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miércoles, 19 de febrero de 2025

"LA TRAMA DE LOS DÍAS": LA POESÍA COMO RESISTENCIA FRENTE AL TIEMPO. Por José Luis Zerón Huguet. Ágora N. 31. Vitrina de libros / Presentación de un libro


 

LA TRAMA DE LOS DÍAS: LA POESÍA

COMO RESISTENCIA FRENTE AL TIEMPO

         

                                       por José Luis Zerón Huguet

 

 

La trama de los días

Ramón Bascuñana

Renacimiento, Sevilla, 2024

Poesía

 

Quien haya seguido la obra del poeta Ramón Bascuñana (Alicante, 1963), sabe que resulta arduo resumir su dilatada trayectoria literaria, jalonada por numerosos libros y galardones. Su producción destaca tanto por su variedad como por su versatilidad: ha trashumado desde propuestas arriesgadas -como el versículo expandido cercano a la estética surrealista y al expresionismo aristado- hasta el culturalismo (en sus inicios con raigambre novísima, y en obras recientes con un sustantivo poso existencial), pasando por la poesía de la experiencia, el discurso comprometido o social, y un lirismo depurado que apuesta por el despojamiento. Este recorrido no sigue una línea estrictamente cronológica, pues el autor ha revisitado en ocasiones registros aparentemente superados, fusionando en algunos libros estilos y tonos dispares en un ejercicio de flexibilidad expresiva. 

Un virtuosismo versátil y la acumulación de premios literarios podrían resultar contraproducentes en otros autores, generando fragmentación en su corpus o saturación en el lector. Sin embargo, en el caso de Bascuñana, esa pluralidad únicamente dificulta su encasillamiento, aunque podría definirse como un poeta figurativo cuya obra, a pesar de su complejidad intrínseca, resulta de fácil acceso. Su capacidad para conectar con lectores de distintas generaciones y contextos reside en un estilo que combina un lenguaje preciso y evocador con estructuras formales sólidas, invitando a la reflexión sin sacrificar la inmediatez.

Tras esta aparente diversidad subyace un eje temático unificador: una estética del fracaso y la derrota, teñida de un pesimismo estoico, pero permeable a lo sensorial. Este enfoque elude el patetismo autobiográfico mediante el enmascaramiento: el poeta se repliega en la figura del outsider, frenando la lava sentimental que aflora en sus textos más experienciales. Experto en Historia del Arte, exalta la belleza a través de un esteticismo decadente, término que aquí no conlleva una valoración negativa, sino que contrasta con el realismo superficial predominante. Dicha decadencia emana del ocaso vital y de una intertextualidad cultivada (patente en sus diálogos con artistas y pensadores a través de las citas que encabezan sus poemas, así como en el uso de la glosa y el pastiche) y de una sensibilidad agudizada hacia el tiempo, la memoria y la identidad. Esta mirada anacrónica, que escudriña el pasado en una era obsesionada con el futuro, impregna su más reciente obra, La trama de los días (editada por Renacimiento y ganadora del X Premio Juana Castro), sobre cuyos matices profundizaremos más adelante.

Queda claro que Ramón Bascuñana es una voz reconocida y prolífica de la poesía española contemporánea que, pese a los numerosos premios literarios que lo avalan y su presencia en editoriales prestigiosas, no ha culminado ese salto definitivo hacia lo que solemos denominar consagración. Paradójicamente, su obra –aunque sólidamente consolidada– sigue siendo un territorio por descubrir en muchos círculos donde se gestan modas, escuelas y generaciones literarias.

Su producción abarca más de dos décadas de escritura constante y transita con naturalidad entre la poesía (su eje creativo), el relato, el ensayo, el artículo, la reseña literaria, la crítica de arte y la cinefilia. Este recorrido ha forjado un legado profundo y diverso. No resulta insensato afirmar que, quizá, ha llegado el momento de publicar una edición recopilada de su obra poética, precedida por un estudio exhaustivo que desvele la columna vertebral de su proceso creativo.

En cuanto a La trama de los días, su poemario más reciente –inspirado en versos de Ángel González–, no solo ejemplifica la madurez artística del autor, sino que invita a reflexionar sobre la relación entre el ser humano y su entorno. Bascuñana logra integrar lo efímero y lo trascendente, lo íntimo y lo universal, mediante una voz que va más allá del mero refugio ante el paso del tiempo. Su poesía se erige como un espacio de resistencia ante el olvido: un esfuerzo por fijar lo que se desvanece, transformando la fugacidad en un testimonio perdurable.

Mi propósito no es abarcar en todos los estratos la obra poética de Ramón Bascuñana –ni este es el lugar ni habría tiempo para ello–, pero si quiero señalar que el libro que hoy presentamos evoca el culturalismo que ha sido una constante a lo largo de su trayectoria, especialmente marcado en sus inicios, como se aprecia en Quedan las palabras (publicado en 2000 y galardonado con el Premio de Poesía Fundación Miguel Hernández 1997). Ambos títulos se distinguen por una visión esteticista y decadentista que, como he señalado, también impregna otros libros del autor; no obstante, en La trama de los días esa visión se expresa con menor preciosismo y mayor depuración, dando lugar a una obra más sobria, serena y contenida.

Como ya he mencionado, nuestro autor aborda la poesía como medio para detener el tiempo, capturar instantes y dotar de sentido a lo fugaz. Su obra está marcada por una sensibilidad que trasciende lo inmediato, conectando lo cotidiano y coloquial con interrogantes filosóficos, de manera que algunos de sus versos adquieren la fuerza de aforismos. Temas como el paso del tiempo, la fragilidad existencial y la nostalgia por lo perdido son constantes en su producción.

En este poemario se percibe una búsqueda por comprender la condición humana. Los versos destilan un lirismo introspectivo que elude la perspectiva biografía directa –empleando el uso de la segunda persona o la proyección de sentimientos en otros artistas. No obstante, el rasgo axial de La trama de los días –y creo que de todo el corpus poético del autor– es la melancolía expresada a través de la derrota y el fracaso, abordados sin desgarros ni retórica altisonante, desde una contención que a veces se tiñe de una tenue dulzura. De hecho, el fracaso es un lema recurrente en Bascuñana, quien se autodefine como outsider.

En una entrevista con Ada Soriano publicada en No dejemos de hablar. Entrevistas con 24 poetas (Editorial Polibea, 2022), declara:

yo soy un escritor con una visión pesimista de la realidad, o por mejor matizar, con una visión pesimista del ser humano. El ser humano se mueve entre el egoísmo y el miedo, y casi siempre entre el fracaso y la derrota. A pesar de los falsos espejismos que la vida nos coloca en el camino para que no veamos la nada a la que estamos abocados”.

Y añade:

“La verdad es que siempre he escrito lo que me ha apetecido, como me ha dado la gana. No pertenezco a ningún movimiento ni grupo poético, no le debo nada a nadie –salvo dos o tres excepciones–. No someto mis manuscritos a poetas amigos para que señalen versos flojos o correcciones. Soy el dios de mis propios fracasos”.


En una entrevista reciente con Rocío Pintado Navarro para la revista El coloquio de los perros, profundiza:

“…el poeta es un solitario, un marginal y marginado, un eremita, un francotirador, un outsider. Por eso da tanto miedo al poder y a lo establecido”.


Y también:

“Si el poeta no quiere aborregarse, amansarse o corromperse, debe huir de los refugios comunitarios. Tiene que ser un certero francotirador que dispara desde la intemperie de su soledad”.


Bajo este prisma, los versos de Ramón y sus reflexiones sobre su condición de poeta marginal podrían parecer contradictorios e incluso impostados para el lector escéptico, dado el prestigio de los numerosos premios que ha recibido y su extensa bibliografía. Sin embargo, yo, que lo conozco desde hace más de treinta años y lo considero amigo, puedo afirmar que su sensación de fracaso no es una impostura ni responde a un anhelo insatisfecho de mayor reconocimiento literario. Es, más bien, una condición inherente a su personalidad: una angustia existencial transformada en un pesimismo templado y sin aristas, que nace de su carácter tímido y reservado, un rasgo que él mismo ha señalado públicamente en numerosas ocasiones, casi a modo de justificación o disculpa.

La trama de los días, insisto, se inscribe en esa línea reflexiva y culturalista que caracteriza la obra de Ramón Bascuñana, pero profundiza en estas inquietudes con mayor elaboración. El autor construye aquí un mosaico de imágenes, referencias y emociones entrelazadas en una red simbólica. Cada poema actúa como un hilo de ese tejido mayor, donde se exploran las dimensiones de la existencia: el pasado que resurge como eco, el presente que se desvanece y el futuro que se intuye como incertidumbre o posibilidad.

El título mismo sugiere la concepción del tiempo como urdimbre: días, experiencias y recuerdos se articulan en un todo interconectado. Esta metáfora vertebra el poemario mediante una narrativa que funde lo personal con lo colectivo.

Bascuñana siembra sus versos de referencias literarias que no solo enriquecen los textos, sino que los inscriben en una conversación transhistórica. A esto se suman paisajes urbanos que configuran una atmósfera multidimensional, reforzando la idea de arte como refugio y resistencia.

El tiempo no es solo un tema en La trama de los días, sino también un eje central de su construcción. Aparece como una fuerza a la vez corrosiva y generadora, capaz de dar vida y consumirla. Para la sensibilidad afinada del poeta, esta revelación es motivo de dolorosa nostalgia, pero también de una celebración contenida, sin aspavientos. La pérdida y la muerte están muy presentes: asumidas como hechos naturales e irremediables, pero también como una herida profunda, ya sea por la ausencia de los padres o el desgaste del amor. Sin embargo, esta realidad no impide—sino que refuerza—la apreciación de los momentos felices que ofrece la existencia, por efímeros y frágiles que sean.

Por ello, el poemario está dedicado a los ausentes, Leonor Bascuñana Bernabéu (1937-2021) y Manuel Moya Illán (1933-2023), así como a quienes aún permanecen: José Vicente, Enriqueta y Francisco. El poeta lamenta la pérdida de sus padres y se reconoce a sí mismo en la madurez, en una estación otoñal de la vida. No obstante, se aferra a la existencia, reafirmada a través de la presencia de sus hermanos: la fortaleza frente al ocaso.

Este enfoque permite al lector experimentar la obra no solo como una colección de poemas independientes, sino como una meditación unificada. Se estructura en tres partes, precedidas por un poema que sirve de pórtico y que lleva el mismo título del libro. Estos versos introductorios condensan los distintos niveles de lectura de la obra.

 

 

INTERIOR CON FIGURAS

En la primera sección, titulada Interior con figuras, se despliega una serie de estampas que exaltan el arte y la literatura a través de breves escenas históricas y homenajes a poetas y pensadores con los que el autor se siente vinculado (Julio Aumente, Pablo García Baena, Luis Antonio de Villena, Cioran). Esta breve sección, compuesta por seis poemas, contiene dos que, por preferencia personal, considero especialmente destacables: Retrato apenas esbozado de Zenobia en Puerto Rico hacia 1955 y Desde una buhardilla de París, Cioran medita.

En el primero, Bascuñana retrata un momento íntimo en la vida de Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez. Aunque situado en un contexto biográfico concreto, el poema trasciende lo anecdótico para convertirse en una meditación sobre el amor, el paso del tiempo y la conciencia de la finitud. Desde una perspectiva retrospectiva, muestra cómo el tiempo ha dejado huellas en el cuerpo y el entorno de Zenobia. Sin embargo, también la presenta como una figura resiliente, que encuentra fuerza en sus recuerdos y sueños. Aparece consciente de su propia fragilidad y del envejecimiento de su esposo. La descripción de la casa como un lugar de penumbra fresca, grata y limpia sugiere un refugio frente al desgaste de los años.

El poema destaca asimismo la relación entre Zenobia y Juan Ramón Jiménez, marcada por el amor y el sacrificio. La certeza de que el poeta se enamoró de su risa clara representa un anclaje emocional que perdura incluso frente a la inminencia de la muerte. La figura de Zenobia se sitúa en un momento de transición, donde la nostalgia por los instantes felices se mezcla con la aceptación de que pronto todo habrá concluido. Sin embargo, su sonrisa final sugiere una resistencia ante la adversidad, simbolizando la capacidad humana para encontrar sentido incluso en la proximidad del fin. La reflexión sobre la muerte conecta con el tono crepuscular del libro.

En este, como en la mayoría de los poemas que componen La trama de los días, se observa una métrica que oscila entre versos de 7 a 17 sílabas, con predominancia de endecasílabos y alejandrinos.

Los versos medidos, pero ajustados a una métrica flexible, permiten mantener un ritmo sereno y contemplativo, acorde con el tono reflexivo del poema. Se percibe un cuidado en la sonoridad y la cadencia, así como un equilibrio entre la intensidad expresiva y la estructura. ​

En el segundo, poema que quiero destacar, «Desde una buhardilla de París Cioran medita», Ramón nos habla de sí mismo inventando un monólogo del filósofo rumano en el que aparecen resumidas de manera magistral las claves de su pesimismo filosófico. Hay aquí un juego de espejos, recurso habitual en la poética de enmascaramiento de nuestro poeta. Dice Cioran convertido en sujeto lírico:

 

Tan solo soy un hombre que medita,

un hombre insatisfecho:

un hombre en el camino

más corto entre la vida y la muerte;

un hombre cuya existencia parece

soportable pero que, sin embargo,

busca su libertad en el fracaso;

un hombre solitario

que piensa mucho en dios para no suicidarse,

pero que sabe bien que la vida y que él

son líneas paralelas cuyo punto de encuentro

no es el infinito sino que es la muerte.

 

Este poema presenta una reflexión existencial y metapoética cargada de melancolía y contradicciones. Quien habla en boca de Cioran se define como un hombre en permanente conflicto: medita, está insatisfecho y busca libertad, paradójicamente, en el naufragio. La vida se reduce a un «camino más corto entre la vida y la muerte», subrayando lo efímero y lo absurdo. Afirma que la infelicidad es el “estado poético por excelencia”, rechazando el narcisismo de la creación para enfatizar lo no dicho: la poesía reside en los «versos que nunca escribiré», en el vacío y el silencio que el sufrimiento genera.

La mención de Dios como un recurso para evitar el suicidio revela una espiritualidad utilitaria, no trascendente. La imagen de las «líneas paralelas» (vida y ser) que solo convergen en la muerte niega cualquier sentido cósmico, reforzando un nihilismo materialista. La estructura sintáctica desordenada imita el flujo del pensamiento angustiado, mientras que frases como “eso se aprende pronto” introducen un tono conversacional, casi desesperanzado.

El texto evoca la tradición de la poesía del desengaño (como la de César Vallejo, Pessoa o Alejandra Pizarnik), donde la angustia y la reflexión sobre el acto creativo son centrales. Además, hay ecos del existencialismo filosófico (Camus, Sartre) en la negación de un sentido superior y la aceptación de lo absurdo. Sobre todo, encontramos sintetizada la obra del propio Cioran.

 

LUGARES DE PASO

La segunda parte del libro se titula Lugares de paso y está compuesta por once poemas que tienen como motivo recurrente el viaje, uno de los leitmotiv más importantes de este libro y, me atrevería a decir, de toda la obra del autor. No se trata de un simple anecdotario de los lugares visitados (Trieste, Alejandría, Berlín, Venecia, Lisboa, Citerea o Morón de la Frontera). El viaje, ya sea físico o interior, representa la búsqueda de significado o el enfrentamiento con lo inevitable, una realidad que el poeta explora en su obra.

Los lugares, reales o imaginados, se convierten en escenarios donde la distancia geográfica es, en realidad, una representación de la distancia afectiva y ontológica. Ramón Bascuñana trasciende el tópico del homo viator, cuestionando el célebre e idealizado poema de Kavafis, “Regreso a Ítaca”, y transformándolo en una confesión de la derrota: un ir hacia ninguna parte. A la vez, la escritura es un ejercicio metapoético y en la aceptación de su destino errante, como se evidencia en el poema que cierra esta sección, titulado “Carreteras secundarias”, escrito con una fina ironía, uno de los recursos literarios característicos del autor. Lo transcribo completo.

Yo nunca elegí llegar a parte alguna.

Nunca quise moverme del poema,

escapar de mí mismo o recorrer

paisajes desolados. Nunca quise

viajar a otra ciudad ni ser distinto

del hombre que se sienta en esta mesa

y escribe este poema solitario.

Yo no elegí mi estirpe ni mi raza.

No elegí mi pecado y mi condena,

sin embargo, los hechos son los hechos

y no sé renunciar a mi destino.

Vagabundo de un mundo de fantasmas

de tinta y de papel y de nostalgia,

recorro este desierto que es la vida

cruzando carreteras secundarias.

 

PAISAJE CON FIGURAS

La tercera y última parte, titulada Paisaje con figuras, consta de nueve poemas. En esta sección, la belleza se entrelaza con el dolor como vehículo para desvelar la verdad vital, destacando el sobrecogedor poema “Ted Hughes entre Sylvia Plath y Assia Wevill”.

Ya mencioné anteriormente, que el desarraigo, la soledad y la orfandad -junto con la sensación de vacío ante la pérdida de referentes vitales- constituyen un eje temático en la obra de Ramón Bascuñana. Este desgarro se manifiesta con especial intensidad en el poema “El extranjero”, donde leemos:

Sentirme un extranjero en todos los lugares.

Viajar como quien dice, ligero de equipaje,

porque la muerte viaja pisándome los pasos”.

 

Escribe en el poema “El vagabundo”:

He sido vagabundo durante tanto tiempo

que si vuelvo la vista y contemplo las huellas

que han dejado mis pasos, perdiéndose a lo lejos,

me sería imposible saber en qué momento

se inició mi camino hacia ninguna parte.

 

Esta última parte enfrenta la experiencia de la ausencia y el vacío existencial, donde la poesía surge como una forma de resistencia ante lo inevitable. El poema «El eremita» también nos habla de la soledad, el dolor, la penuria, la intemperie, la inadaptación y el desarraigo.

En esta sección destaco dos poemas que me han conmovido de manera especial. Por un lado, “El puente” abre este apartado, mientras que “Antonio Machado a orillas del Duero” lo cierra. Una vez más, Ramón renueva con acierto el tópico al rescatar y revitalizar un elemento recurrente en el arte y la literatura: el puente, entendido como transición vital y viaje irreversible marcado por la pérdida y la aceptación del riesgo. Funciona, en este contexto, como metáfora de un umbral que separa el pasado del futuro, construido con «dudas razonables» y «temores», lo que subraya su fragilidad. Representa, asimismo, la madurez al dejar atrás la inocencia, la infancia y los proyectos fallidos.

El fuego (“Sodoma a nuestra espalda”) alude al peligro de las nostalgias destructivas, evocando el mito bíblico de Lot —un recordatorio de no mirar atrás— y se erige como advertencia contra el apego al pasado. En el poema se percibe un marcado contraste temporal: la angustia del presente, simbolizada en el “puente de invencibles temores”, se enfrenta a la esperanza de “cantar victoria” al alcanzar el otro lado. Está escrito con un tono y estilo reflexivo, en versos largos que imitan el fluir de los pensamientos. Por ejemplo: “…bagatelas / que al final son lo único importante”.

En “Antonio Machado a orillas del Duero”, el tema central es la melancolía del exilio y la confrontación con la mortalidad, entrelazada con la nostalgia por el pasado. De nuevo, aparece la intertextualidad y el homenaje, omnipresentes en este poemario.

El autor retoma el paisaje castellano de Machado (Campos de Castilla), pero enfatiza el “exilio” y la derrota, reflejando la experiencia del poeta durante la Guerra Civil. Emplea imágenes clave, como el buitre, que simboliza la muerte o el destino inevitable. El verso callado contrasta con la solemnidad machadiana, privilegiando la intimidad del desarraigo. Es evocador y lírico, con descripciones sensoriales (olor de hierbas, fuego del verano) que contrastan con la introspección sombría. La estructura mezcla narración y reflexión, usando encabalgamientos para dar fluidez.

Ambos poemas exploran el paso del tiempo, pero mientras El puente enfatiza la acción de avanzar, el poema dedicado a Machado reflexiona desde la derrota y el desarraigo. En ambos, la naturaleza actúa como espejo: el puente (artefacto humano) frente al paisaje castellano (elemento natural) proyecta los conflictos internos del sujeto poético. Cada uno articula una filosofía de vida: aceptar el riesgo del cambio (El puente) o afrontar la pérdida con una nostalgia resistente (homenaje a Machado). Desde su propia voz, ambos transforman lo universal —el tiempo, la muerte— en una experiencia íntima y conmovedora.

 

LENGUAJE CLARO

En este poemario, Ramón Bascuñana no solo reafirma con virtuosismo estilístico los temas y preocupaciones que han marcado su carrera literaria, sino que los eleva a un nivel de madurez y complejidad que evidencia su evolución como poeta. El libro es, en cierto sentido, una síntesis de su trayectoria, un punto de convergencia donde se entrelazan las múltiples líneas de exploración que han definido su obra.

El lenguaje de nuestro poeta es claro y preciso, pero siempre cauteloso, enriquecido por un imaginario que oscila entre lo cálido y lo desolador. En sus versos observamos el encaje -o la fractura- de sentimientos y meditaciones, donde la voz poética expone su vulnerabilidad al confesar su falta de fuerzas, moviéndose al filo de la fatiga y la angustia. Sin embargo, incluso en esa precariedad emocional y en su sabiduría amarga, persiste un destello de esperanza o una humanidad acogedora que desafía la negatividad.

Como ya he señalado, su estilo fusiona una aguda sensibilidad contemporánea en un diálogo reverencial con la tradición. Es la pluralidad de planos -temporales, espaciales, existenciales- la que estructura el conjunto, mostrando la habilidad del autor para transmutar lo cotidiano y lo íntimo en una reflexión perspicaz y conmovedora sobre la condición humana. Al recorrer estos poemas, el lector se integra inevitablemente en ese entramado de significados y emociones, tejido con minuciosidad, invitado a detenerse, contemplar y hallar belleza en lo efímero: aquello que, aparentemente trivial, la poesía transforma en algo perdurable.

En conclusión, con La trama de los días, Ramón Bascuñana no solo amplía su legado literario, sino que también enriquece el panorama poético español. Su capacidad para entrelazar lo cultural y lo íntimo, lo fugaz y lo perdurable, junto a su dominio formal, lo sitúa como un poeta esencial, alejado de los fuegos fatuos de lo efímero y de la retórica superficial. Este poemario se erige, así, como una lectura indispensable para quienes buscan en la poesía un camino hacia la comprensión y la celebración de la complejidad humana.

 

                                                                                      Ramón Bascuñana (izq),

                                                                                y el autor del artículo, José Luis Zerón Huguet,

                                                                                en la presentación de La trama de los días

 

 

José Luis  Zerón Huguet (Orihuela, Alicante, 1965) ha publicado recientemente el poemario Hable la luz (Olé Libros).  En 2023 publicó un diario: A salto de mata (ed. Frutos del tiempo, Elche), obra que Ágora distinguió como el mejor libro en prosa de ese año. 

Otros títulos de poesía de este autor son: Sin lugar seguro (2013), De exilios y moradas (2016), Perplejidades y certezas (2017) y Espacio transitorio (2018).

 

El artículo sigue el texto escrito por José Luis Zerón para la presentación en Orihuela del libro La trama de los días de Ramón Bascuñana. Se publicó previamente en Las Nueve Musas, en febrero de 2025. 


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