José Luis Martínez Valero
LA ISLA
EL BARDO. Poesía, 2013
La isla
Por Francisco Javier Díez
de Revenga
José
Luis Martínez Valero (Águilas, 1941) acaba de publicar en Málaga, en la
prestigiosa colección de poesía El Bardo (Los Libros de la Frontera), su último
libro de poemas, con el simbólico título de La
isla. Culmina así su autor una escogida trayectoria de poeta selecto e
intimista, que ahora logra un libro muy cohesionado, organizado en torno a ese
concepto simbólico sugerido en el título: la isla, que aparece y reaparece en
muchas de las composiciones del volumen y que pone de relieve la capacidad del
poeta para seducir con su palabra, al crear un espacio mítico al que acudir una
y otra vez, de manera que el lector se ve atrapado por la serenidad pero
también por el enigma que representa ese escenario natural abierto a los
vientos y situado en medio del océano.
Desde el primer poema, Martínez Valero se sitúa en tal espacio o accidente geográfico, en esa isla que deviene en soledad y en sueño, que se rodea de un mar que tanto separa como une, mientras románticos sueños pueblan espacios de imaginación poética: la isla carente de ríos y expuesta al sol, como esponja gigante y reseca, la isla poblada de ruinas arqueológicas, la isla que retiene otros tiempos en la memoria, la isla que denuncia fanatismos comunes, la isla que incrementa soledad.
Una isla en definitiva desértica y sin robinson, en la que habitantes solitarios dialogan con el poeta, en la que existen arcanos y preguntas sin respuesta, misterio que da el mar que la rodea, presagios que trae el viento que la azota. Isla simbólica para reflexionar sobre existencia, sobre los recuerdos y la memoria. Isla simbólica sorprendida en un fin de año, fecha del tiempo, para sugerir que, a pesar del trascurrir de los días, hay que seguir siendo el mismo, los mismos, esos amigos que aparecen una y otra vez en el poemario.
Porque la inmersión el poeta en ese mundo rodeado de paisaje y naturaleza, mar y viento, es el mundo evocado de la memoria, de la reflexión del tiempo y de la edad, la edad propia y las edades vividas, desde la infancia a la serena madurez, una historia personal extendida en el tiempo que aflora con sus impulsos espontáneos, alteradores a veces de la serenidad de un presente pleno y lúcido. Porque no todo es optimismo vitalista, aunque este sea el sentimiento que predomine en las estancias de este libro. También hay censura y denuncia, sonrojo ante la pobreza y las injusticias de un mundo inseguro, aunque aquí no haya asesinos en masa… porque la envidia silenciosa del vecino descubre, en algunos poemas, perfiles de vergüenza que empañan una civilización castigada… Quizá por ello el poeta se refugia en la naturaleza y en el paisaje, en el mar y en los vientos, más limpios, más dignos y más nobles que las oscuras luces de nuestro proceloso mundo contemporáneo.
Poeta al fin, filólogo avezado, Martínez Valero repara en los medios que tiene para crear su mundo poético, y el primero es la propia poesía, sobre la que reflexiona y por la que apuesta como medio de comunicación y de reflexión, aunque se retraiga ante el acto de escribir, ya que escribir es desnudar intimidades y descubrir el propio corazón inerme entonces ante ataques indiscriminados. Y no es menor el valor de la palabra, que tiene su vida propia y su muerte en los diccionarios, como aquella ignota que protagoniza el poema que cierra el libro y que refleja la inconsistencia de nuestro confiado vivir cotidiano, o esa otra que no existe para designar al mal, ese mal que permanece y empaña luces, aires, montañas e isla.
Desde el primer poema, Martínez Valero se sitúa en tal espacio o accidente geográfico, en esa isla que deviene en soledad y en sueño, que se rodea de un mar que tanto separa como une, mientras románticos sueños pueblan espacios de imaginación poética: la isla carente de ríos y expuesta al sol, como esponja gigante y reseca, la isla poblada de ruinas arqueológicas, la isla que retiene otros tiempos en la memoria, la isla que denuncia fanatismos comunes, la isla que incrementa soledad.
Una isla en definitiva desértica y sin robinson, en la que habitantes solitarios dialogan con el poeta, en la que existen arcanos y preguntas sin respuesta, misterio que da el mar que la rodea, presagios que trae el viento que la azota. Isla simbólica para reflexionar sobre existencia, sobre los recuerdos y la memoria. Isla simbólica sorprendida en un fin de año, fecha del tiempo, para sugerir que, a pesar del trascurrir de los días, hay que seguir siendo el mismo, los mismos, esos amigos que aparecen una y otra vez en el poemario.
Porque la inmersión el poeta en ese mundo rodeado de paisaje y naturaleza, mar y viento, es el mundo evocado de la memoria, de la reflexión del tiempo y de la edad, la edad propia y las edades vividas, desde la infancia a la serena madurez, una historia personal extendida en el tiempo que aflora con sus impulsos espontáneos, alteradores a veces de la serenidad de un presente pleno y lúcido. Porque no todo es optimismo vitalista, aunque este sea el sentimiento que predomine en las estancias de este libro. También hay censura y denuncia, sonrojo ante la pobreza y las injusticias de un mundo inseguro, aunque aquí no haya asesinos en masa… porque la envidia silenciosa del vecino descubre, en algunos poemas, perfiles de vergüenza que empañan una civilización castigada… Quizá por ello el poeta se refugia en la naturaleza y en el paisaje, en el mar y en los vientos, más limpios, más dignos y más nobles que las oscuras luces de nuestro proceloso mundo contemporáneo.
Poeta al fin, filólogo avezado, Martínez Valero repara en los medios que tiene para crear su mundo poético, y el primero es la propia poesía, sobre la que reflexiona y por la que apuesta como medio de comunicación y de reflexión, aunque se retraiga ante el acto de escribir, ya que escribir es desnudar intimidades y descubrir el propio corazón inerme entonces ante ataques indiscriminados. Y no es menor el valor de la palabra, que tiene su vida propia y su muerte en los diccionarios, como aquella ignota que protagoniza el poema que cierra el libro y que refleja la inconsistencia de nuestro confiado vivir cotidiano, o esa otra que no existe para designar al mal, ese mal que permanece y empaña luces, aires, montañas e isla.
Sin duda los impulsos vitales de este libro de Martínez Valero recalan en otros muchos más perfiles de una existencia enriquecida por la imaginación poética de un escritor potente, dueño de un estilo y de un vocabulario propios, extraídos de un ámbito expresivo elegante y escogido, que se acompasa en un verso libre muy bien acordado y mantenido con una gran cohesión a lo largo de todo el libro. Con él va forjando trabadas unidades que construyen y estructuran un mundo poético sólido y convincente. La naturalidad expresiva de los recursos estilísticos empleados no retrae en ningún caso la profundidad y el compromiso vital que todos estos poemas destilan, desde los espacios del optimismo y de la efusión vital a las sombrías estancias de los motivos más adversos y censurables. Una poesía, en definitiva, de una gran originalidad y comprometida con la vida y con nuestro tiempo.
Publicado en La Opinión de Murcia.20-12-2013
ÁGORA ENERO 2014. BIBLIOTHECA GRAMMATICA
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