“DESGARRADA LA NUBE”, DE ANTONIO MACHADO, Y “PIEDRAS Y RAÍCES”, DE DINU FLĂMÂND
(Breves pinceladas sobre grandes poemas)
1
Desperté… (…)
Mi corazón latía
atónito y disperso.
(…)
Y todo en la memoria se perdía
como una pompa de jabón al viento…
Antonio Machado
Hace un par de noches tuve en el tránsito al despertar una sensación parecida a la descrita en el poema de Machado. Por deformación o por vaya usted a saber, inmediatamente me vinieron a la mente los versos de arriba, que pertenecen al poema LXII, de Soledades, el primer libro del poeta sevillano. Un rato quedé meditando, semidespierto aún. La imagen de la conciencia como “pompa de jabón” capta poéticamente de forma magistral la conciencia de la conciencia, el sentido de la fragilidad de esta burbuja o yo consciente que soy, y, además -por si fuera eso poco- el poema expresa esa conciencia en lo que tiene de frágil, en su tránsito a perderse “en el viento”, a deshacerse, en fin, como vapor en el ancho espacio vacío. Reflexioné, a continuación, que, en el fondo, el poema, el cuarto elemento, no solo habla de la memoria, como testigo de esa escena, de la memoria como un tercer elemento intermediario (en la tríada: conciencia, memoria, lenguaje interior que capta a ambas -consciencia de conciencia); ni tampoco el poema se refiere solo a la conciencia, ni tampoco solo al lenguaje interior que esta elabora para sentirse, ese lenguaje ensartado de preguntas y respuestas que es la consciencia de la conciencia. Y todo ello, sin embargo, está referido en este magistral poemita. Más el cuerpo, la nota de una inmediata presencia de lo corporal, de las pulsiones rápidas del corazón. (El cuerpo está así tan presente en este poema como lo está el alma invisible, desdoblada.) Lo que el poema remite, al final, es a la nada, y a la conciencia de la nihilidad del propio ser. La palabra mágica y clave es el adjetivo “disperso”, que, por venir tras otro adjetivo, “atónito”, en una conjunción o simultaneidad pasmosas, cobra en gran parte el fulgor del poema - “disperso” cierra (y abre en el plano profundo temático) el sintagma adjetival que complementa, de forma insuperable, aprovechando el eco de la rima, el substantivo y el verbo a la vez (“Mi corazón latía”), como predicativo. Una antítesis que sólo necesita un adjetivo, “disperso”. Una sutileza que la poesía en rima permite es la introducción del silencio entre las dos rimas en e-o, y la pauta rítmica entrecortada por los dos versos: (mi sueño)…../ “Mi corazón latía /atónito y disperso”. El suave arrastre de la s entre los dos acentos tónicos de corazón y atónito, y entre los sonidos dentales sordos de la t, da a la secuencia una cadencia casi ceremonial. El poeta se desdobla, se siente decir lo que está diciendo y experimentando, como si fuera en un rito extraño de iniciación o en una ceremonia de adiós.
Hay que hacer notar que la figura o cauce de comunicación, la imagen que enmarca en este poema la experiencia de ese limbo o estado de frontera entre el sueño y la vigilia, y entre la conciencia y su disolución, no es otra que la imagen de una pesadilla del despertar. No es la primera vez que me he interrogado por esa especie de despertar confuso, que suele interrumpir el sueño, y que a veces nos embarga de desorientación y de interrogaciones, pero otras veces nos proporciona respuestas, tras las que el corazón se calma un poco, como que se relaja, y puede continuar el sueño. (Me ha ocurrido que en esos despertares confusos seguidos de respuestas, con final relajante, aunque siempre con un poso de inquietud que no acaba de desaparecer, se me han presentado poemas enteros o primeros versos extraordinarios, que, por desgracia, he olvidado al despertar definitivamente. Otras veces, no todo se pierde; como he comentado al comienzo de este artículo, las ideas del mismo me vinieron en uno de esos despertares, y lo mejor que puedo las transcribo ahora).
En un estudio mío titulado “Imágenes de la conciencia en la poesía de Antonio Machado” dedico estas palabras a la imagen del despertar en pesadilla, y lo comparo con otro despertar con final tranquilo, lo que llamo despertar con respuestas: [1]
“En el poema LXII de Soledades
Desgarrada la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un
fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿Quién enturbia
los
mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
...¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el
prado verde, el sol, el agua, el iris...!,
¡el
agua en tus cabellos!
Y todo en la
memoria se perdía
como
una pompa de jabón al viento.
En este poema se retrata una pesadilla de despertar. Se expresa el temor a que tras el sueño de la conciencia no haya nada. Despertar es aquí un término ambiguo: “y todo en la memoria se perdía / como una pompa de jabón al viento”. La conciencia se capta en la compañía y dimensión evanescentes del tiempo Uno, aquí aludido como “memoria”. Pero la voz que habla en el poema se yergue desde el juicio final (ante la muerte). De modo que el poema finalmente expresa, aun de forma temblorosa, una conciencia originaria más profunda –erguida desde esa voz como de queja o protesta.
La conciencia más compleja es capaz de desdoblarse y verse en el límite del sueño (memoria) y el despertar (vacío, intuición de la raíz de la conciencia: “pompa de jabón al viento”, nada). El poema retrata, usando el pretérito, ese fugaz paso de la conciencia del sueño al despertar, pero la conciencia en el poema, la voz que da testimonio, continúa afirmando la conciencia vigilante desde el tiempo Cero del juicio.
Si el estado psíquico en este poema es el temor, porque se llega a captar mediante la imagen, la raíz de la conciencia- memoria; en otros pasajes, como en el poema XXI, hay un velo de consuelo y esperanza. Comparemos ambos poemas, el segundo de la sección “Galerías” (LXII) donde aparece la imagen de la conciencia como “pompa de jabón al viento” y este otro, el XXI, segundo poema de la segunda sección, titulada “Del camino”. Ambos poemas se sitúan en semejante orden respecto al desarrollo de sus respectivas secciones. El poema XXI, me parece, es el primer poema del primer libro de Machado en que se afronta de manera directa y personal el tema de la muerte y la nada. Este poema, por tanto, tiene el valor de ser el primer asomo de un juicio íntimo:
Daba el reloj las doce… y eran doce
golpes de azada en tierra…
….¡Mi hora! –grité–… El silencio
me respondió: No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.”
2
Una experiencia parecida poéticamente al despertar en pesadilla, despertar confuso o pesadilla del despertar es la ensoñación (“reverie”, o ensueño, como gustaban llamarla los poetas franceses simbolistas). La ensoñación produce también una confusión, un trastoque de planos y tiempos, y al final la pregunta por el ser propio, y la percepción de la ambigua y frágil realidad de la conciencia.
Otro poema magistral, de un poeta rumano actual, Dinu Flămând, dice así (en una traducción más que mediocre al español, desde el italiano y el rumano original; la "traducción" es mía, con ayuda de un traductor de internet; ver original y traducción al italiano en “Dos poemas de Dinu Flămând ”: [2]
Piedras y raíces
Caminaba yo sujetando el caballo de la izquierda bajo la barba
mientras tú apretabas con todas tus fuerzas los cuernos del arado
abriendo surcos en la tierra
había y no había viento, había y no había la luz que me gustaba
hubo y no hubo el lugar conocido donde sembramos
en Transilvania, con frío y bajo el aguanieve, año tras año.
La sorpresa que anticipaba latía en mi interior
cuando desde el final del surco se veía el cielo despejado
nuestro pueblo en el valle y en alguna parte la chimenea de nuestra casa;
el amanecer no estaba lejos, un cálido hogar nos esperaba
allí. Estabas sacando, de la tierra, piedras y raíces,
como si se hubiera preparado un bosque salvaje
para romper nuestro campo desde las profundidades
de una extraña ira oculta en la tierra.
Maldito sea el destino que hace que el hombre
remueva año tras año piedras y raíces
y gaste todas sus fuerzas rompiendo terrones de tierra
con raíces de árboles que ya no existen.
Pero tú sí existías, y eso era natural para mí,
porque podía oír tus pasos pisando la tierra
y escuchar la hoja del arado entre las piedras
aunque no podía verte desde atrás.
Pero al final del surco no vi
ni el campanario del pueblo, ni el humo de nuestra chimenea,
ni el valle familiar...
De repente estaba en el acantilado de Cefalú,
y la vasta extensión del mar vino a mi encuentro...
como lo había visto desde los promontorios de Sicilia.
Bastardo de tu memoria, te trasladé allí
con tu arado y tus caballos y tu duro caminar
sólo porque no me detengo en ninguna parte, desarraigado,
y me muevo sobre ti para moverme contigo...
Sicilia, agosto de 2017
“Piedras y raíces” pertenece al libro de Dinu Flămând Hombre con remo a la espalda (original en rumano: Om cu vâslă pe umăr. Traducido al italiano: Uomo con remo in spalla; publicado por Raffaelli editore, 2023).
La contemplación del mar Mediterráneo, en estado de semisueño y reposo profundo de las imágenes cotidianas de la conciencia, produce en el poeta un estado de pesadilla-vigilia intensa, casi de alucinación, en la que se desdobla su ser entre el muchacho que fue, en un campo de Transilvania (Rumanía), junto con su padre y su familia, y el hombre adulto que es, con conciencia uliseica de viajero inquieto, pero también de desarraigado y arrojado del paraíso de la infancia.
Una nube posee la conciencia del poeta, quien, en medio de la confusión, ata su mente a imágenes conocidas, el padre, el arado, el trabajo humilde del labrador, el humo del hogar, el pequeño pueblo entrevisto a lo lejos… Como si esos hitos, imágenes ya, estuvieran ahí aún (y extrañamente lo están) a la vista del poeta, casi a su mano.
El poema sutilmente recorre y vuelve el camino que se pierde en la imaginación. Como en un brusco despertar comparece de súbito la imagen del mar pero antes (en un antes casi no percibido) la conciencia cotidiana: “De repente estaba en el acantilado de Cefalú, / y la vasta extensión del mar vino a mi encuentro”. Las imágenes anteriores, agrupadas en la imagen del padre, se funden con el horizonte del mar, siempre inalcanzado, ante cuya vista el poeta se siente un punto en fuga, desarraigado, una carga de derrotas que va hacia nada.
El último verso, magistral (y confieso que inextricable racionalmente, y también intraducible al español, solo de forma metonímica y un poco alegórica lo he traducido, fundiendo padre y mar), expresa algo de esas respuestas que relajan algo la tensión, propias de algunos despertares confusos (aunque recordemos que también encierran una angustia latente en sí mismas).
y me muevo sobre ti para moverme contigo...
Fulgencio Martínez
Tarazona, 30 de septiembre 2023