ANTONIO MACHADO EN LA GUERRA,
UN EJEMPLO DE FE EN LOS VALORES HUMANOS
El 22 de febrero de 1939 moría en Collioure (Francia) el poeta Antonio Machado. En una de sus últimas prosas, escritas en Valencia durante la guerra de España, Machado reflexiona sobre el papel de los poetas y los intelectuales. Escribe Machado un texto casi dramático, en circunstancias excepcionales -bajo un bombardeo del ejército franquista; el texto se recoge en la segunda parte de su libro Juan de Mairena, una de las cumbres de la prosa y de la filosofía española. Los poetas, dice, mantienen una "vela, en plena alarma" y apagón -con esa imagen se describe también a sí mismo Machado, en 1938, en plena guerra,
cuando envía un comunicado a París, para el "Congreso por la paz y contra los
bombardeos de las ciudades abiertas" que allí a la sazón se celebraba y al que Machado no pudo asistir por imperativo de la guerra.
"Occidente parece cada día más
desorientado. Cada día, en verdad, sabemos menos por donde va a salir el
sol". (p. 203, "Juan de Mairena", ed. Cátedra). "Escribo a la luz de una
vela, en plena alarma, y son estas mismas aborrecibles bombas que están cayendo
sobre nuestros techos, las que me inspiran estas reflexiones". (p.
208, op. cit). En esos términos se expresa Machado y va desgranando las actitudes del poeta y la del filósofo abstracto ante la situación de guerra, a la vez que asienta su fe poética y humana en el amor y en los valores sociales.
El
filósofo está tentado a pensar que la guerra "perturba el ritmo de sus
meditaciones", pero si ella le pilla "desprevenido de categorías para
pensarla, esto quiere decir mucho en contra" de las meditaciones del
filósofo y del deber de "revisarlas y de arrojar no pocas al cesto de los
papeles inservibles" (p. 130. op. cit). La proximidad
de la muerte -cuyo pensamiento trata de poner lejos de sí el filósofo- se hace
patente en ese caso. Y con él, la angustia existencial y el descontento radical
del ser humano. Pero es, para Machado, precisamente, ese descontento la
"única base de nuestra ética", como seres finitos, relativos y
necesitados de otro ser. "Si me pedís una piedra fundamental para nuestro
edificio, ahí la tenéis". (p. 110, op. cit). Pero
piedra, más bien, para el edificio de una creencia comunitaria, fraterna, antes
o por encima de la metafísica y el concepto racional, un acuerdo en valores vivos que
presida el diálogo posible de dos conciencias-mónadas autónomas y
complementarias.
Frase que sirve para desmontar el fracaso existencial del amor, Machado
evoca la lapidaria sentencia de Negrín: "Las más de las veces al vencedor
lo hace el vencido". (p. 199. op. cit). Esa frase la recuerda Machado a propósito de "superar" una voz de sutil
encantamiento que hace disminuir, en el alma, las alas que se despiertan en ella hacia
lo trascendente y empujan al yo solipsista más allá de los valores
individuales, egoístas. Parece ser que sin motivo nada ni nadie se mueve, y que
si antes una cultura no educa en nosotros esos valores, nuestras convicciones
últimas no serán removidas.
En Machado, su pensamiento al igual que su
corazón le llevaban a la ética del respeto y el amor a la única humanidad
verídica, que él no ve muy lejos del pueblo, y, por consiguiente, a superar cierto pesimismo nihilista, esa tristeza metafisica que le amenazó
desde el principio y le acompañó, trágicamente, hasta el final. En la lucha contra el pesimismo se da una correspondencia entre Mairena y el propio Machado, no pretendida y por ello dramática para el lector que conoce la muerte del poeta unos meses después. Los últimos años de la vida de ese apócrifo machadiano, que muere en 1909, se ocuparon en una reflexión sobre la muerte, así como, en el final
de Machado, éste escribió el texto en que el pensador reflexiona sobre la muerte a poco
tiempo de la suya. La escisión en el
alma no puede ser menos trágica, porque Machado es consciente de que "por
miedo a la muerte huye el pensamiento de su punto de mira" (p. 86, op.
cit) y se priva, por ende, de una revelación del ser, que solo se da en el
existir humano. El otro no será ¿una última forma de eliminar la muerte, que
podría desvelarse como un otro inmanente, instrumento, no fin, mío?
"Toda
creencia es creencia en lo absoluto. Todo lo demás se llama pensar" (p.
140. op. cit). Machado posee arraigada la convicción sobre la existencia
de un tú esencial, libre, de un ojo que es, no porque yo lo mire, sino porque
me ve; y al final vuelve hacia la confianza en esa consciencia divina,
totalizadora, que representa el tú de cualquier hombre -de un ser humano que
hoy nacerá y en donde se refundirá el todo de las conciencias anteriores,
incluida la de Antonio Machado. Ese tú es tambien "Dios", pero,
evidente es, no el Dios bíblico -que desde el pasado absorbe y regurgita
presente y futuro; sino un Dios hacia el futuro; y no es tampoco el seno de los
místicos, donde se aquieta y reposa la conciencia vigilante. Diríamos que es,
en Machado, un dios de filantropía cuya existencia necesariamente se haría real
por la realización futura de su esencia en el hombre. Una fe racional, tan
compleja y madura, requiere más análisis, necesitaría pasar por su prueba
ontológica y prepararse un nuevo tiempo de "fe idealista".
Como
elucubra Mairena: "Algún día
resurgirá -decía mi maestro- la fe idealista... la creencia... en el verdadero
ser de lo pensado. Y el argumento ontológico que deduce la existencia de Dios
de su esencia o definición... puede reaparecer. Para ello bastará con que se debilite
la fe kantiana... en la no intuitividad del intelecto". (p. 79. op.
cit). Se precisaría, pues, desconfiar de la construcción objetiva basada en
los sentidos y en la lógica racional; se obligaría el escéptico a preguntarse
si acaso es que no cree en su propia muerte por no poder racionalizarla,
pensarla o tener una representación sensible de la misma. (p. 80. passim.
op. cit).
Lo
que constituye una creencia es "la casi imposibilidad de creer otra cosa,
su hondo arraigo en la conciencia" (p. 82. op. cit). Si es
así, mientras la creencia está viva (independientemente de que sea la creencia
verdadera o falsa), es capaz de sostener razones tanto verdaderas como
falsas. Las creencias conforman valores y un fondo constante de elecciones y
experiencias. Por cierto que la "ingente experiencia del Cristo todavía en
curso" es "precisamente en Roma" donde no se la ve nunca. (p.
128, op. cit).
Una nueva educación en la fe
de los valores fraternos cambiaría el fondo metafísico humano y nuestras
percepciones e ideas. Ello requiere un ascesis, casi el heroísmo del fuerte que
sabe hacerse más fuerte cuanto más "esgrime el látigo contra sí mismo" (p.
132. op. cit), y más fuerte aún cuando siente como suyos los yerros
ajenos.
Machado
culmina su reflexión metafísica en estas líneas muy profundas de consideración
hacia el prójimo, hacia el otro:
"Nuestros
yerros esenciales son hondos, y es en nosotros mismos donde los descubrimos. Si acusamos de ellos a
nuestro prójimo... estableceremos con
él una falsísima relación, desorientadora y descaminante. (...)
Cometemos
dos faltas imperdonables: la antisocrática, no acompañando a nuestro prójimo para ayudarle a bien
parir sus propias nociones, la otra, mucho
más grave, anticristiana", es decir, la profunda ironía de Cristo hacia los lapidadores: quien esté libre de
pecado que tire la primera piedra. (p.
131.op. cit).
Porque,
metafísicamente, el yo es alteridad, comunidad de yo humanos, como el ser es
radicalmente incompleto en su unidad y soledad sin la alteridad del pensamiento
que trae siempre a pensar lo otro.
Fulgencio Martínez
Máster en Filosofía
revista ágora digital febrero 2014