GINÉS RECHE, BRASA Y LLAMA
Ginés Reche ha publicado un nuevo libro de poemas: Cuando el tiempo (El Bardo, Los libros de la Frontera, 2024). Conocí en los 90 del XX a Ginés, cuando era concejal de Cultura o de Juventud, no recuerdo, en el precioso pueblo almeriense de Oria. Ginés Reche, tan generoso y apasionado por la cultura, junto con otros amigos almerienses, hombres y mujeres, jóvenes y muy jóvenes entonces (entre los que quiero recordar a Antonio García Soler, natural de Antas, pueblo vecino), organizaba año tras año unos Encuentros de Poetas en Oria y estos, aunque oficialmente se denominaban "Encuentros de poetas almerienses", acogían en su programa a bardos de Granada, Jaén, Murcia, Madrid, Barcelona, etc. Los Encuentros se extendieron casi una década (de 1991 a 1998) gracias sobre todo al impulso de Ginés y de Antonio García Soler pero con el patrocinio del Ayuntamiento de Oria y la colaboración de la mancomunidad de pequeños pueblos de la Sierra de Oria, dedicados honrosamente a la conserva del pimiento, el tomate, el melocotón y otras frutas. Donde hay un almeriense, hay un huerto; igual que se dice de un murciano (recuerdo una tía de mi madre que marchó de Cataluña a Los Monegros, tras jubilarse su esposo; allí, en un roal, cerca de Sariñena, cultivaban un pequeño huerto de hortalizas y cuidaban de un manzano o peral, y ¡mi ascendiente hacía una mermelada casera en conserva!, ¡bueno, bueno!).
Tuve el honor de conocer en sucesivos años, en los que acudí invitado de dichos Encuentros, a poetas de la clase del granadino Antonio Carvajal (autor del epílogo del libro que converso con ustedes, y del que les prometo hablar, en otro próximo artículo, a propósito de su reciente Antología: Nos diferencia el cuerpo, publicada en Cátedra Letras Hispánicas). También disfruté de oír a José Hierro, uno de mis más queridos y leídos poetas de la posguerra, quien no se agotó en un primer logro sino continuó explorando en poesía década tras década hasta su fin. Y junto a esos poetas muy grandes, y tan cercanos a los jóvenes como si hubiéramos compartido el mismo pupitre, otros significados poetas de mi gusto y generación, como el profesor Francisco Domene, el caballero de Baza, donde reside, amigo, como Ginés y Antonio, desde el primer momento.
Sé que Ginés marchó a la diáspora a Cataluña, buscando un mejor horizonte profesional. Sin embargo, nunca dejó, durante las primeras décadas del siglo corriente, de estar ligado sentimental y culturalmente a su tierra. En la actualidad, es miembro del Instituto de Estudios Almerienses y vive de nuevo en Oria.
El lector venga conmigo a adentrarse en este libro que Ginés Reche nos propone. La edición exquisita de la colección de poesía El Bardo nos abre el tacto y el apetito de degustadores de la poesía. Francisco Domene, antes citado, nos invita a la lectura, en el prólogo de Cuando el tiempo; y nos da pistas para apreciar al poeta y a su libro, aunque estas indicaciones sean negativas: nos dicen, ante todo, lo que el poeta y el libro no son, ni pretenden ser; según Domene. "No tiene necesidad de experimentar con el estilo ni con la estructura. Escribe lo que quiere, como quiere y puede (....) Su técnica es sencilla (...) No nos reta. No estira el chicle. Tiene claro lo que quiere decir, sabe decirlo y lo muestra al lector sin astucias ni amaños..."
Y así continúa el prologuista, con una especie de elogio de la modestia del libro y el autor...
Recuerdo que durante los largos años en que gasté mi tiempo presentando un recital poético, semanal, en un conocido bar de copas de Murcia, aprendí a desconfiar de los poetas sencillos, también de los imitadores "rosillos"; eran un tostón, en pocas palabras. Además, se gustaban y no había forma de terminar el sencillo chaparrón de malos versos. Una vez, tuve que recurrir a un recurso extremo, para no ser maleducado e interrumpir el largo parlamento o monólogo más bien de la poeta (era mujer, por suerte, aquella autora de versos sencillos). Vi entrar al bar a una florista y como un resorte me levanté de la mesa donde presentaba, compré un ramo de flores y se lo regalé a la poeta interponiéndome, con cierta valentía, entre ella y la amodarrada audiencia.
No es el caso del libro de Ginés Reche. Francisco Domene, en su presentación, nos ha dado más bien un cuadro irónico del fácil poeta de la "experiencia", que nos tiene acostumbrados a zafarse de la poesía que es herida de muerte y de vida, no cuento para niños y adultos niños mientras se toman unas copas. Ginés Reche ya nos ha avisado en su dedicatoria de Cuando el tiempo, dice el poeta:
A los que son en mí: tiempo, amor y vida.
Y el prologuista Francisco Domene (ya echadas las bendiciones y el agua bendita irónica para alejar a los "impostores", a los distraídos o a los que confunden la poesía con el rey de copas) disecciona, analiza en gran estilo crítico (con toques puntuales, precisos) el contenido y la forma del poemario de Ginés Reche.
"Ginés Reche explora la angustia del paso del tiempo - los tiempos. El peso de las horas / en un ritual vacío. Lo hace con múltiples estrategias. A través de la metáfora del reloj, como García Lorca, desgrana versos -tiempo cayendo-, como granos de arena. Cada grano que cae nos acerca a la vejez y a la muerte inevitables: Amigos / y familiares se nos van cayendo / como hojas. El deseo que nos hace humanos, el amor y su luminosa paranoia, la percepción de transitoriedad son testimonio de la exploración íntima de la conciencia, crónica vehemente de una vida (...) "
Pocas palabras mejores puede cualquier crítico de poesía añadir a las de Francisco Domene para hacer interesante la lectura de un libro. "El lector, si quisiera, encontraría, en este libro (...) un espejo emocional que puede contribuir a que nos formulemos nuevas perspectivas sobre las complejidades y la incertidumbre de la existencia".
Este que ahora abrimos, Cuando el tiempo, de Gines Reche, se estructura en tres partes (como también indica el mencionado poeta y crítico en el prólogo: "44 poemas, ordenados en tres partes -cuando el tiempo, cuando el amor, cuando la vida").
Para este lector eso es toda una declaración de intenciones, le recuerda a la famosa canción de Miguel Hernández: "LLegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de vida...", del Cancionero y Romancero de Ausencias, escrito por Miguel en la cárcel. Nos parece interesante la coincidencia en dos de esas palabras (amor, vida) del poema miguelhernandiano y los nombres de los apartados del libro de Ginés Reche, y aun la alusión contenida a muerte en el primer término (tiempo) de Ginés, pues finalmente el tiempo grano a grano conduce a ella. Pero más interesante nos parece, intuitivamente, explorar la forma de la canción que adopta Miguel en su libro póstumo citado y la forma de los poemas del libro Cuando el tiempo. Por ahí, quizá, volvamos a encontrar sentido a la denominación de esta poesía como sencilla (no en el sentido que hemos descartado, de fácil o poco ambiciosa, sino el de verdadera y honda, alzada con pocos elementos, elaborada con otros muchos, compleja, pero finalmente puesta en pie con los mínimos elementos tras eliminar lo superfluo. En ese tipo de poesía el ritmo ha de ser expresión, y torre del ánimo que se mantiene firme en contra de los empujones del viento).
Anotamos ya en los primeros poemas del libro la importancia del ritmo, de la sintaxis sencilla, paralelística, y de la repetición anafórica, incluso con leve variación temporal ("te nombra", "te nombre") de un verso a modo de ritornello de una sentencia o un sentimiento expresado con una feliz reverberación verbal:
Cuando el tiempo te nombra
cada paso nos dice
lo poco que anduvimos (...)
Cuando el tiempo te nombre,
sabremos el recuento
de andar para atrás.
Cuando el tiempo te nombra,
la vida tiene casa propia
en tus abrazos; (...)
("Tiempo que te nombra" , fragm. p. 19. op. cit).
Y en este segundo poema, que me parece uno de los mejores: (bajo su aparente sencillez, comprobamos las variaciones simétricas formadas por antítesis relativas a las "estaciones". El poema es una polifonía desde su efecto final: la conjunción en un presente-futuro de las cuatro estaciones que simbolizan el camino de la vida y expresión metafórica también de la supervivencia del amor):
También en esta primavera,
pájaros
que vuelan de tus ojos.
Unos rayos de sol
cruzarán los cristales
a traerte verano.
Viviré en tu estación otoño,
invernaré en tus brazos.
("Estaciones comunes", p. 20, op. cit.)
"Estás hecha de días, / de noches" es el hermoso ritornello, de dos versos, en el tercer poema de este primer "tiempo" del poemario de Ginés Reche, "Desplome de otoño".
"Estás hecha de días, / de noches, / de fragmentos de luz"
"Estas hecha de días, / de noches, / de la tierna ceguera".
("Desplome de otoño ", p. 21, op. cit. fragmento)
Aparece, como vamos comprobando, la comunicación con un "tú", diferente y cercano al yo del poeta; un tú al que el poemario cantará decididamente en la segunda parte del libro, la titulada "Cuando el amor".
Antes de pasar ahí (sintiendo dejar de presentar otros ejemplos de canciones y paralelismos, para evitar ser prolijo en mi comentario), quisiera mencionar otro poema hermoso de ritmo y estrofa elegida, brillante la primera de la composición:
El peso de las horas
en un ritual vacío.
Ser un recipiente.
("Reloj de arena ", p. 23, op. cit. fragmento)
Se adecúa el oído al ritmo del haikú o la soleá, que no ha de tener una medida versal exacta, como en el haikú de Antonio Machado, tan sugerente:
Junto al agua negra.
Olor de mar y jazmines.
Noche malagueña.
("Canciones", II. del libro Nuevas Canciones).
o en estas soleares anónimas (pueden ser de tres o cuatro versos, casi siempre rimados en asonante, a veces también en consonante, o a veces sin rima, o con rimas casuales, como veremos en Ginés Reche).
Siéntate a mi cabecera
fija tus ojos en los míos
y entonces quizás no muera.
Fui piedra y perdí mi centro
y me arrojaron al mar
y a fuerza de mucho tiempo
mi centro vine a tomar.
Ginés Reche nos regala tres exquisitos "haikús de agua", veamos como combina la asonancia en el primer haiku, y en los dos siguientes juega con la resonancia que produce rimas casuales favorables al ritmo y la memorización del poema:
A NADO
(Tres haikus de agua)
Abres los brazos,
el tiempo nos proclama
olvidos sabios.
El calor viene,
el verano, una lluvia
seca y precisa.
Haré los puentes,
después de haber cruzado
a tus orillas.
(p. 27. op. cit)
Es un inmenso acierto esta última imagen. De paso, no olvidamos constatar, junto al ritmo y las simetrías, la importancia de la imagen en este poemario. La imagen precisa, que se graba con el sonido en la sinestesia lectora. Ya lo comprobamos en aquella estrofa, casi zen, diríamos, del cuenco o recipiente vacío, que simboliza... el ¿qué?, ¿el tiempo?, el silencio, la nada, lo que el lector menos piense, lo que sienta ante el poema. Recordémoslo: "El peso de las horas / en un ritual vacío. / Ser un recipiente".
CUANDO EL AMOR
El segundo tiempo del poemario se inicia con una cita de Proust: "El amor es el espacio y el tiempo por el corazón". A la que sigue otra del gran Francisco Brines: "con amor necesario; / y así saberme digno del sueño de la vida".
El poeta ha asumido la condición temporal, fugitiva, de lo humano, que vista desde lo eterno imaginario podría compararse a un sueño, que se pierde al despertar. La levedad y la falta de sustancia, de "peso", palabra que repite Ginés Reche, añade a lo temporal y fugitivo una nota, un sabor más agrios. Podría el tiempo en su fugacidad, como el río, conducir a un mar, que no fuera el morir, como en las Coplas manriqueñas, sino lo eterno. La vida podría ser una canción fugaz pero tener un peso o sentido en algo, en alguien, y no un sueño que se deshace al tocarlo, al oírlo apenas... En fin, melodías aparte, el poeta, como cualquier ser humano, se vuelve hacia el sentimiento del amor para desmigar su angustia existencial, y hacerla menos seca e intragable. El instinto del amor es muy complejo, se ha elevado desde la necesidad a la espiritualidad, representa para algunos (Brines) la dignidad del ser humano, cobra en él sentido nada menos que el tiempo y el espacio (Proust). Las citas están muy bien traídas y lo que dicen es inmenso, monstruosamente bello, si lo pensamos. Nada menos que la dignidad (Kant) y el espacio-tiempo (físicos, ajenos complemente a lo humano, incluso aunque el tiempo psicológico nos cuente interiormente) serían interpelados por el amor. Lo que somos, nuestras biografías, no nuestras vidas, depende de esa interposición estelar del amor.
"Invierno", "lluvia, "relámpagos", entre otros términos que denotan una hostilidad exterior, que se acomoda quizá al sentimiento de fragilidad y vejez... El amor irrumpirá como "el instante permanente", expresión perfecta en un verso del poema "Cruzar la frontera":
El suspiro fugaz,
el pájaro,
el permanente instante
(p.44. op. cit. fragmento)
Lo erótico, al modo catuliano, asoma en este precioso poema, donde de nuevo la sencillez métrica, la tripartición, o como en este caso, cuádruple división estrófica favorecen el ritmo y la ductilidad semiótica (perdonen el "palabro" ya casi en desuso; pero aquí es necesario emplearlo, ya que este poema es un ejemplo de comunicación dirigida a un tú para provocar una reacción, ejemplo de poema-acto, danza del deseo sexual y amante, la poesía tiene muchos palos, pero este valor de cheque al portador, de promesa, de incitación es maravilloso... De ahí el adjetivo semiótico; nada que ver con pesados estructuralismos). Disfrutemos este poemilla admirable. (Adjetivo tampoco en uso)
COSECHA
Hagamos tiempo
para que los abrazos tengan
su denominación de origen.
Recolectemos besos
de esta buena cosecha.
Vendimiémonos.
Hasta el último sorbo,
bebámonos.
(p. 48 op. cit.)
El lector encontrará esos u otros poemas y versos que los considerará sus favoritos en este libro de Ginés Reche. Solo quiero, por último, mencionar un poema, "Cada segundo", del tercer momento del libro: "Cuando la vida". Maravilloso cambio de ritmo en el cuarto verso, con un pie quebrado: "en cada poro".
El poema está dedicado a Antonio García Soler:
CADA SEGUNDO
Como la sombra de una vida,
como un invierno y su intemperie,
como este vaso roto por la escarcha
en cada poro,
ahora, ya contigo,
estamos en las páginas
en blanco de este libro.
(p. 71. op. cit)
Juan Ramón Jiménez, en la tercera parte del mismo; Pedro Salinas, en la primera, y otros grandes líricos en él, pero...
Las palabras que cierran el libro son cedidas por Ginés, su autor, a Antonio Carvajal: uno de los más grandes poetas vivos (¡y por mucho tiempo, maestro!). La lectura del "Epílogo. Unas palabras sobre Ginés Reche" hubiera hecho innecesario este comentario mío. "...humilde brasa de Ginés que apenas alza su llama." ¡Esta frase!
Y finaliza el epiloguista así: "Fray Luis de Granada nos enseñó que la grandeza del Creador se manifiesta con la misma maravilla en la enormidad de la abada que en la pequeñez de la abeja. Y yo, que sigo deslumbrado con Rubén Darío, paladeo con fruición las mieles de Ginés Reche".
Fulgencio Martínez
editor de Ágora.
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