Dionisia García. Fuente: La Verdad
LA LUZ DE DIONISIA GARCÍA
Por Jesús Cánovas Martínez, filósofo y poeta.
El artículo fue publicado en el periódico La Verdad de Murcia, el martes 28 de diciembre de 2021. Agradecemos a su autor la gentileza de su publicación en Ágora digital.
MIENTRAS DURE LA LUZ
DIONISIA GARCÍA
2021. Sevilla
Ed. RENACIMIENTO. Calle del Aire, nº 205
Prólogo de Alfonso Levy
Dionisia García nos hace un nuevo regalo, Mientras dure la luz, un poemario sereno, de luz contenida sobre el propio aliento, en el que, junto a las temáticas insistentes de su devenir poético —la luz, la temporalidad, el camino, el agradecimiento por estar vivo, el deslumbramiento ante la belleza simple de las cosas, el Deus absconditus y, no obstante, cercano y tangible—, llama poderosamente la atención la importancia que concede a lo quieto, lo solo, lo permanente, en definitiva, a la vida secreta de las cosas lejos de una mirada que las atienda. No sabemos cómo sienten los árboles o los trigos, ni las cosas arrumbadas en su quietud, pero ya Leibniz se sorprendía ante este hecho, porque en un mundo espiritual compuesto por una infinitud de mónadas todo está vivo y todo siente y percibe, incluso la mónada más oscura encerrada en su devenir, clausurada sobre sí misma, es portadora de la totalidad del universo y percibe de alguna manera cierto son o música con la que vibra en la total armonía de lo creado.
De alguna manera Dionisia García quiere hacernos partícipes del aserto inconmovible que rezuman sus poemas: lo sencillo, lo más simple, trasparencia lo eterno. Ahora bien, no hay mayor sencillez que la propia luz, por eso la luz es primigenia, condición indispensable del ver, y, como tal, del existir, del estar ahí, consistente y rotundo. Ya Platón, en la alegoría del sol, cantaba a la luz, ese tercer elemento entre el ojo que ve y el objeto que es visto, sin el cual sería imposible la visión. En este orden de ideas, la luz que interpela la poeta no es solo la física, sino también la del intelecto, y, aún más, la del Espíritu que anima la totalidad del cosmos.
Mientras dure la luz es un poemario de esperanza porque la luz, trascendida su propia fisicidad, durará por siempre. «Lo que ha vivido, vive», dice la poeta con rotunda afirmación. Lo que ha vivido, vive siempre en la memoria amorosa de Dios y no puede perecer, porque la primera manifestación de Dios es la luz misma y en esa luz se dan los seres. Todo es luz en la memoria de Dios pues todo procede del originario Fiat Lux del Padre Creador, la primera Palabra creadora, indispensable para que pueda advenir el mundo. Lo que ha sido no puede dejar de ser, sigue siendo, y la poeta, con su voz amorosa, araña en esa memoria divina y viva, y rescata los seres del tiempo que los contiene para revivirlos, más que con el intelecto discursivo del filósofo, con la intuición del poeta. En Dionisia este nuevo rebullir de la vida se vuelve descriptivo, amoroso, pues amorosas son las presencias que la luz baña, metáfora en este caso de la consciencia, del registro consciente que la poeta hace de los hechos, de las personas, del propio acontecer, de lo dado.
De este modo, en Mientras dure la luz toman aliento los paisajes, del campo abierto o de la ciudad. La poeta nos ofrece en su mirada armonía, paz, equilibrio, serenidad, el toque de lo bueno: la sensación de una vida realizada que ha cambiado la propia mirada sobre las cosas para aprehenderlas más dulces, más cercanas a la vez que remotas. Es mirada que respeta el misterio, y si en ella lo remoto y lo cercano coinciden, también lo hacen lo que de hecho es con lo que fue o podría haber sido. Las posibilidades del tiempo se conjugan para alumbrar el poema que irradia luz, luz tenue en la mirada de la poeta cargada de amor, para que sea siempre lo que fue.
Las cosas son. Son los objetos. Es la ciudad y sus calles, los árboles. Todo aquello en lo cual se instaura la permanencia, es. Una solidez parmenídica define lo que es. Ahora bien, en lo que es incide la luz y desprende sus matices: el mundo en su conjunto es y la luz lo moldea. Somos nosotros los que pasamos, y los que quizá, por impermanentes, aunque Dios nos mantenga vivos en su memoria, no seamos más que seres que aparecen y desaparecen. El tiempo nos contiene y nos lleva, y el tiempo nos hace aparecer o desaparecer según su extraño pero ordenado capricho:
¿Qué fue de aquella extraña dicha, cuando en la madrugada
paseaban alegres por calles luminosas?
Esta pregunta manriqueña, casi en el inicio del poemario, nos arrasa. Frente a la presencia de la luz, Dionisia sitúa la impermanencia de lo humano, único modo desde el que podemos mirar. Su mirada se abre a la luz, pero la sabe limitada y, por lo mismo, no puede dejar de concitar una intensa melancolía en su decir poético. Mujer de fe, aun con la duda y la apuesta, sabe de la distancia de Dios. Por eso, desde el primer poema de Mientras dure la luz nos envolverá una atmósfera crepuscular, de meditación y nostalgia, de pregunta y misterio, de serenidad en la luz en declive. El paso del tiempo ido nos golpeará insistente, pero más que el paso del tiempo serán aquellos que pasaron en el tiempo. Ellos se han ido… ¿Definitivamente? No. Si todo pasa, todo queda, cantaba Machado. El tiempo mismo es una elipsis que Dios recoge en su seno.
ÁGORA DIGITAL / bibliotheca grammatica/ enero 2022
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