hay una “otra vuelta de tuerca” de la regresión que produce una profunda inseguridad psicológica en el yo poético. La madre no es, aquí, símbolo de seguridad, sino como otra víctima de la guerra, en la cual se han fijado heridas que regresan luego y le provocan neurosis de miedo ante el  viento, por ejemplo, que puede presagiar la tempestad, el trueno, y por este desencadenarse la inundación, la catástrofe; de la misma forma que le alarman las noticias, cualquier desavenencia puede ser el origen de un conflicto bélico: la madre presagia la guerra como tras la primavera viene el verano, como algo que sucede en el orden natural después de otros signos naturales. Esa neurosis de la madre está transmitida al hijo. La segunda parte del poema -“Por eso (…)-, que habla del yo poético desde el presente, el yo asume toda esa carga transmitida de dolor y neurosis.

En suma, este poema es un conmovedor testimonio del interior del hombre español de la generación española de los años 50. Y un documento sociológico y psicológico de la historia de este país. 

 


 

 El referente irónico, desde el chiste a la parodia en la poesía de Ángel González; función de la ironía en el poema.

La ironía es un componente esencial de la poesía crítica de Ángel González. Nos interesa destacar, al lado de otros aspectos que han sido estudiados, la función de la ironía para comunicar y conseguir una complicidad con el lector; y con un lector posible.  La ironía implica de por sí distanciamiento respecto a la materia en la que versa (además de ser un recurso de elipsis, o a modo de paralipse o de alusión velada, que puede salvar la prohibición o censura a la mención crítica directa, pero también plantear problemas de traducción en la lectura y, por tanto, oscurecer el mensaje).  Es de destacar que la ironía usada por Ángel González va unida casi siempre a la piedad, de modo que el posible efecto negativo del distanciamiento irónico es compensado por esa piedad profunda que destila la poesía de Ángel González.

Vamos a destacar, sobre todo, en los ejemplos, algunas funciones de la ironía relacionadas con el sentimiento. En los poemas (de Grado elemental) “Nada es lo mismo” y “Penúltima nostalgia”: La ironía aquí apela a superar el sentimentalismo, y su tentación al llanto (en el primer poema), a la nostalgia (en el segundo). “La lágrima fue dicha”, “No es bueno repetir lo que está dicho”. Aparte de la ironía en el juego de palabras, hay un cansancio incluso de volver a repetir la queja. Igual ocurre con la nostalgia. “También estoy nostálgico de días”. La ironía en estos dos poemas está en el tono general del poema y en lo que transmite, que es lo contrario al sentido explícito. Más en el segundo poema se percibe ese desmentido de la nostalgia que va implícito, a pesar de que poema parece un poema de tema nostálgico, y sutilmente en el primer poema, que explícitamente dice no al llanto, implícitamente transmite un tono quejumbroso, que no se supera ni siquiera por la mínima esperanza que intenta dar la última estrofa del poema. Ese contraste entre el contenido, casi más emocional que verbal, que transmiten estos poemas, y su asunto y argumento externo es un sutil juego irónico. Por un lado, cumple el requisito de poner distancia, por otro lado acerca a la empatía con el lector. Evidentemente, hay un cansancio y un sentimiento de vacío existencial, con lectura también histórica, que no se transmite directamente, sino por este medio irónico con más capacidad de sugerir al lector. Es semejante a una especie de paralipse, es decir, al procedimiento de sugerir unas ideas diciendo que no se va a hablar de ella.  La ironía tiene siempre una doble lectura, hable de lo que hable explícitamente, también sugiere aquello que no trata. Así, en el primer poema estudiado, al unirse la ironía con la paralipse se produce un efecto enriquecedor del poema. La ironía se apoya en figuras retóricas de supresión, que a veces se intercambian en el mismo poema, otras veces se mantiene la unión de la ironía del texto con una sola figura de supresión. En todos aquellos poemas en que Ángel González usa el recurso de presentar el poema con un tono objetivo, de discurso pedagógico o bien de acta o crónica, vemos la ironía del texto en unión con la percusio. Por ejemplo, en  “Nota necrológica” o en “Lecciones de buen amor”.

 Otras veces, como en “Introducción a las fábulas para animales”, el poeta usa la ironía con clara intención paródica, invirtiendo la fórmula de la fábula, para aleccionar, no a los hombres, sino a los animales. La ironía es, obviamente, que no se tiene noticia aún que los irracionales lean un poema de Ángel González.  Otro poema como “Discurso a los jóvenes” representa la parodia de un tono didáctico y de un discurso de aleccionamiento que podría ser cualquier pieza de la retórica grandilocuente y vacía que solía usarse por los portavoces del régimen.

            La distancia ironía, objetiva, no deja entrar a la valoración subjetiva del yo poético, pero está sugiriendo una valoración subjetiva por parte del receptor del poema. Máximo objetivismo en el poema, que pide, sin embargo, valoración subjetiva. (De ningún modo, esta poesía es objetivista, en realidad, ni se espera que el lector no reaccione emotivamente y con juicio subjetivo respecto a la lectura del poema; tampoco que haga solo una lectura estética o formal. Se espera que reaccione lúcidamente, comprendiendo los mecanismos de la impostura y el enmascaramiento de la realidad que critica el poema, supuestamente objetivo, pero no neutro. Esta ironía no se dirige a cambiar directamente el mundo ni a adoctrinar al lector, sino a interesarle en la verdad: tiene un fondo de conocimiento y de ética).

 

 El motivo amoroso en el libro Palabra sobre palabra.

Palabra sobre palabra (1965) es una colección de poemas con tema exclusivamente amoroso”,[2] así define al libro su autor. Quizá, el poema más representativo sea “Me basta así”. Son poemas donde no hay una idealización de la amada, ni una búsqueda metafísica en el amor, sino que expresan la realidad sencilla de una compañía cotidiana, con la que compartir el sentimiento de ternura y de maravilla por la luz de cada día. No deja, sin embargo, de plantear el poema el tema del conocimiento amoroso, la coincidencia mágica de que “uno y uno sean dos”, un poco a la manera de Pedro Salinas; el poema repara en lo extraño de un ser igual, pide la permanencia de ese ser igual. La identidad renovada, igual y compartida, es motivo de una alegría serena. Incluso de esperanza, como en otro poema: “En ti me quedo”. Hay, no obstante, siempre y al acecho del amor, “un mundo inquietante /que se extiende –imposible- detrás de tu sonrisa”. Por ser el amor solo una pequeña ventana abierta en la desesperanza, y frágil, provoca un sentimiento de ternura que en el poema anteriormente citado se metaforiza por medio de un demorado viaje por distancias enormes, por miles de detalles del cuerpo amado. El símbolo del amor en Áspero mundo eran las gaviotas, aquí en este libro es el cuerpo de la mujer. El motivo del amor es celebrado en tono menor, realista, e intimista, que anticipa la “poesía de la experiencia” por algunos tonos y el uso de léxico moderno (“aviones de propulsión a chorro”, mención de kilómetros y medidas de distancia, etc,), conectado con novedad al tratamiento del tema del amor. Aunque su molde se encuentra, creemos, en Pedro Salinas, sin la pulsión romántica de un libro como La voz a ti debida. 

Dejemos solo apuntada aquí la tendencia que el poeta presenta en el tratamiento del sentimiento amoroso: desde la naturalidad no tensa, ajena a la tópica dramática, que evita sin embargo la idealización y no se agota en ser refugio frente al "áspero mundo", a la mirada tensa sobre la vivencia propia del amor,  desde la cual esta poética va generando su propio espacio de tensión interior. La de Ángel González es, en conclusión, una poética del tratamiento del amor, compleja, original, o al menos no usual (y por ello arriesgada), que sabe que la palabra amorosa está siempre al borde de sucumbir a un doble riesgo: el de la banalidad y el del exceso verbal, y que, humilde, sencillamente (pero con gran poder de comunicación, como es propio de este poeta) confía en el silencio de lo entrevisto por el lector bajo líneas.



[1] Cf. Artículo de Araceli Iravedra. Cuando de aquello también hacía veinte años.  Revista Ínsula, núm. 745. Enero/febrero 2009. http://www.revistasculturales.com/articulos/37/insula/1002/1/cuando-de-aquello-tambien-hacia-veinte-a-os.html

[2] Poemas. Op. cit.

 

 

FULGENCIO MARTÍNEZ

Murcia, Abril, 2014

 

 

ANTOLOGÍA DE POEMAS DE ÁNGEL GONZÁLEZ (POEMAS CITADOS EN EL ESTUDIO)

 

 

ÁNGEL GONZÁLEZ

 

 

CAMPOSANTO EN COLLIOURE

 

Aquí paz,
y después gloria.

Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco's Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
paz
y después gloria.

Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
—paz
y después...—
perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.

Sí; después gloria.

Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
—paz...—,

otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
—...sin gloria.

Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.

¿Qué precio es el peor?
Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
—«Casino
de Canet: spanish gipsy dancers»,
rumor de trenes, hojas...—,
ante la gloria ésta
—...de reseco laurel—
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.

Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.


De: Grado elemental (1962) Lección de cosas

 

 

 

Nota necrológica


El perfecto funcionario,
el ciudadano honesto,
tras largos años de servicios al Estado
y al onanismo –era de estado viudo-,
había logrado con el tiempo
una estructura ósea funcional
perfectamente adaptada al pupitre
sobre el que se inclinaba cada día
ocho horas
(desde las nueve en punto
de todas las mañanas,
desde el centro ferviente
de todos sus deseos),
ocho horas, sabedlo,
ocho diarias
horas
dedicadas
a delicadas
manipulaciones
con míticos papeles que él no osaba
comprender,
pero que resumía
en el Libro Registro,
con grácil perfección de pendolista.

Un esqueleto así, una paciencia
tan valiosa,
un talento
llevado hasta los límites más fértiles
de su especialidad: caligrafía,
una puntualidad tan bien lograda,
un temblor tan notorio ante los jefes,
no podían quedar sin recompensa.
Y de este modo,
obtuvo los ascensos que marca el Reglamento
el derecho
a pagar mensualmente
la cuota titulada del Seguro
de Vejez (luego es seguro
–pensaba que
si pago esto
moriré muy anciano, ya no hay duda),
la percepción del Plus de Carestía
de Vida (es formidable:
la vida sube, es cierto, pero en cambio
todo –y aún hay quien protesta-
está previsto)
y un sin par privilegio consistente
en el deber de usar corbata,
y hasta de afeitarse tres veces por semana.

De su bronquitis y de su miopía
-mañanas frías, documentos largos-
es preferible no hablar
en atención a su modestia. Sólo
recordaremos su presencia de ánimo,
su indiferencia ante los elogios
cuando
-con ocasión de no sé qué acto público-
alguien
habló del brillo
de la virtud,
y él trató de ocultar contra un pupitre
los codos grises de su americana
resplandecientes y delgados como
el plumaje de plata de un arcángel.

Y en fin, para qué más. Su biografía
-es decir, su expediente-
se cerró un día de brumoso enero. El asma
pudo con el tesón y la costumbre
y logró sujetar ya para siempre
aquel cuerpo que iba y que tosía
cada mañana en punto hacia una mesa,
cada jornada entera hasta muy tarde.

Esa mano indomable con la pluma,
esa honesta
testa que detestaba el pensamiento
(o se piensa o se cumple lo ordenado
solía murmurar) yacen ahora
confundidas con huesos menos nobles
bajo una piedra idéntica a otras muchas.

Solamente su nombre y su apellido
de teórico ser civil y humano
dan fe de una existencia inexistente,
cubren las apariencias de una vida
que nunca fue más real que ahora, cuando
al olvido que incide en su memoria
se opone el fiel contraste de la muerte.


De: Grado elemental

 

 

 

Ciudad Cero


Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años que eran
la quinta parte de toda mi vida,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente

el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
papeles y retratos
en medio de la calle...

 

Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.


De: Tratado de urbanismo (1967)

 

 

 

 

 

Primera evocación

 

Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.

Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.

Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.

Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:

cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;

cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;

y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos —nos dicen— y pequeña
—no hay de qué preocuparse—, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…

 

 

De: Tratado de urbanismo (1967)

 

 

 

 

Nada es lo mismo


La lágrima fue dicha.

Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?

No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:

nada es lo mismo.

Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.



De: Grado elemental (1962)

 

 

 

Penúltima nostalgia

 

Ha llegado el momento
de la nostagia.

                             ¿Recuerdas?

Aquel dulce violín,
el de los tangos,
acosado por el entrecortado rumor de los bandoneones
y las felices turbas
derramando champán en los escotes
de las muchachas algo locas, algo
despeinadas, algo tristes también,
algo caídas.

Inefable perfume el de esas horas
tan felices, que todos conocimos.
La gasolina iniciaba su reinado
por las calles atónitas,
pero los jazmines no habían emprendido aún la retirada
ni los desodorantes
estaban preparados para sofocar la personalidad de las axilas.

Junto al farol frecuentado por los perros
la niña vendía flores de papel,
aunque era la victrola,
desde el fondo en penumbra de las habitaciones,
la que lanzaba a través de las ventanas entreabiertas
la serpentina gris de la tristeza
sobre los habituales transeúntes de la noche.
El violín,
cantor del drama
y de la más imposible dulzura,
brillante vagabundo del espacio,
perseguía a los corazones solitarios
que, absortos en sí mismos,
ignoraban a los mendigos que les salían al paso
o volvían los ojos hacia el cielo
buscando el rostro brillante de la estrella
que habría de influir en la realización de un deseo apresuradamente formulado.

Impreciso, turbio tiempo
fluctuando, veloz, hacia otros días
y otros ritmos
y otros timbres, también,
aún más fugaces.

Muerto el violín,
la marimba extendió su tiranía.
Madera percutida y afinada,
cada corteza o tronco del Caribe,
cada selva del Sur,
cada semilla
creció en el aire y los sonoros bosques
de los trópicos, los ríos inauditos,
audibles fueron en distantes tierras.

Entonces todavía todo era
sencillo:
amar, besar, comer aunque tan sólo
fuera
un pedazo de pan,
una limosna.
Por caridad todo se conseguía:
– Por caridad, por caridad,
gritaban
los hombres
en las duras esquinas azotadas
por el aliento del cantor mulato,
por el murmullo en sol de la criolla,
por la lluvia además, por la desgracia.

Más la moda es versátil y ligera,
y sobre las cenizas del charlestón y el banjo
edificó nuevas algarabías.
Y volvieron los blues, y las síncopas
llenaron de inquietud y carcajadas
el azaroso amanecer,
mientras los barrenderos del alba,
los enterradores de sombras,
arrastraban con sus escobas húmedas
hacia las grietas por donde huyó la noche,
serpentinas, tarjetas ilegibles, vidrio, papel de estaño,
fragmentos de diarios vespertinos,
algodón sucio y ligas de mujer.

Nada, no obstante, pudo
empañar la pujante
apoteosis del metal.
Las brillantes trompetas y el sinuoso
saxo
– y el torpe, exacto, articulado y grave
trombón de varas-, juntos
disonaron frenéticos,
unieron su estridencia,
y las copas quebradas derramaron el vino,
y más de una muchacha- nadie
fue capaz de evitarlo-
perdió el sentido, y algo
de mucho más valor -según dijeron.

Ahora
que todo es ya pasado,
sentimos la nostalgia
de lo que ha sucedido.
Recordamos
los ritmos y los cuerpos,
el viejo olor a menta,
los troncos de los olmos
señalados con flecha,
corazón
e iniciales,
el rincón de la alcoba, etcétera,
etcétera.

Olvidamos, en cambio,
los cadáveres,
los campos de batalla,
el hambre de los campos,
las razones del hambre.

Oh tiempo
ido:
si quieres devolvernos
todas las ignominias,
esa risa por barrios que reímos,
aquella
felicidad por horas,
la olvidada
inconsciencia, la belleza
de amar tan sólo al cuerpo que abrazamos,
los ritmos y los miembros
agredidos,
el viejo olor a menta, la trizada
luna contra el estanque, la imposible
canción que acaso nadie ya recuerda:

devuélvenos
también
nuestros cadáveres,
enséñanos
también
los asesinos,
deja
también junto a la oscura caja
del violín,
también junto al destello
de la dorada y cálida trompeta,
un revólver
también,
una pistola.

También estoy nostálgico de días.
También fui muy feliz. También recuerdo.
También yo fui testigo de otras horas»

Ángel González. Grado elemental, 1962

 

 

 

 

 

Introducción a las fábulas para animales



Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero —y perdonad la petulancia—
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre dejó atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
—ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente—
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens, y que aprenda.


De: Grado elemental (1962)

 

 

 

 

ME BASTA ASÍ

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
                                entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas...
(Escucho tu silencio.
                    Oigo
constelaciones: existes.
                        Creo en ti.
                                    Eres.
                                          Me basta).

 

 

Bibliografía poética:

Áspero mundo – 1956. (Accésit Premio Adonáis 1955)  2ª Ediciones Vitruvio, 2012.
Sin esperanza, con convencimiento – Colliure – 1961.
Grado elemental, París, Ruedo Ibérico – 1962 – Premio Antonio Machado.
Palabra sobre palabra – Poesía para todos – 1965-1972 y 1977.
Tratado de urbanismo Col. El Bardo – 1967.
Breves acotaciones para una biografía – Las Palmas de Gran Canaria – Inventarios provisionales – 1971.
Procedimientos narrativos – Santander – La isla de los ratones – 1972.
Muestra de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan – M. Turner – 1976
Prosemas o menos – 1985.
Deixis en fantasma – Hiperión, 1992.
Otoños y otras luces – Ed. Tusquets – 2001.
Palabra sobre palabra – Poesía completa – 2004.
Nada grave, Madrid – 2008 (publicado de forma póstuma).

Antologías

Sin esperanza, con convencimiento – 1961
A todo amor – 1988.
Luz, o fuego, o vida – Salamanca – Ediciones Universidad de Salamanca – 1996.
Lecciones de cosas y otros poemas – 1998.
101 + 19 = 120 poemas, Madrid, Visor – 1999.
Realidad casi nube – Madrid Ed. Aguilar – 2005.
Palabra sobre palabra – Barcelona – Ed. Seix Barral – 2005 (Poesía completa).
La Primavera avanza – Madrid – Visor – 2009.

 

 

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