Foto del imputado Sepúlveda. Fuente EL DIARIO.ES
Artículo publicado en el diario digital EL PAJARITO.ES
http://elpajarito.es/opinion/368-agora/10730-la-teoria-del-imputado.html
LA TEORÍA DEL IMPUTADO
Dentro de un imputado suele haber otro imputado posible. La
estructura de cajas chinas o de muñecas rusas nos ayuda a penetrar la
realidad escurridiza y compleja de la corrupción sistemática, pero aquí
nos interesa estudiar la mente del individuo y su capacidad de cálculo
empleada en saquear el medio. Hemos de proceder a modo del científico:
partir de una hipótesis de trabajo, contar con una lógica de
investigación que se pliegue al “modus operandi” de los actores en el
sistema. Partimos de la premisa de que un imputado es un animal racional
que tiene capacidad para evaluar las ganancias, la oportunidad y los
riesgos que conlleva una conducta delictiva. Hemos de suponer que prevé,
inteligentemente, la protección del entorno en que actúa, la respuesta
automática corporativa o partidista de ese ámbito; que ha tejido
coartadas y salidas, igual que ha anticipado las reacciones de sus
supervisores legales y de aquellos superiores que tienen responsabilidad
“in vigilando”.
Hemos de pensar que, en caso de fallarle la planificación, tiene
previstos medios extraordinarios de chantaje. Al extremo, cuando todo
falle, tiene “un por si acaso”: tiene apartada una suma de millones
movida discretamente y oculta en algún paraíso fiscal o cuenta
societaria. Esa previsión le abrirá las puertas de un bufete de abogados
sagaces. Ha previsto nuestro sujeto solicitar el indulto en caso
extremo; incluso (como conoce los precedentes ilustres de Bárcenas y de Matas)
chequea su salud un mes y otro, hasta que le es anunciado algún indicio
de enfermedad en el futuro, donde apoyar un recurso. Solo entonces
actúa nuestro depredador.
Las posibilidades, en la actual coyuntura, de que se cumplan los
supuestos antedichos son solo hipotéticas. Primeramente el sujeto, ante
la aparición de informaciones sobre su conducta irregular niega la
mayor, hasta que es imputado por un juez. Aquí puede ocurrir que pierda
el favor del entorno y del superior, o que éste espere para retirárselo a
un momento siguiente: el de proceso oral, el del día en que haya
sentencia culpatoria o, más largo, hasta que se pronuncie condena firme
tras agotar todos los recursos en un rastrillo judicial de amplio
recorrido y en donde siempre se puede encontrar con una ganga o rebaja.
Hoy en día, sin embargo –con la sensibilidad pública escocida por los
“escándalos” de corrupción y con los políticos tildados de “casta”–, lo
más probable, de hecho, es que le sea retirado el apoyo ambiental una
vez adquirida la condición de imputado.
Hora es ya de concretar el perfil de nuestro sujeto: el imputado
habitualmente es político o lo ha sido, y sin excepción ha operado su
mangue en grandes empresas públicas o privadas: en un caso, bancos
subvencionados con dinero de todos; en otro, empresas favorecidas por el
palio político. El imputado ideal llega a puestos bien remunerados
(coartada perfecta, pues no da margen de sospecha para una actuación
ilegal; ni por el lado que se espera de un representante del sistema, ni
por lo que atañe a la remuneración, socialmente de escándalo, que
recibe por su empleo).
Vamos ahora al siguiente detalle crucial, en esta conducta prevista,
de manual. Actualmente hay una suposición bondadosa de que el jefe,
partido o superior que le ha retirado su confianza al imputado, deja en
manos de este la elección de renunciar a su cargo por vergüenza torera.
Nos imaginamos la penosa situación humana del imputado que sigue en su
cargo (como, aquí en Murcia, los Joaquín Bascuñana y los Pedro Antonio Sánchez).
Para cualquiera de nosotros, sería la más lamentable de las vidas. No
solo es juzgado por la opinión pública, su propio jefe supuestamente
–observen– está deseando que se vaya, que lo deje, que se dé cuenta de
lo ridículo; hasta su propia secretaria se lo insinúa señalándole una
cita en su agenda (en política, lo único imperdonable es hacer el
ridículo). Pero el imputado sigue. Nos equivocaríamos si deducimos que
nuestro sujeto tiene una cara de cemento, no. Actúa con un plan y con la
lógica del beneficio y el riesgo calculados. También erraríamos si
suponemos que tiene un especial coraje, un carácter combativo, capaz de
retar el ridículo que sonroja a los demás (incluidos los jefes). En
realidad, todo el valor del imputado se mantiene mientras quiere el
jefe, en cuyo poder está cesarlo (o sea, se mantiene en pie el soldado
hasta que el de más arriba ve peligrar lo suyo, como ilustra el caso de Ana Mato).
Detrás de un imputado –hemos de concluir– hay otro que teme ser
imputado, un imputado envuelve a otro y, si el Tiempo no acaba, a otro.
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