Luis García Jamblina
El primer caso de Unamuno
ed. Alfaguara. 2024
EL PRIMER CASO DE UNAMUNO
La lectura de un libro que a uno le apetece, principalmente en verano pero lo mismo vale en cualquier estación, merece ser continuada con una reflexión personal, que aconsejo inmediatamente resumir en un escrito. Después de saborear su lectura y de vencer, en ocasiones, las dificultades intelectuales que plantee en sus páginas, sobre todo si es un texto de ensayo, historia o filosofía; o, tras necesitar acudir a la pesquisa de algunos conocimientos culturales que por fortuna hoy se ofrecen a golpe de móvil en internet (Voltaire recomendaba leer con un lápiz en mano; en nuestros días, aquella mágica herramienta facilita buscar datos y tomar notas), lo que más ayuda a la vida de la mente es escribir y definirse uno mismo ante lo leído.
No es cuestión de hacer crítica; no. La crítica literaria es una tarea secundaria, que requiere, como todo, preparación, meritoriaje, durante el que uno realice ejercicios retóricos como afrontar textos "clásicos" y actuales, como si fuese su primer lector. Y ha de encontrar dónde haya un punto de sujeción, detenerse ahí y picar hasta entrar en la víscera del texto.
Sin embargo, nuestro más inmediato quehacer a propósito de la lectura de un libro se dirige a revisarnos y remozar el texto que cada uno lleva entre sí, en borrador.
No hay casualidades en el oficio de lector.
El texto de otro que ha caído en tus manos y que al final has decidido abrir y leer, lo has elegido previamente por un cúmulo de azares que no son en el fondo más que tu red de perplejidades (hoy se abusa de esta palabra: red, pido perdón por ello). O bien alguien te tendió el señuelo y tú fuiste delicadamente a la recomendación amistosa, para confirmar que la amistad es un arte adivinatoria (como lo es también el magisterio de una voz a la que reconoces autoridad, en la que te reconoces, aunque estés lejos de estar en todo de acuerdo, como tampoco lo estás en todo contigo mismo. Así, fui yo enflechado hace cuatro años a adquirir la nueva edición de Las armas y las letras, de Andrés Trapiello, por unas palabras elogiosas del libro leídas al filósofo Fernando Savater).
No aspiro, breve lector, a poseer el mismo conocimiento de equinos y de libros que tiene el sabio donostiarra. Menos aún merezco su autoridad, concepto este, de autoridad, que hoy urge revisar, por otra parte; y no es este el lugar.
Diré mis lecturas este tiempo de estío, por lo que espero no perjudicar a los autores de los libros que relaciono.
Comencé el verano con El primer caso de Unamuno, de Luis García Jamblina. Novela histórica a la par que detectivesca que tiene como protagonista a Miguel de Unamuno, una de las enseñas humanas y literarias que desde mi adolescencia he seguido, y que sigue teniendo, al menos para mí, honda auctoritas.
La lectura de la novela me resultó un placer, sobre todo, la narración de la cotidianidad del rector de la Universidad salmantina, al que presenta Jamblina en pleno vigor de sus cuarenta y pico años, dato que me renueva otro enfoque del escritor al que casi siempre recordamos con blancas barbas de presunto anciano. Es convincente la presencia en la novela de la ciudad castellana a principios del siglo XX, la apertura de la ciudad al agro y los pueblos vecinos adonde viaja don Miguel a desembrollar el caso, porque aquí sí lo hay, sí hay caso, nada menos que un crimen y unos acusados injustamente del mismo.
Me resultó, sin embargo, inverosímil y hasta cierto punto traído por los pelos al molino de la actualidad la simpatía de don Miguel con el anarquismo. Y lastra la novela, en mi opinión, aquello mismo que la constituye: su falta de profundidad en los personajes secundarios, dado que el autor cifra toda la psicología en el personaje principal, el detective Unamuno, cuyos conflictos personales saca a la luz a la vez que sus pesquisas a lo Scherlock Holmes. Como en las series de novelas negras que todos tenemos en mente, más allá del caso, lo que nos importa es el detalle del humor y de los hábitos del detective, Maigret, Holmes, Poirot. El marco de este tipo de novela no dibuja los conflictos más que como un reto a afrontar por el detective, y los personajes restantes suelen ser de atrezzo, planos; los conocemos solo por la pasión que les ha llevado a actuar de algún modo en relación al "enigma" suscitado; hasta la víctima suele ser un segundo o tercer actor, ya no digamos el victimario, que suele en principio ser un agente gris, hasta que se revela su implicación. Pero, en esta novela de Jamblina, hay además de los ingredientes tópicos de la novela negra un asunto social, relacionado con otros personajes, lo que no quiere decir que estemos ante una de las novelas de Ramón J. Sender ni ante un nuevo engendro del realismo socialista. Los malos son castigados, sí, no creo revelar nada de la intriga con esto; pero le pediríamos a un autor actual mayores dosis de "maldad" psicológica y estudio de sus personajes. La misma falta de destreza se manifiesta en el dibujo de la "compañera" de don Miguel en las pesquisas, la anarquista barcelonesa que aterriza en Salamanca, para agravar más las cosas y, de paso, ponérselo más difícil (en la resolución del caso y en lo personal) a don Miguel, novato detective.
Una sugerencia que desliza el autor, de que dicha mujer anarquista fuera un posible amor de don Miguel (o como este diría, una ex-futura amante) y que tal affaire sentimental quedara reflejado en su libro Teresa, un libro de poemas, de teoría poética y de fabulación sentimental, me llevó a buscar ese volumen, en una edición preciosa en la editorial Cátedra. A la novela histórica de Jamblina le debo la semana larga pasada con ese poemario de don Miguel. Gracias. No desvelaremos si hay parecido entre la anarquista y Teresa; con Unamuno todo es posible, a pesar de las evidencias en contra, o a favor.
Las novelas exclusivamente de detectives suelen ganar a partir de la segunda o tercera entrega, cuando el lector se habitúa al personaje central y establece un punto de enganche con su psicología y manías. Siempre que el personaje de Unamuno nos siga siendo reconocible, lo cual casi siempre supone descubrir nuevas facetas aún no conocidas del mismo, deseamos que la serie unamunesca continúe y avance. En esa continuación, permanencia y variedad del modelo, estará, incluso retrospectivamente, el logro literario. Por tanto, cuanto hemos esbozado con un punto crítico de esta primera entrega queda en suspenso, y a la expectativa del talento y la voluntad de su autor, Luis García Jamblina, consumado novelista en otros títulos de novela histórica, doctor en Filología por la Universidad de Salamanca y profesor con cátedra y auctoritas en ese establecimiento donde enseñó el mismo don Miguel de Unamuno y, unos siglos antes, un tal fray Luis de León.
Fulgencio Martínez
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