http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/03/29/presidentes-enterrados-avila/547442.html
DIARIO POLÍTICO Y LITERARIO DE F. M.../33/ T2
DOS PRESIDENTES ENTERRADOS EN ÁVILA
A nuestro presidente,
Don Claudio, y al nuevo
La
democracia española en el exilio.
Como al umbral de la capilla oscura
una reja detiene la mirada
y la dispersa luego, confinada
en los fraudes que finge la negrura
confundiendo volumen y figura
de la estatua yacente allí olvidada,
cuando mi mano se detenga helada
un
anaquel será mi sepultura.
una reja detiene la mirada
y la dispersa luego, confinada
en los fraudes que finge la negrura
confundiendo volumen y figura
de la estatua yacente allí olvidada,
cuando mi mano se detenga helada
y el tejuelo epitafio más piadoso
y menor la esperanza de otra vida,
gozará
del olvido y el reposo
en
figura y volumen confundida.
Guillermo Carnero. “Catedral de Ávila” (Divisibilidad indefinida)
Entre muchas cosas que han
causado emoción a tantos españoles a raíz de la muerte de Adolfo Suárez, destaco
la coincidencia del lugar elegido para el descanso de quien fue el primer
presidente y principal impulsor de la
democracia con la tumba donde reposa el viejo presidente. Según informó LA OPINIÓN el pasado miércoles 26 de marzo, la
Catedral de El Salvador, en Ávila, cobija los restos de Adolfo Suárez (y de su
esposa) cerca de los del historiador Claudio
Sánchez-Albornoz, presidente de la República en el exilio, en ese exilio
que duró cuarenta años de agonía de una dictadura militar a la que solo
pusieron fin la valentía y la resolución democrática de un político con visión
intelectual y sentido de Estado como fue Suárez.
Los biógrafos de ambos
personajes históricos, de don Claudio y de don Adolfo, llaman al primero un
gran intelectual y hombre de muchas lecturas, mientras al segundo le
reconocen talento oportunista, capacidad
de consenso y firmeza en las convicciones pero escasa cultura, más allá de haber ojeado ocasionalmente algún libro
y de mostrar afición al teatro y al
fútbol o al cine en su juventud. Puede ser que aquí llamemos intelectuales a
los que han aprendido de memoria muchos libros, pero no creo que sea posible
mantener esa definición de intelectual en todos los casos en que se aplica con
tanta generosidad como presunción: véanse
manifiestos de intelectuales apoyando esto o aquello, elogios de amigos,
tomas de posesión de académicos o rectores de Universidad, encomios de toreros,
arciprestes, hijos predilectos, etc.
La tradicional envidia del
español hacia el hombre insigne tampoco creo que sea la causa de esa pulla a Adolfo Suárez que amagan sus biógrafos y
airean las lenguas sagaces de los cronistas televisivos. No leyó casi nada ese
hombre de Ávila, que apenas tuvo tiempo más que para pacificar a un país.
Creo que es, quizá, la idolatría supersticiosa y también tradicional en los españoles a la letra escrita lo que hace que se llame intelectual al hombre de muchos libros; no a quien tiene visión amplia y profundidad en la obra. ¡Qué le vamos a hacer! Como en tiempos de Cervantes, dominan los eruditos, a los que el autor de El Quijote fustiga en el prólogo de la novela por la que nuestro idioma es reconocido universalmente. Sería largo de desentrañar el complejo que aun tienen muchos hacia las ideas. Ortega y Gasset vendría a decir que el español odia el pensamiento y por ello lo pone en una urna intocable. Por eso llamamos intelectuales a esa minoría cuya obra atamos a la cola de un cometa para que circule por la estratosfera, lejos de la vida práctica, del aquí y ahora. Ese aquí y ahora, suponemos, debe ser tratado por los hombres pragmáticos –banqueros, ministros, empresarios, políticos de partido, notarios y otros miembros del cabildo-. Es raro que un intelectual –como sí fue Adolfo Suárez- baje a lo real, cambie las cosas, esto es, los modelos de entender el mundo y de entendernos todos, incluido el presente, el pasado y el futuro de una nación. En fin, esos hombres como Suárez dan siempre miedo a los amos de lo real y a los reporteros sagaces.
Creo que es, quizá, la idolatría supersticiosa y también tradicional en los españoles a la letra escrita lo que hace que se llame intelectual al hombre de muchos libros; no a quien tiene visión amplia y profundidad en la obra. ¡Qué le vamos a hacer! Como en tiempos de Cervantes, dominan los eruditos, a los que el autor de El Quijote fustiga en el prólogo de la novela por la que nuestro idioma es reconocido universalmente. Sería largo de desentrañar el complejo que aun tienen muchos hacia las ideas. Ortega y Gasset vendría a decir que el español odia el pensamiento y por ello lo pone en una urna intocable. Por eso llamamos intelectuales a esa minoría cuya obra atamos a la cola de un cometa para que circule por la estratosfera, lejos de la vida práctica, del aquí y ahora. Ese aquí y ahora, suponemos, debe ser tratado por los hombres pragmáticos –banqueros, ministros, empresarios, políticos de partido, notarios y otros miembros del cabildo-. Es raro que un intelectual –como sí fue Adolfo Suárez- baje a lo real, cambie las cosas, esto es, los modelos de entender el mundo y de entendernos todos, incluido el presente, el pasado y el futuro de una nación. En fin, esos hombres como Suárez dan siempre miedo a los amos de lo real y a los reporteros sagaces.
Fulgencio Martínez
REVISTA ÁGORA DIGITAL MARZO 2014