CUADERNO DE CRÍTICA DE ANNA ROSSELL
CUANDO LA CRÓNICA SE HACE POEMA
Josep Piella Vila, El caminante
de hojalata
Playa de Ákaba, 2015, 78 págs.
Un privilegio la lectura de este poemario de quien se
autodenomina “escritor emergente”, pero que emerge con un sello personal de
gran fuerza y calidad. Josep Piella Vila (Sant Quirze Safaja, 1970) ha ganado
merecidamente con El caminante de
hojalata el I Premio de poesía de la editorial Playa de Ákaba.
La metáfora del caminante conduce a la voz poética por momentos,
lugares y situaciones vitales que la confrontan con el dolor, el sufrimiento,
la pérdida. A través de los sesenta y siete caminos de que se compone el
poemario se nos invita a participar de un periplo que nos permite la vivencia
directa de experiencias duras, pero necesarias.
Con mirada fotográfica, aparentemente ecuánime, Piella
observa el malestar del mundo. Sus temas: la soledad, la incomunicación y el
anonimato en la gran ciudad: Está
anocheciendo y estoy perdido/entre una multitud de calles sin nombre (Camino XI), el lado oscuro de la naturaleza humana: […] me asusta esa/corta distancia que hay entre mi ética y el infierno
(VIII), o bien: El hombre siempre ha creído que el universo empieza/y acaba en su
ombligo (VI), la guerra, la
destrucción, el hambre: Los camiones
llegan a la ciudad/para repartir comida al ejército // Llevan muchos días sin
comer // Una niña con un osito de peluche ahumado/entre sus brazos espera a
cierta distancia// Su familia ha desaparecido con los últimos bombardeos (LVIII), la desigualdad social y la falta
de empatía: Hay una cola de vientres
tristes en los containers/[…] // En la esquina una mujer con un vestido rojo
[…]/hace cola/para comprar una entrada para la ópera (XLIX), la ecología: Voy medio
dormido por un laberinto/de canales venecianos //[…]//A lo lejos solo se oye la
voz al dente/de mi gondolero y el golpeteo de su remo/mientras aparta los peces
muertos a/nuestro paso (XVI), la
cotidianidad del mal y de lo terrible: En
el piso de arriba el cuerpo de su hija enferma cuelga/ […] // Supongo que esa es
una de las horas más tranquilas/del día para morir y uno de los mejores
momentos/para dejar de fumar (LIV),
la crueldad hacia la condición femenina: La
casualidad me lleva hasta una plaza/donde un grupo de hombres con las/manos
cargadas de ira rodean a una/mujer desnuda//[…] nadie se atreve a tirar la
primera piedra,/es la más difícil, luego la culpa se reparte […]// Jamás una
piedra ajena me había/golpeado con tanta crueldad (XXXIX).
Cada poema se lee como una crónica periodística –textual y
gráfica- de una voz itinerante, siempre en solitario, por paisajes desolados y
situaciones inclementes, que al cabo también protagoniza la soledad –recuerda
la mirada de Edward Hopper-: Esta noche
duermo solo/[…]/Solo queda silencio//Busco los personajes de todos los
cuentos/infantiles para prenderlos en la hoguera y/dar calor a tanta ausencia
(Camino III), a veces la soledad
llega a la desolación: Estoy a tantos
kilómetros de nada/[…]// Tengo miedo a tanto espacio/inmóvil (IV).
El estilo es descriptivo, el primer verso de cada poema nos
sitúa con magistral concisión in medias
res y da fe de la andadura del sujeto poético: Está anocheciendo y estoy perdido (XI), Espero en las sillas de la terminal (XXXVII), Viajo toda la noche en el autobús (XLI), Llego hasta la única calle del pueblo (LIV). Su registro es
realista -la excepción confirma la regla-, sobrio, lacónico, y sin embargo
Piella usa y hace buen manejo de las figuras retóricas. El sujeto poético es un
observador riguroso, implacable y juega con el contraste para poner de manifiesto
la escandalosa desigualdad, sus conclusiones son lapidarias: Así es nuestra existencia, […] hay en la
muerte un poco de vida y en la vida un/poco de muerte (XII), La soledad es
esto,//tiempo sin esperanza (XIII).
Piella echa mano de la estética de lo feo, tan en consonancia con su temática: Camino por los suburbios de la ciudad
[…]//Una mujer da a luz en una fábrica abandonada. //[…]//Desde la esquina más
oscura una rata/se acerca hasta sus piernas […]//Hay momentos en los que uno
cree haber llegado al final de todo (XLIII).
Parece que la voz es imparcial, que se limita a la descripción
de lo que ve. Pero es lo que ve lo que delata la profunda afectividad y empatía
de la voz poética, a lo que remite la segunda parte del título de hojalata: metal especialmente sensible
a la agresión exterior. Nunca la ecuanimidad formal ha estado más lejos de la
indiferencia.
Anna Rossell
REVISTA ÁGORA DIGITAL JULIO 2015
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