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jueves, 18 de diciembre de 2014

PLATERO Y YO. EN EL CENTENARIO DE LA PRIMERA EDICIÓN. ARTÍCULO DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO/ revista Ágora-Papeles de Arte Gramático/ ensayos literarios


 



CENTENARIO DE LA PRIMERA EDICIÓN DE "PLATERO Y YO"





                                 PLATERO Y YO

                      por José Luis Martínez Valero,
                 catedrático de Literatura, narrador y poeta.

Ningún hombre, por lleno que esté de sí mismo y de su interés egoísta, deja de hallar en su conciencia una perenne aspiración a que el bien se produzca, no sólo en su vida personal, mas en la de todos los seres, sin excepción ni restricción alguna; y así como le regocija la prosperidad y le duelen los infortunios de otros individuos de su patria, de su siglo y civilización, de la humanidad entera, aunque él participe lo menos posible de ellos, y le entristece el espectáculo de la aridez e infecundidad de la Naturaleza, y le alegra el de su esplendor y lozanía, sin necesidad de que en ellos medie interés personal por su parte, quisiera, no ya que todo mal se destruyese y que todo bien se aumentase sin tregua ni descanso, sino ayudar él mismo también a esta empresa en la medida de sus facultades y dentro del círculo hasta donde pueda extenderse en proporción con sus restantes fines (...)
               (Francisco Giner de los Ríos, El Arte y las Artes)



Platero es un tratado de iniciación, libro de aprendizaje, que exige del lector especial colaboración, porque su lectura, al ser obra poética, se convierte en comunión. No se trata de ese libro neutral que, una vez leído, cerramos y queda ahí, testigo mudo de un tiempo consumido. Por el contrario, tras este contacto, cuando volvemos los ojos a la naturaleza, descubrimos que nuestra capacidad de percepción ha aumentado, nuestro monólogo interior se ha enriquecido, vemos el mundo al alcance de nuestra palabra, que se vacía  del tiránico lenguaje banal. Descubrimos lo otro, y al otro, que hay en cada cosa, en cada persona. 

El yo de Juan Ramón, pretende educar a Platero, para ello procura  adiestrar  su mirada, dirigirla a lo bueno y no ocultar la maldad, mientras lo aparta de un aprendizaje convencional. Al poco, tras los primeros capítulos comprobaremos que el hecho de formular lo que va a ser transmitido, produce un cambio. En la disponibilidad. que preside las relaciones, el aprendizaje siempre es recíproco. 

Muestra su horror al apólogo, no traduce la realidad desde una situación de dominio. Hay un trato entre iguales, donde se respeta la autenticidad del otro, hermanados por un afecto sincero, unidos por la maravillosa lección de la naturaleza y el amor. Aunque, Platero, sea un conjunto limitado: presencia, situación y mirada, sin olvidar los expresivos rebuznos y topetazos,  es imprescindible. 

Ese otro, ser vivo, que acompaña al poeta, supone el espejo donde la realidad se hace imagen para que pueda ser traducida a palabra. Como en Don Quijote, Sancho se convierte en necesidad que desea comprender y ser comprendida, exige coherencia en el discurso de su señor, quien a su vez le prohíbe la confusión y dispersión de sus refranes. 


En esta relación la poesía será el método, tal como enunciará en su conferencia  El trabajo gustoso, 1936:

Yo he hecho muchas veces la prueba, he hablado poéticamente a unos y a otros, y en dos o tres días he cogido siempre el fruto. Se les removía a todos el tesoro, insospechado para mí y acaso para ellos de su propia belleza: pensamiento y expresión; eran otros en oír y hablar al contacto con la poesía. 

Poesía que purifica la ética y la estética de ambos. Estéticamente porque supera el preciosismo fin de siglo, su colorismo, la pasión por los estados imprecisos que transcriben el estado del alma, un yo excesivamente dominante, el sentimentalismo de corte romántico. Del mismo modo, el descubrimiento del tú, supone el reconocimiento del otro y, como consecuencia, el sentimiento queda enriquecido, aparece el amor porque existe el otro. Basta comparar El loco de los Paisajes líricos y El loco de Platero y yo para comprender la diferencias. 


Con Platero comienza una purga definitiva, al mismo tiempo que cristalizan los elementos precisos para una educación estética, esto es: La perspectiva como componente de la realidad. La evocación y el recuerdo, en cuanto procuran la expresión y el extrañamiento. El nombre y su alcance poético. Por otra parte, dado que no hay estética sin ética, la precisión se convierte, a su vez, en acción ética y, al conocer la autenticidad, se llega a la verdad por la belleza. 


Esta compleja interacción sucede de manera gozosa en un presente compartido, a menudo teñido de una fina ironía, dotado de ese humor que absuelve en los textos cervantinos. Poeta y Platero son, en el buen sentido de la palabra, buenos. 


Platero es el primer texto amplio, en prosa, que con carácter de libro publica Juan Ramón. En el que también, por primera vez, el poeta, firma con su nombre completo: Juan Ramón Jiménez. 


Aunque hoy existen múltiples versiones, durante muchos años han convivido sólo dos. La primera, conocida como Platero menor, 1914, es el resultado de una selección para ediciones La Lectura, y aparecida como publicación navideña, destinada a los niños. Consta de 64 poemas. En el criterio de ordenación destaca la figura de Platero como protagonista, junto con la naturaleza. Se han suprimido capítulos cuya finalidad pedagógica podría ser dudosa. 


La segunda, Platero mayor, publicada en 1917, versión íntegra, por la Biblioteca Calleja, está compuesta por ciento treinta y ocho piezas, cada una con un título y su localización en números romanos. Estos títulos son muy breves, generalmente una palabra. De extensión variada, comprende desde cuatro líneas hasta treinta y tantas, siendo la media de veinte. 


García de la Concha en Platero y yo, un libro krausista, afirma:

Los 138 cuadros del libro no han sido elegidos al azar, ni están dispuestos de ese modo. Componen, en cuidada trabazón dialéctica, la vividura de un concreto pueblo español a lo largo de un año. 

Platero no ocurre en un país imaginario, y si aparecen elementos mitológicos, se presentan perfectamente integrados, como componentes autóctonos. Se trata de una intrahistoria esencial. La periferia, Andalucía, frente al centralismo de Castilla. Campos de Moguer frente a Campos de Castilla. 


La autenticidad que preside la orientación krausista del poeta postula que se hable de aquello que se conoce y que se muestre con la palabra propia. 


En 1905, cuando regresa a Moguer, su contacto con la naturaleza, la visión de las gentes, pueblo y costumbres, está ya marcada por el intitucionismo. Así la solidaridad, el amor a lo popular, la huida de lo oficial, el sentimiento de unidad que le liga al paisaje, a la cultura intrahistórica, la búsqueda de rasgos esenciales, la reflexión bellamente expuesta, cristalizarán en Platero y yo. 


El sol va a marcar la línea argumental con el ritmo de las estaciones, cosechas y tradiciones. 


Predmore en La obra en prosa…, lo resume así:

El tema subyacente de Platero y yo en su formulación más abstracta, es el tema de la muerte y resurrección como proceso de metamorfosis. Y el principio de metamorfosis unido al ciclo de las estaciones constituye el principio clave estructural. 

Dos tiempos se oponen: el tiempo de la niñez y el tiempo del adulto. Platero, como todo canto a la naturaleza es elegía, porque el poeta sólo puede cantar su tránsito. 

El libro, dedicado a la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol, es cervantino en esta elección, por loca y por insignificante. 

Los animales que pueblan sus páginas, aunque hermosos, son comunes: toros, potros, caballos, perros, golondrinas, gorriones, cabras, burros, mariposas. No hay aves exóticas, excepto un loro, ha desaparecido la fauna literaria, tiende a la sencillez. A este propósito recuerda Juan Ramón en Tiempo y espacio:
No frecuentamos los animales lo necesario o los frecuentamos como el fabulista, odioso en general. Sólo La Fontaine, observador en grande del animal, lo rebajó irónico hasta codearlo con la mujer y el hombre. El animal hay que amarlo en sí mismo; cada día me es más necesario el animal, no doméstico, horror, el animal de la montaña, la marisma, el viento, la ribera, el valle, el mar. 

La constante apelación a Platero, su disponibilidad y entrega total con renuncia al instinto propio. El paisaje y sus gentes, junto a las ideas estéticas implícitas y explícitas, sumadas al tono y estilo configuran el complejo entramado de la obra. 

Supera el ruralismo, promueve una revisión de Moguer, una depuración, una posesión desarraigada, donde se ha provocado esa subversión que sucederá en el Diario:
Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen.
En busca de una universal identidad. Como si tuviese necesidad de hacerse por dentro, el poeta, que ha sido todo sentidos, compone su Moguer interior. Para estar más con los otros, vuelve a sí mismo, para ir más a sí mismo, va hacia el otro. 

Juan Ramón necesita afirmarse en la raíz, frente a lo que entiende como desviación, el castellanismo, practicado por autores de la periferia. No es Castilla su esencia, vuelve al origen. Más tarde, ya en América, lo revela en Tiempo y espacio con estas palabras: 

Creo que Andalucía es lo único que puede salvar a esta España conceptista de hoy con su sencillez, su sensualidad fina, su ritmo y su comprensión ideal. Pero no la Andalucía de Lorca, ni la de Alberti, ni la de Manuel Machado. Antonio sí la cogió aquí y allá en su primera y deliciosa época. Andalucía es, creo yo, lo que más acerca España a lo universal. No hay que olvidar que los poetas arabigoandaluces, hermanos de los de hoy eran ya hermanos precursores de los románticos ingleses y de los simbolistas franceses…Andalucía ha dado siempre en lo popular y lo culto, una poesía verdadera, que corresponde a la verdadera poesía de todas las patrias poéticas. 

La vida cotidiana se le presenta como belleza, luego verdad, confundidas ambas, forman la poesía. Así lo dice en Estética y ética estética:
En poesía es bello mezclar con las imágenes ideológicas paisajes naturales o, en otro caso, paisajes espirituales. Pero que haya siempre algo que dé un ambiente de color a la poesía. Que la poesía no sea adusta, seria entonces una cosa áspera, algo así como un hombre sin amor de mujer.

Nunca estamos ante la foto fija, su obra no está encorsetada por un esquema conceptual que la paralice, ni radica en un conjunto de imágenes que la dispersen. Presenta siempre una tensión dramática.
Juan Ramón no considera que los niños necesiten un tipo de lectura especial, aniñada, ni que Platero, en principio, estuviese destinado a los niños, en su libro Política poética,  lo resuelve de este modo: 

Decir arte para niños es lo mismo que decir arte para jóvenes, para mayores o para viejos, para cultos o para incultos, para chinos o para españoles. Y lo mismo podríamos decir también naturaleza para niños, para jóvenes, para mayores o para viejos, otro disparate. Hay problemas que se resuelven sin crearlos (...)  

El Platero para niños de 1914, con ilustraciones de Fernando Marco, ha contribuido a crear el ambiente ternurista en el que ha encajado su lectura.

Y, sin embargo, este libro, como un clásico, parece que siguiera el camino inverso, pues aunque empezó siendo lectura infantil, gana lectores adultos. Sigue pareja suerte que el Quijote, en el que como se recordará, se dice, y conviene que la cita sea completa:

Y así debe ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla.

-Eso no- respondió Sansón-; porque es tan clara que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: Allí va Rocinante… 

Juan Ramón en sus conversaciones con Juan Guerrero se muestra molesto con el éxito fácil, la popularidad de Platero. No desea que se traduzca. ¿Teme una interpretación trivial?, Incluso se le acusa de haber plagiado a Tagore. Pese a todo, es su libro más rentable. 

Con Platero Juan Ramón ha descubierto y ha explorado lo otro y los otros, simultáneamente Platero adiestra al lector a reconocer y nombrar el conjunto de sensaciones que constituyen la memoria de la infancia. Establece con el lector un trato especial, le dirige a su recuerdo, tiempo que se convierte en espacio, o espacio que se hace tiempo. Acomoda la mirada, el oído, el tacto, el olfato y el gusto a un conocimiento que no es término, sino proceso. Suprimido el concepto, queda la sensibilidad, que sólo puede ejercerse desde el presente para que sea eficaz, de ahí que el libro se convierta en guía de conocimiento, en tratado estético ético. El pasado no se nos presenta como pasado, sino como presencia, porque vive en permanente diálogo con Juan Ramón. 


Platero, el otro, no importa quién o qué, impone una sintaxis más asequible, menos críptica, menos preciosista. El misterio no reside en la falta de anécdota, el misterio está en su claridad, que convierte en suceso de pensamiento la mera exposición de lo real. 


Platero es, a veces, la conciencia, el alter ego, el eje para el paisaje, la voz que no se oye, el silencio que se dice, es el hermano , el yo mismo, ese que está y no está, es la presencia de lo espiritual, encarnado en una metáfora grotesca, burlona, o bien, lo espiritual con cuerpo, con peso, con tierra. 

No se trata de una infancia recuperada, tampoco se va a ella como refugio, es una infancia explorada, donde se buscan las certezas y sus combinaciones  que pueden conducir a la perfección. Asistimos a la forja de un poeta, los descubrimientos mágicos de la infancia.  Platero busca al niño que hay oculto en el hombre. 


Rosa Chacel, adolescente deslumbrada por Ortega y Juan Ramón, vio en la aparición de las Meditaciones del Quijote y Platero, 1914, cierta causalidad. Ortega afirmaba: Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo, y reflexiona sobre el héroe que perfila de este modo: Podrán a este vecino nuestro quitarle la aventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible. Serán las aventuras vahos de un cerebro en fermentación, pero la voluntad de aventura es real y verdadera. 


De ahí la necesidad de hallar un héroe para este tiempo, que encontrará en ese poeta enlutado y con barba de nazareno, solitario, que monta sobre un burrito, a quien los niños llaman el loco. 


Este héroe, este yo, cambiará “la paleta” de España. Se trata de su hazaña principal, Chacel  en Noticia  de Estación de ida y vuelta, comenta:

Desaparecen los negros del tremendismo, las estridencias de la espagnolade, las cenizas de la penitencia, el azul del oeste andaluz vienen ascendiendo hasta Castilla y se une al azul del Guadarrama. 

Más adelante agrega una profunda reflexión sobre el amarillo:

Juan Ramón impuso el amarillo. Antes –antes de Juan Ramón- el amarillo era color siniestro: el amarillo de la envidia, de la miseria, de los galones que ornaban los féretros pobres. Juan Ramón impuso los lirios amarillos, las rosas amarillas, los cielos amarillos veteados de malvas. El amarillo de Juan Ramón no fue el amarillo patético de Van Gogh –girasoles, caléndulas-; fue un amarillo liberador. Podría decir que, sin rechazar lo que en el alma del amarillo al oro, situándolo casi siempre en la luz, como un patrimonio excelso, elevó el elemental jaramago, apenas desprendido del verde, hasta la rosa o la mimosa que iluminan los comedores con platos de Talavera y sillas de pino. 

Este loco, tiene un nombre, que Chacel califica de esencial:

Así como para don Quijote el nombre de pila y el de familia quedan eclipsados por el nombre de caballero, para Juan Ramón, en Platero, queda impuesto el nombre más esencial que existe. Ni honores del pasado, ni glorias de hazañas futuras. Yo, solamente yo…Yo, responsable de todo. Yo, dialogante sin respuesta. 

Un yo que  lucha contra los libros de caballería del momento, esto es, lo positivo, contra los que excluyen la ilusión de esta vida. Lucha por la libertad y la belleza, que no son otra cosa que la verdad. Se parodia el código positivista, expuesto a veces en clave cursi, pero, el lector, olvida, como con Cervantes, el motivo inicial y nos introduce en otras verdades, ampliando así las posibles lecturas. 


El anacrónico don Quijote se fusiona de tal modo con los elementos reales que la existencia vivida se complica. Lo que solemos llamar realidad, confunde sus términos, y no distinguimos con claridad los diferentes planos que la lectura integra, ni nos sentimos interesados en ello, porque la sensación de plenitud que recibimos nos basta. Con Platero ocurre algo semejante, la vida cotidiana y la biografía lírica del poeta se confunden, así desde una perspectiva excéntrica se nos ofrece la vida de Moguer. 


Posibilidades de un nuevo Quijote encuentra en Platero D. Francisco Giner de los Riós, ¿por qué?, no porque crea que pueda ser reconocida la pareja Quijote-Sancho, o su anécdota, sino porque se trata de un libro cuya interpretación supera lo contado o cantado, y es capaz de penetrar el misterio del hombre. 


Platero, silencioso, asiste a la realidad que se va recorriendo. Sancho no entiende la grandeza de su señor que trata de orientarlo, cree que lo dirige, pero sólo el amor vence. De ese modo el yo en Platero recibe de la naturaleza la mejor lección. 

Nada más quijotesco que su nostalgia de lo mejor. Afines a esta visión quijotesca me parecen estas notas: la irrupción de la actualidad en la eternidad de la naturaleza. La pasión por el defecto. Inclusión de personajes marginales en momentos sublimes. Enfrentamiento de estilos. La introducción de frases con sus peculiaridades fonéticas. El humor que absuelve. Ese ir a lo que salga. La técnica del contrapunto. 


Para Juan Ramón, creador y crítico son inseparables. Un poema nunca se acaba y, lo que se ha publicado, se convierte en borrador, porque es vida. De ahí que toda su obra sea original para retocar, textos provisionales, incompletos. Suele creerse que algunos libros de Juan Ramón no fueron retocados con posterioridad a la fecha de publicación, y como característicos se citan: Platero y yo y Diario. Sin embargo, no fue así, Juan Guerrero dio cuenta de haber tenido noticias de cambios, o haber visto textos preparados, presumiblemente distintos. Fue en 1960, cuando esta sospecha se confirmó, con la publicación por R. Gullón: Platero, revivido, en Papeles de Son Armadans, donde aparecen variantes y papeles diversos conservados en la Universidad de Puerto Rico. 

Del examen de variantes deduce Gullón una tendencia a la sencillez y al empleo de una palabra o locución conversacional. Busca el poeta la precisión expresiva, incluyendo pormenores. La supresión de comas tiende a flexibilizar la prosa, a darle mayor dinamismo, eliminando pausas innecesarias. Suprime los puntos suspensivos para evitar la alusión a emociones imprecisas. Estas eliminaciones suponen un ejercicio de contención y de ascesis. Muy interesante la cita sobre la existencia de un Platero con unas 190 cosas, lo que indica su constante crecimiento, con un desarrollo hacia la humanización.  

El origen siempre está en el mismo lugar:
                  Cuando yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo,

                  una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro. 

En el principio era Moguer, la blanca maravilla. Primero sus sentidos se inundan de luz, oyen, gustan, huelen y tocan su paisaje de mar y marismas, de campo y dehesas. Ejemplo de universo, ¿qué va unido a esta localización? Para el escritor la respuesta es clara, sólo puede ser la lengua, una lengua aprendida de la madre, mamá Pura, de la gente que le rodea, de la atmósfera de su pueblo, de ahí su aproximación a los autores regionalistas, al romancero, a la lírica tradicional. Por esta lengua se sentirá vivo. 


En Estados Unidos, enfermo, los médicos le recomendarán que se traslade a Puerto Rico, su estado depresivo, día a día, se acentuaba porque echaba de menos su lengua. En Sino de vida y muerte, Juan Ramón reflexiona:

Como el idioma es un organismo libre, y vive, muere y se transforma constantemente, el español que se venga hablando en España desde el año 36 en el que yo la dejé, habrá cambiado en 7 años, tendrá 7 años más o 7 años menos, según y conforme…En todo caso, mi español se ha detenido hace 7 años en mí. Yo supongo, no lo sé ya tampoco, que hablo como hace 7 años. Desconfío de mí ya y desconfío ya de lo que leo ahora escrito en español en España y fuera de España. 

Andalucía, Moguer, es cultura, Grecia viva, tal como recuerda en Por el cristal amarillo:

No quiero vivir muriendo como tú, Salvador colorista, en una Grecia de museo de reproducciones, escayola blanca, dura, fría  de muerte amontonada. ¡Adiós, malagueño de Benaque, me voy a Moguer!

Allí sí que está viva mi Grecia, allí en mi Moguer andaluz de la Andalucía baja. Todo lo noguereño es allí griego. Tartessos, Monsurium, al lado de la laguna infernal de Palos, junto al templo de Minerva es mi campo Longo. Allí en mi cabezo arenoso de verbena, adonde viene mi amor adolescente a encontrarse conmigo. 

Castilla es diferente, puede hacerse y el tiempo la deshace. El mar es indiferente, el hombre contempla, examina su ir y venir. Puede dibujar, pero no esculpir. 


Castilla es monumento y tiempo. Un hombre la levanta, el héroe que dirige al pueblo, para luego envejecer con los años o los siglos.

En el mar no hay tiempos, quiero decir, pasado, presente o futuro, sino que se es el tiempo, o si se prefiere, se vive en la intemporalidad, como no hay monumentos, nada envejece. Si hay memoria, está en el mar, y aquí todo puede volver con la misma ingenua sonrisa, sin pátina. 

En repetidas ocasiones Juan Ramón declara: Me gustaría que toda mi obra fuese un defecto andaluz. No sólo refiere aquí un rechazo del castellanocentrismo, sino que defecto significa algo que se ha de completar, y esa perfección, radica en el otro, en el lector. 
REVISTA ÁGORA DIGITAL/ DICIEMBRE 2014 




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