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martes, 18 de enero de 2022

La poesía como morada. Sobre el libro "La segunda persona", de Fulgencio Martínez (ed. Sapere Aude, diciembre 2021). Texto de Venancio Iglesias Martín, prólogo del libro.


  

Venancio Iglesias Martín ha escrito este texto como introducción al libro La segunda persona, de Fulgencio Martínez. (Sapere Aude, Col. Ad Versum. Oviedo, diciembre de 2021). El libro está ya disponible y pueden solicitarlo en sus librerías habituales. O poniéndose en contacto con editorial, o en web

https://editorialsapereaude.com/libro/la-segunda-persona_135980/

 También está disponible en amazon: (envío gratis)

 https://www.amazon.es/segunda-persona-AD-VERSUM/dp/8418168897/ref=sr_1_2?qid=1642543365&refinements=p_27%3AFulgencio+Mart%C3%ADnez+L%C3%B3pez&s=books&sr=1-2

 

 

LA POESÍA COMO MORADA

 

Un poema como “Gracia mayor” es incomprensible para quien no sepa que la poesía es un habitáculo y morada segura contra inclemencias de la temporalidad. La poesía es un caracolito que va dejando su rastro de alma, en el alma de todos los indefensos ante una desgracia común. Con su casita frágil y al amparo de esta, el poeta va construyendo un rastro de guijas que sirvan para hacer volver a casa a los náufragos de la vida.                                                                                                  

    “Sólo entiende lo que dice el poema quien, en la soledad de éste, percibe la voz de la humanidad”. Sólo ante el poema, el poeta ve, percibe a la humanidad como entidad sufriente y, como Pulgarcito, va diseñando el camino para que sus hermanos, perdidos en el bosque, vuelvan a casa del Padre porque, aunque pequeña, sólo en la casa, en ese solar se puede vivir… y morir.                                 

     ¡Qué bien ha entendido el poeta Fulgencio Martínez este concepto de Heidegger!

    “A los días comunes y grises, gracias”. ¿Gracias por qué? ¡Me suena a un despojarse de toda vanidad! El descender al humus, a la tierra para decir lo que hay que decir. De ahí viene el término “humildad” que es, según la definición de Santa Teresa, “andar en la verdad”. ¡Preparémonos a escuchar, pues, palabras de verdad! ¿O es añagaza y “recurso poético” con todo lo negativo que esto encierra? Consecuentemente habría que expulsar al autor del canon de la filosofía como lo haría Platón. Pero no hay por qué preocuparse. El autor ha hecho la carrera de filosofía; profesión de lo verdadero.  En este momento se trata de escuchar palabras de verdad. Dejemos la opacidad y la mentira para la política.                       
 
    Llegados a este punto, el autor se pone como testigo de sí mismo y contra sí mismo (algo insólito) para dar prelación a la vida sobre la poesía, y lo hace paradójicamente con un poema. Estamos ante una conciencia crítica camino de lo verdadero. ¿Y qué es lo “verdadero” en poesía? Pues lo mismo que en filosofía: la voluntad de verlo realizado en el mundo.   

 “Habitar, salud, escenario y gracia” son las palabras clave para decir lo que quiero decir.

 Habitar la poesía

El habitar poético supera a la lógica y la metafísica. El riesgo del desnudo se cruza allí, con el viejo pudor; y allí, precisamente allí, surge el poema. ¿Pero el poema no es nada frente a la salud? ¿Eso valía el tiempo de Heidegger?… y Fulgencio lo sabe bien y sabe que Heidegger, confinado en modesta cabaña, dice que El sitio del hombre no es el lugar que él ocupa. Es un lugar que él se construye. Y lo construido es, sobre todo, su vida”. 

Pero el habitar poético, el cuidado, el poema es pensar y contemplar piadosamente nuestra acción e interacción con el mundo. Por eso, el poeta, este poeta, resuelve poéticamente la antinomia con una paradoja. Mientras da prioridad a la salud sobre el poema, construye un poema. Pero “construir-se” es lo mismo que “habitar-se”. Es decir, el poeta no puede renunciar a su condición de poeta.

  Salud    

En estos tiempos de pandemia, la vida se siente amenazada más que nunca, pero nos equivocaríamos de medio a medio si el poema fuera un alegato por la salud. La salud tiene que ver mucho con el habitar poético, y nos engañaríamos si el poeta, acostumbrado a mirar fríamente a la muerte tal como Heidegger enseña a sus lectores, tuviera algún tipo de prevención o miedo. Así que nada de miedo…

      Toda la vida del hombre consiste en un “arriesgar”. Toda vida consiste en una gran “aventura,” según nos enseña el Quijote. Y la poesía “no se impone sino que se expone” según Jean Paul Celan.  Pero yo digo que se impone en el sentido de que nos “seduce”, y no existe otra imposición que sea más cara, más querida, que la seducción, y seducción indica una succión placentera en las fuentes de la verdad.        

La poesía se impone merced a la alegría que da la epifanía y el equilibrio. Un estudioso de los mitos griegos escribe lo siguiente: 

“En el mundo sagrado de los griegos había tres gracias: Aglaya, Eufrosine y Talia. También entonces la vida de los hombres era dura. Por eso Zeus, compadecido, les había encomendado un delicado trabajo: el de acercarse a los hombres cuando sufren para arrancarles el dolor y devolverles la alegría de vivir. Una gracia especial tenían: yo la llamaría virtud, pero esta es palabra muy contaminada por otras religiones. Consiste esa “gracia”, en que cuando encuentran algo feo, pero amable, las gracias tocan los ojos del que mira para llenarlos de belleza. Cuando las gracias tocan a los hombres, cuando se acercan a ellos y los llenan con su luz, entonces los pobres mortales se parecen algo a los dioses inmortales. Todo lo que encuentres de bello y dulce entre los hombres se debe a ellas. Y si encuentras una persona inteligente, enseguida te darás cuenta de que tiene la gracia de la luz y de que es buena porque es inteligente; porque los griegos pensaban que el que conoce el bien (el inteligente) no puede hacer el mal. Desde luego nunca confundían al inteligente con el listo que tanto abunda hoy. Como te dije, una se llamaba Aglaya, la alegría. Otra, Eufrosine, el equilibrio mental, y la tercera... la tercera se llamaba como una gatita que yo tuve: Talia, la esplendorosa. Nada encontrarás en este mundo más sereno, más sencillo puro y alegre que ellas. Pero ¿qué digo? ¿Acaso no son estas las cualidades de la gran poesía y de la gran música?”  

La poesía se expone.  

Pero poesía, como obra de arte que “abre el mundo”, según Heidegger y Celan, se expone. Basta ver la zozobra que todo poeta siente el entregar sus versos a la estampa, para imaginar a lo que se expone. Se expone al abrir el mundo poético propio, al abrir el jardín umbrío que le aseguraba “estar fuera” en la noche más horrible del mundo. Heidegger se parece a Juan de Cruz en “La noche obscura” pero sin la esperanza de que surja un amanecer luminoso. ¿La shoak? ¿La masacre de unas razas supuestamente inferiores de los campos de concentración alemanes? No es intención mía atisbar por la ventana de su cabaña las conversaciones que mantuvieron el gran filósofo con Hannah Arendt.                      

         En este poema, el poeta nos habla de un “deshabitar poesía” que tiene lugar en el escenario de una gran crisis de salud similar a lo que fue la peste negra. En la vida todo es escenario. Dudo de que Larra fuese consciente de que él mismo y su suicidio formaran parte del teatro. La intimidad trata de desvestirse de las galas del personaje y, cuando lo consigue, surge el poema:  

               Por más que abra las manos y las estire (…)

                solo añado más pulgadas al escenario.

    Más dimensión a la trampa.

 

El poema es andar en la verdad.

(Más de una vez me ha ocurrido, ante un campo rojo de amapolas de las que tanto abundan en los mayos leoneses que, de súbito, aparece la perplejidad, el poema sin palabras, la eclosión del poema acorde con la eclosión de la naturaleza).                  

       ¿Cabe el habitar poético ante la desgracia?                                                  

      A esto precisamente se refiere el poema. La desgracia crea distancias sociales. La desgracia nos aísla y favorece el desnudamiento. La desgracia es el camino para la apertura del ser y del residir; es el camerino, donde el personaje se despoja de su vestido y de sus afeites, para facilitar el habitar poético. Por eso no sería justo serles desagradecido. A vosotros días ágrafos y grises, gracias. Seguid dándome el agua de salud. No se pide gran cosa porque No sería justo despreciar la gracia mayor, por lamentarme de una menor, aunque divina, veleidosa.                                                                                                           

    Desgraciadamente caminamos por un sendero sin GRACIA. La poesía y todo lo que huela a arte, como predijo Hegel, se ha ido para siempre y ha sido substituida por el botellón de la política.

         

                                                VENANCIO IGLESIAS MARTÍN

 

Venancio Iglesias Martín (Olleros de Sabero, León) es autor de novelas como La soledad de Alvarito Somoza, La carcoma, o La ciudad de los mil ojos, y de cuentos, como los reunidos en la colección Esperando a Susana, o Sombras en el camino y Moquito.  Catedrático de literatura.

Su obra está disponible en la editorial Lobo sapiens, y en la Casa del Libro:

https://www.casadellibro.com/libros-ebooks/venancio-iglesias-martin/20081889

 

 

    REVISTA ÁGORA DIGITAL / ENERO 2022/ ACTUALIDAD LITERARIA

 

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