Poemas
también a nosotros, poetas del pueblo,
nos gusta mezclarnos con lo vivo, con el gentío amistoso;
felices, amigos de todos, abiertos a cada uno.
F. Hölderlinen solidaridad con la clase obrera de Portugal, en este momento de sufrimiento por el despropósito y la rapiña financiera alemana
Turista en la metrópolis
1
Primero de Mayo en Lisboa.Al salir de mi hotel barato
sigo una carrera popular.
Saludo con el puño en alto
el fresco abrazo del día, pleno
de azul del mar. Y tanto
colorido, en la calle,
no es solo para mis ojos.
Señalo,
volviéndole su abrazo fresco,
a mi hija de siete años,
el corredor que luce en el dorsal
su número de primaveras. Vamos
contentos adonde quiera el destino.
En un mercadillo compramos
una barra de pan y nos invitan
a marisco. Tocan unos gitanos
en su guitarra canciones de España
para nosotros. En un bar del Chiado
(era antes del último incendio)
dos viejos nos recomiendan un plato;
comemos por unos escudos. Poco
cuesta ser feliz y les invitamos
a vino y sardinas. Nos creen turistas
y somos sus camaradas y hermanos.
2
(Veinte años después)
(Veinte años después)
1 de mayo, 2012Este hombre sin historia
que viaja frente a mí en el tranvía,
de pie, con los brazos dolidos
de sujetar una barra cada vez más alta,
para asegurarse el equilibrio,
por un momento se mete las manos
en los bolsillos de la gabardina,
descansa de su incómoda postura.
La calle del presente se ha parado
en un punto sin sombra: duele ver
entre las hojas de los calendarios
la fecha de hoy; una fecha inmóvil,
tan ausente de compañía
de millones de islas de tiempo
pasado o futuro. Y una fecha así
es la letra del año.
Esta fecha es una calzada lenta
que graba con su no transcurso
(pese a que nos desplacemos deprisa
por ella, encima de ella, a su costado)
una dura verdad en nuestro rostro.
La Historia no sólo la escriben,
la secuencian, detienen, aceleran,
la disuelven los poderosos.
Debajo, siempre ha estado el otro,
el pobre, el explotado, la víctima.
Este hombre sin historia,
que viaja frente a mí en el tranvía,
¿sabe de dónde viene, adónde va?
Despacio va el tranvía por las calles
en cuesta.
De pie, mira
al suelo un hombre gris,
aplastado por la ola de viajeros.
El tranvía
en las calles estrechas
baja, sube como el brazo de ese hombre
sin espacio donde extenderse libre
de la presión de rieles,
cables, hombros, espaldas y cabezas.
Sube, baja el tranvía,
y toma ya, al trote,
el barrio bajo céntrico y se pierde
en las grandes avenidas urbanas.
De pie, mira hacia el suelo el hombre
en las avenidas metropolitanas.
¿No aprecia usted las vistas
de hermosos edificios
de Hoteles y Corporaciones
y Bancos nacionales?
Ahora se apea y sigue
caminando la acera el hombre
que se parece a Fernando Pessoa.
(del libro El año de la lentitud; Huerga y Fierro, Madrid, 2013)
Seis millones de ángeles variopintos
(según las últimas estadísticas)
(según las últimas estadísticas)
esperando que la vieja soberbia
del hombre cese.
Mientras tanto,
deciden bajarse en la próxima
estación, siempre en la próxima
parada del Metro,
adonde vagan
encarnados, omnipresentes
como ángeles con un único brazo
y objetivo: el de pedir,
a la audiencia que les escucha, una
monedita para comer.
Vomitan sus cuitas en rela
jada narración a cada viajero,
como compañeros de viaje
obligados a estar un largo tiempo
juntos, y a matar el tiempo así.
Y en otro vagón siguen
negando el sueño, la paz
de los mudos y adormilados
trabajadores del suburbio.
Suelen contar que vienen
del paro y van al paro:
aún muestran su cartilla
como una cédula de buena fe.
Ningún alma se suelta
la mano para darles
constancia de que es cierto.
Al menos, esa caridad.
La busca es una salida
de la ley, pisan sobre naipes
afilados, igual que matan
sueñan con tener hijos
educados en buenos
pero no públicos colegios
y con un fin de semana en el campo.
Son carne de mafia, profesan
de esbirros o sirven de mula
para pasar dinero o droga.
Odian a sus jefes y les seguirían
hasta la muerte.
Son saldos humanos, metáforas.
Triste, muy adentro nos llega su voz:
qué hacer cuando uno no tiene trabajo.
Los condenados por elegancia
Par délicatesse,En el último tenedor
j'ai perdu ma vie.
Arthur Rimbaud(...7 de cada 10 encuestados perciben que ha empeorado
su vida. El resto no tiene vida, o no contesta)
almorzó tres veces... sin hambre,
en el mismo día, a la misma hora.
Comió como diez hombres.
Devoró el trabajo de mil obreros.
Devoró, digirió, y volvió a comer
hasta alcanzar nunca la saciedad.
Era evidente su nivel de vida
elevado. Elegante, distinguido;
refinado aunque modesto
en dar propinas —ese costoso
gesto superfluo lo tildaba
de despilfarro—, siempre iba
a la mejor barra de Madrid
para encontrarse con él mismo.
Que eran otros igual que él,
recalzados en la crisis, asquerosos
millonarios cursizampos, perras
sin dientes, ansiosos de fornicar
mas convocados a siempre comer
defecando los placeres y trabajos
de otros.
Pobrecitos, pobres...
Por una pensión
A la guerra me lleva¡Quién fuera
mi necesidad:
si tuviera dineros,
no fuera en verdad.
Miguel de Cervantes
tan previsor!
Los años en que serví
las banderas del trabajo
codo a codo
con el ángel del Sudor
en la frente,
la Fatiga y el Dolor
de engendrarme cada día
saliendo a ganar el pan,
no se perdieron;
¿o sí?
Miro mi hoja de servicios:
cuelga de un clavo en el baño.
Hace ahí bien su papel
de rollo higiénico, sí.
(poemas del libro Cancionero y rimas burlescas [Cancionero de Acedo] próxima aparición en editorial Renacimiento, Sevilla)
Fulgencio Martínez
revista Ágora digital Marzo 2013
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