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martes, 19 de septiembre de 2023

"Diario de un enfermo". Por José Luis Martínez Valero. Azorín, 150 Aniversario. AVANCE DE LA REVISTA ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO. N. 21.

 

                                                           Retrato de Azorín. Por Isidoro Fernández Fuertes. wikipedia

 

 

Se ha cumplido un centenario y medio del nacimiento de José Martínez Ruiz, Azorín, escritor que formó parte de la Generación del 98, a la que dio nombre en uno de sus artículos. Azorín nació en Monóvar, Alicante, el 8 de junio de 1873 y falleció en Madrid, el 2 de marzo de 1967.

 

DIARIO DE UN ENFERMO

 

 

por José Luis Martínez Valero

 


Azorín ha cumplido 150 años. Convendría averiguar: ¿por qué determinados textos aún flotan sobre la superficie y otros se van al fondo? ¿En qué medida cualquier autor de comienzos del siglo pasado, mantiene un diálogo con el lector, favorece intuiciones?

        Si alguien padeciera en exceso, si su piel con un ligero roce sintiese dolor, si ciertas palabras le produjesen miedo o llanto, ese alguien será calificado de hipersensible.

        Azorín, todavía José Martínez Ruiz, decide llamar Diario de un enfermo a su primer texto novelado, en el que un aprendiz de escritor ensaya su obra. Se debate entre lo escrito o leído y la vida, que ocupa a los otros, ajenos a ese territorio de papel en el que pretende ser y estar. La escasez de este género en nuestro país, ¿obedece al carácter reservado del español? Puede que el realismo, que se nos atribuye, esté reñido con la intimidad.

    Este diario comienza un 15 de noviembre de 1898, otoño, y termina el 6 de abril de 1900, primavera. De ese tiempo, ¿qué recuerdo? Pérdida de los restos del imperio, tras una guerra desproporcionada con EE.UU. Decepción, agotamiento, tristeza, regeneración. Vuelta a pensar en lo que somos, en lo que hemos sido: El Cid, Don Quijote, La Celestina, El Romancero, Castilla…

     Hay niebla, a lo lejos montañas, suena el tranvía, vemos el humo de las chimeneas, de las máquinas de vapor. No sé dónde va José Martínez Ruiz, pero le sigo, como él sigue a la triste, romántica, pálida muchacha vestida de negro. Ahora voy tras el hombre que lleva un pequeño féretro al hombro. Son ellos los que marcan el camino y, ellos mismos, son camino. Quizá es esto lo que quiere el autor, alguien, que soy yo, lector ahora, sigo a quien cuenta que sigue a otro.

     Esta cadena de secuencias es lo que veo:

        Al pasar por una calle, he visto a un hombre que llevaba a cuestas un ataúd blanco listado de oro, he sentido la sugestión irresistible, avasalladora de seguirlo, le he seguido, emocionado, ansioso, tembloroso, atraído por la fuerza poderosa del misterio y de la muerte.

     ¿Cuál es el mal de este enfermo?, ¿confundió la angustia de vivir con la incertidumbre de la creación? Tras la muerte entra en una soledad inquietante. No será el dolor, sino el vacío, la ausencia de sí mismo, la ruptura con ese “no sé qué” que le arrastró a esta boda.

     Asistimos al fin biológico del Romanticismo, el hecho ardiente, pasional de la vida está a punto de finalizar, representado en esa figura de negro con la que se casa y, al poco, muere en sus brazos, víctima de la tuberculosis.

     El diario, exposición del yo frente al mundo, aunque inconstante, expone en estas escasas páginas un argumento de dudosa identidad; pronto, la muchedumbre, la masa, eliminará la cumbre del yo, su perspectiva. La ciudad y su multitud, la prisa, la exploración del subconsciente, el cine, los diferentes medios de transporte, la electricidad, la Gran Guerra, las Vanguardias conformarán un nuevo mundo.

     Triunfa la apariencia, lo sensible, la abstracción es arrinconada, como si se tratase de un juguete roto, sustituida por una realidad virtual. Esta paradoja se hace existencial, el ser humano se siente un desterrado, ha dejado de ser aquel que, seguro, continuaba caminando entre dificultades, pero con la conciencia clara de que, cumplir con su deber, era el sentido de la vida, aunque sólo se tratase de dar sentido a su preciso o impreciso deambular.

     Llegará un momento en el que la sociedad se volverá autocomplaciente. Cada pueblo, cada ciudad de nuestro país, bien por las luces de Navidad, por el tráfico, la catedral, el mar, los vientos, el aire sano, los vinos y otros productos, considera que sus habitantes viven en el mejor de los mundos posibles. Los discursos políticos oscilan entre el exabrupto o la alabanza desmedida, parece que no existiese término medio. De tal modo que la crisis, la angustia, el exilio no existen más que en la pantalla, esa irrealidad por tanto no es asunto político.

     El ciudadano medio asiste al mundo como si él mismo formase parte de esa virtualidad. A veces hasta se descubre en ella. La existencia se reduce a vivir entre actores que actúan como si viviesen.

     Solo el enfermo, al quedar al margen del camino, juzga el curso de la vida, como alguien que, impedido, contempla el tráfago incesante de ese mundo. ¿Se sabe adónde vamos? Quizá sólo giramos alrededor de un punto. La realidad ha dejado de ser estable como un faro.

     A veces he pensado que mi yo de hoy no es el de ayer, aunque los otros me llamen por mi nombre, y lo hagan creyendo que se dirigen a aquel que durante años han conocido. Esta continuidad no es más que aparente. El ser humano que es movimiento, cambio, puede construir elementos sólidos, estáticos, edificios, templos, pirámides, fortalezas, faros… Del mismo modo puede componer cuadros, esculturas, textos que sean válidos durante siglos.

     Sin embargo, como la vida se caracteriza por su término, las obras le sobreviven. Este enfermo quiere escribir y, para ello trabaja incansable, corrige, vuelve a redactar para dar con un texto que le satisfaga. Palabras que, presiente, tendrán larga vida.

     Poco después, como todo lector de Azorín conoce, produce sus mejores obras. El principiante ha dejado de serlo, el escritor sabe que la obra está bien hecha y acepta su destino.

 

Pasados muchos años, una vez que ya ha sido reconocido, en pleno conflicto mundial, tras la guerra civil española, 1943, cumplidos setenta años, publica El enfermo, novela donde la urdimbre biográfica se hace más transparente, no es el arrebato juvenil, sino el triunfo del sosiego en la paz de un pueblo. Describe Petrel, sus clases sociales, dónde viven los que tienen posibles y aquellos que carecen de muchas cosas. Accedemos a la geografía, donde sitúa el pueblo y sus vecinos, montes, río y valle. Me detendré en el interior de la casa del protagonista, también escritor.

     ¿Por qué se nos dan a conocer puertas y ventanas, cuartos, pasillos? Esta clausura nos aproxima a un tipo de exilio. De tal modo que se suprime toda alusión a los hechos recientes y a sucesos que, sin duda, ocuparon sus reflexiones. Es un texto que habría que definir por lo que no dice. Por otra parte, sus lecturas son ajenas a la actualidad. Encontramos alusiones constantes a su biografía.

     En cuanto a la escritura y su relación con el lector, a la pregunta ¿para quién escribe?, confiesa que lo hace para sí mismo:

        -Para todos y para y para sí mismo. Para nadie y por placer de escribir, sin preocupación ninguna cuando ya se ha cumplido, al final de la vida, una obra extensa.

     Y lo hace desde las dos de la mañana a las ocho, durante el día reúne notas, alguna vez encuentra la transparencia en esos textos que va componiendo, entonces se da por satisfecho.

     Entre tanto el protagonista, Víctor, resulta irónico el nombre elegido, lleva una existencia plácida, gozosa, el lector no advierte ningún elemento perturbador, sin embargo, está enfermo, más preciso, se siente enfermo. Recibe las visitas de los médicos del pueblo, sus amigos. Investiga autores del XVIII y del XIX que han explorado y descubierto enfermedades. A veces se traslada a Madrid donde consulta con los mejores. Léase este diálogo, capitulo XVII:  

        Facundo Irala sonríe y desvía discretamente la conversación. No quiere insistir; comprende que ha llegado a un terreno en que no ha de avanzar más. Y pregunta:

        - ¿Qué está usted haciendo ahora?

        - Una novela; cosa ligera; la novela de un enfermo.

        - Será curiosa; la psicología del enfermo es una psicología especial. Hay que analizar anímicamente a un enfermo de distinto modo que a un sano.

        - En eso estoy, querido doctor; mi enfermo es un enfermo especial; está enfermo y para los efectos del trabajo está sano.

    ¿De qué enfermedad se trata? En el Diario de un enfermo se detecta un desajuste entre creación y vida. Asistimos a la eclosión de un escritor en lucha contra el tiempo. Ahora la lucha ha desaparecido, si acaso estamos ante una paradoja, conoce los secretos de su escritura, está sano, aunque se siente enfermo... El lector, también puede buscar y quizá encuentre, por los síntomas que detecta, la naturaleza de esta enfermedad. Antes he sugerido que en este texto es fundamental lo que no se dice, por tanto, si no existen síntomas físicos, por qué no suponer que la enfermedad tiene raíces morales.

     El lugar, la posición social, la relación matrimonial, los amigos, suponen un mundo en paz, triunfo del sosiego, retiro beatífico, sin embargo, se siente enfermo. Su desánimo se parece a aquel que debieron sentir los intelectuales españoles, no por haber perdido las colonias, sino por haber luchado contra lo imposible. Ahora, tras la guerra civil, la enfermedad se ha agudizado. Está enfermo y para los efectos del trabajo está sano.

     El escritor no es impermeable, sino que está ligado al contexto en el que vive. No sabemos lo que escribe, aunque sí, cómo lo escribe. El mal, que es cosa del tiempo y de este mundo, sigue ahí, esta sería la raíz de su enfermedad, sin duda, un desacuerdo, ¿una ruptura con sus circunstancias?   

 

 

 

                                                    José Luis Martínez Valero. Fuente: La fea burguesía.

   

José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.


REVISTA ÁGORA DIGITAL / AZORÍN. 15O ANIVERSARIO/  SEPTIEMBRE 2023

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