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viernes, 28 de mayo de 2021

EL TIEMPO DE BLECHER. artículo de INÉS MESONERO. ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO/ avance Ágora n. 10. Nueva colección/ Dossier Poesía de Max Blecher-2



        

EL TIEMPO DE BLECHER

 

 

por INÉS MESONERO

 

 

Admiro a Max Blecher por su capacidad de dar corporeidad a aquello que ya estaba conceptualizado, a volver carne un atardecer, a hacernos sentir los elementos de la naturaleza como si fueran nuestro propio cuerpo, una extensión de nosotros mismos.

En estos poemas, Blecher nos muestra ciertas ideas surrealistas que están, en realidad, perfectamente orquestadas. Ante todo, quisiera recalcar que la gran expresividad y las altas capacidades del poeta no dependen de su condición física, aunque sí están en relación con la misma: cada uno interpreta la realidad desde sus carnes, pues, como decía Ortega y Gasset, somos nosotros y nuestras circunstancias. Blecher simplemente nos narra el mundo a través de sus dolores, de la gravedad intensa que siente sobre su alma y sus tejidos. Consigue haciendo uso del espacio-tiempo lo que pretende la literatura: narrar una vivencia común, una historia que se repite de mil maneras diferentes que nos une como si fuéramos la misma persona. El arte es expresión y también el reconocerse y sentirse parte de la humanidad. Las experiencias de Blecher despiertan en nosotros sensaciones escondidas y nos explican de cero aquello que entendemos.

 

Uno de los primeros poemas del libro* publicado por Hermida editores es «Eternidad»:

 

Los pasos conocen nuestro abismo

El cuerpo pasea nuestro cielo

La tormenta va dejando pedazos de carne

Cada vez más difusa cada vez más lejana

Hay un principio de azul

En este paisaje terrestre

Y otro vindicador

Como un dedo amputado

Tan sólo ves una mujer dando vueltas

Como un huso

Y copiando su delta

En el delta de las aguas.

 

Blecher consigue crear una burbuja de eternidad en este poema. Todo en él es un casi, un final abierto. «Hay un principio de azul / En este paisaje terrestre». El poeta nos sugiere el monótono azul de la existencia como un inicio, como una esperanza, como un horizonte. Un dedo amputado, que fue, pero no es, señalando sin señalar. El giro eterno del planeta, el incesante ciclo de la vida, hilando continuamente, pues no hay final y, mientras no haya final, hay esperanza.

Nos pasea por dimensiones desde nuestra inactividad: nos lleva al abismo, negro; nos lanza al cielo con el cuerpo; nos devuelve a la tierra con pedazos de carne de seres que han sido o serán. Esta descripción atemporal, presente en todo el ya mencionado espacio-tiempo, nos regala un dinamismo a la vez que un momento estático, un fotograma fresco y caliente.

En el afán de Blecher de asir el tiempo, no solo lo congela, sino que lo descose. En «[por un momento]» nos deshace el tiempo, o hace el destiempo. Nos deshilvana la realidad, para que esta vuelva a su pureza, para que no sea lo que es, para que sea ligera, pues fluye quitándose lastres.

 

por un momento. por un solo momento la existencia del mundo se detiene y se desarrolla en el pasado como una película de cine que se proyectase desde el final al principio. el humo vuelve a entrar en las chimeneas. lo alto cae. los pasos me llevan hacia atrás. miradas lanzadas que vuelven como los dedos de un guante cuando se le da la vuelta. el corazón de un fruto se simplifica se aplasta se petaliza. el fruto se vuelve flor. mi corazón retrocede hacia la noche del feto y se transforma en sexo.

 

No hay pausa, no hay casi latido, en la descripción del corazón del fruto. Así refuerza la fluidez. Además, en una bella comparación, el corazón de un fruto se simplifica tanto que «se aplasta se petaliza» en una máxima expresión de delicadeza («petaliza», por cierto, hermoso término). Se vuelve al inicio, hasta tal punto que lo último, que es en realidad lo primero, vuelve a ser el placer. El placer como significación de la vida. El sexo como un momento. «El» momento.

Cabe remarcar la imagen del guante: en esa desprogresión cotidiana, decide incluir un elemento con tanto detalle como una prenda de vestir. Esto nos aporta una corporeidad que nos hace sentir milímetro a milímetro, dedo a dedo, esa inversión del mundo, y es la única imagen posible de toda la enumeración. El poema nos regala un paseo onírico, pero nos da también una pista de nuestra realidad para entender.

En «Viejo vals» representa un baile muerto, la vida muriente, que es y no es, como una pesadilla que pretendía ser ternura y ante esta oposición es etérea, es real pero imposible. En otras palabras, parece narrarnos una boda que para él es tan tediosa y falsa que en realidad nadie en ella tiene vida.

 

Viejo vals la novia muerta yace entre los velos cubiertos de polvo

Guirnaldas de muchachas blancas con vestidos de espuma

Con caballeros de espadas vagan por alamedas enlutadas

Y esparcen en el aire un impreciso perfume de arcilla

 

Está el cementerio en la luna, las acacias reinas de las sombras

Como invitados ilustres asisten y murmuran

Entre misteriosos panteones amantes de corazón sombrío

Testimonian su amor con gestos adormecidos

 

Viejo vals parejas de cera se elevan por los aires

Y en el salón de la noche bailan vertiginosas

Me rodean cosas demasiado normales, me da miedo

Despacio cruje el viento y el vals delira

 

Es la boda de la que antaño en vida

En su boda viva murió en flores de sangre

Su blanco rostro se estremece como un espectro

Cuando el vals lentamente gira, cuando el vals diríase que llora.

 

El blanco boda, que representaría la pureza en nuestro imaginario colectivo, supone aquí la palidez, el peso inerte, el sin vida, la profundidad: «Viejo vals la novia muerta yace entre velos cubiertos de polvo». Constantemente nos engaña con la ambigüedad, haciéndonos creer que la boda palpita de vida, cuando en verdad sucede en un espacio tan inerte como la luna, nos habla de «acacias reinas de las sombras», de «imprecisos perfumes de arcilla». Son todo fantasmas que existen como polvo y aire, entre los que lo único que se oye son los murmullos de las almas y, sobre todo, el crujir del viento. El viento como protagonista, aire en movimiento generado por los pasos de baile flotantes, que giran y giran sin darse cuenta de que no existen, al ritmo de un vals probablemente casposo.

          Pero es que esa mortalidad no es más que la aburrida y simple normalidad. La normalidad, la banalidad, es aquello que atemoriza a Blecher en esta pieza. Y es entonces cuando nos revela que hubo una boda viva, en la que corría la sangre, pero ahora solo palidece, languidece, llora.

Y en contraposición a la carne que se vuelve arcilla blanca, Blecher da vida a las estatuas, como si sus venas fueran las ramas en «Huida»; de nuevo, el corazón-pétalo. El mármol crece y palpita, la vida se enreda entre los pétreos muslos, y nos explica el poeta cómo una rústica amapola es, en realidad, sedosa, potente y delicada como el sexo, «incluso después de la muerte». «las esculturas de la vida muerta / donde se paró la sangre (árbol de ramas secas)».

 

Sobre veinte mujeres petrificadas, crecidas

            en el jardín como orquídeas de mármol,

un tanto pálidas, cadáveres,

acá y acullá una flor silvestre se enreda

            entre los muslos

y una rústica amapola roja adormece sedosa

            sobre el sexo ensortijado incluso después de la muerte,

huida afilada en i,

sobre encaje de plantas,

una tarde soleada, tranquila y aburrida,

yo, solamente yo sé el milagro de estas

            piedras de marfil,

las esculturas de la vida muerta

donde se paró la sangre (árbol de ramas secas),

en un cuerpo oculto, como las cintas en cajas opacas. 

 

El poeta nos evoca la vida como una contradicción, que no es sin la muerte. El peso no existe sin la vaporosidad, aquello que constantemente está porque le falta. Nos muestra sus anhelos, los anhelos de las almas que narra, sus ansias de ser, en cuerpo y espíritu.

Las mimadas aliteraciones de Blecher, reproducidas al castellano por el traductor Joaquín Garrigós, nos hipnotizan hasta el final de la obra: la selección de palabras nos gobierna aun habiendo cerrado el libro, controlando nuestra visión del mundo durante y tras ese lapso de tiempo que somos uno con su puño y letra. 

 

 

* Poesía completa de Max Blecher. Edición bilingüe de Joaquín Garrigós. (Hermida Editores, Madrid, 2020). 

 

Inés Sánchez Mesonero (Salamanca, 1994) es traductora literaria, redactora y profesora de idiomas. Sus lenguas de trabajo son el castellano, el italiano, el francés y el inglés. Vivió en Salamanca hasta que finalizó sus estudios en Traducción e Interpretación (USAL). Ha residido en Aix-en-Provence, Florencia y Ruan y actualmente se encuentra en Zaragoza. Sus primeras traducciones literarias consisten en obras infantiles (la serie La Patrulla Gatuna) y novela gráfica (La tierra, el cielo, los cuervos, Mercedes, Espíritu de campamento, La inmersión, Carbono y Silicio...); próximamente, aparecerá la traducción del poema de Lord Alfred Douglas, Una plegaria, en La casa de las ventanas de color naranja, de Ion Minulescu y traducido por Joaquín Garrigós. Por otra parte, forma parte del proyecto europeo de traducción literaria CELA y, en sus ratos libres, escribe poesía y relato.

 


 

 

REVISTA ÁGORA DIGITAL/Mayo 2021/ AVANCE ÁGORA N. 10 / BLECHER 2

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