Jesús Cánovas Martinez, mostrando su poemario Convocada soledad
EL ESCRITURADOR ESCRITURADO
Relato inédito de Jesús Cánovas Martínez
Al igual que yo, él escribe. Él escribe como yo escribo, pero él escribe mejor que yo, eso dicen. Somos escritores los dos. A él lo conocen, tiene su público; a mí no me conocen, pocos me leen, quizá nadie. ¡Qué importa!
Llevamos el mismo nombre; los dos apellidos también son los mismos, por lo que se nos podría confundir y, de hecho, se nos confunde. Sin ir más lejos ayer, en el periódico, apareció la reseña de uno de sus libros, una novelita de pocas páginas y algo insulsa. Después de leer la reseña (por cierto, el crítico se deshacía en elogios), y también leída la novelita de marras, me di cuenta de que era, a pesar de las opiniones del crítico, una mierda de novelita. Sin lugar a dudas, un bodrio. Pero lo que de verdad me supuso cierta estupefacción fue constatar que la novelita no era de él sino mía, por curioso que tal eventualidad pudiera parecer. Dicho lo cual, los elogios se los ha llevado él y yo no; sin embargo, esos elogios, por derecho propio, me pertenecían a mí y no a él.
Le he tomado odio. Aunque no lo conozco, no lo puedo ver. Ese pavoneo que el tipo lleva a mi costa, me descentra, me saca de mis casillas, me hace sufrir. Sufro. Sufro mucho y no porque en mi interior pudiera albergar envidia. La puñetera envidia, la jodida pelusilla. No, nada de eso, nada de envidia; es tan malo escribiendo que envidiarle sería ofenderme a mí mismo, y, si me ofendo, le reconozco el mérito, lo tenga o no. Negarle el mérito es envidiarlo, pero concedérselo, por ofenderme, no lo es menos; así que no sé si lo envidio o no lo envidio y me da igual. Al darme igual si lo envidio o no lo envidio, no lo envidio. ¿O quizá sí? Sin embargo, por lo que en realidad sufro es por la confusión de nombres y, en consecuencia, de personalidades, o, mejor dicho, sufro porque nuestros dos nombres son idénticos pero habitados por diferentes personalidades. Una de estas personalidades es la afrentada; la otra, no, pues tan solo se dedica a chupar de lo que no le corresponde: es parasitaria y suplantadora. Preciso: los laureles que, en sana equidad y justicia, a mí me corresponden se los lleva el parásito, y, para mí, ni las migajas. Toda la gloria para él y yo ondeo como un guiñapo al que se desprecia. Un harapo al viento. Un vestido roto que ya no sirve. Un dolor lejano. Aunque no lo veo, ni lo conozco en persona, no lo aguanto, este es el hecho, repito. Lo sigo por las redes, pero nunca le pongo un puñetero «me gusta» a sus repetidas paridicas; lo sigo, lo observo como un ave de rapiña, como un ave de presa.
Hasta este punto han llegado las cosas.
Fichte decía que autopuesto el Yo, automáticamente aparece el No Yo. Se autopone el Yo por un acto inaudito de voluntad e inevitablemente queda afirmada una fuerza de igual intensidad que le es contraria: el No Yo. Yo contra No Yo; No Yo contra Yo. La afirmación frente a la negación; la negación frente a la afirmación. El adversario frente al relumbre personal. La sombra. Quizá sea un delirio de idealistas, pero no es un delirio: ese es mi caso. Con mi minúsculo yo se me hace difícil vivir cuando tanta sombra le acecha. A mí yo, el mío, se le ha opuesto el yo de él, ese no yo que me circunda y niega, me suplanta y se apropia de mis escritos. Lo que yo escribo es una mierda, lo que él escribe es una mierda, de acuerdo; pero él usurpa lo que a mí me pertenece, aunque lo que me pertenece, propiamente, sea una elogiosa mierda. Él no es mi yo, pero mi yo lo alienta y refuerza. Su yo sin mi yo no es ningún yo, y lo mismo le ocurre a mí yo frente a su yo. Yo no soy su yo, ni su yo es mi yo, pero coincidimos en el yo del no yo del otro. Yo y no yo, contrarios y contrariados siempre en una dialéctica absurda de no resolución. No sé si esta explicación es válida, o siquiera si es explicación (ni falta que hace; o sí o no, pero no y sí y sí y no a la vez), sin embargo, válida o no, explicación o no, un delirio o no, la suplantación que él ha hecho de mí ha sido total, y yo ya no soy yo sino él. Lo felicito.
He ideado matarlo y llevarme yo todo el mérito que él me ha robado con antelación. He de recuperar mi mérito y mi esencia, mi identidad, mi self, que son míos y no de él, y por eso mismo debe morir. Si él no existe, todo lo suyo será mío; su legado, su familia, sus hijos y sus escritos, su patrimonio, todo aquello que le hace vivir y da sentido a su impostada vida… ¡Todo lo de él mío, mío!, porque él, en definitiva, nunca ha existido. Él no es, luego no fue ni será. Yo soy y seré frente a él, porque yo soy yo y mi circunstancia, aunque esa circunstancia sea la de él, o, incluso, sea él con su carga de no yo, con su no yo que soy yo, de igual modo que mi yo, que no es su yo, también tiene su carga de no yo: el jodido yo de él. Si no es él, no soy yo. ¿O acaso no es así?
Lo mataré. No lo he visto en mi vida, no sé cómo es. Y digo que no sé cómo es, porque esa foto que aparece en el periódico puede estar trucada, y perfectamente podría ser la mía si no fuera la de él. Los periódicos son esquivos y confunden las fotos, y aunque su foto sea su foto y no mi foto, caben dudas. No he hablado con él, no tengo ninguna referencia de él: no lo conozco, pero sé dónde vive y qué lugares frecuenta. Lo sé porque vive cerca de donde yo vivo, muy cerca, y frecuenta los mismos lugares que yo frecuento. Lo mataré. Caeré sobre él como una sombra vengativa ante la cual no tendrá escapatoria. ¿He dicho como una sombra vengativa? No, como una sombra vengativa, no: como una sombra justiciera que pide un desquite. No es venganza lo que busco, sino justicia. (No dejes muertos en las cunetas y estos nunca se levantarán). Él me lo ha robado todo, la dignidad, la familia, la escritura. Me ha robado el ser, la razón por la que existo, y lo mataré. ¡O él o yo, aunque yo sea él o él sea yo como sombra uno del otro! ¡Da igual!
Esta noche lo esperaré en cualquier esquina, embozado en mi capa española de paño de lana (que, por cierto, debido a mi buena percha, me cae tan bien), o, quizá, si no con la capa, arrebujado en mi manta zamorana, envuelto entre las sombras, sombra entre las sombras... ¡y le daré muerte! Mi yo se convertirá en su no yo y todo lo que me ha robado volverá a mí, y el no yo de su yo desaparecerá porque es mi yo. De paso también le daré muerte al yo de mí no yo, y ¡santas pascuas! Se desvanecerá el yo en el no yo, y el no yo automáticamente se convertirá en un yo para diluirse después en un no yo, ¿o será al revés?
Lo mataré, me mataré, y con mi muerte, que es su muerte, reviviré mi yo para siempre, anulado en la nada del imposible no yo de mi yo. Porque yo no soy el que soy, yo soy él, yo soy el otro, yo no soy yo, triste y pequeño escriturador escriturado.
¡Olé mis cojones y mi capa de paño negro!
Por Jesús Cánovas Martínez
Filósofo y poeta.
Ad astra per aspera.
Jesús Cánovas Martínez, filósofo, poeta y narrador. En poesía destaca su libro Convocada soledad (Tres Fronteras, Murcia), y en narrativa Toda mi vida matando tontos y ahora voy y me convierto en un conspiranoico y otros relatos del encierro (Círculo Rojo). Nacido en Hellín (Albacete), en 1956, residió en Madrid y en Águilas y desde hace años vive en Murcia. Ha ganado el II Premio Nacional de Cuento Ciudad de Hellín (1981),
el XIX Premio Nacional de Poesía “Aurelio Guirao” de Cieza (2015) y I Premio
Nacional de Poesía “José María Cano” de Murcia (2021).
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