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martes, 18 de febrero de 2025

ACERCA DE ANTONIO MACHADO Y JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ. Por José Manuel Vidal Ortuño Ágora N. 30. Nueva Col. Homenaje a los Machado.

 

                                                                                           Azorín, pintado por Zuloaga

 

ACERCA DE ANTONIO MACHADO Y JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ

 

 

                                                                          por José Manuel Vidal Ortuño

 

 

El tema de este artículo no es en absoluto novedoso. En realidad, todos los lectores y críticos que se han aproximado a Campos de Castilla, han observado la devoción de Antonio Machado por Azorín, traducida en dos excelentes poemas. Entre los estudiosos machadianos, merece especial relevancia Oreste Macrì, quien, en 1989, nos ofreció una espléndida edición crítica de las Obras completas de Antonio Machado, tanto en verso como en prosa. Sin embargo, con total modestia, me dispongo retomar este viejo tema, con el propósito de ofrecer, en la medida de lo posible, nuevas perspectivas y, en cualquier caso, por volver a dos escritores que me son muy queridos.

 

Dos poemas de Antonio Machado a Azorín

El primero se titula “Al maestro Azorín por su libro ‘Castilla”. Tal como queda expresado en el título del mismo, es una composición que guarda una gran semejanza con el libro homenajeado. De hecho, Oreste Macrì lo considera un “cuadrito de costumbres noventaiochista”. Una venta, acaso conocida por Machado -la de Cidones, que “está en la carretera / que va de Soria a Burgos”-, es el escenario, con sus venteros, Leonarda, “que aviva el fuego donde borbolla la marmita”, y Ruipérez, viejo diminuto, que “contempla silencioso la lumbre del hogar”. En dicha venta, aguarda un caballero, sentado ante una mesa, escribiendo. Muy azorinianamente, tiene “ojos tristes” y “semblante enjuto”; con la mano en la mejilla, “medita ensimismado”, en clara alusión a ese caballero intemporal que aparece en “Una ciudad y un balcón”, de Castilla. Sin embargo, las notas paisajísticas del campo castellano que figuran en el poema, escrito en alejandrinos, tienen el inconfundible cuño machadiano, como la tarde que cae “sobre la parda tierra / de Soria”, los “grises serrijones”, “las lomas azuladas, las agrias barranqueras”, más “picotas y colinas, ribazos y laderas / del páramo sombrío por donde cruza el Duero”.

El otro poema es “Desde mi rincón”; se halla en la sección Elogios, de Campos de Castilla, siendo uno de los poemas más logrados de la misma (los otros dos son “A don Francisco Giner de los Ríos” y “Mis poetas”). Al contrario que la composición anterior a la que nos hemos referido, de esta sabemos cómo fue, en parte, su proceso de gestación a través de las cartas que Antonio Machado envió bien a Ortega, bien a Juan Ramón; escritores y amigos a los que se siente muy cercano, hasta el punto de decirle a Ortega: “Soy más de su generación que de la catastrofista que Azorín fustiga”; aunque matiza: “somos de la misma generación, pero de dos promociones distintas” […] “lo que pasa es que yo tengo mucha estimación por aquella en que hemos de incluir al mismo Azorín, por quien siento muy sincera admiración”. Y en otra misiva a Juan Ramón Jiménez, de 1912, leemos lo siguiente: “Te mando esa composición al libro Castilla de Azorín, para que veas la orientación que pienso dar a esa sección [Elogios]”. Y más adelante añade: “Este libro de Azorín, tan intenso, tan cargado de alma ha removido mi espíritu hondamente y su influjo no está, ni mucho menos, expresada (sic) en esa composición”. De estas palabras se desprende que el poema está aún en boceto, porque más adelante, en otra carta, de 1912 o 1913, Antonio Machado vuelve a decirle a Juan Ramón: “En breve te enviaré la composición a Castilla de Azorín refundida”. Y ya en la primavera de 1913, Machado le volverá a insistir a Juan Ramón Jiménez en que “la composición que te envié sobre el libro de Azorín ha sido completamente remaniée”, esto es, completamente reelaborada. Piensa, además, que “de esta composición quedará no más un título de admiración, no absolutamente incomprensiva, a una obra hermosa”. Confidencias literarias de las que no solo hace partícipe al autor de Platero y yo, sino que también las comenta a Ortega. A este último, en carta del 2.5.1913, le felicita por su artículo Meditaciones del Escorial, embrión de lo que luego será el ensayo, tantas veces citado, Azorín: primores de lo vulgar. Machado pondera “cuanto dice V. del libro Castilla del admirable Azorín”, aunque no deja de ponerle ciertas pegas al autor de La voluntad, que tienen que ver con cierto alejamiento de la literatura comprometida: “Mi simpatía por el pequeño filósofo y gran poeta de la tierra manchega es profunda; pero prefiero -por instinto de conservación- lecturas más sanas, como las cosas de V. y de Unamuno”.

Como decíamos, el poema acabó titulándose “Desde mi rincón”. El rincón es Baeza, en el año1913. Lo encabeza una dedicatoria, que es toda una declaración de intenciones: “Al libro Castilla, del maestro Azorín, con motivos del mismo”. Motivos fácilmente identificables para el conocedor de la mencionada obra de Martínez Ruiz -de los que Oreste Macrì nos ofreció cumplida cuenta en su mencionada edición crítica-, aunque también hay otras aportaciones exclusivamente machadianas. Empieza con una afirmación rotunda en los dos primeros versos: “Con este libro de melancolía, / toda Castilla a mi rincón me llega”. A partir de ahí, vamos a ir asistiendo a un desfile de motivos del libro Castilla, como esas enumeraciones de oficios -boteros, tejedores, arcadores, perailes, chicarreros- de los que tanto gustaba Martínez Ruiz. Una Castilla salpicada de ventas y mesones (como el capítulo “Ventas, posadas y fondas”, del homenajeado libro), con sus ciudades diminutas, en las que se oye “la campana / de las monjas que tañe, cristalina…”. Donde, además, viven -en una existencia ucrónica- algunos de los personajes de la tradición literaria española, como Juan Ruiz y doña Endrina, o Calisto que mira absorto ver pasar las nubes, desde la solana que da al huerto, en esa casa que tiene sala y vasar “en donde posa / sus verdes ojos verdes Melibea” (y este endecasílabo perfecto, puesto con toda la intención en cursiva, es cita literal del cuento “Las nubes”, de Castilla). Calisto y Melibea, salvados de sus trágicos destinos en plena juventud, viviendo una existencia distinta de las que imaginó para ellos, allá en el siglo XV, Fernando de Rojas.

No falta, hacia el final, un réspice a Martínez Ruiz, para que el autor de Castilla deje por un momento a un lado este mundo bellamente evasivo y vuelva a la senda del compromiso social, ya que Machado, anhelando una España futura que ponga fin a las desgracias de la del presente, escribe: “Desde un pueblo que ayuna y se divierte, / ora y eructa, desde un pueblo impío / que juega al mus, de espaldas a la muerte, / creo en la libertad y en la esperanza”. Por eso, en el Envío, que sin duda debió añadirse con motivo de la Fiesta de Aranjuez en honor de Azorín, que tuvo lugar el 23.XI.1913, donde se leyó este poema de Antonio Machado, se dice del monovero que dejó el mar de Ulises para abrazar el ancho llano, “en donde el gran Quijote, el buen Quijano, / soñó con Esplandianes y Amadises”. Hace, por último, un llamamiento a la acción, ya que “España quiere / surgir, trotar, toda una España empieza” y para ello es necesario acudir “con el hacha y el fuego al nuevo día”. Termina Machado con este bello verso: “Oye cantar los gallos de la aurora”.

 

De Azorín a Antonio Machado

Tal vez, J. Martínez Ruiz se viera concernido por este poema y otros escritos, que conocería de antemano. Por ello, en su discurso de agradecimiento del citado homenaje de 1913 por su no entrada en la Real Academia Española, hizo una defensa del compromiso en literatura, reavivándose en él una llama que no se había extinguido del todo. Así pues, al describirnos el paisaje de Castilla, se fija ahora en el campo yermo, en los pobres labriegos, que “apenas pueden, con lo que de la tierra sacan, satisfacer angustiosamente al fisco y pagar las deudas exorbitantes de la usura”. Nos habla además de sus “caras flácidas, amarillentas”, “son segadas las vidas por la tuberculosis” y, en las míseras casas de estos, “no hay lumbre ni pan”, ni los hijos tienen “escuelas donde aprender los rudimentos de la instrucción”. Y sigue:

 

“¿Dónde está España? ¿Dónde está la fortaleza de España? Los países no son fuertes ni por sus ejércitos ni por sus acorazados. No sirven de nada ejércitos y acorazados cuando millares y millares de campesinos perecen en la miseria y la inanición. La fortaleza es una resultante del bienestar y de la justicia sociales”

 

Palabras que suenan a aquellas lejanas que Miguel de Unamuno dictó en torno a la intrahistoria y que, tal vez, llevarían a que Azorín incorporase a Los pueblos, en su reedición de 1914, los capítulos de La Andalucía trágica, con el fin de dar una imagen lo más realista posible de lo que entonces era España.

Por esos mismos años, Azorín proyectó una antología de escritores representativos de la nueva literatura y decidió incluir en ella a Antonio Machado, escritor al que, en aquellos tiempos, no le había prestado demasiada atención. Recordemos que en sus artículos sobre la Generación de 1898, incluidos en Clásicos y modernos, de 1913, Martínez Ruiz no nombraba al autor de Campos de Castilla, y eso que en esa heterodoxa lista, desde nuestra perspectiva actual, vemos mezclados a noventayochistas con modernistas, junto al nombre de algún escritor que hoy se consideraría de segunda fila. Por tanto, Machado, en carta a Juan Ramón, le envía una breve nota biográfica, diciéndole: “Creo que estos datos serán suficientes para la nota que Azorín ponga a mi trabajo en esa Antología”. Un proyecto que, por lo que se ve, no llegó a buen puerto.

Sin embargo, en 1916, Martínez Ruiz puso al frente de su libro Un pueblecito: Riofrío de Ávila una inesperada dedicatoria: “Al querido y gran poeta / ANTONIO MACHADO / su amigo / Azorín”. Y Antonio Machado se lo agradeció mediante una carta, que es la única que se conserva del poeta sevillano al autor monovero. En ella, y a diferencia de otras enviadas a Unamuno, a Ortega o a Juan Ramón, vemos más a un ferviente admirador que al compañero de generación, por -a mi parecer- una perceptible falta de familiaridad. Así las cosas, da las gracias a Azorín por la “cariñosa dedicatoria” y destaca que su obra está “ya madura e insuperable”, pensando, incluso, que nada nuevo podría aportar “después de su Licenciado Vidriera”. Estando en mitad de la Gran Guerra, Machado dice leer sus artículos sobre Francia, comprende “la amorosa labor que hace V. en favor de nuestros vecinos”, porque, al fin y al cabo, “esos diablos de franceses son de nuestra familia”; aunque, como admirador de la cultura alemana, puntualiza que “bien nos hubiera venido un par de siglos de dominación teutónica”. Finalmente, se despide de Martínez Ruiz con un “le quiere y le admira y desea toda suerte de bienandanzas, Antonio Machado”.

En definitiva, fue Antonio Machado quien, al ponderar la altura literaria de Castilla, sentó las bases de una amistad con J. Martínez Ruiz, aunque su admiración venía muy de atrás. En los dos poemas de Campos de Castilla dedicados a Azorín y al citado libro, puso también Machado algo de su propia cosecha, algo del amor a las tierras castellanas, que él mismo aprendió en sus años de estancia de profesor en Soria. Lo dijo con muy emotivas palabras en la carta de agradecimiento por haber sido nombrado hijo adoptivo de dicha ciudad. Con la humildad que siempre le caracterizó, escribiría a los organizadores Pelayo Artigas y Bienvenido Cales lo siguiente: “Nada me debe Soria, creo yo, y si algo me debiera sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a sentir a Castilla; que es la manera más directa y mejor de sentir a España”. Y concluye: “El hijo adoptivo de vuestra ciudad ya hace años que ha adoptado a Soria como Patria ideal”.  Por su parte, Azorín correspondió a los elogios y los consejos de Antonio Machado: quiso incluirlo en una nonata antología y, con todo cariño, le dedicó, en 1916, su libro Un pueblecito: Riofrío de Ávila, considerándolo como gran poeta y amigo.

 

 

 


 

José Manuel Vidal Ortuño. Yecla, Murcia, 1963. Doctor en Filosofía y Letras, con una tesis sobre los cuentos de Azorín, autor del que editó, para Biblioteca Nueva, El buen Sancho y España. Hombres y paisajes. Ha sido miembro del Ateneo Literario de Yecla y asiduo colaborador de su revista Montearabí. Profesor de Lengua y Literatura Españolas, su último destino fue el instituto “Floridablanca”, de Murcia.

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