Póquer de dictadores y corruptores de la democracia en Latinoamerica |
LAS
DICTADURAS AMIGAS
La situación
de inestabilidad que prende en países latinos como Chile o Colombia nos lleva a
reflexionar sobre la responsabilidad ante las dictaduras “amigas” que
encuentran en ese río revuelto un apoyo populista. Las crisis atraen a los cuervos, a los dictadores y corruptores de la democracia.
A los dictadores como Maduro, en Venezuela, Daniel Ortega, en Nicaragua, o Raúl Castro en Cuba, siempre hay una pseudoizquierda dispuesta a justificarlos. Hay aquí tantas y tan distintas responsabilidades; no es igual la de quienes apoyaron y apoyan de forma cínica o vergonzante a estos tiranos, que la de aquellos simples comparsas que compraron la tóxica mercancía moral del comunismo populista. Los primeros, en nómina del tirano, deberían ser juzgados por aquellos que han sido víctimas de la tiranía y por los tribunales internacionales. Los segundos posiblemente fueron reos de un chantaje aunque en algún momento debieron abrir los ojos.
A los dictadores como Maduro, en Venezuela, Daniel Ortega, en Nicaragua, o Raúl Castro en Cuba, siempre hay una pseudoizquierda dispuesta a justificarlos. Hay aquí tantas y tan distintas responsabilidades; no es igual la de quienes apoyaron y apoyan de forma cínica o vergonzante a estos tiranos, que la de aquellos simples comparsas que compraron la tóxica mercancía moral del comunismo populista. Los primeros, en nómina del tirano, deberían ser juzgados por aquellos que han sido víctimas de la tiranía y por los tribunales internacionales. Los segundos posiblemente fueron reos de un chantaje aunque en algún momento debieron abrir los ojos.
El nazismo tuvo su
juicio de Núremberg pero el comunismo soviético, no. Después de que los valores
fundamentales de la democracia y de los derechos humanos alcanzaran casi un
consenso global, los regímenes que se basan en ideologías totalitarias han
aprendido que no les es necesario el discurso moral para su supervivencia. Son
los crasos éxitos en el terreno económico o su posición de fuerza en la
geopolítica sus únicos bastiones. El franquismo, el comunismo estalinista, el
nazismo intentaron hacerse fuertes jugando también esas bazas, al igual que hoy
hacen el comunismo chino, el coreano del Norte o el nacionalismo ruso de Putin; con la diferencia de que
aquellos viejos regímenes totalitarios del siglo XX pretendieron una
legitimación moral y buscaron el espejuelo de una fuerza moral para hacer
brillar su propaganda, mientras que los actuales no lo necesitan.
Durante los últimos tiempos
algunos han vendido como reserva moral el espejismo de las dictaduras amigables
en Latinoamérica. A medida que los regímenes totalitarios más triunfantes se
acercaban al capitalismo, estas dictaduras en degradante situación de
desarrollo humano se presentaron como una fuerza moral para la democracia. Me
interesa analizar este punto de absurdo teórico, mostrando al lector el caso
“ejemplar” de un filósofo como Gianni
Vattimo. Hacia el final de su libro Ecce
comu (Paidós, Barcelona, 2009), Vattimo dedica un capítulo, titulado “El
fantasma marxista”, a exponer su teoría sobre el comunismo como ideal
regulativo de la democracia avanzada. Es bueno esgrimir aún ese “fantasma”, ya
que se trata de abrir un frente de posibilidad, un espejo crítico, en el compacto
discurso único de la legitimación del poder. Se trata, en suma, de recuperar
las energías democráticas, de acuerdo con la idea de Unger de una
“democracia de alta energía”. Piensa Vattimo que ante la falta de proyectos, la
desmoralización y desmovilización democrática de nuestras sociedades, es
necesario recuperar una energía moral y ello solo es posible mirando hacia
adelante, hacia una democracia de alta energía (para este pensamiento mágico,
querer es poder, y no hay tampoco trampa en argumentar en círculo). Esta
propuesta de Unger, concluye
Vattimo, es otra variante del ideal comunista. Así pues, queda rehabilitado el
comunismo moral y teórico, y veremos aún adónde nos llevan las restantes
conclusiones que extrae el filósofo italiano en el campo de la praxis y la
teoría comunistas.
Ciertamente, hay que
repensar de nuevo ese ideal desde esta propuesta para ver su posibilidad.
Vattimo reconoce que existe, ante todo intento de cambio, un cortafuegos
pequeño-burgués, un miedo, fomentado por el poder, que favorece la vuelta a
opciones conservadores de seguridad; también ocurre que las iniciativas
subversivas recaen pronto en lo práctico-inerte de Sartre. Todos estos razonamientos hacen que no vea Vattimo clara una
evolución interna de la democracia hacia una democracia a lo Unger, de alta
energía. Su propuesta de sociedad comunista, pues, la mantiene y le sigue
pareciendo válida como acercamiento de un horizonte utópico con el que
contrastar el presente alienado, cosificado y sin salida, que presenta la violencia
del sistema como una violencia necesaria.
Y he aquí donde
Vattimo dedica todo un capítulo titulado sin complejos “El ejemplo
latinoamericano” a reflexionar sobre la mejor herencia comunista en el día de
hoy. Este capítulo es quizá el menos feliz de Vattimo. Pese a su simpatía por
los revolucionarios sinceros de Cuba, menos por el chavismo, Vattimo no
advierte que esa “herencia” es negativa para la esperanza comunista. Deberían
haberle hecho sonar alguna alarma los casos de pena de muerte, o de presos
políticos (o de disidentes en huelga de hambre a los que se deja morir en una
cárcel de Cuba).
Se olvida Vattimo de
citar al régimen sandinista del comandante Ortega. El clientelismo, la
corrupción de la familia de Ortega, el caciquismo en nombre de la revolución,
es allí tan normal como el agua. En un reportaje sobre Nicaragua emitido por
televisión española decía un campesino entrevistado: aquí no hay otro palo
donde ahorcarse. Resignación. Estos regímenes se aprovechan de la misma
dialéctica del Poder “imperialista” que oprime a los pueblos, para oprimir a su
pueblo; además son toscos regímenes de nepotismo, caciquismo aldeano,
corrupción, que ni siquiera, como en España, puede ser cuestionada, menos
llevada a tribunales. En fin, quien nunca ha sido comunista (como dice Vattimo)
y ahora lo es, no debería sentirse heredero de tal situación, de esos regímenes
que corrompen y usan el comunismo para adecentar una dictadura personal: no hay
diferencia entre el Tirano Banderas, que ya analizó Valle-Inclán, el
tirano a veces simpático, personalista, pero sanguinario, y el tirano ahora con
chancletas e ideas comunistas: los tiranos de ahora, como Maduro u Ortega.
Pero, ¿hay en las ideas comunistas
algo valioso traicionado por los dictadores revolucionarios? Frente a los dictadores comunistas, ¿es
posible también la subversión? Con cierto riesgo aventura Vattimo que si hay
algo valioso en el “ejemplo” de las dictaduras latinoamericanas hay que
encontrarlo en que, aunque sea solo como eslogan, han mantenido las palabras
vivas del sentimiento comunista: el espíritu de rebeldía moral contra la esclavitud, y el sentimiento de decencia
moral que es sinónimo, para él, de un comunismo vivo.
Tras preguntarse Vattimo si se
puede hablar de "Democracia de alta energía" en la Venezuela de Chávez
o la Cuba de Castro, concluye con esta advertencia: "Agitando el
fantasma de las dictaduras y el populismo, los reformistas europeos liquidan
estos ejemplos latinoamericanos. El comunismo reformulado debe tenerlos en
cuenta, pues no son menos los peligros para la libertad en las democracias
neocapitalistas". Si en algo hubiera que tomarlos en cuenta debería ser
para aprender la lección y no caer en el chantaje de las dictaduras amigables.
Fulgencio Martínez
Profesor de filosofía y escritor